Cuando Agatha Christie pensaba pasar dos semanas con su esposo en Italia, Archibald Christie, éste le hizo llegar la noticia de su relación amorosa de Nancy Neele. Fue un golpe muy duro. Ella pensó que al cabo del tiempo se le pasaría. Pero no ocurrió así. Archibald se marchó a Sunningdale. Afortunadamente el regreso de Charlotte Fischer (Carlo), su secretaria, fue un gran consuelo para ella. Carlo tenía una visión mucho más clara de las cosas y le comentó que su marido no se echaría atrás en su decisión. Aunque ella afirmó que cuando Archibald empaquetó sus cosas y abandonó la casa se sintió aliviada, la realidad es que cayó en una profunda tristeza, sumida en la desesperación y la angustia. Le esperó durante un año pensando que cambiaría. La deslealtad matrimonial de su marido destartalaron los dos pilares sobre los que descansaba su educación victoriana: la vida doméstica y el matrimonio. Además el fallecimiento de su madre, con la que estaba muy unida, dejó sin rumbo a Agatha Christie. Llena de confusión, cada vez con menos apetito, con pérdidas de memoria y padeciendo de insomnio se produjo el hecho más extraño.
Agatha cogió su coche y se fue a Harrogate, la elegante ciudad de aguas termales, situada a 350 kilómetros al norte de Londres. Se inscribió en el hotel con el nombre de Teressa Neele. Un buen día de diciembre de 1926 su automóvil apareció abandonado, colgando peligrosamente sobre una cantera de pizarra, en Newlands. El misterioso asunto de la desaparición de la autora puso en vilo al país entero. Policías, detectives y amigos se movilizaron en su busca. Ya era por aquel entonces una escritora famosa de novelas policíacas y su desaparición despertó la lógica preocupación. Después de diez días sin rastro de ella, uno de los músicos del hotel la reconoció y avisó a la policía. Cuando dio señales de vida comentó “sólo diré dos palabras: tuve amnesia”. Respuesta propia de una persona que parecía ocultar su estado anímico. Agatha Christie padecía una fuerte depresión que le impedía terminar incluso la novela que estaba escribiendo.
Necesitaba romper con la vida tormentosa que se había despertado tras los desenlaces trágicos del fallecimiento de su madre y sobre todo la traumática separación de su esposo. Para una mujer de entonces, y con una educación femenina victoriana, la pérdida de su amado o la infidelidad –dos circunstancias que se dieron en Agatha– representaban el peor desastre. Ella misma reconoce que padecía una pérdida de concentración, de identidad, presa de la tiranía del amor a su esposo. En la Autobiografía ella misma nos lo relata:
Me educaron, por supuesto, como a todas las mujeres de mi tiempo, con un gran rechazo al divorcio. Incluso hoy conservo cierta sensación de culpa por haber accedido a la insistente petición de Archie. Siempre que miro a mi hija, siento que debía haberme resistido, haberme negado a concedérselo. No quería divorciarme de Archie, odiaba hacerlo. Disolver un matrimonio es una equivocación –de eso estoy segura–, y he tenido ocasión de ver suficientes matrimonios rotos y de oír suficientes historias íntimas, como para estar convencida de que, si tiene poca importancia cuando no hay hijos, sí la tiene y mucha cuando los hay.
A la delicada situación de inestabilidad emocional se añadía su precaria situación económica:
Desesperadamente necesitaba dinero, pues estaba otra vez con graves problemas económicos. Desde la muerte de mi madre, había sido incapaz de escribir una sola palabra. Tenía que entregar un libro ese año y, al gastar tanto en Styles me había quedado, prácticamente sin dinero: el poco capital que tenía lo había invertido en la compra de la casa. No recibía ningún ingreso, salvo los que conseguía con mis libros. Resultaba vital escribir otro libro lo antes posible y obtener un anticipo sobre el mismo.
