Saulo Torón (Islas Canarias, 1885-1974) y Birago Diop (Senegal, 1906 -1989), nunca se conocieron ni establecieron contacto alguno. Eso hace si cabe más interesante el análisis de las confluencias de sus obras. En algunos de sus textos líricos asoma una interesante posibilidad de análisis que, leída en clave africana, desvela una serie de rumbos que no se agotan con este artículo pero que resultan más que tentadores.
Antes de ahondar en estos dos aspectos, cabe poner de realce la relación particular que Saulo Torón y Birago Diop mantienen con las religiones oficiales que atraviesan sus respectivas tradiciones, que son el cristianismo y el islam; esta relación participa de la aclaración de otra relación, la que los dos creadores viven respecto al animismo y la muerte.
Notamos que los dos hablan efectivamente de Dios, del Dios de las religiones reveladas, pero matizando fuertemente su posición cuando se trata de las “superestructuras” –la Iglesia por ejemplo– que representan a estas religiones y del dogma de las mismas. Recordamos que Saulo Torón se vuelve muy irónico y burlón con los curas, sobre todo cuando estos estigmatizan a Francia, considerada como la patria de la herejía; en realidad, esta vertiente de su personalidad, además de traducir su lado ilustrado de intelectual escéptico ante cualquier dogmatismo, se relacionará también con acontecimientos históricos que ocurrieron en Europa a principios del siglo XX, el mismo período en que vivió el poeta canario; de allí nuestra convicción de que supo empaparse de todo lo que sucedía tanto en su país como en Europa y en el mundo, comportándose así como el verdadero modernista que era. Queremos hablar de un modernismo, pero esta vez religioso, que nació sobre todo en Francia e Italia, en el ámbito de la religión católica.
Aquel modernismo religioso representaba el conjunto de las doctrinas y tendencias que tenían como objeto común el renovar la exégesis, la doctrina social y el gobierno de la Iglesia para hacerlos concordar con los datos de la crítica histórica moderna, y con las necesidades de la época; sabemos también que provocó una tremenda crisis religiosa que tiñó el pontificado de Pío X, Papa de 1903 a 1914. Bajo su dirección, las ideas modernistas fueron condenadas en 1907 por la Iglesia católica (decreto Lamentabilis y encíclica Pascendi). Así comprendemos mejor la actitud del cura del que se mofa Saulo Torón, en su estigmatización desenfrenada de Francia y de su capital París, tachada de ciudad del vicio.
Birago Diop
Birago Diop, por su parte, no alude abundantemente a su religión oficial, que es el islam; pero las pocas veces que lo hace establece como una especie de distancia con él, como para sugerir que, o bien la creencia religiosa era algo tan privado que no valía la pena exponerla, o bien que no tenía tanta importancia. Sin embargo, lo que hemos leído y apuntado –sobre todo en su libro autobiográfico A rebrousse-temps– lo revela más bien como alguien que no se preocupa mucho por las prohibiciones del islam respecto de la alimentación y de las bebidas, respecto a ciertos aspectos digamos de procedimiento. Además, en su poema “Désert”, se pregunta si irá así “cada día hacia mañana, hacia altos lejanos, lejanos puertos donde [sus] sueños no serán sino cadáveres”; aludía al islam. Recordemos igualmente que se atrevió a desafiar a su familia y a su medio social y religioso casándose con una extranjera, además blanca.
Esta actitud de desconfianza frente a las manifestaciones de las religiones oficiales, la tienen en común los dos creadores; ello no se puede entender sino interrogando su fondo cultural e intelectual, su posicionamiento con respecto a la presencia del ser humano en el mundo y a las relaciones que se tejen entre el individuo y su entorno físico. A este respecto, llama la atención el vínculo especial que ambos creadores tienen con la naturaleza en general, y que nos permite hablar de esta especie de animismo que rezuma de sus escritos.
