Mararía es el personaje central de la novela a la que Rafael Arozarena dio su nombre. A pesar de ello, su presencia es casi etérea. La conocemos a través de la voz de los otros personajes. De este modo, su personalidad queda dibujada por medio de la ambigüedad. Este hecho ha sido muy criticado por algunos estudiosos. Sin embargo, hay que destacar el gran acierto de Arozarena al emplear esta técnica narrativa, puesto que a través de esta ambigüedad, Mararía y la isla de Lanzarote (Femés) se convierten en expresión de lo absoluto y, por consiguiente, de lo universal.
LA TRADICIÓN RELIGIOSA CRISTIANA COMO MANIFESTACIÓN DE LO ABSOLUTO
Mararía es Femés y fue precisamente aquel el lugar donde se inició la evangelización de las islas mediante el culto a San Marcial llevado a cabo por los primeros conquistadores franco-normandos, Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle. La primera ermita en honor a San Marcial se construyó en el Rubicón pero, debido a los continuos saqueos piráticos, se decidió trasladar el culto del Santo Patrón a lo alto de Los Ajaches, protegido por la Atalaya de Femés. Documentos históricos dan testimonio de que en el siglo XVIII la ermita que se hallaba en Femés estaba en condiciones deplorables, hecho que demuestra la existencia de la ermita en este pueblo del sur de Lanzarote: “dos barcos de piratas argelinos asaltaron la torre de Las Coloradas, saqueando el pago de Femés y destruyendo su ermita” (Martín Santiago 2004:19).
Benedicto XIII le concede una Bula y crea la primera diócesis de Canarias con fecha del 7 de julio de 1404, instaurándose la misma como el día grande del santo en las islas, pese a que en el resto de los lugares se celebra el 30 de junio. La antigua ermita localizada en la zona costera conocida como Rubicón fue destruida por los corsarios ingleses en 1593. La ermita definitiva se sitúa en Femés y es una construcción del siglo XVII, finalizada en 1640. Se buscaba un lugar llano, a dos leguas de distancia del mar. Además, era el sitio ideal para observar desde su atalaya los desembarcos piratas.
El culto a San Marcial en Femés establece una relación entre María y el Santo Patrón. Marcial es el nombre del personaje que está siempre junto a ella, el que la relaciona con el mundo animista y el de la brujería. En cambio, don Fermín, que es el personaje más incrédulo, por su origen vasco la incluye dentro de la tradición católica. En Irún, lugar de procedencia de su esposa, se celebra la fiesta de San Marcial. En Canarias, la fiesta de San Marcial coincide con el día de San Fermín, el 7 de julio. Es lógico pensar que, pese a que el autor haya manifestado que esta obra le vino a las manos por casualidad y que el mismo personaje hable del azar como elemento propiciador del destino, Rafael Arozarena relacione ambos pueblos en torno a San Marcial. Además, este se presenta con las mismas características que el Apóstol Santiago, como castigador de los moros. Así se justifica la muerte del árabe (el extranjero que pretende llevarse a María) a manos de los hombres del pueblo. Pedro el Geito afirma que había que acabar con el moro para que no se llevase a María del mismo modo que hizo San Marcial al echarlos de las islas. Isidro le compuso una copla al cura porque iba a celebrar el matrimonio de María con el árabe. “Una copla en la que hablaba de San Marcial, el santo que echó a los moros de la isla, y de don Abel que los permitía volver” (Arozarena, 2003:58). Por tanto, la agresividad de Isidro se vierte, en este momento, contra quien permite que la tierra sea ultrajada por el forastero. También la mujer de Sebastián, el alcalde, alude al abandono del que es objeto María el día de su boda con un concepto muy arraigado sobre el árabe: “Y, además, era moro y los moros todos son baladrones, que por algo los echó de aquí nuestro Santo Patrón” (Arozarena, 2003: 64). María refleja la aceptación y asimilación del mundo africano por medio de la alianza matrimonial; el pueblo, en cambio, el rechazo a través de la fuerza. Por otro lado, Marcial, personaje que se presenta como símbolo de la tradición y la superstición popular, recibe en el bautismo el nombre del santo y está relacionado con la iglesia por diferentes motivos. Es quien se encarga de la limpieza de las imágenes de la ermita del pueblo para que luzcan limpias el día de la procesión. También es el sepulturero, hecho que queda establecido desde el mismo día del asesinato del árabe en el que él mismo participó. Don Abel le pide que vaya a rezar bajo las patas del caballo de San Marcial como penitencia por haber roto el cuadro del angelito en el que él creía ver la cara de Jesusito. Marcial, como hombre del pueblo que es, no ve con buenos ojos que María se vaya a casar con un moro. Participa como el resto del rechazo de las incursiones bereberes de las que fueron objeto durante muchos años las islas. De este modo la imagen de San Marcial se funde con la de Santiago Apóstol, patrón de España, para justificar que el patrón de la isla de Lanzarote hubiese luchado contra los moros de igual modo que lo hiciera el patrón de Galicia y de toda España. Marcial, como cristiano bautizado, debe ponerse bajo las patas del caballo de San Marcial o de Santiago Apóstol. Muestra este pasaje un doble sometimiento: a la Iglesia, ya que ha practicado un sacrilegio y debe pagar con la penitencia y a la Patria, ya que la leyenda dice que Santiago luchó por la España católica contra la dominación árabe. En este personaje, por consiguiente, se fusionan la cultura católica y la animista de igual modo que sucede con el personaje principal.
