SOBRE LA ANTOLOGÍA
Presentamos aquí una antología de Juan José Delgado, un escritor, “trabajador infatigable de las letras y la cultura”, como bien dijo Rafael Arozarena.
Un hombre preocupado por la escritura, pero no para ensimismarse en ella sino para iluminar la realidad en la que vivía. Porque, como decía Manolo Villalba, “para Juan José Delgado escribir es tomar compromiso con la vida.”
Si en su poesía esa visión del mundo la expresa con serenidad, no exenta de cierta ironía, en su narrativa -tanto en sus relatos como en sus novelas- donde lo social predomina sobre lo individual, Juan José se permite episodios paródicos, personajes que llegan al esperpento valleinclanesco, piruetas literarias que nos sorprenden y son una metáfora de la realidad y donde el riesgo forma parte de ese testimonio.
Esta antología es una muestra de la obra publicada por Juan José Delgado, más un cuento que pertenece a Cáscaras, un libro aún inédito.
Esta antología es una prueba del trabajo de Juan José Delgado, la exigencia del escritor sobre su obra, de su amor por la literatura. Y ahora son ustedes, lectores, los que tienen
POESÍA:
Hubo un tiempo en que una vez había, llegaban de abajo
y hasta la hebra del crepúsculo las voces de los profetas:
Los profetas lo son por hacer desierto -clamaban-,
por cernir polvo sus pies cereales.
Y el alambrista desde su hebra los despreció.
Y por igual, a los augures, esos ciegos sordos ignorantes
que no saben de las entrañas;
allá,
latiendo desde el tercer costado interconstelar.
Abajo, un espejo; y sin embargo, él y solo.
Del libro: Tres gritos favorables bajo las nubes
Añil/poesía, Tenerife, 1985
Algunos ya se fueron
Otros están por venir, son:
COMENSALES DEL CUERVO
No saben que el hombre es buena planta a pesar de crecer
en tierra pobre.
Nadie duerme la noche entera, pero ellos,
servidores del oscuro pájaro,
en el sueño engañoso necesitan de luces
y ordenar al fuego que permanezca alerta
y hacer de la noche
lienzos rojos
con que enlutar a furtivos fantasmas.
Puestos en pie,
un mal dios les dejará su rostro de espanto
y hasta el grito que alcanza al más alejado corazón.
Despiertos aguardan
que el alba los reciba con sus azafranes
y vuelva con ella la discordia,
el segundo grito
que estremece el enjambre de moscas esperando.
Del libro Comensales del cuervo
Ed. Libertarias, Madrid, 1989
Un valle, el valle
EN EL VALLE es usual que el calor llegue sin prisas y el verano se detenga,
que la lluvia pase corriendo y los geranios aniden en las esquinas,
y que el árbol de la plaza cubra los otoños con sus hojas.
En el Valle, los primeros nombres se aprenden cogiéndolos con la mano,
son nombres que saben subirse al centro del pecho,
nombres altos como armarios de cedro, nombres redondos,
a veces menudos,
nombres verdes, nombres
como piel, como olor, como manzana.
A un roque, el sol del día puede volverlo catedral arrugada, catedral
de campanas grandes en donde poner las uvas y el olor del vino nuevo.
Hay también la montaña mayor que de noche se sale y escapa del sitio,
vuelca algunos nidos, destroza madrigueras.
La gente abre entonces de par en par las puertas y ventanas,
enciende todas las luces de la casa; y la llaman, y la nombran: Montaña.
Montaña. Así, hasta verla venir,
hasta ver cómo vuelve la callada sombra traída por la madrugada.
A los sueños los alimenta la noche y la noche los agranda:
en el Valle, más allá de las doce, todos advierten que almas,
copiadas de ayer,
vienen a traerles los trozos rotos de sus almas.
Y los perros ladran; si hay un muerto ladran los perros,
como si una sombra les pasara cerca con pasos de fantasma;
entonces se les erizan los pelos, y gimen y ladran.
Al día siguiente pasa el entierro por la calle nueva,
es un muerto solo entre muchos vivos por su calle nueva,
el muerto a hombros de una muchedumbre desbordada de negro.