Saulo Torón
De Saulo Torón nos preguntábamos si su relación con la naturaleza no le venía de una posible herencia africana, fruto de su sustrato aborigen, sobre todo si recordamos que el archipiélago canario está ubicado, geográficamente, y conviene recordarlo pese a lo que tiene de obviedad, en el continente africano. Convendría señalar que la literatura canaria acostumbra a mostrarnos ese extraordinario apego con una naturaleza esencial, que viene a ser, en su origen, la misma con la que convivió el pueblo aborigen cuya vinculación con los canarios contemporáneos, más allá de etnias y pervivencias, es altamente emocional. Se siente pertenencia a un pasado que puede no coincidir con el de los antepasados explícitos. Es como si, a través del paisaje, se heredara una forma de acercarse a él. Lo cierto es que notamos que cada vez que trata de estos grandes temas que son el amor y la muerte por ejemplo, Saulo Torón lo hace recurriendo a los diferentes elementos de la naturaleza como el mar, el viento… Estos son imprescindibles para poder comprender al poeta canario; y otra vez nos viene a la mente su manera peculiar de relacionar sus sentimientos del momento con los movimientos de vaivén del mar, sus estados de ánimo amorosos con las estaciones y, sobre todo, su recurso, muchas veces repetido, a la metáfora del alma vinculada con el mar o el viento. La naturaleza está omnipresente en la obra de Saulo Torón, como si esta naturaleza viviera y el poeta fuera partícipe de ella. Incluso podemos permitirnos afirmar que en Saulo Torón, la naturaleza contribuye, junto con su familia y sus amigos, a seguir manteniéndolo en vida. Y en esto, se parece, según René L.F. Durand y Juan Manuel González Martel, a los otros poetas canarios que
Bajo la influencia a la vez del lirismo español y universal y de las tradiciones de sus islas, han expresado un profundo sentimiento familiar, la comunión con el océano, el paisaje rural, la naturaleza volcánica del archipiélago, y el hombre canario por fin, siempre presente (1973: 8).
Andrés Sánchez Robayna también hace de la naturaleza insular uno de los ejes centrales de la lírica canaria –y desde hace muchísimo tiempo– aseverando que “Las referencias contenidas en este texto [Endechas a la muerte de Guillen Peraza] al paisaje insular […] representan la primera expresión de uno de los temas centrales de la poesía canaria, el paisaje (lo que en otro lugar he llamado un teatro anímico)” (1983: 16).
La naturaleza será, pues, un “teatro anímico” para el poeta canario y para Saulo Torón, sin la que su poesía no puede prosperar ni puede entenderse. Por eso hablábamos de una posible herencia africana, visible no sólo en Saulo Torón, funcionando como un verdadero “tópico” de los poetas canarios cuya hondura deberá ser abordada con otros estudios que prosigan el rumbo que aquí emprendemos. Repetimos que el pasado aborigen y por tanto esa herencia, corresponden al pueblo canario a través de la emoción y del reconocimiento explícito de un pasado que asume una indigenización que no tiene por qué corresponderse con el origen étnico de los canarios de hoy. Ese animismo que advertimos en Saulo y que intuimos en otros creadores canarios, podría constituir un ejemplo de los más significativos a la hora de establecer ese sustrato que, además de por la sangre, se transmite por la emoción y por un apasionado sentido de pertenencia a un espacio, porque de alguna manera, la superposición de una lengua impuesta no cambió la configuración de un paisaje que hubo que contar en el nuevo cauce; y esta circunstancia atañe tanto a Torón como a Diop. La tendencia al primitivismo en la literatura (y la cultura) canaria, manifestada, por ejemplo en el Manifiesto de El Hierro (1976) y señalada por otros críticos, refuerza este argumento, puesto que el animismo tiene ese sentido primitivo (original en estricto sentido) que implica la apropiación espiritual del paisaje vital. Aquellos pueblos que poblaron (y en algunos casos pueblan) esencial y originalmente un espacio concreto, explicaron y explican su relación con la divinidad a través de una convivencia sensiblemente apacible con la naturaleza en lugar del voraz enfrentamiento que otros pueblos promovieron y promueven.