MARÍA-MARA-MARÍ
El nombre del personaje central es María, nombre bíblico que designa a la madre de Jesús. María la de Femés también trae al mundo un hijo llamado Jesús. Sin embargo, ya se ha aludido a la ambigüedad que caracteriza a este personaje. Isidro confiesa que no sabe si era buena o mala. Pedro el Geito la considera mala (una cuerva, una bruja). En cambio, Manuel Quintero la veía como una mujer buena con la que se hubiese casado. La obra alude a muchos acontecimientos en los que se pone de relieve la bondad de Mararía o de la joven María: recoge a Marcial cuando el visitante lo tira y ayuda al médico, quien se ha vuelto alcohólico tras el abandono de su mujer. Pero también hay ejemplos de lo contrario: María se venga del médico y de Isidro cuando se siente engañada.
El Bien y el Mal son los elementos que vertebran la novela. Desde el comienzo hasta el final está presente en la vida de María y en Femés. Aquí, como en Lanzarote, el mal está representado por el volcán. Y María es el volcán. Su gran belleza esconde unos ojos árabes, de fuego. La tierra lanzaroteña también esconde el fuego del volcán que, aunque no se sienta, está siempre activo. Es don Abel, el cura, el que mejor refleja este pensamiento. Su mismo nombre simboliza el bien, puesto que la Biblia cita a Abel frente a Caín. Su descripción física muestra a un seguidor de Cristo: “Me impresionó la nuez muy saliente, y el esternón y las clavículas que en conjunto formaban una gran cruz” (Arozarena, 2003: 181). Más adelante el narrador vuelve a insistir en la figura de don Abel como salida de las mismas imágenes de Jesucristo: “La sotana había sido abierta desesperadamente a la altura del tórax y el costillar lucía como en las tallas de los cristos más impresionantes” (Arozarena, 2003:189). El sacerdote muestra continuamente con sus palabras que desea seguir los preceptos divinos, tales como dar de beber al sediento, dar posada al peregrino…
Aunque María la de Femés esté caracterizada con atributos marianos, su belleza la relaciona con Mara, la tentación, concepto al que también alude la Biblia a través de Eva, símbolo del pecado original. La concepción de la belleza femenina como motivo propiciador del pecado y la tentación está presente en todas las culturas monoteístas. Eva lleva a Adán a la perdición haciéndole probar el fruto del árbol prohibido, el árbol que simboliza el Bien y el Mal. Nuevamente, aparece la constante de la vida como una fuerza que incluye los opuestos. Se aprecia la filosofía oriental en la que los contrarios son manifestaciones de la energía cósmica.
Asimismo, María representa la tierra. Es, como se afirmó anteriormente, el volcán, la palmera, la tierra yerma y seca de Lanzarote, es la luna que sale por la noche, igual que Marí, la Madre Tierra.