Pero no todo es montón de oscuro, de crisantemos turbios y esqueletos.
En el Valle, cuando se paren niños azules o nacen rosas criaturas,
la parturienta invita a chocolate y el padre mira al hijo, y tartamudea.
Cuando el pueblo entra en fiestas desempolva el sueño de las campanas
y los badajos echan a volar pájaros, asustados por sus sílabas de bronce.
Los jóvenes aprovechan y hacen novias en las latitudes escondidas de la plaza.
Y como silben su amor, esa brisa traerá la flor de los naranjales.
La luna descubrirá la miel de los cuerpos.
Ella le abrirá los brazos y él verá pechos de pan que acaricia y ama.
Se han dormido los espejos, y los dos cuerpos, tiernos de horas,
sienten el tibio río cruzar silencioso de carne a carne.
Del libro: Un espacio bajo el día
La Caja literaria, Ed. La Palma, 1996
RECHERCHE
Cómo nos llega y cuesta el desprecio empinado de
las escaleras.
Los años niegan el perdón y castigan con su idioma
de coz, aunque nos entreguen luego el bálsamo de
los cansados.
Son tan ajenos los pasos y tan partida la frente, que
ya no importan los trozos nuestros que los relojes
pierden sal pasar las horas.
Viene a diario el viento de la tarde con su andar de
maestro. Y le manda de nuevo al árbol que repase
con voz calma la verdad que escribieron sus hojas.
De: El libro de la intemperie
Ed. Idea, Tenerife, 2005
Estás a mitad del camino,
ante un paisaje
de crepúsculos arruinado.
Verás cómo negrea la entrada.
Adéntrate
por su puerta de roca.
Es un laberinto,
y tú
la víctima que se entrega
y brinda su vida
y la pone lejos,
hacia el fondo
de los enredos ocultos,
por los negros corredores
que cercan el corazón de la gruta,
en donde se guarda lo precioso,
y en donde se revela
y vences
la trama del arquitecto.
Porque no habrá lucha de hombre
y fiera.
Tú
eres la ofrenda
que a ti mismo te entregas.
Cuando alcances el centro habrá algo
allí
que las oscuridades envuelven.
Si entró Teseo y sale Minotauro,
te esperan de nuevo aquellas sombras,
o un sol muriéndose,
o apenas una luna
con mancha de naufragio.
Si entró Minotauro y sale Teseo,
habrá un alba con hilo de luz
que tejerá de día tus días
en la viva tierra del regreso.
Del libro Los cielos que escalamos
Ed. KA, Tenerife, 2017
NARRATIVA
LA MUSA EN EL CEMENTERIO
Por las tardes una rara muchedumbre entra en el cementerio. Es un tropel de bohemios que estimaron como terreno propicio para su arte, ese espacio con pequeñeces de tumbas y torturado de cruces. Cementerio adentro se montan los concursos, por algunas áreas se adivinan tertulias, en muchos rincones se descorcha champán. Por el senderito del cementerio venía, en víspera y en días de su regla, Una tal Rosa-aura, que desde púber sintió, por los luneros días, le necesidad hormigueante de huir de su casa, y respirar. Con religiosidad acude a este lugar desde el día en que enterraron a su difunto esposo, y rutina su viudedad joven por este pasaje de cipreses, cruces y jacaristas que se albergan tras la cancela.
En el camposanto la han enternecido las improvisaciones de carneagallinadas elegías que voces clamantes dedicaban a los muertos de turno, personas egregias cuyas familias negociaban poemas postineros de pieses manriqueños que iban a dar al suspiro. Gozó también Rosa-aura de versos más escondidos, epitalamios lúbricos que resultarían enojosos a visitantes de honorabilidad cierta.
