Este trabajo tiene como propósito establecer puntos que comuniquen los archipiélagos de Cabo Verde y Canarias en un período preciso de la historia: el siglo XVI. Ambos pueden constituir realidades diferentes a simple vista desde una perspectiva tanto geográfica como política, teniendo en cuenta que se hallaban administrados por naciones distintas. Sin embargo, nuestro objetivo es volver sobre los lazos que los vinculan en una época tan agitada desde el punto de vista de la expansión colonial y el comercio marítimo. Para conocer su situación en este momento histórico, hemos decidido estudiar la relación entre ambos espacios a través de la obra Saudades da terra (1586-1590), en la que su autor, Gaspar Frutuoso, realiza un recorrido descriptivo por distintos archipiélagos atlánticos. La visión de este escritor portugués resultará particularmente interesante para conocer el contexto histórico, físico y social de las Islas Canarias y de Cabo Verde y la concepción de un literato del siglo XVI.

El Océano Atlántico despertó siempre el interés y la fascinación del hombre europeo. Ya en la Antigüedad, las islas atlánticas fueron objeto de relatos míticos y fantásticos. Las características geográficas y naturales de las islas incrementan el aspecto legendario, puesto que la distancia que las separaba de las ciudades europeas, la exuberancia de su vegetación, la variedad de paisajes y especies animales, las convertía en espacios absolutamente exóticos, misteriosos, utópicos.

Después del siglo XIV se suceden las expediciones más relevantes para la historia de las islas atlánticas. El descubrimiento de éstas despertó un gran interés en la Península Ibérica, desde donde se planteó el objetivo de ocupar estos territorios con el fin de explotar todas sus riquezas y posibilidades. La corona portuguesa desarrollará un papel fundamental en este proceso al impulsar la exploración de la costa africana con el propósito de trazar una ruta hacia las Indias. Las primeras de estas expediciones marítimas estuvieron dirigidas por el Príncipe Henrique, hijo de D. João I, que recibirá el “apelido” de El Navegante. El siglo XV fue para Portugal un siglo de conquistas atlánticas. Entre 1418 y 1419, los portugueses se hacen con el poder del archipiélago de Madeira y, tras el descubrimiento de las Azores en 1427, inician su colonización en 1445. En el archipiélago de Cabo Verde, la colonización se hizo efectiva a partir de 1461-1462, mientras que en São Tomé se comenzó en 1485, quince años después de su descubrimiento por navegantes portugueses. Las Islas Canarias, por su lado, sufren el ataque de las tropas castellanas. Las condiciones orográficas y el hecho de encontrarse poblado dificultan la conquista íntegra del archipiélago que, iniciada en 1402, se verá prolongada hasta 1496.

Las islas atlánticas viven un periodo brillante como enclaves estratégicos al situarse en puntos geográficos vitales para las expediciones de la costa africana y la ruta hacia las Indias. No obstante, el principal dinamizador de los puertos insulares será determinado por el descubrimiento y la colonización del Nuevo Mundo. Las islas del Atlántico se convierten a partir del siglo XV en la llave de todas las comunicaciones entre América, África y Europa. La intervención de los archipiélagos en los recorridos oceánicos fue particularmente activa para Portugal, dado que hacían frente a una triple vertiente: la costa de Guinea, Brasil y el Índico. Desde esta perspectiva, los territorios insulares resultaban imprescindibles para defender y consolidar el control de las rutas marítimas por parte de los portugueses.

LAS ISLAS CANARIAS Y PORTUGAL

La relación que existe entre el archipiélago canario y el país luso es muy estrecha. Existen elementos que evidencian un vínculo entre las dos culturas y que caracterizan la realidad de estas islas. Sin duda, una de las huellas más profundas de Portugal en la población canaria se encuentra en su dialecto. El español hablado en las Islas Canarias está marcado por la presencia de numerosos términos y expresiones provenientes del portugués, como es el caso de palabras de uso cotidiano como “gaveta”, “millo”, “mágua”, “abanar”, “besos”, “jeito”… o de otras pertenecientes a un vocabulario más específico como la pesca o la agricultura. Este hecho pone en evidencia que, a pesar de no haber formado parte del Atlántico portugués, la historia del archipiélago canario está íntimamente ligada a la portuguesa.

Como ha señalado Javier Luis Álvarez Santos en Tenerife y la Unión Ibérica. Los portugueses en La Laguna y su comarca (1575-1650)[2], los navegantes portugueses entran en contacto con las Canarias por primera vez en 1341. Dicha expedición tenía como objetivo el asentamiento, no obstante se limitó a explorar sus costas. Los viajes a este archipiélago se incrementarán considerablemente a partir del siglo XV, motivados por propósitos políticos. De este modo, entre 1415 y 1479, las Islas serán testigo de la insistencia portuguesa por implantarse en ellas. Los constantes intentos por hacerse con el poder de este territorio son organizados por el príncipe Don Henrique. La isla de Gran Canaria recibe en 1415, sesenta y ocho años antes de la conquista castellana, la visita de los portugueses, que abandonan la empresa colonizadora no sin apresar antes a varios nativos. El Infante Don Henrique descarta la posibilidad de atacar otras islas más accesibles como son Fuerteventura, Lanzarote, La Gomera y El Hierro, dado que éstas se encuentran ya bajo dominio castellano a principios del siglo XV; luego su objetivo será nuevamente Gran Canaria. Sin embargo, la armada portuguesa no pudo conseguir su propósito debido a las condiciones orográficas y a la bravura de la población indígena. A pesar de los intentos fracasados, el príncipe portugués consigue finalmente hacerse con el poder de dos de las islas. Maciot de Bethencourt queda al mando de las islas castellanas en 1425 y en 1448 cede a las pretensiones de El Navegante mediante la venta de la isla de Lanzarote, que será gobernada por Antão Gonçalves. La isla sirve entonces a la corona portuguesa como base de las operaciones militares destinadas a la conquista de Gran Canaria y La Gomera. La primera supondrá un nuevo fracaso para las tropas lusas, sin embargo, la situación en la isla de La Gomera será diferente. Los portugueses, que habían entablado ya amistades con los indígenas de esta isla, aprovecharon el malestar de su población derivado de la mala gestión del señor de la isla, Fernán Peraza, para provocar una batalla y expulsar a los castellanos. Infelizmente para la corona portuguesa, el dominio de estos territorios termina en 1449 con el regreso de las tropas castellanas.

