Con Bárbara Jacobs

Por Nilo Palenzuela

Bárbara Jacobs

La obra de la escritora Bárbara Jacobs (México D.F., 1947) ha contribuido de manera muy importante al desarrollo de la literatura en nuestra lengua. Su novedad y originalidad, su capacidad de creación de espacios narrativos y de personajes, su manera de dar palabras a las obsesiones y a las múltiples maneras de enfrentarse a la realidad del mundo actual, su forma transversal de abordar autores e historias, su capacidad experimental…, todo ello hace que su voz adquiera un creciente reconocimiento internacional.

Entre sus obras dedicadas a la literatura destaca la Antología del caos al orden (2013). En su trayectoria ensayística debemos mencionar Escrito en el tiempo (1985), Juego limpio (1997), Atormentados (2002) y una aproximación a Simone de Beauvoir que se aleja de tópicos: Un amor de Simone (2012). Entre sus novelas debemos señalar Las hojas muertas (1987, Premio Xavier Villaurrutia), Florencia y Ruiseñor (2006), Lunas (2010) y La Dueña del Hotel Poe (2014). Entre los cuentos destacamos Vidas en vilo (2007).

En la obra de Bárbara Jacobs existen motivos que atraen muy significativamente. Destacamos solo uno: sus recreaciones del mundo libanés en América, donde se desvela la condición del exiliado y la diáspora, tan presente en los desplazamientos de las últimas décadas al norte de México o en las fronteras europeas. Su obra, desde esta perspectiva, sugiere que el mundo se hace habitable solo con la incorporación de diversas culturas, con la creación de mitologías e imaginarios que resulten complementarios.

Augusto Monterroso, Tony R. Murphy y Bárbara Jacobs en Las Palmas de Gran Canaria. 1995

Augusto Monterroso, Tony R. Murphy y Bárbara Jacobs en Las Palmas de Gran Canaria. 1995

Inmersa en las inquietudes que llegan después del despliegue de la alta tecnología y de la caída de los grandes horizontes utópicos, su discurso creador observa la cultura contemporánea desde una distancia crítica que acaso pueda expresarse con uno de sus títulos: Adiós humanidad (2000); o con palabras de esta misma obra: “La duda de si seguir un impulso o entregarte al torbellino, interpretar las señales a tu favor…”, “El miedo, un freno con consecuencias. No va a suceder nada, te aseguran; pero, mientras no se siente alguien a tu lado y te explique el mundo desde el principio, paso por paso, lo natural es que desconfíes de algo que contiene todo, sin que tú vayas a saber nunca qué de qué ni siquiera de una mínima parte”. Barbara Jacobs explora en las grietas donde nuestras ficciones crecen, donde se desvanecen también las quimeras. No obstante es siempre afirmativa: entre los signos de la creación crecemos y nos reconocemos.

Bárbara Jacobs ha colaborado siempre con sus amigos, con su primer esposo Augusto Monterroso realizó Antología del cuento triste (1992), y con Vicente Rojo, que será su compañero desde los últimos años, colabora en Cuadernos de viaje (2004) y en Leer, escribir (2011). Por otro lado, en la novela La dueña del Hotel Poe convertirá a algunos de sus amigos “epistolares” en personajes… La obra de Bárbara Jacobs ha crecido en distintas direcciones, con diversos sentidos, con experiencias cada vez más abiertas en su construcción narrativa; también en relación con otros lenguajes.

Bárbara Jacobs estuvo con Augusto Monterroso en Las Palmas de Gran Canaria en 1994 y en 1995. Tony Murphy, en la época de Coordinador del Departamento de Debates y Literatura del Centro Insular de Cultura del Cabildo de Gran Canaria, los invitó a participar en La Plazuela de las Letras. Monterroso explicó entonces las circunstancias en que escribió Obras completas y otros cuentos, e impartió un taller de escritura. Bárbara Jacobs habló el 9 de noviembre de 1994 de su libro entonces recién publicado, Vida con mi amigo, y el 20 de abril de 1995 disertó sobre «La biografía literaria». Bárbara Jacobs estuvo también en Lanzarote.


Con Bárbara Jacobs

NP: Podemos empezar por trabajos en que te has comprometido con la selección de textos literarios. El primero sería la Antología del cuento triste (1992), que hiciste con Augusto Monterroso. En fechas recientes, en 2013, realizaste para la editorial Joaquín Mortiz Antología del caos al orden. Parece como si a lo largo de toda una trayectoria precisaras reflexionar sobre otros escritores y artistas y, por así decir, decidieras buscar afinidades electivas.

Fotografía de Barry Domínguez. 2015

Fotografía de Barry Domínguez. 2015

BJ: Así es, Nilo. Las biografías y/o las autobiografías, así como los diarios, los epistolarios y las entrevistas de y a escritores y artistas siempre me han atraído y me han dado mucho que conocer y mucho que pensar. Sobre todo, la amplitud, la variedad de posibilidades tanto en la vida como en la obra de gente de quien, por una u otra razón, me siento cerca.

NP: Sin duda, son diversas las cosas sobre las que se puede preguntar al hilo de Antología del caos al orden. Una tiene que ver con el relato de Augusto Monterroso. Cuando eliges “Diógenes también” muestras el lado más abismal de Monterroso, ese lado en que se expresa un talante menos humorístico. El cuento es, sin duda, conmovedor.