[…] Es cierto que con tanta pérdida menstrual Rosa-aura languidecía; pero no es menos que lo mucho que perdía por lo bajo, lo iba ganando en artística altura y delgadez (…) Fue la causa y germen de obras artísticas espléndidas. A los poetas, su figura les llegaba musa y habitual. Sin embargo, fueron los plásticos los que aprovecharon mejor su pose. Lograron de su imagen el espíritu aéreo de Rosa-aura. Qué lástima no haber quedado ningún vestigio. Ni un resto nos queda. Lo único, el torso abstracto que esculpió en basalto de la isla un escultor, desgraciadamente no reconocido, que concibió a Rosa-aura simulada en una clepsidra, y que se conserva lejana y sola en el Museo de Pesas y Medidas de París.
Del libro de relatos: Estantigua
Premio de Cuentos Ciudad de Santa Cruz 1987
Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, 1988
[…] El olor de cerveza y orín se espacia por este vericueto de calles, concurridas por bebedores pendencieros. Una mujer se apoya en la esquina, con un bolso rojo en La vi de lejos, y contentaba mi sangre su morenísimo cabello tendidamente largo. Me siento angustiado en este ambiente matón de las cuatro esquinas, con sombras que luchan y matan por avanzar y apoderarse de los rincones. Sueño la pesadilla de ver quién muere en las esquinas. Y da tanto ser el perro desahuciado en un rincón, como pegarse duro las espaldas en la piedra, combatiendo o esperando con aire agresivo para que nadie nos robe el sitio. Todos apretamos un puñal para matar o perder la pelea. Burlo a unos en hoscas vigilancias; mi puñalito bueno viaja por carnes de otros hasta tropezar en el hueso y extraer la tibieza roja que suelda a mi mano el cuchillo. Y …sala, y aparecer con el rabo metido entre las piernas.
Fragmento de la novela: Canto de verdugo y ajusticiados
(Premio Ciudad de La Laguna 1988) Ed. Libertarias, Madrid, 1992
Un músculo llamado buccinador pega los labios y el entorno de la boca fuertemente a la dentadura. Cuando el buccinador entra en funcionamiento los seres humanos se hacen inexpresivos, tal como le ocurre al hombre de ese retrato que, grisáceo y sepia, cuelga en la pared del fondo de la habitación. Encumbrado en su cuadro, inaccesible como el nido de un pájaro de acantilado, se destaca el alto rango de estampa militar. Basta mirarlo para ver que le son familiares las armas, los cadáveres enterrados, las noches de humo, el café y el coñac que lo han ido fogueando. Toda esa granada experiencia asoma agria por su rostro. Se ha ganado a pulso su jerarquía y la devoción que le tienen tropas y cuarteles.[…]
[…] Claramunda ha salido al carnaval. Su perfume navega como por manantiales o por ríos de limas y limones tropicales, de bergamotas mediterráneas. Los andares de su cuerpo cortan el aire, trastornan el ánimo, deja estela de turbulencia en los ojos, atrás, que la persiguen hasta el apuro, apresados por las caderas danzantes de Claramunda, movientes al son de un merengue lejano. Y en las cercanías del mar le arranca aquel mar, notas y olores marinos, reflejos de sirenas, un rostro ámbar que solo desaparecía cuando pasaba bajo las sombras de las grandes copas de los laureles. Las máscaras vecinas, si no borrachas, quedan ebrias y deseosas de tomar a Claramunda. Claramunda era la alteración de los sentidos. Claramunda rechazó muchedumbres de hombres que la invitaban. Los rostros que se volvían a mirarla quedaban tocados, heridos por aquella fragancia que ni vientos ni horas conseguían sacar de la cabeza. Las narices se ataban a su perfumante y cautivador influjo.
Fragmentos de La fiesta delos infiernos
Ed. Toro de Barro, Cuenca, 2002
DANIEL
[…] Yo esperaba que tras la niebla hubiese un camino; y que entonces, ya en la otra parte, empezaría a caminar por un espacio que imaginaba espeso y neblinoso. Habría alguna lejana montaña y en un punto escabroso de la ladera, agazapado y amenazante, se en contraría emboscado el Eguo. Con esa idea me decidí a hundirme en aquel muro blanco y vaporoso. Y alcancé, con solo dos pasos, el otro lado.
