Carlos Pinto Grote (1923-2015)

Carlos Pinto Grote fuera del tiempo, por Oswaldo Guerra Sánchez. Entre la amistad y la poesía: Carlos Pinto Grote, por Nilo Palenzuela

Carlos Pinto Grote fuera del tiempo

por Oswaldo Guerra Sánchez

Quien tuvo la oportunidad de conocer a Carlos Pinto Grote coincidirá conmigo en que su personalidad y su obra narrativa (la poética, por descontado) eran inseparables: su modo de vida, sus gustos, su presencia física, hasta su modo de hablar y de vestir, coincidían perfectamente con los rasgos de algunos de sus personajes ficticios, sólo que trasplantados a un espacio y un tiempo diferentes: la vieja Inglaterra de la época victoriana.

En una entrevista concedida al célebre programa televisivo de Joaquín Soler Serrano “A fondo” (1982), el escritor confesó lo siguiente: “Me equivoqué de lugar y me equivoqué de tiempo”. En efecto, no estaba satisfecho con la época en que le tocó vivir, probablemente por el ritmo de vida acelerado y la banalidad que lo rodeaba. Siempre le gustó lo antiguo, lo que estaba ya fuera del tiempo, anclado en la eternidad. Por eso, tal vez, mantuvo abierta entre 1989 y 1992 aquella tienda de antigüedades en la calle San Agustín de La Laguna, en la que los objetos en desuso, a veces reparados por él mismo, eran restituidos a la vida.

Esa nostalgia por un tiempo no vivido, tal vez mejor pero siempre distinto, quedó reflejada en numerosas obras suyas, de modo diferente si se trataba de poemas o de relatos, pero con una esencialidad común a ambos géneros. En un texto titulado “El pasado y las cosas”, que vio la luz en Diario de Avisos en 1991, escribió: “De siempre me han atraído las cosas antiguas, viejas, usadas, en las que el tiempo ha puesto su huella, en las que, también, la mano del hombre ha señalado su tacto confortador y efímero”. Se trata de un afán por atrapar el tiempo, por agarrar la eternidad a través de los objetos, una poética que el autor aprendió del gran Rilke, y que llevó con todas sus consecuencias a su propia vida a través del culto a lo cotidiano, a lo pequeño, a las cosas ínfimas.

Estar fuera del tiempo implicó para él nutrirse del modo de ser británico, de mestizarse literariamente con la flema inglesa. Por eso durante mucho tiempo viajó a las islas británicas e incluso hizo algunos tientos de traducción de autores anglosajones. Quiso ser un “dandy” victoriano, vistió trajes de estilo inglés, fumó cigarrillos Dunhill, leía el Times de Londres, veía películas británicas y su bebida favorita era el whisky de malta. Su alter ego era Charles Ensor, personaje de varios de sus relatos que tienen por escenario ese mundo de la imaginación ambientado en la Gran Bretaña de sus sueños. Su función no es otra que la de permitir al autor transgredir todo límite espacial y temporal que lo ataba al mundo en el que vivía.

¿Significa todo esto que Carlos Pinto rehuía la realidad, se evadía del mundo? En absoluto. Se trataba más bien de una conjura. Una conjura contra el tiempo, un salvoconducto hacia la inmortalidad. Lo avala su sólida trayectoria poética, iniciada en 1945 en la revista lagunera Mensaje, como una profundísima reflexión sobre el tiempo, la muerte, el dolor y el amor. Ninguno de estos temas es tratado de soslayo. Constituyen toda una poética obsesiva, tanto en la obra en verso como en su narrativa.

Pocos autores como él supieron dotar al conjunto de su obra de una estructura tan redonda. Es, en ello, deudor de la alta literatura del diecinueve francés e inglés. El simbolismo le provee de la herramienta fundamental para cohesionar ese conjunto. Su buen oficio ( y su portentosa imaginación) le permitieron tratar aquellos temas graves mediante símbolos desarrollados a partir del acervo cultural de la Humanidad: el viaje en una nave espacial (Como un grano de trigo, 1965), la incursión en el mundo del sueño (Oneiron, 1973), la redimensión de un país de insectos (Los habitantes del jardín, 1978), el buceo por las interioridades de una casa (De los días perdidos, 1982, Objetos de desván, 1986), etc. Chronos y Thanatos, Oneiron, las distintas odiseas, todo un conjunto de símbolos perfectamente entrelazados que, como en una sesión jazzística, van abriéndose paso con aparente improvisación, pero con evidente recurrencia. Y siempre un desplazamiento en el espacio y en el tiempo.

En lo que a la prosa se refiere, la melancolía se entrevera con la ironía, la otra herramienta (junto al simbolismo) con la que Carlos Pinto nos revela su partida de ajedrez con la muerte. En una ocasión, Mr. Charles Ensor (¿Sr. Carlos Pinto?) mantiene un diálogo con Lord Soames en la prosa titulada “Un poco de humo y otros relatos” (1984):

Un sereno silencio llenaba la gran biblioteca donde los dos hombres estaban.
—Mr. Ensor, ¿ha visitado usted a un psiquiatra?
Una risa en la que se percibía ironía, desgana y cierto disgusto, fue la respuesta de Charles Ensor.
—Lord Soames: ¿Cree usted que estoy loco? ¿No se ha dado cuenta de que me ocurre algo mucho más grave? ¿Es que no sabe usted ya con plena certeza que soy inmortal?