Las expediciones, como indica Álvarez Santos, se sucederán entre 1450 y 1453, sin éxito para los portugueses que, por medio de Don Henrique, recurren finalmente a la diplomacia para recibir la cesión de las Islas; una negociación que no llega a concretarse. No obstante, no desistirán en su empeño por controlarlas y, en 1459, realizan una brutal intrusión en Fuerteventura y Lanzarote, así como en Gran Canaria, que continuaba siendo un territorio libre. La presión ejercida por la corona española terminará con las esperanzas lusas, que se ven obligadas a devolver los espacios ocupados. La rivalidad de las coronas ibéricas se ve aumentada tras la muerte del rey español Enrique IV en 1474, con la que se inicia la guerra de sucesión de Castilla y que finaliza con el Tratado de Alcáçovas. Mediante la firma de esta paz, la corona castellana rechaza sus derechos sobre la costa y las islas atlánticas existentes al sur del Archipiélago Canario y la portuguesa abandona sus pretensiones de ocupar las Canarias. De esta manera, se consolidaría la hegemonía portuguesa sobre Madeira, Azores, Cabo Verde y Guinea, así como sobre la ruta posible entre Portugal y las Indias bordeando el continente africano.

A partir de este momento, las relaciones entre portugueses y canarios se estrechan. Los viajes entre los dos espacios se hacen más frecuentes en los dos sentidos, lo que representa un factor esencial a tener cuenta en lo referente a la influencia lusa en las Islas. El siglo XVI será muy fructífero en este aspecto, puesto que las navegaciones con propósitos colonizadores se ven sustituidas por otras de índole amistosa. De esta manera la cultura portuguesa se integra en la canaria pacíficamente, aunque no pocos portugueses participan también en la conquista de Tenerife desde Gran Canaria, y muchos se ven beneficiados en el reparto de las tierras. La unión de las coronas ibéricas desde 1580 a 1640, promoverá la afluencia portuguesa a las islas, que servirán, especialmente en estos siglos, de enclave geo-estratégico para comerciantes y expedicionarios lusos camino a las Indias orientales y occidentales, del mismo modo que a los territorios portugueses en África, como es el caso particular de Cabo Verde.

CABO VERDE Y PORTUGAL

Las islas de Cabo Verde conservan un estrecho lazo con el país luso, debido, esencialmente, a los cerca de cinco siglos de dominación portuguesa sobre el archipiélago. Este vínculo excede lo estrictamente histórico para transformarse en un importante elemento cultural. Cabo Verde es el resultado de múltiples fusiones que comenzaron en la época de las grandes navegaciones: el siglo XV.

El espíritu aventurero reinante en Europa llevaría a los expedicionarios del Atlántico hasta el archipiélago caboverdiano. Sin embargo, numerosas son las incógnitas relacionadas con este hecho. A día de hoy no existen datos que precisen la autoría y la fecha de tal descubrimiento. Una de las teorías apuntaba al italiano Luís de Cadamosto, quien declaraba en sus Navegações haber alcanzado la isla de Santiago el primero de mayo de 1446. Esta conjetura ha sido desechada por Simão Barros[3] a raíz de ciertas investigaciones realizadas en el siglo XIX que demuestran que las propias descripciones que Cadamosto hace de las islas no coinciden con la realidad paisajística ni geográfica del archipiélago. Otra de las hipótesis sitúa al genovés António da Noli como el descubridor de las islas en mayo de 1460, pues así lo afirma João de Barros en su obra, y, a pesar de que no se conserve ningún documento escrito por el navegante italiano sobre este hallazgo, una carta de Diogo Gomes[4] indica que tanto Antonio daNoli como él mismo fueron los primeros en alcanzar las costas caboverdianas. Sin embargo, hay quienes afirman que no es Diogo Gomes, sino Diogo Afonso el segundo descubridor de estos territorios[5]. Se tiene constancia de que las primeras islas en ser descubiertas fueron las de Sotavento, es decir, Santiago, Maio, Fogo y Brava, el mes de mayo de 1460. Del resto de islas, pertenecientes al grupo de Barlovento: São Vicente, São Nicolau, Sal y Boavista, se desconoce la fecha exacta de descubrimiento; pero, los documentos permiten situarla entre 1461 y 1462.

Aparte de las dudas concernientes a los autores y fechas del hallazgo, se plantea otra incógnita: el hecho de que estuviera o no habitada en el momento en que los expedicionarios alcanzan el archipiélago. Ciertas teorías defienden la existencia de un poblamiento jalofo en este momento histórico, pero han sido rechazadas atendiendo a diversas razones como, por ejemplo, la ausencia de descripciones al respecto en las crónicas de Cabo Verde o los medios austeros con que contaba la tribu de los jalofos, que no permitirían su llegada a las islas. La presencia de huellas humanas también ha sido largamente discutida y, aunque se han descubierto dibujos e inscripciones en las islas de São Nicolau y Santo Antão, se ha confirmado que pertenecen a grupos humanos provenientes del norte de África que no llegaron a establecerse en el territorio caboverdiano. De este modo parece quedar demostrado que las islas se encontraban despoblabas, al menos, en el momento de su descubrimiento; una realidad que exigía solución por parte de los nuevos soberanos.

La colonización del archipiélago de Cabo Verde tiene lugar a través de diversos procesos de poblamiento. En 1460 las islas son entregadas a Don Fernando, hermano del rey Don Afonso V. El tío de El Navegante trata de colonizarlas del modo más rápido posible, de manera que divide el territorio en capitanías. La primera de las islas en ser poblada es la de Santiago, a la que es destinado Antonio da Noli como capitão-donatário en primer lugar. La llegada de colonos europeos no resulta fructífera dado que no son capaces de adaptarse a las duras condiciones del terreno y del clima. El genovés resuelve entonces efectuar una colonización forzada mediante la importación de esclavos provenientes de Guinea y Sierra Leona. Los colonos portugueses conviven a partir de ese momento con miembros de tribus diversas, como los papeis, los jalofos, los felupes, los balantas o los bigajoz. Da Noli decide impulsar la inmigración portuguesa, recelosa de alejarse tanto del continente y soportar las condiciones caboverdianas[6], aprovechando el desarrollo del espíritu mercantilista europeo. De este modo, ofrece a los futuros colonos una serie de ventajas comerciales que permitan la explotación de esta nueva tierra, reforzada posteriormente por nuevas concesiones mercantiles relacionadas con el tráfico de esclavos otorgadas por el rey Don Afonso V. Estas medidas impulsan la llegada de colonos a la isla de Santiago, lo que convertirá posteriormente a Ribeira Grande en unos de las ciudades ultramarinas más importantes del siglo XVI. En 1489, Don Manuel recibe del rey Don João II la soberanía sobre todo el archipiélago. Este evento marcará un gran desarrollo en el proceso colonizador, puesto que motivará la llegada no sólo de pobladores tanto africanos como europeos, sino también de animales domésticos, así como del cultivo de la caña de azúcar, del algodón o de numerosos árboles de fruto.