El personaje central queda así trascendido a personaje mítico. Cielo y tierra confluyen en esta mujer porque ella es manifestación de lo universal. De ahí que pueda ser el reflejo del Bien y del Mal. Por consiguiente, María la de Femés es Mara (la tentación), símbolo de la imposibilidad de alcanzar la iluminación de Buda; es Marí, la Madre Tierra que sube al cielo convertida en luna, según la tradición animista; y es María, la Virgen en la tradición católica.
APOCALIPSIS Y RESURRECCIÓN
Se ha mencionado la presencia constante del Bien y el Mal como elementos influyentes en la vida de los hombres en la tierra. Estos mismos conceptos son los que justifican la angustia de la mayor parte de los habitantes de Femés. De alguna manera, todos se sienten abandonados, sin esperanzas. La muerte es lo único de lo que no dudan.
La cultura religiosa judeo-cristiana marca la vida cotidiana de unos seres que deambulan por la vida derrotados o buscan una razón para existir. Todos los personajes son católicos, todos han sido bautizados en la fe, salvo el árabe. El pueblo, que carece de instrucción, fusiona la cultura religiosa primitiva, centrada en los elementos naturales, con la cristiana. Don Fermín afirma que ha dejado de creer, sin embargo, alude constantemente a la presencia del diablo en la tierra. Cree que la entrega de María fue una manifestación diabólica bajo su apariencia de volcán. Don Abel considera que su labor en la tierra es estar siempre en la lucha, al acecho por si el Mal se presenta por sorpresa, como bien afirma La Biblia. Aunque está viejo y decepcionado de la vida mundana, manifiesta que él sigue en la lucha, con un ojo abierto y otro cerrado. Se considera otro San Miguel, el arcángel que luchó contra Lucifer. El camino como símbolo cobra importancia en la vida de este ermitaño que ha decidido vivir lejos de todos en el Llano de los Ajaches. El camino es el reflejo de la lucha contra el mal. Don Abel es un representante de la Iglesia que, a pesar de haber sido retirado de su profesión como consecuencia del alcoholismo, sigue luchando contra el demonio. En él no existe la duda acerca de la existencia de Dios, ni del Diablo. Su función en la vida es ir por el camino de Santiago y pelear.
-Aquí vivo yo-dijo don Abel-. Aquí duermo bajo el menor de los techos- señaló el cielo, y a veces me voy por el camino de Santiago adelante en busca de camorra. Porque a mí me gusta la pelea. Me gusta la guerra en que estoy metido. (Arozarena, 2003: 184).
María y don Abel son la manifestación de la presencia constante de la muerte. En María, la vida y la muerte son algo natural a través de la concepción y la muerte de sus hijos. Como Madre Tierra, como mujer del pueblo, da sus frutos y los pierde. También en ella el camino se presenta como elemento simbólico: el camino le proporciona el sustento cuando es joven, la relaciona con los demás; pero, también es el lugar por el que se llega a la Bahía de Ávila, donde los espíritus de los ahogados aún permanecen. Por consiguiente, su camino en la vida la relaciona con estos dos conceptos antagónicos. El camino, como símbolo de vida, se transita por el día (luz), como símbolo de la muerte, por la noche (oscuridad). Mararía representa la concepción más tradicional de la religión, la más estrechamente ligada al animismo.
Don Abel cree que el demonio está escondido bajo tierra como el volcán. Por el día, sube al cielo para acechar a los hombres. La profesora M.ª Josefa Reyes argumenta:
El texto en general contiene evocaciones religiosas innegables: lo descendente, lo negativo, destructivo o terrenal (Lucifer, las referencias apocalípticas a la Bestia, el simbolismo de los ratones y el mito de Mara) y lo ascendente, positivo, evolución, espiritualidad o etéreo (perro como elemento asociado al límite entre lo terrenal y lo infinito, fuego como símbolo de la vida y de energía espiritual, fragmentos del apocalipsis de San Juan que aluden a la mujer, la imagen de lo aéreo que significa que ha trascendido el cosmos, el mito de Mari). (Reyes, 2000:191).