Un Eguo se hallaba delante de mí ¿Se han visto una mañana en el espejo y sienten que tardan un poco en reconocer la imagen que los mira desde el cristal? Así era el Eguo. Una copia mía aunque más fiera y preparada para la lucha. Aquella especie de gemelo adoptó una posición de brega. Las piernas abiertas y flexionada, arqueado y adelantado el tronco y cabeza, los brazos abiertos.
Del libro: Viaje a las islas perdidas
Ed. Anaya, Colección El Volcán, 2002
[…] Desde su rincón el general calcula. Ha de replantear la estrategia. Según las últimas estadísticas, el campo de batalla será la tumba de medio centenar de miles de cadáveres. Estima que dispone de un ejército sensiblemente superior, pero que la prevención debe amarrar la prepotencia. Hombre prevenido vale por dos; por lo que si mi ejército duplica y hasta triplica -según las últimas estadísticas- al del enemigo y si, como se ha dicho en renglón precedente, ejército prevenido vale por dos, ergo, las cuentas cantan: por la gracia que me concede la ley de los silogismos, mi ejército deberá estar cuadruplicando y hasta sextuplicando al del contrario.
– ¡Sabiduría profunda y digna de uno de los sietes sabios de Grecia! Por su sabia instrucción se me cae la gorra, mi General.
Y el general acude al tablero para reordenar las tropas. A situar más puestos de guardia: aquí, aquí y aquí; allá, allá y allá. Pide y grita a los demás como quien solicita más leña para asegurar y avivar el fuego: «Más centinelas, más centinelas, más centinelas. ¡Es la guerra!»
En una butaca Groucho Marx se entristece, se levanta y dice: «¡No era esto. No era esto!»
Del libro La trama del arquitecto
Ed. Tropos, Zaragoza, 2011
NOCHE DE BODA EN VERANO
(INTERMEZZO)
En las bodas de agosto asfixia el aire seco que viene de levante. Aunque están de amor, los novios se recatan y no salen a destilar el sudor por la ventana abierta. Saben que la gente espía desde fuera y, encerrados a cal y canto, se prohíben abrir cualquier puerta.
La quemazón de la tierra tanto sube por las alturas de la noche como baja al mundo de las raíces. En derredor, yerbajos y plantas ajadas se abandonan al calor. Hacia el fondo, hacia por donde cae el mar, un mar interminable que ilimitadamente se aleja de la tierra, cuelga llena una luna que le alonga a los suelos y a las sombras del valle la suave caricia de su amarillo. Algo ha parado su obstinada nota amorosa. Eran los grillos. Acaso sus antenas sondeen reverentemente el espacio. Hay una pausa general. Queda el silencio.
Los deseos del cuerpo aprietan y no hay más cuestión: o se ahogan o se derraman… Se desahogan sobre las lechosas blancuras de una sábana. No hay desmesura en el amarse bruto hasta que los cuerpos aguanten. Se aprende en ciernes lecciones primerizas de amor.
¿Quién les enseñó en tan pocas horas la duplicada ciencia de hablarse en silencio? El calor y el sudor eran a mares, y cuando los recién desposados quisieron mirar el amanecer de la tierra, a las rocas del valle sólo les faltaba cantar para volverse faunos o sirenas.
Los dos seguían descubriendo en los besos el lugar del frescor que nacía de una quimera de fuentes. El goce corta la noche en trozos vivos de madrugada. No hay espacios que pesen el peso de las dos ansias. De amores saciados quedan los cuerpos. Y antes de que cantasen los gallos, las estrellas se iban apagando y se iba yendo la madrugada, sonámbula, fatigada y con el rastro dorado de los amores húmedos.
Del libro Cáscaras
Inédito
ENSAYO
[…] Sentirse periférico es establecer una fundamental alternativa: o enrocarse en el solar nativo, o intentar el acceso a la conquista de un lugar en el centro. Las dos, por principio, son posturas legítimas. Las dos aceptan variantes: desde la más aplatanada indolencia a la más frenética actividad de hurguillas. Desde el más lato localismo a las pretensiones más altas de la universalidad. Se absolutiza lo oriundo o se relativiza el marco patrio confrontado con lo que se supone esencial en el mundo o en el universo. También nacen criaturas híbridas por cruce de estos dos troncos, y así puede ir levantándose la metáfora de un árbol discretamente ramificado.