La intensa actividad comercial, basada en el tráfico de esclavos, facilita el desarrollo tanto económico como social y poblacional de Cabo Verde. La corona portuguesa comienza a recibir los frutos de la ocupación de este territorio y a valorizar las virtudes del mismo, fomentando así la llegada de mercaderes y aventureros, pero también de pobladores pertenecientes a clases sociales elevadas. Se vive entonces un período fecundo, en que la generación de riqueza va en aumento, y que atraerá la atención de todo tipo de saqueadores. La unión ibérica resultará fatídica en este sentido, pues no sólo servirá de aliciente para los piratas sino también para los enemigos de la corona española, que aprovecharán la ocasión para asaltar los puntos más importantes del archipiélago, así como las navegaciones que recorren la ruta entre Guinea y Cabo Verde en el tráfico de esclavos. La desastrosa situación disminuyó el flujo migratorio y promovió el regreso de muchos colonos portugueses al continente.[7]

El archipiélago caboverdiano tuvo desde el momento de su primera ocupación por los portugueses una especial relevancia estratégica en los siglos XV y XVI para las navegaciones que comunicaban Europa, India, Brasil y África, pero también en lo referente al comercio existente entre las distintas islas atlánticas. Es este contexto en el que el que el literato azoriano Gaspar Frutuoso elaborará su obra Saudades da terra, que redacta entre 1586 y 1590.

GASPAR FRUTUOSO

Pocos son los datos sobre la vida de Gaspar Frutuoso, de los que únicamente puede resultar una biografía incompleta del mismo. Para aproximarnos al autor azoriano con más precisión en el espacio y en el tiempo, nos basaremos en las investigaciones realizadas por Rodrigo Rodrigues en la elaborada biografía ofrecida en 1923 para una edición especial de Saudades da Terra.

Se sabe que Frutuoso nació en 1522 en Azores, específicamente en Ponta Delgada, en la isla de São Miguel; en el seno de una familia adinerada y de alta condición social. Esta primera etapa de su vida es, tal vez, la más desconocida; ya que no se conserva ningún documento biográfico hasta 1548, año en que ingresa en la Universidad de Salamanca. Sin embargo, varios autores defienden la posibilidad de conocer aspectos de su juventud a través del libro quinto de su obra. La época universitaria de Gaspar Frutuoso es fácilmente localizable, puesto que todas sus inscripciones fueron registradas en la institución salmantina. De este modo, se conocen con exactitud los años escolares que el escritor cursó en dicha universidad, en la que ingresa para formarse en el bachiller de artes; título que obtendrá en 1549. Posteriormente, comenzará sus estudios de teología en 1553 y finalizará en 1558. Una vez acabada su formación, Frutuoso se traslada a Bragança, donde se vinculará con la Compañía de Jesús y trabajará en la “administração do bispado”. Entre 1565 y 1566, regresa a Azores para ejercer como sacerdote, aceptando únicamente los cargos de “vigário” y “pregador” en la Matriz da Nossa Senhora da Estrela da Vila da Ribeira Grande. En esta etapa de su vida comienza ya a estudiar y trazar las primeras líneas de su obra atlántica.

El período experimentado por el escritor azoriano desde su llegada al archipiélago trascurre en la normalidad del trabajo eclesiástico. Será en la última etapa de su vida cuando se dedicará por completo a redactar su obra maestra. El espíritu detallista de Frutuoso lo llevará a matizar y perfeccionar sus textos hasta el fin de sus días, en 1591; dejando inacabada otra de sus obras: Saudades do Céu.

A pesar de que los datos sobre Frutuoso sean escasos y, en muchos casos, incompletos; el testimonio que su obra nos ofrece nos ayuda a conocer más detalles no sólo sobre su vida, sino también, y sobre todo, de su intelectualidad. Un aspecto que resulta especialmente interesante en los autores de este momento histórico.
Gaspar Frutuoso es, en todos los sentidos, un hombre del siglo XVI. En primer lugar, es imprescindible tener en cuenta la importancia que tienen en su formación tanto académica como personal sus estudios universitarios. La Universidad de Salamanca de esta centuria representa un espacio de notables intercambios y avances culturales. El azoriano queda sin duda marcado por su estancia en la ciudad castellana, tal y como refleja su carácter inquieto y abierto al estudio de múltiples disciplinas. Rodrigo Rodrigues afirma en la biografia del autor que:

Frutuoso representa plenamente o tipo do humanista da Renascença, enciclopédico quinhentista, literato, artista e músico, observador atento dos fenômenos naturais, preocupando-se com experimentações alquimistas e tentando especulações nos domínios da geologia, da mineralogia e da petrografia.[8]

Es este espíritu comprometido con el conocimiento universal el que guía a Frutuoso a la elaboración de una obra tan ambiciosa como Saudades da terra. En ella muestra vivamente su audacia estilística, pero también su calidad formal. Uno de los rasgos más característicos de la escritura frutuosiana es su voluntad de perfección. La estructura de sus textos ha sido trabajada de manera muy cuidadosa y, de igual manera, su estilo. Las cualidades literarias de Frutuoso encuentran siempre un camino más personal, variando el estilo y el género de su narración y demostrando un enorme trabajo de investigación y documentación. Saudades da terra es el resultado de pesquisas y observaciones pormenorizadas en numerosos campos, tal y como defiende Rodrigues: “Aborda todos os assuntos: a estatística demográfica, do preço dos gêneros […] os usos e costumes populares, a indumentária e os divertimentos públicos.”

La formación humanista de Gaspar Frutuoso, unida a su experiencia personal marcada por las inquietudes, los viajes y la realidad insular, lo empujan a aventurarse a la redacción de una obra capital capaz de recoger con exhaustividad enciclopédica y estilo poético los archipiélagos de Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde.

