El Farallón, de Sabas Martín

Reseña de M.ª Carmen Escárate · Insulario, Reseñas

Reseña de M.ª Carmen Escárate


El Farallón o al realidad hecha mito

Ciertamente, como se nos avisa en la contraportada, El farallón, de Sabas Martín (Santa Cruz de Tenerife, 1954), es una novela de “difícil etiquetación”. Y lo es por diferentes motivos. El primero de ellos, perceptible antes de ultimar por completo la lectura, es esa mezcla radical y sorprendente, -nada habitual en la novelística tradicional-, de lo narrativo y lo poético. Pero no se piense que se trata de una prosa más o menos adjetivada, surcada de acentos líricos. Ni mucho menos. Aquí el autor ofrece capítulos alternos en donde lo estrictamente narrativo, de una escritura directa y despojada de retóricas, se complementa con extensos poemas de una fuerte impregnación barroquizante que, paulatinamente, se van implicando con la prosa que narra las vicisitudes del personaje protagonista: un náufrago encallado en lo alto de un farallón surgido tras una erupción submarina y que aguarda ser rescatado. Pero ese protagonista explícito, en el que se resumen a la vez la historia individual y el devenir colectivo, cuenta con el contrapunto de otro personaje de perfil más difuso e impalpable.

Me refiero a la Naturaleza –Naturaleza insular canaria- cuyos ecos se manifiestan a través de esos poemas de largo aliento y lenguaje desbordado, exuberante. Al final, es la voz de la Naturaleza la que ocupa el primer plano narrativo, si bien es cierto que esa voz se identifica con la misma hoguera de incertidumbre acerca del futuro que aguarda al náufrago. De esta forma se culmina así el propósito del autor de ofrecer una “parábola ecológica” en donde el destino del individuo, y de toda la historia colectiva que en él se simboliza, va indisolublemente unido al del medio, al del paisaje, al de la geografía real y tangible en que se inscribe.

El FARALLÓN (PORTADA)

Pero, ahondando más allá de lo evidente que se muestra en una primera lectura, yo diría que El farallón es una novela hecha con procedimientos poéticos. Y no porque el autor sea poeta –que también lo es-, sino porque emplea recursos propios del discurso lírico. No me refiero solamente a la personificación de elementos de la Naturaleza a través de un decir metafórico. Hablo también de elipsis, símbolos, analogías o mitificaciones, entre otros elementos. La base real, los acontecimientos ciertos sobre los que el autor basa su historia, son la erupción submarina ocurrida en la isla de El Hierro en 2011, el incendio que asoló en 2012 el Parque Nacional de Garajonay, y el anuncio de próximas prospecciones petroleras en las costas insulares canarias. Unas prospecciones que, anticipándose en el tiempo, Sabas Martín da ya por realizadas en el relato, señalando sus devastadoras consecuencias.

A partir de esa realidad constatable, el autor la trasciende desde el mito y el símbolo para elaborar todo un imaginario de diferentes niveles de significación. No nos hallamos ante un realismo al uso, sino ante la elaboración de una “realidad otra”, más compleja, que ensancha los límites de lo real que la sustenta. Esa realidad trascendida tiene su escenario en Isla Nacaria, el territorio literario mítico –cifra y resumen de Canarias- presente en otras novelas del escritor que han sido traducidas y publicadas en Alemania, Italia y Francia.

Con estos elementos, Sabas Martín propone una indagación entre las relaciones entre los individuos –como sujetos particularizados, pero también como colectividad, vuelvo a señalar- y el medio natural. Y de qué manera confluyen tradición y modernidad, turismo y futuro, en la configuración de la identidad isleña en un presente y un porvenir cuajados de sombras de incertidumbres. Igualmente, se nos advierte de los riesgos y servidumbres de la explotación indiscriminada y arbitraria del entorno, ejemplificada en las extracciones petroleras. Todo ello, repito, con el mito y el símbolo como trasfondo para trascender el horizonte primero de lo que se dice, multiplicando y ampliando el alcance y la repercusión de su significado inmediato.

Así, por citar algunos ejemplos, podemos ver cómo los personajes del padre y la madre del náufrago varado nos remiten a dos formas diferentes de asumir la realidad: conservador, tradicional, reacio al turismo, el uno; y confiada, soñadora, abierta a nuevas experiencias, la otra. El padre: lo tangible, lo concreto, con los pies en la tierra. La madre: lo posible, lo bueno por venir, con la mirada en los cielos donde rastrea la presencia de las aves de Isla Nacaria. Y otro tanto sucede con la amante y la esposa. Una amante -visitante foránea que viene de vacaciones y como viene se va- que se da pero no se entrega, y un esposa que exige y requiere establecerse en la solidez de lo seguro conocido. Ambos personajes son espejos –espejos enfrentados- que retratan distintas actitudes en la vinculación que se produce, por un lado entre la Isla con el turismo, y por otro, entre la Isla con sus habitantes. Voluble y efímera, en un caso; permanente y constante, en otro.

Y aún podríamos añadir el uso de analogías, explicitadas en el relato, como la casa de los padres del protagonista que él asemeja a un “caramelo”; o su piso en Cruzsanta que es un “pan migajoso”; o el apartamento donde residió en el Sur de la Isla que se convierte en una “caja de fósforos” que encienden alternativamente la pasión y el deseo eróticos que suscita la amante, y las exigencias y compromisos que reclama la esposa.

En esa dualidad narrativo-poética que singulariza la novela hay que señalar asimismo que El farallón está salpicado de episodios que, a la manera cervantina, derivan la historia que se narra hacia otras historias que la complementan. Eso ocurre con peripecias como las del pelícano Petros, el “bobo de mar”, el renacido, la tripulación del barco abandonada en un muelle insular que no puede abandonar la nave y bajar a tierra porque no cuenta con “los papeles” que lo autoricen… Todos esos episodios se imbrican con el monólogo del náufrago que se habla a solas a sí mismo para alejar las sombras del miedo y la locura. Un soliloquio que transcurre a lo largo de una jornada y que, en el suceder de la acción –una acción falsamente estática puesto que se trata de un tiempo que resume la evocación de un existir cronológicamente cambiante-, va dando muestras de la evolución psicológica del personaje, con sus desfallecimientos, desvaríos y consternaciones, enfrentado a la soledad y el aislamiento. Un náufrago, el de la novela, en el que se cifra el propio destino de la Isla; que es imagen y reflejo duplicado de Nacaria misma –de Canarias, en suma-; y que quiere sobrevivir en el eco de las palabras. Y, de nuevo, otro elemento simbólico en el que quizás subyace lo que es una íntima declaración de principios del autor: perdurar, prevalecer, existir por y en la palabra. Esto es: vivir en los ecos múltiples del lenguaje.

Lo he dicho al principio: El farallón no es una novela al uso. Siendo narrativa es poesía y siendo poesía no deja de configurarse como narrativa. Novelas anteriores del autor pertenecientes al ciclo de Isla Nacaria daban muestras de esa esencial combinación, especialmente en el empleo de una escritura donde lo telúrico y lo lírico iban acompasados. Aquí, Sabas Martín radicaliza esos procedimientos expresivos, arriesgando una nueva vuelta de tuerca, para componer una obra atractiva, plena de calidades, y con un decidido compromiso ético. El universo de Isla Nacaria es el de Canarias, sí, pero del mismo modo supone una visión del mundo en nuestro tiempo. Una visión fundamentada desde una voz literaria original, tan intensa como sugestiva.

El Farallón, Sabas Martín
Huerga y Fierro
Madrid, 2013, 144 págs.

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