El poder de la ironía en los relatos lidia con la confesión dura y aplastante en los poemas. No hay evasión, sino escudo, miedo, pánico que, con los años, gracias al exorcismo de la obra literaria, se convertirá en antídoto contra el tiempo. Y aunque la obra literaria por sí sola, como se sabe, pueda dar al escritor una llave de acceso a la eternidad, la experiencia plena de toda una vida (Carlos, como gran intelectual que era y, por tanto, poco vanidoso, nunca esperó que su obra le reservaría un sillón en el Parnaso) finalmente será la que pueda darle la seguridad de que fue al encuentro de esa inmortalidad y la halló.

Foto de Carlos Schwartz

Foto de Carlos Schwartz


Entre la amistad y la poesía: Carlos Pinto Grote

por Nilo Palenzuela

Carlos Pinto Grote habla en su obra de la existencia, de sus encrucijadas y encuentros, de la amistad, de sus pasiones intelectuales, de los horizontes del lenguaje poético. Nunca olvida un principio esencial: la creación existe bajo el compromiso de la verdad. Su obra, además, si está presidida por la voluntad de conocimiento, no lo está menos por la celebración del amor. Lo dijo en una dedicatoria: Delia o el amor. Como los poemas dedicados a su esposa, los grandes temas de su poesía nacen de las seducciones de los espacios cercanos y del vértigo del tiempo. También proceden del anhelo de dialogar con entornos culturales distantes y del encuentro con lejanas ciudades, Londres, Lisboa, Roma, Florencia o, más recientemente, Berlín. En Madrid estudió durante la postguerra y allí compartió con unos y otros inquietudes y lecturas, con Vicente Aleixandre, con Dámaso Alonso, con tantos amigos. De todo ello se nutre su escritura.

Carlos Pinto Grote ha sido un escritor generoso. Podía acudir a la prisión franquista a visitar a los hijos de su amigo Agustín Millares, encarcelados por motivos políticos, o acoger en su casa a los jóvenes Arturo Maccanti, Eugenio Padorno, Alberto Pizarro, al escritor y al escultor José Abad y a todo el que quiso estar cerca de la poesía y la reflexión intelectual. En mi caso lo conocí animado por José Corredor-Matheos, que se había sorprendido de que no tuviera contacto personal con el excelente poeta.

Conmigo, como con tantos, fue espléndido; también, Delia. En su casa pudimos hablar de poesía, de Paul Celan y de los escritores franceses, de la poesía italiana y de Os Maias, la novela de Eça de Queirós tan presente en la memoria de su familia. ¿De qué no podía hablarse con Carlos Pinto Grote que no nos alejara de lo ramplón, de la política cotidiana, de la miseria intelectual?

Carlos Pinto Grote tuvo dos preferencias destacadas: la literatura anglosajona y la amistad. Desde los escritores metafísicos a los poetas decimonónicos ingleses o desde Samuel Pepys a T.S. Eliot, sus referencias en lengua inglesa son constantes. Con ellos “conversó” frecuentemente. Pero lo hizo con las vivencias creadoras de aquellos enlazadas con las suyas. En esa pasión por la literatura en lengua inglesa vino a coincidir a menudo su sentido de la amistad. Un solo ejemplo.

En 1983, su hijo Carlos E. Pinto edita el cuaderno Poemas a un cultivador de opio. El poema estaba dedicado a su nieta, Rebeca, la hija de María Pinto. En este cerco familiar emprende un poema espléndido, un canto en el que surgen los motivos de la ensoñación, los efectos de la adormidera, los cuidados del cultivador y, enseguida, la transformación poética: el recolector no está lejos del poeta que, en su melancolía, ve nacer el mundo, los días luminosos, las noches con su lento río de sombra. El poeta, como el cultivador de opio, “sueña la flor, / que crea el universo”. Su recreación es próxima, cercana, y tiene que ver con su propio entorno, con los “habitantes” del jardín de su casa de La Laguna…, y con sus amigos. El canto persiste en las diversas secciones del cuaderno. Al final “cumple el altísimo quehacer / y da razón a ese campo de amapolas. /Savannah-la-Mar, allá / en la niebla de las tierras altas”. Los sueños, la ensoñación, la experiencia de sortear los límites, el salto radical de la poesía sobrevienen entonces como un homenaje y un recuerdo. Al fondo, el escritor inglés del siglo XIX que había evocado Savannah-la-Mar y el vértigo provocado por el opio, Thomas de Quincey, y sus libros Confesiones de un inglés comedor de opio y Suspira de profundis, textos esenciales en la constitución de las poesía moderna y, también, en las indagaciones contemporáneas en el dominio de los sueños y el subconsciente. En lo más cercano, la amistad.

Su amigo Antonio Dorta, con el que Delia Trujillo y Carlos Pinto habían compartido tantas experiencias en España o en Italia, tradujo en 1953 para Espasa Calpe, entonces en Buenos Aires, Confesiones de un comedor de opio inglés, el libro de Thomas de Quincey. Su cuaderno venía a ser entonces un diálogo con Antonio Dorta, que murió justamente en 1983. Sus poemas traían consigo el homenaje, la amistad, el reconocimiento del ciclo de la vida que surge, como Rebeca, y la despedida del viejo amigo que ya se ausenta. La poesía y sus vértigos, la experiencia radical de conocimiento y la celebración de la amistad se alzaban allí por un instante. Y se levantan todavía: el sueño del poeta abre el mundo y explora sus países sin límites y trae “las mágicas llaves de otra aurora”.


Ficha sobre Carlos Pinto Grote elaborada por Alberto Pizarro en «Archipiélago de las Letras»:
Ficha de Carlos Pinto Grote en Archipiélago de las Letras

Foto de portada: Carlos Schwartz