SAUDADES DA TERRA: CANARIAS Y CABO VERDE

Se podría decir que Saudades da terra es la única obra de Gaspar Frutuoso, teniendo en cuenta que Saudades do Céu es apenas un esbozo y que otros posibles textos del autor azoriano no han llegado hasta nuestros días. No obstante, se trata de un trabajo absolutamente ambicioso para el momento, fruto de años de investigación y trabajo.

Esta obra se divide en seis volúmenes. El primer libro, de treinta y dos capítulos, se centra en Canarias y Cabo Verde. El segundo, de cincuenta y un capítulos, describe el archipiélago de Madeira. El tercero de los volúmenes cuenta con veintiséis capítulos y está destinado a la Ilha de Santa Maria en Azores. En el cuarto libro, de ciento trece capítulos, el autor se centra en su tierra natal, la Ilha de São Miguel. El quinto provoca una ruptura en la línea temática presentando una obra dialogada, de tipo bucólico y caballeresco, titulada História dos dois amigos da ilha de São Miguel. Finalmente, el último libro, que consta de cuarenta y nueve capítulos, dirige la mirada a la Ilha de Angra e Horta, en el archipiélago de las Azores.

El volumen primero distribuye sus capítulos de la siguiente manera: del capítulo I al VIII tiene lugar la introducción y una reflexión de tipo filosófico y autobiográfico; el siguiente tramo de capítulos (IX-XX) está dedicado a las Islas Canarias y únicamente el XXI se centra en el archipiélago caboverdiano. El resto de capítulos trata distintos temas como el viaje de Cristóbal Colón, el descubrimiento de las Antillas, el Tratado de Tordesillas, los conflictos de intereses entre Portugal y Castilla, el viaje de Magallanes y Elcano, o la leyenda de la Atlántida. En los episodios correspondientes a los archipiélagos de Cabo Verde y Canarias, Frutuoso ofrece datos de especial relevancia, ya que detalla numerosos aspectos de las islas tras su ocupación, pero también de su realidad pre-colonial. Esto lo ha llevado a ser considerado como “Historiador das Ilhas”[9]. Sin embargo, la veracidad de su relato pudo verse comprometida al proceder esencialmente de un trabajo de documentación y no de observación directa. Las conjeturas sobre un posible viaje de Frutuoso a las Islas Canarias son diversas, pero, tal y como apuntan Elías Serra, J. Régulo y S. Pestana en el prólogo a la edición Fontes Rerum Canariarum, las propias declaraciones del azoriano pueden dilucidar si tuvo o no la oportunidad de obtener información personalmente: «diversos cronistas e autores », «algumas cousas que mais pude alcançar saber lidas e ouvidas», «que pude saber da informação de alguns nobres e antigos islenhos», «o que. . . pude saber de testemunhas de vista e de ouvida».

Tampoco es posible saber si el escritor de São Miguel conoció de primera mano las islas caboverdianas, lo cual parece aún más improbable; aunque el propio título del capítulo XXI podría ayudar a aclarar esta incógnita: «Em que brevemente conta a Verdade o que pôde saber do descobrimento das ilhas do Cabo Verde». No obstante, la ausencia del autor en las islas no parece haber impedido que los capítulos dedicados a estos dos archipiélagos continúen resultando narraciones muy ricas para un conocimiento global de los mismos, sin olvidar la valorización que supone situarlos en una obra de tales dimensiones. Gaspar Frutuoso demuestra en estos episodios su curiosidad y su erudición al contrastar las informaciones existentes y exponer con un acierto literario que roza la exageración poética la realidad de estas islas atlánticas bajo la óptica del historiador, del naturalista, del antropólogo, del cartógrafo, del economista, del aventurero, del humanista.

RELACIÓN CANARIAS-CABO VERDE EN SAUDADES DA TERRA

El trabajo “multidisciplinar” de Gaspar Frutuoso hace que sea posible establecer conexiones entre los distintos archipiélagos atlánticos, en diferentes campos y bajo el criterio de un mismo autor. Su narración resulta especialmente interesante, puesto que aporta datos y consideraciones desde la perspectiva no sólo del portugués y del teólogo, formado en España, sino también del azoriano, del isleño. La mirada de Frutuoso permite abordar múltiples aspectos que unen el archipiélago caboverdiano con el canario. En Saudades da terra, los principales puntos de unión entre archipiélagos pueden ser agrupados en tres conceptos: naturaleza, comercio y población. Veámoslos por este orden.

El descubrimiento de un nuevo territorio genera siempre una gran expectación, puesto que desvela a los expedicionarios una nueva realidad. El espacio natural de las islas atlánticas contrasta con la del continente europeo no sólo por la diversidad de especies animales y vegetales, desarrolladas en condiciones climáticas muy diferentes, sino especialmente por su carácter geológico. El origen volcánico de estos archipiélagos determina su disposición orográfica, caracterizada por paisajes completamente delirantes para el viajero europeo.

El terreno de las islas Canarias y de Cabo Verde despierta, sin duda, el interés de los navegantes castellanos y portugueses. No obstante, Gaspar Frutuoso no se detiene en este aspecto cuando realiza las descripción de dichos territorios; un dato especialmente remarcable teniendo en cuenta su interés por el campo de la geología. La explicación puede hallarse bien en la falta de documentación al respecto o bien en el origen del propio autor. Es posible que Frutuoso no se sintiera particularmente atraído por la formación geológica debido a que es similar a la de Azores, su tierra natal. Sea cual sea el motivo, suma importancia a las dos únicas referencias que hace a este aspecto de las islas, los volcanes del Teide, en la isla canaria de Tenerife, y el Pico do Fogo, en Cabo Verde.