Esta afirmación de M.ª Josefa Reyes no se cumple siempre. El sol es un elemento negativo y, sin embargo, acecha desde el cielo. Lo ascendente y lo descendente aparecen en el mismo nivel porque representan la lucha entre el Bien y el Mal el día del Juicio Final. Mararía, como Lanzarote, es la expresión de la existencia en la tierra de esas dos fuerzas opuestas. Mararía es la madre, es la representación de la belleza que trasciende lo terrenal (Virgen y Mara a la vez). Mararía y Lanzarote son la advertencia de que el final está cerca. Don Abel lo deja claro cuando constata que el diablo salió de debajo de la tierra y que un antecesor suyo lo había descrito. Está evocando la erupción del Timanfaya el 1 de septiembre de 1730.
Mararía es reflejo de esa batalla. Su inmolación con el fuego acaba con el mal. El fuego es de igual modo el Mal (el volcán, el infierno) y el Bien (la purificación religiosa). No es de extrañar que, a pesar de que la purificación de María se llevase a cabo en lugar sagrado siguiendo el rito cristiano, don Abel vea esa acción como una maniobra del diablo quien se había llevado todo lo que él había creado (la belleza de María y el hijo concebido con un hombre casado).
Pero María es ante todo la madre de Jesús, la mujer que es vista en el Apocalipsis como salvadora por medio de su maternidad. Varias veces se relaciona el nacimiento de Jesusito con el de Jesús, el Mesías. Afirma Marcial que María dio a luz un hijo varón, de igual modo que se dice de la Virgen en el Nuevo Testamento y que se vuelve a anunciar en el Apocalipsis. “Nació un niño varón” (Arozarena, 2003:71).
María representa la lucha entre la Mujer y el Dragón que se narra en el Apocalipsis de San Juan (Ap. 12-22) y que es la confirmación de lo anunciado en el Génesis donde se pronostica la lucha de la Mujer y su descendencia contra el Dragón y la suya (Gn. 3, 15). La Biblia alude a la presencia del demonio en la tierra desde el comienzo de los tiempos, de igual manera que don Abel manifiesta su presencia en el volcán. El antiguo párroco de Femés vive vigilando para batallar cuando se presente la Bestia de igual modo que lo hizo el arcángel San Miguel cuando luchó con el demonio en el cielo y lo derrotó. La caída del demonio en la Tierra se narra también en el Apocalipsis.
Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fueron arrojados el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. (Ap. 12, 7- 9).
El sacerdote aúna la presencia del Bien y el Mal en la misma persona, María. La visión que se le presenta a don Abel el día de la fiesta de San Cristobalón es semejante al episodio bíblico que aparece en los capítulos 12 y 13 del Apocalipsis. “Y esta vez se llevó todo lo que había engendrado. Su propia máscara, la belleza, el sexo y el fruto de la mujer encinta. La mujer que vino a mí con alas de águila y que yo alimenté durante mil doscientos sesenta días” (Arozarena, 2003: 191).
El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La Mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada mil doscientos sesenta días. (Ap. 12, 4- 6).
[…] Cuando el Dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la Mujer que había dado a luz al Hijo varón. Pero se le dieron a la Mujer las dos alas del águila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón, donde tiene que ser alimentada un tiempo y tiempos y medio tiempo. (Ap. 12, 13 -14).
En el Apocalipsis, la Bestia es descrita como en la obra Mararía: “Y vi surgir del mar una Bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, y en sus cuernos diez diademas, y en sus cabezas títulos blasfemos” (Ap. 13, 1). De igual manera que presenta a Mararía como el reflejo del mal y del bien, don Abel unifica la presencia del demonio en la tierra en las figuras del Dragón y la Bestia. En el Capítulo 12 del Apocalipsis el demonio aparece con apariencia de Dragón, mientras que en el Capítulo 13 aparece la Bestia y es el Dragón el que le da su poder, su trono y su poderío.
Don Abel mira al cielo porque considera que el diablo es el sol, pero también vigila el mar porque la Bestia puede aparecer por allí. Aunque las características de ambos sean similares en la Biblia, el Dragón aparece en el cielo, la Bestia, en cambio, surge del mar; de ahí que Arozarena haya elegido el astro rey como elemento que, a través de la su salida y puesta, represente lo ascendente y lo descendente. En este caso, a diferencia de lo que manifiesta M.ª Josefa Reyes, lo ascendente (el Dragón) y lo descendente (la Bestia, el sol que habita bajo tierra transformado en volcán) no reflejan lo positivo y lo negativo. El Sol sólo es un signo positivo cuando se relaciona con la mujer vestida de sol que dio a luz un hijo varón y a la que se le dieron dos alas de águila para escapar del Dragón.