Su cuñado James le sugirió que abandonara Inglaterra y que viajara al exterior, a las islas del Atlántico. Una mañana de enero de 1927 Agatha se dirigió a una de las agencias de viajes que trabajaban con las islas: la Thomas Cook & Co. y Canary Islands and Madeira Agency, establecida en Londres desde 1905 y situada en el número 11 de la calle Adam en Strand. Las agencias informaban de las líneas marítimas, de los bancos y de los hoteles, pero esta agencia tenía la ventaja que a la vez reservaba pasajes, cabinas en los buques, habitaciones en los hoteles, aseguraba el equipaje y recogía en el muelle a sus pasajeros, y además tenía su representante que vivía en las islas permanentemente. Compró los billetes para ella, Rosalind, su hija de 12 años, y Charlotte Fisher, su secretaria. Le recomendaron especialmente la isla de Tenerife, y sobre todo el aclamado valle de La Orotava, donde se encontraba el Puerto de la Cruz con el hotel Taoro, construido a finales del siglo XIX. Además, era el lugar de establecimiento de la comunidad británica más numerosa de la isla, contando incluso con una iglesia anglicana, el Club inglés y la Biblioteca británica.
El viaje a Canarias de Agatha Christie no puede ser considerado como el típico que solía hacer las viajeras de entonces, las británicas que lo practicaban en el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, impregnado de un espíritu aventurero marcado por la voluntad de ver mundo y realizar incursiones en los espacios reservados para el hombre; aunque, como afirma Cristina Morató, sin renunciar a ser unas elegantes damas del Imperio Británico. Éstas, a caballo, mula, o en cualquier otro medio de tracción animal, valientemente exploraban el territorio que solían visitar con afán de aprender y conocer, provistas de un cuaderno de notas y una pluma para registrar sus emociones, sus experiencias y sus impresiones a través de sus diarios, notas, etc. Aquellas que viajaron a Canarias fotografiaron las islas a través de su sabia y curiosa mirada. Algunas reflejaron de una manera minuciosa el estado de las costumbres, las tradiciones, la forma de ser de los isleños, el aspecto de las ciudades y los pueblos, etc.
Por el contrario, el viaje a Canarias de Agatha Christie tenía otros condicionantes: la búsqueda del confort, del descanso, la tranquilidad y la intimidad que le ofrecía un lugar seguro, un health resort (centro médico-turístico) familiar. Además, donde pudiera terminar su atragantada novela El misterioso tren azul. Por eso trajo consigo su máquina de escribir para terminarla en la isla. Apenas mostró interés por el mundo isleño que le rodeaba, ni sintió un fervoroso deseo por descubrir lo nuevo, el pasado legendario de una cultura aborigen extinta, el atractivo de la flora, o cualquier otro aspecto que mereciera consideración. En su Autobiografía hace alusión a su estancia en las islas. La primera edición fue publicada por William Collins and Co. London (1977) y en Estados Unidos por Dodd, Mead and Co. Nueva York el mismo año. La editorial Molino de Barcelona se encargó de la edición española en 1999, traducida por Diorki. La Autobiografía es el relato de su propia vida desde la niñez hasta 1965. Por lo tanto, al finalizar ese año, la autora no recoge los últimos diez años de su vida. Empezó a escribirla en abril de 1950, cuando tenía 60 años, en el yacimiento de Numrud, al norte de Irak, y lo finalizó cuando contaba con 75 años y puso como condición al editor que fuera publicada después de su fallecimiento. El libro vio la luz en 1977, un año después de su muerte.
Agatha Christie llegó a Tenerife el viernes 4 de febrero de 1927 acompañada de su hija de 13 años Rosaling y su secretaria Charlotte Fischer (Carlo). Se hospedaron en el hotel Taoro del Puerto de la Cruz. Una vez establecida, dictaba todos los días a Carlo para que mecanografiara la continuación del libro El misterio del tren azul. Era incapaz de escribir por su cuenta.
Agatha Christie incorporó a los anales de su obra al Puerto de la Cruz en “Un hombre de mar”, el capítulo sexto del libro El enigmático Mister Quin, publicacado por primera vez en Gran Bretaña por William Collins and Co. London, en 1930. Es una obra claramente inspirada durante la estancia de Agatha Christie en la ciudad turística, aunque sitúa la acción en una isla del Mediterráneo perteneciente a la turística Riviera francesa, que tanto le gustaba incorporar en sus relatos.