La isla de Fogo es la cuarta en superficie del archipiélago caboverdiano, con 476 km2, pero la primera en altitud, gracias al pico de su volcán, que se yergue 2829 metros sobre el nivel del mar. Las dimensiones de este edificio rocoso serán una de las características que más atraiga al literato portugués: “altíssimo pico […] que, do plano da água do mar até o cume dele, imaginando uma linha direita, poderá ter três léguas de alto […] Dizem que se acha ser este pico maior que outro que há nas Índias de Castela e outro que há em Maluco, na Índia de Portugal, e que outro de Sicília”.[10]

Gaspar Frutuoso demuestra así tener un gran conocimiento de distintos volcanes del mundo, como es el caso del Vesubio con el que se asemeja Pico do Fogo. Sin embargo, el aspecto del volcán que el autor privilegia es su actividad. El carácter agresivo de esta formación permite al azoriano crear un discurso de alabanza:

pico, que sempre arde e deita fogo de dia e de noite […] e vomita grandíssimos fogos de contino e às vezes deita grandes ribeiras de fogo e todas se convertem, depois de resfriadas, em cinza e pedra pomes e vão ter ao mar. […] e não se acham outros [vulcões], até agora, tão contínuos e furiosos; e declaro que este do Cabo Verde […] se é de noite e está o tempo sereno, deita tão grande fogo no cume que se parece a catorze e quinze léguas ao mar, e se é de dia e está o tempo sereno e o céu limpo, ver-se-á o fumo e a grande nuvem, que faz, a vinte léguas e de avantage.

Frutuoso pone de manifiesto su interés por la geología y centra su descripción en los procesos volcánicos y en la majestuosidad de los mismos. La calidad de los detalles referidos a los efectos de tal explosión se deduce de la actividad reciente del propio Pico do Fogo, cuya primera erupción conocida data de 1500. Este episodio resulta tan impresionante y memorable que marca un cambio considerable no solo en la concepción de la isla, sino también en su denominación, dado que verá modificado el nombre de São Filipe, designado tras su descubrimiento, por el de la ilha do Fogo. Este dato ya es observable en el propio testimonio de Gaspar Frutuoso: “A ilha de S. Filipe, que (como já disse) por outro nome se chama a ilha do Fogo”, “S. Filipe, que é a ilha do Fogo”. La obra de Frutuoso, concebida en la segunda mitad del siglo XVI, se encuentra marcada por la figura emblemática del Pico do Fogo y por el acontecimiento histórico de su actividad reciente.

El Teide, por el contrario, no destaca por su actividad, ya que su último proceso eruptivo fue muy anterior. Sin embargo, diversos son los relatos de viajes que describen su vulcanismo, como el de Cadamosto (1455), que lo describe como “una montaña, en el centro de la isla como un diamante bastante alta, y que está continuamente ardiendo”, o el de Gomes Eanes de Zurara (1488), que se refiere a Tenerife como “a ilha de Tanarife, ou do Inferno, porque tem em cima huũ algar porque saae sempre fogo”[11]. Gaspar Frutuoso alude igualmente a esta característica, definiendo esta montaña de la siguiente manera: “é rasa e fumosa a tempos no alto, pelo muito enxofre que nela se acha”, “um vulcão que de si deita continuamente fumo; como o vulcão de Guatimala das Fonduras”. El autor vuelve a dar muestras de sus conocimientos en este campo y describe la actividad volcánica existente de forma muy breve, puesto que el estado que presenta el volcán tinerfeño se opone a la vivacidad del Pico do Fogo.

No obstante, la imagen del volcán tinerfeño destaca por otros rasgos que parecen superar a la cumbre caboverdiana. Gaspar Frutuoso deja constancia de la magnitud del Teide, así como de la impresión resultante:

una serra que alguns chamam o pico de Teide […] que dizem ser urna das cousas mais altas, que navegantes sabem e vêem claramente sessenta léguas antes de chegar a ela, e de um terreiro, que faz como praça no cume dela, quando o mar está em calma, se vêem todas as outras Ilhas e parece cada uma delas un bairro pequeno, com estar algumas distantes mais de cincoenta léguas, e ter outras tantas de circuito.

El escritor azoriano se sirve del dato científico, a través del modelo métrico portugués, para evidenciar el tamaño del volcán; pero no de su propia altitud, de 3718 metros, sino de la distancia a la que puede ser visto por los navegantes o en otras islas, a pesar de que en el momento en que Frutuoso redacta Saudades da terra ya existían datos, como los que proporciona Cadamosto en 1455, de quince leguas portuguesas; André Thevet en 1555, de dieciocho leguas; o Beeckman en 1560, de dos millas y media. El autor alude entonces a una descripción gráfica capaz de valorizar la grandeza de esta montaña, como la imagen de unas islas minúsculas como “bairros” que se percibe desde la cima o la comparación (“afirmam os que o viram, ser mais alto que o da ilha do Pico”) y la utilización del lenguaje poético (“que parece se ajunta com o Céu”). Gaspar Frutuoso no duda en recurrir a este tipo de escritura para destacar el objeto de su estudio, aunque esto suponga sobreponerlo al punto más alto del archipiélago de Azores.

La documentación relativa al Teide resalta un aspecto de este derivado de su gran altura y al que Frutuoso hace referencia en su obra: la nieve. Es descrita como una montaña “sempre nevada no meio até S. João. […] E dali até ao fim de Agosto podem subir a ela; está com neve, havendo nela muita o restante do ano, com não nevar jamáis em tôdas aquelas ilhas circunstantes.”

La información que ofrece de la duración del manto blanco sobre la cumbre es repetida: “neva muitas vezes neste pico com que muito tempo do ano está com as neves muito alvo”, tal y como sucede en la mayoría de las crónicas y relatos de viajes que hablan del Teide. Esto deja entrever que, aunque hoy en día la nieve en este volcán no sea tan frecuente ni duradera, anteriormente sí lo era. Uno de los ejemplos más evidentes es el hecho de que la isla de Tenerife fuera designada como Nivaria en la Antigüedad.

La descripción de estos dos volcanes supone una pequeña parte del texto dedicado al medio natural de estas islas atlánticas, puesto que para potenciar su valor, el autor centra su discurso en las posibilidades naturales que ofrecen. Raras son las ocasiones en las que describe especies de las que no se puede sacar ningún provecho, como es el caso de los “gatos de algáia” o los “bugios” de Cabo Verde, a los que Frutuoso dedica un párrafo; o los “corvos”, “guirres” y “milãos” de Canarias, deteniéndose en la descripción de los perros de Gran Canaria, origen del nombre de esta isla; aunque también menciona algunas especies vegetales inútiles para el hombre como los “cardões”. La mayor parte de las alusiones hechas por el escritor azoriano no se centra en el simple interés botánico y zoológico, sino en la productividad que la fauna y la flora puedan ofrecer. Por este motivo, no realiza distinciones entre especies locales e introducidas, salvo en ciertas ocasiones. Una de ellas tiene lugar en al apartado dedicado a la ilha de São Nicolau, donde se especifica que en ella existen “muitos arvoredos estrangeiros”, y otras, durante la descripción de La Gomera: “E depois mandou plantar aquêle vale de árvores de espinho, e de outras sortes de frutas que ali se dão muitas e boas”, “onde há grande copia de veados […] que de Espanha mandou trazer o Conde”. Frutuoso privilegia la diversidad y abundancia de frutas, legumbres y ganado de las islas, a pesar de que no formen parte de su ecosistema original. Prueba de ello se encuentra en el relato del espacio caboverdiano: “tem muitas palmeiras, que dão cocos, e muitos algodoais […] Tem muitas bananeiras […] Tem muita fruta de espinho e outras frutas: peras, figos, melões, uvas […] Tem feijões e abóboras de muitas maneiras.”