Todo ello no deja de resultar relevante a la hora de estudiar la poesía de Birago Diop, sobre todo en sus últimos poemas que coinciden con su retorno espiritual a África; porque estos poemas, como lo hemos subrayado en el apartado que le dedicamos, encierran todo lo que el alma africana en general ofrece como identificación con la naturaleza, como sustrato animista. Sobre todo cuando nos referimos a la concepción vital más que al rito. En Canarias, como en Senegal, el paisaje ha venido siendo protagonista activo de la percepción de los creadores que en uno y otro espacio se lanzan a la búsqueda de las coordenadas que marcan cada existencia terrena y ultraterrena.
De hecho, se trata de este animismo omnipresente en el africano y que explica todos los misterios de la vida y de la muerte. ¿No estamos capacitados para ver en Saulo Torón y Birago Diop el mismo animismo africano multisecular, el mismo fondo cultural que coloca al ser humano a igual dis¬tancia de la naturaleza y de Dios? Partiendo de ello ¿no podríamos arriesgarnos y afirmar que, siendo el animismo uno de los rasgos más reivindicados de la Negritud, tanto Saulo Torón como Birago Diop, al ostentar la misma creencia en la naturaleza, fueron partidarios de ese movimiento o, como mínimo, simpatizante en el caso de Saulo Torón? De hecho, Grijalba Castaños y Paulet Dubois nos incitan y empujan hacia esta convicción al afirmar –hablaban de “Souffles” de B. Diop– que “[…] África está allí, en este animismo, esta presencia cósmica de los seres queridos fallecidos, esta simbiosis con el paisaje, este “pacto” de la muerte y de la vida. (2006: 107-122)
El mismo L. S. Senghor (1989, online) va un poco más lejos cuando asevera que “Aquí (en África), la religión está por doquier, lo impregna todo… y […] fue la Piedra Angular del Estado y de la Sociedad, singularmente de las comunidades pueblerinas y familiares”. Queda, pues, patente que este animismo rige la vida de nuestros creadores (recordemos que para Torón el mar purifica el alma). Este animismo no dejará de influir en su concepción de la muerte.
Al respecto, nos servirá de mucho recordar que a lo largo y ancho de sus escritos, Saulo Torón y Birago Diop no cesan de resaltar el fluir del tiempo y de interrogarse sobre la razón de su presencia en el mundo; las preguntas existenciales los cercan a los dos y, no sólo los atormentan, sino que imprimen su huella en cada uno de sus actos. Toda su existencia gira en realidad en torno a esta preguntas esenciales. Por eso ciertos críticos canarios no dudan en resaltar por ejemplo el lado franciscano de la vida de Saulo Torón, poniendo de relieve su humildad, su alejamiento de las riquezas materiales, su interés por los “pequeños” aspectos de la vida y, sobre todo, su proximidad con la Naturaleza que tanta importancia cobra en su obra y que explica, según ellos, su color animista bastante marcado. En el caso de Torón, se podría decir que al animismo vinculado al espacio natural se podría sumar el animismo vinculado a los objetos con los que convive el poeta, a través de los que percibe otros estadios de sensibilidad y conciencia. A la selva vegetal sucede una selva urbana que, cuando detiene su prisa, nos ayuda a buscar, en lo que podría pasar desapercibido, respuestas o rumbos a los que no puede renunciar un alma poética. Podría ser, en el fondo, algo tan fácil como relacionar el franciscanismo cristiano con el animismo africano. Afirma Joaquín Artiles al respecto que
en la emoción, en el recuerdo emocionado, se apoya todo este sentido franciscano de la vida, toda esa hermandad cósmica del poeta con el mundo de cada día, todo ese amor de las cosas pequeñas y hasta vulgares, esa querencia de lo mínimo y exiguo… (1976: 300).
Y añade que “… eternidad aguardada [,] es la muerte para Saulo Torón. No un acabamiento definitivo, sino el comienzo de un mundo “de paz perpetua e inenarrables goces”, el trasmundo de los sentidos, el encuentro escatológico con las almas amigas en el lugar de la cita definitiva.” (1976: 305) La preocupación del poeta grancanario por la muerte, la comparte también con otro gran poeta canario que es Domingo Rivero; a este propósito, es interesante notar que este, en muchos de sus poemas, no cesa de meditar e interrogarse sobre el sentido de su vida, el advenimiento fatal de la muerte y su impotencia frente a esta. Y el estudio de su poema más emblemático –“Yo, a mi cuerpo”– puede ser de utilidad a la hora de compararlo con la cosmovisión de Saulo Torón (Rodríguez Padrón 1967: 193)
¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?
