En un lugar de Fetasa vivía

Por Juan José Delgado · Insulario, Miscelánea

Isaac de Vega, parco en palabras o ensimismado. Era un Isaac que, cuando lo veo pensante, me viene una figura detenida, que ha guardado sus manos en los bolsillos y que, con las piernas muy poco separadas, se afirma en el suelo, firme, pero no erguido, pues alonga su cabeza un poco hacia el frente, hacia el aire, como para mejor entrever o entreoír a sus criaturas de aire. ¿Era acaso así cómo cogía, al vuelo, las sensaciones de un ser perdido en medio del mundo y en el misterio del infinito universo?

Era un escritor que sabía transferir a las criaturas de ficción sus propios deseos, temores e incertidumbres. Si toda novela sale en busca de un destino, él compartirá con su antihéroe la travesía por una tierra incógnita. El autor bebería de las experiencias extraordinarias de sus personajes, y sus personajes se acercarían al ansia de conocimiento que habitaba en el autor. Ambas partes se juntaban en una íntima unidad para explorar en compañía el solitario camino de la existencia.

Isaac de Vega veía al ser humano como un brevísimo fenómeno cortado por el vacío: antes de nacer, la nada; después de vivir, la nada. ¿Cuántas fueron las veces en que aludió al particular  principio de su energía? ¿Cuándo dejamos de ser? ¿Adónde va esa energía que fuimos? ¿Se mantiene o se dispersa? ¿Acaso es esa dispersión la muerte, la muerte como pérdida o disolución de nuestra conciencia de ser?

Creía que para encontrar significación a la existencia había que emprender un camino que  llevara, de algún modo, a descubrir el sentido de la vida. Pero también creía que, en el caso de conseguir una mínima noción, lo adquirido apenas añadiría novedades fundamentales. El novelista dispone de una conciencia que le permite descubrir e interpretar el mundo circundante. Nada tiene de extraordinario ese descubrimiento pues, en el fondo, lo poco revelado forma parte del acervo común de la humanidad.

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En consecuencia, él, como novelista, emprende la misión de lograr la expresión original de la común condición humana. Como escritor, necesitaba un punto fuerte donde emplazar su conciencia del mundo y, desde ese punto, mostrar su idiosincrasia y transmitir su particular visión y sensibilidad. Era malo, por tanto, ajustarse a un molde ya consabido y que llevara la literatura a un arte de vía estrecha (así tituló un artículo de 1959).

Lo que se le demandaba como escritor era afinar y afirmar un peculiar estilo y cosmovisión.

No me lo veo desatando los  hilos de un discurso metafísico; me lo veo observando, midiendo las dimensiones ocultas de una figura solitaria que tiene en frente las aguas oscuras de un mar interminable y, arriba, una noche oscura de estrellas lejanas. Y si algo murmurara, como para dar salida y término al hervidero mental en donde se estaban cociendo sus incertidumbres, murmuraría para sí una desconcertante frase; pese a todo, una frase nada lastimera y sin destinatario conocido: <<Ay. Padre. Padre.>>: Isaac de Vega: parco en palabras o ensimismado.

Juan José Delgado
Imagen: eldia.es

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Doctor en Filología Española y escritor