También en la descripción del medio canario: “Há nas faldras destas serras […] muita caça de cervos e perdices […] e também se acham porcos javalis.” Estas imágenes corresponden a realidades importadas, teniendo en cuenta que antes de la colonización nunca existieron tales animales en las Islas Canarias y que no habitan en ellas en la actualidad; y que las primeras referencias a Cabo Verde ponen de manifiesto que se trataba de un archipiélago estéril, azotado por condiciones que dificultaron su poblamiento. Estas afirmaciones demuestran que la intención del discurso es apreciar la riqueza natural con el objetivo de elevar el estatus de estos territorios desde el punto de vista de la producción y el comercio, así como del propio bienestar; tal y como defiende Gaspar Frutuoso en las últimas líneas del capítulo dedicado a Cabo Verde:

Todas estas ilhas são muito sadias e têm muitos ares frescos nortes e nordestes. Dão todas as frutas que há em Portugal e maravilhosíssima hortaliça. Todo o pescado delas é muito sadio. Dão infinitíssimos algodões e não tendo trigo, por estarem na zona tórrida e serem ilhas, dão todo o género de legumes de que a gente se sustenta. […] e, pera concluir, toda a infâmia que há destas ilhas serem doentes e muito enfermas é falsa, porque os homens regrados no comer e no beber, tendo castidade, vivem muito nelas e, sendo luxuriosos, morrem a poder de câmaras e de sangue.

El autor parece querer evidenciar con su obra que, tanto el archipiélago canario como el caboverdiano, en contra de lo que pueda decirse, son territorios que disfrutan de muy buena salud y que ofrecen grandes ventajas a sus pobladores, así como a los navegantes que deciden comerciar en ellos.

Gaspar Frutuoso 1522 - 1591)

Gaspar Frutuoso (1522 – 1591)

La fertilidad de estas tierras atlánticas sirve de argumento a Gaspar Frutuoso para explicar la emigración hacia las islas, así como el ingente movimiento mercantil que tiene lugar en ellas en el siglo XVI. La abundancia señalada es un reclamo innegable y así lo manifiesta en sus descripciones. En el capítulo dedicado a Tenerife pone en evidencia esta relación: “Também a ilha de Tenerife enriquece não somente a seus naturais, mas a estrangeiros portugueses, que nela moram, lavradores, e mercadores e oficiais, e a outros de diversas partes e reinos, que a ela vão. É abundantíssima em todos os frutos, de ares sãos e frescos, bem governada e regida.”

La explotación de los recursos naturales actúa como uno de los factores más relevantes en el progreso económico de Canarias y Cabo Verde, pues constituye la base de los intercambios comerciales. La productividad de las islas, situadas en puntos geoestratégicos de vital importancia, está destinada al consumo local, pero, sobre todo, a su exportación. Las rutas marítimas trazadas por los europeos de camino a las Indias orientales y occidentales, así como a la costa africana, marcarán una escala indispensable en estos puertos. Gaspar Frutuoso no es ajeno a esta realidad y la detalla en su obra, aludiendo tanto a los comerciantes como al objeto de comercio.

Saudades da terra es producto del contexto europeo del siglo XVI, particularmente marcado por las grandes navegaciones. Por lo tanto, en el capítulo XXI se pone de relieve la situación de las islas caboverdianas como enclave para los navegantes portugueses que se dirigen a los territorios lusos en África y América, así como para los españoles en sus viajes hacia el Nuevo Mundo: “E da banda do Sul dela [Santa Luzia] e da de S. Nicolau, estão dois ilhéus de muito peixe onde fazem pescaria os navios que vão pera Brasil e S. Tomé.” También: “Pela ilha de Santiago vão as naus de Espanha pera as Índias de Castela e as de Portugal pera Angola, pera Guiné e para Congo.”

El escritor de São Miguel también reconoce el prestigio de los puertos canarios, puesto que comparten con los caboverdianos una posición privilegiada en el Océano Atlántico. No obstante, estos no son los únicos datos que aporta. El estudio de Frutuoso abarca especialmente el tipo de comercio que se lleva a cabo, por lo que detalla hasta qué punto son fructíferos los archipiélagos en lo referente a la producción y a la exportación. Se describe el comercio de productos como “lãs, queijos, breu” y “cevada”, como en el caso de El Hierro; así como el del algodón, uno de los sectores más fructíferos en Cabo Verde, tal y como se apunta en Saudades da terra: “A ilha de Santiago […] tem […] muitos algodoais, que são árvores tão grandes como macieiras, que deitam uns bugalhos, donde se cria e sai o algodão, dos quais, abertos, o tiram.”

Pero, sin duda, el comercio más destacable es el del azúcar. Su alta cotización en el mercado europeo hizo que países en pleno auge expansionista, como Portugal y España, aprovecharan los recientemente colonizados territorios atlánticos para introducir la caña sacarina. De esta forma, queda reflejado en el relato de Gaspar Frutuoso, que celebra la fertilidad y el cultivo de las tierras canaria y caboverdiana aludiendo principalmente a los ingenios azucareros. Exceptuando las islas de Fuerteventura, Lanzarote y El Hierro, el Archipiélago Canario disfruta, bajo la mirada frutuosiana, de una posición comercial extraordinaria en lo que se refiere al comercio azucarero. La descripción que hace de cada una de las islas restantes y de sus localidades se centra a menudo en la cantidad de ingenios de azúcar, destacando en ocasiones el alcance de su exportación: “até Garachico há duas léguas todas plantadas de vinhas e canas de açúcar; a esta vila de garachico vem grande escala por ter com porto, onde se carregam muitos vinhos e açúcares, que da banda norte se fazem para as Índias de Castela, Flandres e Inglaterra”.