La prueba evidente de que don Abel ve en María el reflejo de la Virgen y el del Mal se hace patente al fusionar en ella a dos mujeres opuestas que aparecen en el Apocalipsis. María es descrita con los atributos de la Iglesia, aunque también se relaciona con la mujer que sirve a la Bestia, la Gran Prostituta, que nada tiene que ver con la mujer que dio a luz un hijo varón. La inmolación de María, además de recordar la llevada a cabo por Mara, es el reflejo de la destrucción de la Prostituta narrada en el Capítulo 17 del Apocalipsis.
Me dijo además: “Las aguas que has visto, donde está sentada la Prostituta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas. Y los diez cuernos que has visto y la Bestia, van a aborrecer a la Prostituta; la dejarán sola y desnuda, comerán sus carnes y la consumirán por el fuego” (Apocalipsis, 17, 15-16).
En este sentido María se asemeja a Eva, la primera mujer que pecó y que dio a luz dos hijos: Abel y Caín. Por consiguiente, la protagonista es el símbolo del pecado original descrito en el Génesis. El parto con dolor fue el castigo que Dios impuso en el Génesis a la mujer por la falta cometida (Gn.3, 16). La mujer que representa a la Iglesia en el Apocalipsis también pare con dolor. Igualmente, la Virgen aparece en la Biblia como señora de los astros, dominadora de la luna y del sol.
Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. (Ap. 12, 1-2).
Mararía es la luna, astro que es símbolo de lo mágico, pero también es el sol. La mujer representada como dominadora de los astros, queda trascendida como símbolo de lo universal. La otra mujer, la Gran Ramera, es destruida por el fuego, devorada por aquellos que la protegieron. En la tradición cristiana, esa mujer representa a Babilonia. En Mararía las montañas de la Atalaya y Tinazor son como Babel. El narrador afirma que “subieron juntas al cielo por error; y allí están detenidas como Babel”. (Arozarena, 2003: 21). Las montañas mayores de Femés anuncian el tiempo parado y, además, el anuncio de la existencia de Babilonia, el Mal. Las montañas, igual que el volcán, están detenidas, pero su presencia en la tierra es latente.
Asimismo, la unión de ambas mujeres en una sola permite interpretar la visión ambigua con que siempre se presentan la luna y el sol. La luna se relaciona con el mal agüero, así lo creía Marcial cuando intentaba proteger a Jesusito de su luz cuando estaba enfermo; pero también seña Frasca cree que es buena y va a salvar a María de la locura. No obstante, el sol siempre se presenta como algo negativo. La desgracia de la muchacha y su vinculación con la religión católica mientras es joven están determinadas por la influencia del sol y, por consiguiente, del mal. Ambos elementos están relacionados con el fuego y con el volcán, símbolos del mal. Además, como bien manifiesta don Abel, su belleza es creada por la acción directa del diablo. El Sol, como elemento simbólico, es el único elemento que no presenta ambigüedad. El calor que desprende, su acción destructora soterrada en el volcán y el acecho constante que ejerce desde el cielo son manifestaciones del Mal. Pese a ello, la Virgen, con quien se relaciona a María, es triunfadora sobre este astro, que aunque sea negativo en la novela, se identifica con la vida y la regeneración de la naturaleza y, por tanto, relacionado con la maternidad y la diosa Mari, la Madre Tierra. El sol, símbolo de destrucción, queda investido de bondad con María, la mujer que el Apocalipsis describe como vencedora del mal.