Agatha Christie hizo halagos del valle de La Orotava, pero era una amante del baño en el mar y una gran nadadora, por lo que quedó desencantada con el Puerto de la Cruz al carecer el centro turístico de una playa de arena que le permitiera tenderse y por la bravura de las olas la imposibilidad de poder nadar. La única manera de tomar un baño era tumbándose sobre la arena en la orilla y esperar que las burbujeantes olas acabaran de romper sobre la playa y la cubrieran. También se quejó de los efectos de los alisios, ya que le impedían disfrutar de los días claros y soleados que deseaba.
Había, sin embargo, dos cosas que me molestaban: la bruma que descendía de la montaña al mediodía y que convertía lo que había sido una espléndida mañana en un día completamente gris; a veces incluso llovía, y los baños de mar, para los aficionados a nadar, resultaban terribles. Tenías que tumbarte boca arriba en una playa vol¬cánica en pendiente, enterrar los dedos en la arena y esperar a que las olas te cubrieran. Pero tenías que ir con mucho cuidado para que no te cubrieran demasiado, pues se habían ahogado ya muchas personas. Resultaba imposible meterse en el mar y empezar a nadar; solo lo hacían los dos o tres nadadores más fuertes de la isla, e incluso uno de ellos se había ahogado el año anterior. Por eso, al cabo de una semana nos trasladamos a Las Palmas de Gran Canaria.
Agatha Christie desde Santa Cruz se traslada a Las Palmas de Gran Canaria el domingo día 27 de febrero. La dama del crimen, su hija Rosalind y su secretaria Carlo se alojaron en el hotel Metropole, situado casi enfrente del hotel Santa Catalina, a mitad de camino entre el muelle de Santa Catalina y la ciudad, con dos hermosas playas de arena amarilla por su frente y espalda: Las Canteras y Las Alcaravaneras. Todo parece indicar que por fin disfrutó de unas playas de arena amarilla y de unos placenteros baños de mar en las dos playas con las que cuenta la ciudad. En ellas las olas al romper en la orilla se deslizan suavemente sobre la arena. También pudo disfrutar de unos agradables paseos a lo largo de la avenida marítima peatonal que se extiende a lo largo de las playas. Elocuentes son sus comentarios en la Autobiografía:
Tenía dos playas perfectas; la temperatura también lo era: la media era de unos 25 grados, que para mí es la temperatura ideal del verano. La mayor parte del día soplaba una brisa estupenda y las noches eran lo suficientemente cálidas como para sentarse a cenar al aire libre.
En los salones del hotel Metropole se solían celebrar bailes y en uno de ellos comienza Agatha Christie su relato corto “Una muchacha de compañía”, aunque su título en inglés es “The Companion”, publicado en Miss Marple y los trece problemas, por primera vez en Gran Bretaña por William Collins and Co. London, 1930, en una colección de historias cortas y por primera vez en Estados Unidos por Dodd, Mead and Co. Nueva Cork, 1932, con el título de The Tuesday Club Murders, en la medida en que el protagonista pertenecía al “Club Nocturno de los Jueves” y en español por la editorial Molino con el título el Miss Marple y trece problemas, traducción de C. Peraire. Miss Marple y trece problemas, una serie de trece historias cortas donde hace su aparición Miss Jane Marple, comenzó a publicarse en la revista Sketch en 1928. La colección está dedicada al arqueólogo Leonard Woolley y a su esposa, un matrimonio que presentó a Agatha Christie al que sería su nuevo marido, Max Mallowan.
A diferencia de “El hombre de mar”, donde la acción se desarrolla en un paisaje imaginario sin hacerse en ningún momento referencia al Puerto de la Cruz o la isla de Tenerife, en la trama de “Una señorita de compañía” se hace clara alusión al lugar donde transcurre la acción: en Gran Canaria, y más concretamente en el hotel Metropole y en la playa de Las Nieves (Agaete).
Con las dos obras inspiradas en su experiencia canaria, Agatha Christie se convirtió en una de las más grandes propagandistas de las excelencias turísticas de las islas y decimos de las mayores porque el lector de sus historias, siempre sediento de la lectura de sus nuevos relatos cortos o novelas, era el gran público y no un lector minoritario. El Teide, el valle de La Orotava, Tenerife y Gran Canaria van a estar paseándose por la mente de los lectores de la reina del crimen.