El cultivo de la caña de azúcar se implanta en Cabo Verde y Canarias desde la isla de Madeira, donde su producción se había desarrollado muy favorablemente. Se deduce del discurso de Frutuoso que a finales del siglo XVI, Madeira se mantenía a la cabeza de la producción azucarera: “A ilha de Santiago dá muito açúcar, e fazem-se muito boas conservas, ainda que nada disto chega ao da ilha da Madeira.” También en los apartados destinados al Archipiélago Canario, cuando describe una de las localidades de Gran Canaria: “Arucas, que tem outros [engenhos], em que se faz açúcar, que quere competir com o da Ilha da Madeira, e dizem os moradores ser melhor”.

Una vez más, el autor encuentra argumentos para valorizar estos archipiélagos. Las relaciones comerciales, sobre todo las fundamentadas en el azúcar, sirven para establecer un punto de unión entre estas colonias atlánticas, así como para elevar la categoría de sus puertos, como es el caso del de La Gomera, en el que Frutuoso se detiene: “E nem em Sevilha se poderá achar tanto, e nem preços tão comuns […] se vendiam sem exceder o modo, e não como em outras partes, onde se usa com estrangeiros de muita crueza, não sei se contra caridade, vendendo o gato por lebre”.

A pesar de todo, el escritor azoriano no señala otro de los puntos que vincula los dos archipiélagos y que representa la actividad más lucrativa que tuvo lugar en Cabo Verde y, sin duda, la que marcó más profundamente su historia: el tráfico de esclavos.

En la descripción de las islas, Frutuoso reserva un lugar para sus habitantes, donde no sólo a explicaciones de la situación colonial, sino también de la escena poblacional anterior a la llegada de los peninsulares. Sin embargo, la realidad pre-colonial de estos archipiélagos es radicalmente opuesta, ya que Canarias se encontraba ocupada por los aborígenes isleños, mientras que Cabo Verde, deshabitada. El estado poblacional que hallan los nuevos gobernadores determinará el proceso colonizador que tendrá lugar en cada uno de los territorios.

El autor de Saudades da terra fija su atención en los nativos canarios. En el relato histórico de estas islas, hace referencia a la actitud de los antiguos pobladores frente a la llegada de los castellanos: “em tôdas estas sete ilhas […] nos costumes eram, e são semelhantes; porque todos são mui valentes e animosos destros e ligeiros em todos os exercícios de guerra, correm, saltam, lutam e tiram funda e lançaa, mais que outra nação”.

Sin embargo, Frutuoso desea aclarar que sus primeros habitantes ya no son ajenos a la civilización y a la fe, por lo que actúan de forma similar a castellanos y portugueses, a quienes considera salvadores de estas islas. De esta manera, ofrece una imagen amable y occidentalizada de los aborígenes: “eram todos mui valentes e desenvoltos; mas por fim foram vencidos e reduzidos a sujeição de Espanha e ao culto divino, que era o que mais lhe importava”, “seus moradores são tementes a Deus, afabiles, e de boa conversação”.

Especialmente cuando se refiere a las mujeres de la isla de La Palma, a quienes las crónicas describen como excelentes guerreras:

dizem que as mulheres pelejavam, e não podendo mais, se renderam […] agora […] as mulheres de feras, bravas e guerreiras se tornaram urnas cordeiras mansas, afáveis e conversáveis; são muito formosas, alvas e discretas, corteses e bem ensinadas; algumas casadas com portugueses, e algumas com castelhanos, ainda que são poucos os mestiços; são de gentil corpo, e disposição, graciosas no falar, cantar e danzar, que é seu costume; é fidelissima gente.

Otro de los argumentos presentados para alabar el tipo de población de este territorio atlántico reside precisamente en esta fusión étnica, o bien, de la expulsión o desaparición del pueblo aborigen. Por este motivo, Frutuoso afirma que de todos los indígenas “ficaram muito poucos, porque todas estas Ilhas estão povoadas já de gente de Espanha e doutras partes”. Aunque en la descripción poblacional de la isla de El Hierro, afirma:

e como os espanhóis e islenhos até hoje são os habitadores dela, ainda que não são muitos agora, porque como foram práticos, e caíram em bom uso de razão, logo se deram a ir-se daí a outras partes; mas parece que jamais se extinguirão até o fim do mundo, porque sempre as covas estão cheias deles, e não fazem casas, senão algumas, que se casam com portugueses.

Parece evidente que Frutuoso pretende mostrar una versión óptima del proceso de colonización en las islas. Los primeros pobladores se han adaptado, salvo en algunos casos, al modo de vida impuesto:

Agora já tém perdido estes islenhos a constelação ou inclinação de mudáveis, e são firmes na amizade, que prometem, e na religião cristã, e devotos de Nossa Senhora. São dados a criações de gado, e não buscando curiosidade de caças, moram nas cavernas da terra e ovas e furnas das rochas; ainda que na polícia e trajos do vestido são já agora quási todos tão custosos, êles e elas, como os mais polidos castelhanos de Espanha.

Sin embargo, no hace referencia a los métodos utilizados por los castellanos para alcanzar esta situación. El azoriano expresa una realidad desde el propio punto de vista del colonizador: “quieta e ditosa terra pois nunca foi de inimigos entrada, nem sequeada”. El interés recae en la glorificación de la acción portuguesa y castellana, de modo que no menciona la esclavitud salvo si se trata de momentos puntuales y lejanos en la Historia, o si no está vinculada con la actividad peninsular. Frutuoso menciona el cautiverio de isleños en algunas de las expediciones del siglo XV, así como en la conquista de Tenerife, donde no sólo se utilizaron aborígenes de Gran Canaria para vencer a los guanches, sino que sirvió de fuente de esclavos: “e porque foram tão trabalhosos de vencer e resistiram mais que nenhuns de tôdas as outras ilhas de Canária; os cativaram; esta foi a causa, por onde daquele só ilha traziam canários cativos, e não das outras, que mais fácilmente se renderam.”