La muerte de María reúne al pueblo. Todos esperan su llegada en el camión de Pedro el Geito. Mararía y Femés, son proyecciones del gran susto, de la presencia del Diablo en la tierra, por eso es temida por todos en vida. Su muerte es una liberación para don Abel. Mararía y la tierra lanzaroteña anuncian la llegada del Apocalipsis, su figura ambigua provoca temor puesto que todos ven reflejados en ella sus propios pecados. Don Fermín, el único que llora ante su tumba, confiesa que en la vejez vivía esperando que aquellos ojos de ascuas se apagaran, aquellos ojos le recordaban el pecado carnal cometido en el cráter de un volcán que se hallaba en las tierras de seña Frasca. Nuevamente se considera que María y el volcán son signos evidentes del pecado original. Es ahí donde María concibe al hijo del galeno, el feto que fue creado junto al volcán y fue destruido por el fuego, por eso afirma don Abel que el demonio había destruido todo lo que había creado: la belleza de la joven y su hijo. Asimismo, le dice a don Fermín que su muerte “fue una victoria para todos” y, posteriormente, levanta la cabeza y le sonríe al diablo. El sacerdote cree que con la muerte de la anciana se ha vencido esta vez al Diablo. Sin embargo, ya se ha mencionado anteriormente que Mararía se caracteriza por la ambigüedad. El final en el que aparecen unos pájaros grandes y negros enredados entre los cuernos del sol, presenta una interpretación religiosa en la que se apunta a que Mararía, la Cuerva, continúa viva en el pájaro que la representa. Como bruja, Mararía acaba enredada en los cuernos del sol, o sea, sus pecados la han conducido hacia el diablo.
La resurrección está presente en muchas obras narrativas de Arozarena. Es el tema principal de las obras juveniles La garza y la violeta (1996) y Fantasmas y tulipanes (1998). También lo es de su última novela publicada, Los ciegos de la media luna (2008). Además, es el tema central de su más estimada novela: Cerveza de grano rojo (1984). En todas estas obras la muerte no es el final. Los muertos siguen viviendo convertidos en animales, como sucede en las dos primeras obras citadas, o reencarnándose en otro ser humano, como en Los ciegos de la media luna, obra en la que también se produce la transformación en un animal. Mararía continuará viviendo en la nueva María, la niña que quiere ser “bruja y volar siempre, viva y muerta” (Arozarena, 2003: 226) y a través del cuervo, en el que se ha reencarnado. La nueva María simboliza la inocencia, la ingenuidad; el cuervo, la maldad. Hay en las últimas palabras de la obra un sentido también apocalíptico: el Diablo terminará llevándose lo que ha creado; por ello, los cuervos acaban enredados en sus cuernos. Es muy significativo que don Abel, tras sonreír al sol a quien siente vencido, se ponga a bendecir las retorcidas lavas de la isla (Arozarena, 2003: 227), puesto que estas son la constatación de la presencia maligna en la tierra.
El tema de la resurrección no se desarrolla en Mararía como en sus obras posteriores, sin embargo, ya está presente de manera germinal. Su concepción de la muerte se centra más en la presencia de los espíritus quienes permanecen en contacto con los vivos tras la muerte. El mar es el lugar donde se produce ese contacto, pero allí también se encuentra la Bestia. Jesusito se ahoga en un mar en calma. Igual que el volcán parece inactivo bajo la tierra, la Bestia se esconde en el mar. Estos símbolos muestran las palabras bíblicas que anuncian que hay que estar preparados porque no sabemos cuándo llegará el fin. Los ahogados, a diferencia de los resucitados, permanecen ligados a una vida en estrecho contacto con los vivos.
Rafael Arozarena vierte en su primera novela las creencias religiosas más tradicionales, tanto cristianas como animistas. En cambio, en sus obras posteriores se centra más en la resurrección de los muertos que, como se ha afirmado, en Mararía se desdobla en la bondad, representada por la nueva María, y la maldad, representada por los cuervos. Mararía, como reflejo del pensamiento popular, es una bruja, una cuerva, porque no se ajusta a las normas que la sociedad impone a las mujeres de su época.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
AROZARENA, RAFAEL (2003) Mararía. Madrid: InterSeptem Canarias.
MARTÍN SANTIAGO, FELIPE ENRIQUE. (2004) “El Rubicón: 600 años (1404-2004)”. Gáldar: Infonortedigital,
(http://www.memoriadelanzarote.com/contenidos/201108091416 00SAN-MARCIAL-DEL-RUBIC%D3N.pdf). [consultado el 16 julio de 2013].
REYES DÍAZ, MARÍA JOSEFA, “Cultura, mito y manifestación cultural” en Ramírez, A. S. Mujer e identidad. Distintas voces. Las Palmas de Gran Canaria: Ensayos de Literatura y Traducción. pp. 182-191.
[Imagen cedida por Víctor Ramírez].