La literatura, esa buena tratante de los temas esenciales que concurren y transcurre; deja de serlo cuando, para hacerla, precisa antes declarar los ingredientes en una etiquetan en la vida, se ve obligada a declarar sus señas de identidad cuando los prismáticos se vuelven del revés; y, sin embargo, hay siempre un esfuerzo de catapultar el localismo hacia las celestes universalidades; como si fuera posible alcanzar la cuadratura del círculo. La literatura es solo la literatura; deja de serlo cuando, para hacerla, precisa antes declarar los ingredientes en una etiqueta.
Fragmento de Divagaciones sobre la periferia
Del libro Un panorama crítico -Nuevas Escrituras Canaria- Gobierno de Canarias-, 199
[…] En la posguerra el reconocible espacio insular dependerá de la posición que adopte el narrador ante el mundo relatado. Cuando el narrador presenta a un personaje introspectivo, el espacio se desprende de la topografía inmediata e identificable y, a la deriva, va edificando un espacio íntimo que, en algún caso, alcanzará orillas metafísicas. Cuando quiere expresar lo que acontece fuera, la geografía insular se impone como el único continente donde hacer realidad unas situaciones susceptibles de una reflexión crítica, siempre por vía indirecta y nunca, la crítica, como explícita denuncia social. Con posterioridad, cuando el texto se centra en datos históricos, culturales o literarios ya conocidos, el relato conserva las huellas del espacio original sobre el que opera con el propósito de narrar una nueva versión; en este caso, se adapta al espacio original.
El cuento canario del siglo XX cuenta con la insularidad como materia reconocible para fundar un espacio literario. Su configuración localizada se adentra y fluye por las cambiantes fisonomías del siglo. Se ha entendido como un espacio de relación: “El hombre en función del paisaje”, tal como titula un artículo de 1930. Quien así lo expresa está pensando en una acción del espíritu que, al sentir agotado el minúsculo escenario insular ha de “pasar y repasar sobre el mismo paisaje”. El autor del ensayo citado, Pedro García Cabrera, entra en acuerdo con lo que Ortega y Gasset había denominado, en 1921, la razón topográfica. La razón geográfica de cada lugar puede preformar los estilos de vida y, “a su vez, cada forma de vida humana proyecta ante sí el complemento de un paisaje afín.”
Fragmento de Estudio
De El cuento literario del siglo XX en Canarias
Cuadernos de Literatura, Ateneo de La Laguna, 1999
6. BOOM DE LA NARRATIVA
La novela Guad se puede considerar como la muestra que inaugura el fenómeno narrativo del’70. Su autor, Alfonso García-Ramos (1930-1980) declara su opción por la novela regional, busca en el territorio inmediato fundamentar unos valores. En el decenio del 70 confluye un grupo de narradores con obra editada, nacidos en las décadas del 20 y del 30 (Isaac de Vega y Rafael Arozarena, Alfonso García-Ramos y Emilio Sánchez Ortiz), junto a otros a los que cabe poner el calificativo de noveles, nacidos en la década del 40. Se aprovecha esta conformación intergeneracional para satisfacer la demanda de libro canarios que el público lector esperaba. Había una expectante mirada nacionalista y también un cúmulo de fuerzas mediadoras que en poco tiempo mostraron una eficacia hasta ese momento desconocida. En todo caso, hay que considerar que los autores pertenecen a un ámbito literario que, por ese tiempo, había apostado por la experimentación novelística. Entraña esta elección un distanciamiento de las fórmulas que el realismo había impuesto. En Canarias, la renovación novelística es inherente al texto; no se plantea como señal definitoria del mismo. Una nueva conciencia necesita formulaciones nuevas con que presentar y actualizar la imagen de la insularidad.
Fragmento de Siete notas para cien años de narrativa
Cuadernos del Ateneo, n.º 18, Ateneo de La Laguna, 2004