Con esta alusión el autor pretende justificar el proceso esclavizador en las islas, limitándolo a una de las islas, a pesar de que también se privara de libertad a aborígenes de otras islas. Por otro lado, defiende las incursiones realizadas en la costa africana cercana al archipiélago, acometiendo contra actitudes y actividades idénticas por parte de los habitantes de la Berbería: “a Costa de Berberia, donde vieram a elas [Lanzarote e Fuerteventura] mouros por duas vezes e roubando-as levaram delas alguna gente cativa; porque êstes e outros semelhantes gôstos e desgôstos, costuma dar a ruim vizinhança”.

No obstante, las razias comparten escenario con otra práctica habitual en las islas, y que relaciona ambos archipiélagos, el tráfico de esclavos. Esta jugará un papel esencial tanto en el poblamiento de las islas de Cabo Verde, como en su desarrollo económico.

Tal y como señalamos anteriormente, la mayor parte de los primeros habitantes pos-coloniales de este archipiélago provienen del continente africano de manera forzada. De este modo, el portugués convive con el africano, que conserva su estatus de esclavo y que, en muchas ocasiones, no es más que objeto de comercio. Frutuoso, sin embargo, elude por completo este episodio crucial de la Historia caboverdiana, mencionando únicamente la presencia de negros en el archipiélago mediante la cita de un texto de Damião de Góis: “porque neste [ano] e nos […] seguintes já no reino havia muitos negros, que os que iam descobrir consigo trouxeram.”

Resulta increíble pensar que el azoriano desconociera un aspecto tan importante de la realidad caboverdiana como es la esclavitud. La preocupación por la descripción positiva de las islas y por la fe cristiana parecen obligar al autor a eludir esta evidencia, por lo que en ningún momento detalla el tipo de población que existe en cada una de las islas, como hace con Canarias, ofreciendo al lector una única información al respecto: el número de habitantes de la que Frutuoso considera la metrópolis de Cabo Verde: “a cidade se chama Santiago […] Será a cidade de duzentos vizinhos”. Este dato contrasta con los de otras ciudades canarias descritas en la obra, como Santa Cruz de La Palma, de “mais de dois mil vizinhos”; o Santa Ana, en Gran Canaria, con “mais de três mil vizinhos”. El cálculo poblacional realizado por Gaspar Frutuoso parece no corresponder con la realidad, teniendo en cuenta que las islas de Cabo Verde disfrutan en el siglo XVI de una situación comparable a la del resto de archipiélagos atlánticos y que la isla de Santiago representa su centro neurálgico.

Los datos aportados despiertan muchas incógnitas con respecto a la exactitud objetiva del relato frutuosiano, sobre todo, si consideramos la información que ofrece Bentley Duncan: “No período de três anos 1513-15, 29 barcos trouxeram 2.966 escravos para Santiago”. El propio historiador anglo-brasileño señala que la mayoría de estos esclavos estaban destinados a la reexportación hacia las Indias Orientales[12], Occidentales, así como para las Islas Canarias, tal y como demuestra un documento que data de 1567, en el que se realiza un contrato para la compra de esclavos en la colonia portuguesa desde la isla de Gran Canaria: “son de acuerdo en enviarle por piloto en una barca desde esta isla a Cabo Verde a resgatar esclavos con mercaderías”.[13]

Gaspar Frutuoso se propone reflejar la realidad de estos dos espacios atlánticos, pero puliéndola y desechando información. Ignora la crueldad de la conquista y el comercio de esclavos, esto es, hechos trascendentales de la historia de Canarias y, especialmente, de Cabo Verde.

Sin duda, la obra de Gaspar Frutuoso, un hombre puramente quinientista, nace en condiciones de conocer ciertas realidades de estos archipiélagos; pero no deben olvidarse los intereses y las corrientes culturales de su época.

En Saudades da terra, el autor utiliza la documentación y los conocimientos que tiene a mano para dejar constancia de la relevancia en el terreno productivo y mercantil de las islas, y también para favorecer la imagen de los portugueses. Esto significa que no ofrece toda la información relacionada con estos territorios, sino particularmente aquella que la ilustra más positivamente desde el ángulo de sus intereses. Esto conduce a evitar el relato de ciertas realidades, como la historia de la esclavitud en Cabo Verde o la crueldad en la conquista de Canarias. Gaspar Frutuoso es hijo de su época y centra por ello su discurso en la exaltación de las excelentes condiciones de vida, la enorme fertilidad de la tierra y las infinitas virtudes comerciales de estas islas.

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NOTAS

[1] El artículo aquí reproducido por ACL Revista Literaria es una versión reducida del trabajo presentado en la Université de Lorraine al concluir los estudios de Langues, littératures et civilisations étrangères. Specialité Portugais en 2014.
[2] Publicado por Ediciones Idea en 2010.
[3] Simão Barros, Origens da colónia de Cabo Verde. Cadernos Coloniais, Lisboa, Edições COSMOS, 1939, 3-5.
[4] Cosmógrafo y navegante alemán.
[5] “Povoamento de Cabo Verde (1ºs núcleos populacionais)”, en https://antoniocv.wordpress.com/category/historia-e-geografia-de-cabo-verde-7o-ano/ [5/05/2014] [6] Después de 1466, el rey D. Afonso V, respondiendo a una carta de su hermano el infante D. Fernando, administrador da Ordem de Cristo, define esas dificuldades. Refiere entonces el rey que el infante “havia quatro anos que começara a povoar a ilha de Santiago (…) que, por ser tão alongada de nossos reinos, a gente não quer a ela ir viver, senão com muitas liberdades e franquezas” (Carta de 12 de junio de 1466).
[7] Cfr. Origens da colónia de Cabo Verde. Cadernos Coloniais, cit., 16-18.
[8] Dados biográficos por Rodrigo Rodrigues en su edición de 1923, a través de la Ed. De Ponta Delgada.
[9] Lo dice Álvaro Rodrigues Azevedo en Fontes Rerum Canariarum.
[10] Livro Primeiro das Saudades da Terra, Ponta Delgada, Edição do Instituto Cultural de Ponta Delgada, 1966, 164.
[11] Escrito así en Gomes Eanes de Zurara, Chronica do descobrimento e conquista da Guiné, Paris, J.P. Ayllaud, 1841, 375.
[12] Bentley Duncan, “O tráfico de escravos en Vabo Verde”, traducción de Rendall Leite, Ponto & Virgula, 4 (agosto-septembro 1983), 14-23.
[13] Manuel Lobo Cabrera, Textos para la Historia de Canarias, Las Palmas de Gran Canarias, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1994, 195-196.