¿Por qué con humildad no he de quererte,
Si en ti fui niño y joven y en ti arribo
Viejo a las tristes playas de la muerte?
Tu pecho ha sollozado compasivo
Por mí en los rudos golpes de mi suerte;
Ha jadeado con mi sed y altivo
Con mi ambición latió cuando era fuerte.
Y hoy te rindes al fin, pobre materia,
Extenuada de angustia y de miseria.
¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día
Que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano!
Sólo se que en tus hombros hice mía
Mi cruz, mi parte en el dolor humano.
Más allá de la interesantísima distancia que el poeta establece entre su cuerpo y él, y la evocación de las diferentes etapas de su vida que desembocan irremediablemente en su muerte previsible, nos llama la atención el hecho que Domingo Rivero evidencia más bien el concepto de muerte como un fin, una terminación; no considera lo que pueda pasar después, lo que le pueda pasar a él cuando se rinda su “pobre materia”. Sólo sabe lo vivido por él, su “cruz” que hizo suya y su “parte en el dolor humano”; nos consta que ni se proyecta en el “más allá” de la muerte y tampoco propone explicación. Saulo Torón, que en muchísimos poemas suyos evoca una “vida” después de la muerte y, muy a menudo en relación estrecha con la naturaleza, albergará en su obra otros momentos en los que, como Rivero, duda de esa vida ultraterrena. Entre tantos ejemplos de la primera perspectiva, podemos reproducir “Te he sentido, Señor…”:
Te he sentido, Señor, en la llanura
en los valles, las cumbres y los mares;
hecho rocío en la mañana pura,
y esplendor en los signos estelares.
Te he sentido en las horas de ventura,
y en las noches sin fin de los pesares;
hecho esperanza y fe en la desventura,
hecho Amor y consuelo en los altares.
Te he sentido en la planta que germina,
en la flor, en el astro que ilumina,
en las tinieblas de la noche bruna….
Pero cuando más cerca te he sentido,
es cuando entre mis brazos he tenido
al hijo nuevo para darle cuna.
(1998: 228)
En este enésimo soneto, Saulo Torón, a pesar de encontrar la manifestación de Dios sobre todo en el hijo al que da cuna, sin embargo lo ve también en casi toda la naturaleza. Y en “Ante el bronce de Alonso Quesada”, con la otra posibilidad que abre su poética, clama:
[…] Mas lo que yo ahora quiero
Tiene un valor más alto:
Quiero que me reveles el secreto
De ese mundo ignorado
De paz perpetua e inenarrables goces;
Ese mundo soñado
Donde las almas fraternizan libres
En una alegre comunión de hermanos.
Háblame, Rafael, que hable tu bronce,
que el bronce es elocuencia en muchos casos.
Dime que es verdadero
todo lo que sentimos y anhelamos;
que hay una dicha cierta
tras de este afán y este bregar de espanto.
Que hemos de vernos juntos
otra vez como antaño,
los que en la vida fuimos compañeros,
los que en el Arte fueron soberanos.
Néstor magnífico y Tomás egregio,
cantores máximos del mar Atlántico,
-de este mar que meció también la cuna
del Abuelo inmortal que tanto amamos-.
Dime si has vuelto a ver
a los que en el desierto nos guiaron:
Los fraternos Doctores –siempre unidos-
con su Compañerito de la mano;
el viejo vate de arrogancia austera,
palabra sobria y pensamiento claro,
y tantos otros, deudos y maestros,
que sus nobles doctrinas nos legaron.
[…] (1988: 230)
Es evidente que en este largo poema el poeta aboga, de manera bastante evidente, por una vida que transcurre más allá de la muerte, aunque al final del poema abre una brecha en esta certidumbre diciendo que: “…si todo es mentira,/si nada es cierto de lo que pensamos/y «el nunca más» fatídico/ ha de ser el final de nuestros pasos;/si no hemos de ver más lo que antes vimos/ni alcanzar la equidad que imaginamos,/entonces, Rafael … ¡calla mi boca!”. Parece aceptar como una evidencia el que su deseo más hondo, su particular agonía, es la posibilidad de encontrarse con todos aquellos que física o emocionalmente formaron parte de su vida. Y esa opción, que no será su único parecer al respecto de la vida y sus límites, lo aproxima otra vez a Birago Diop.
Ambos consiguen –en nuestra opinión, a partir de su común postura animista– “vencer” a la muerte, en el sentido en que trastornan del todo la idea que tenemos generalmente de la misma y que es que la muerte significa desaparición de la vida terrenal y, para las religiones reveladas, paso a una vida celestial donde, según la ejemplaridad de la vida que se llevó en tierra, se tendrá una existencia eterna, feliz o no. La idea comúnmente avalada, sobre todo para los que sobreviven a los muertos, es que la muerte está asociada con el dolor y las lágrimas y, por eso, está connotada negativamente. Pero nuestros creadores, por este estatuto mismo de poeta re-creadores de la vida, y por el animismo al que aludíamos, logran no sólo volverse inmortales a través de sus creaciones legadas a la posteridad, sino también invertir el orden establecido: la muerte ya no es el final de la vida terrenal.
Que se nos entienda: no queremos decir con ello que ambos autores no tengan conciencia de su finitud de mortales; sabemos por ejemplo que las cinco últimas obras de Birago Diop son autobiográficas y que la última, Et les yeux pour me dire (Y los ojos para decirme) fue publicada en 1989, el año mismo de su fallecimiento, como si hubiera sentido que se le acercaba la gran segadora. Sabemos también que en sus últimos poemas, Saulo Torón parece anunciar su próxima muerte; es lo que remarca Sebastián de la Nuez Caballero cuando declara que:
Los poemas que ya ponen fin a su obra poética y a sus “últimos destellos” no pueden ser más significativos. De un modo clarividente el poeta adivina su muerte. “Volviendo a la nada” forma un tríptico poético […] que es como un último canto, síntesis de vida y muerte. El I, “¿Qué será?” se resuelve en una cadena de interrogantes, impotentes ante su propia inanidad (1977: 71).
Prosigue más lejos subrayando que:
Nunca, ninguno de los poetas citados, desde Darío a Machado y de éste a Alfonso Quesada, cantó en una tan hermosa trilogía de poemas los tres momentos más expresivos de la agonía de un ser entre los umbrales de la vida y de la muerte, entre el ansia luminosa por la vida y el espanto interrogante ante el abismo de la nada, de un modo tan hondamente poético y con tanta claridad mental (1977: 73).
Dejamos entonces claro que no se trata, desde nuestra perspectiva, de denegarles su estatus de mortales conscientes de serlo; pero decimos, con toda nitidez, que el ser poetas, modernistas y animistas les confiere un “poder” que capacita para, no sólo hallar razones para seguir viviendo en la tierra –el apego a lo suyo, a su cultura y entorno más inmediato, y el interés por lo ajeno–, sino también buscar y encontrar el remedio contra este sentimiento de impotencia ante la conciencia de la muerte que atormenta a cualquier ser humano. Acordémonos de que para Saulo Torón, la muerte es a veces una liberación o un estadio de tránsito hacia otra forma de vida, y que Birago Diop exclama que “Los muertos no han muerto” sino que están en todo lo que nos rodea. A partir de su animismo que instala al ser humano en el corazón de la naturaleza y lo vincula estrechamente a ésta, nuestros dos creadores realizan la proeza de continuar la vida más allá de la muerte, negándola así e inmortalizándose. El alma, cuando se derrama en la naturaleza y se identifica con ella, seguirá viviendo mientras esta exista. Es la lección que nos dan el canario y el senegalés, los africanos Saulo Torón y Birago Diop.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
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