BJ: Sin certeza, me parece que «Diógenes también» fue uno de los primeros cuentos de madurez que Monterroso escribió (recuerda que publicó su primer libro, Obras completas (y otros cuentos), en el que aparece «Diógenes también», a sus 38 años de edad), y en lo personal me parece que, al planteárselo y al abordarlo, se adentró tan profundamente, tan crudamente, tan aterradoramente, en la emoción y en los sentimientos que prefirió, de ahí en adelante, por supuesto sin dejar de experimentar emociones y sentimientos, optar por expresarse mediante la inteligencia, el ingenio, la erudición… ¡Me asusta pensar en qué diría de mi comentario si me oyera!

Por otra parte, considero que, técnicamente hablando, es un cuento inaugural, con el repentino cambio de voces narrativas en el relato.

En el estudio de Vicente Rojo (2015).Fotografía de Barry Domínguez.

En el estudio de Vicente Rojo (2015).Fotografía de Barry Domínguez.

NP: Por tu lado, en tus obras más que perros vislumbro gatos. Recuerdo Escrito en tiempo, una carta escrita en Nueva York, en 1984: “Los gatos tienen que ver con la libertad”.

BJ: ¡Por acertada, tu observación me abre los ojos! A pesar de que instintivamente soy, y siempre he sido, más afecta a los perros que a los gatos, creo que me refiero al perro sólo en mi primera novela, Las hojas muertas. En cambio, como dices, hablo más del gato. En Escrito en el tiempo asocio al gato nada menos que con la libertad, como señalas; y en una novela, Lunas, tengo un gato, Pangur, que responde a la necesidad de afecto de una de las narradoras como la narradora responde a la de él. Pero mi único perro, efectivamente en Las hojas muertas, no se queda atrás por lo que hace a significado, pues resulta ser un personaje imprescindible para todos los protagonistas de aquella novela debido al intenso intercambio que hay entre todos de afecto y diversión. Pero ahora que lo pienso, querido Nilo, en mi novela más reciente, La dueña del Hotel Poe, tengo a una pareja de perros, recordarás, Viva y Vivo, que cuidan la casa de la protagonista, Carola Q, y su pareja, W, en el acantilado, en donde además los acompañan. Así que, mi inclinación hacia los perros y los gatos está equilibrada…

NP: En relación con “Diógenes también” y el mundo canino, en fechas recientes leí “Malditos perros”, de Dazai Osamu. El tema es también cervantino y va de un lado a otro. La literatura está llena de perros. Pero da la impresión de que la obsesión por estos animales da, en el cuento de Diógenes, una expresión muy concisa, con la precisión tan inimitable de Augusto Monterroso.

BJ: Sí, en el cuento de Monterroso el perro es el centro del drama, y por supuesto tiene que ser cervantino, como conocedor y admirador total que fue Monterroso de Cervantes. En mi novela el perro no es ni dramático ni cervantino (entre otras razones porque ni entonces ni ahora, y perdón, he leído el «El coloquio de los perros»); es sólo un representante del afecto y de la diversión, como te decía.

NP: Por alguna razón me imagino que en los encuentros con los Rojo, cuando se reunían en la casa de Dulce Olivia con Vicente y Albita, en tertulias donde también acudían Fernando Benítez, Monsiváis y Juan Rulfo, surgía el humor de Augusto, pero también se mostraría su otro lado menos visible, más “desde el corazón”, por decirlo con palabras de tu antología. Claro que en aquellos encuentros primaba la amistad y no todo era literatura, estaría bueno.

BJ: «Los lunes de los Rojo» nacieron precisamente alrededor de Fernando Benítez, a principios de los años sesenta del siglo XX. Eran comidas en las que se alternaban dos grupos de amigos: uno fijo y el otro «ampliado». Los Rojo nos incorporaron al grupo, a Monterroso y a mí, a principios de los ochentas. No es este el lugar para referirme, con toda la amplitud que merecen, a estas memorables y únicas reuniones, de las que se hablaba en todos lados y, me temo, a las que muchos otros amigos habrían querido ser invitados, aunque fuera sólo una vez… Puedo comentarte, sí, que algunos de los infaltables, aparte de Benítez, fueron Juan Rulfo, Carlos Monsiváis y Lya y Luis Cardoza y Aragón. Y también puedo afirmar que el tono que imperaba entre los comensales era el del ingenio, se conversara de lo que se conversara (y se conversaba de la política nacional e internacional; de la cultura, de la sociedad, ¡de qué no!). Aquellos intercambios parecían una competencia del ingenio. Recuerdo mucha risa; no recuerdo ni un sólo momento deprimente ni desagradable.

Por supuesto que a «Los lunes de los Rojo» los recorría lo elemental de la amistad. En efecto, todos se querían y se admiraban unos a otros. (Como suele ser, en estas comidas mi presencia, mi «participación», casi se limitaban a ser las de una atenta observadora. Cuando terminaba la reunión y Monterroso y yo regresábamos a casa, por lo general me encerraba un rato en mi estudio y, ahí sí, me soltaba a registrar la crónica de cada lunes que asistí a «Los lunes de los Rojo».)

Añadiría algo que a mí me llamaba particularmente la atención y que me hacía admirar a Albita en especial. Y era que, aunque ella y Vicente hubieran regresado de un viaje (en particular de alguno largo, de tres o cuatro meses) el domingo previo a «Los lunes…», Albita, seguramente sin desempacar todavía, convocaba al grupo y tenía preparada su comida, siempre abundante y apetitosa, como si no acabara de regresar de un viaje, como si no tuviera necesidad de «aclimatarse» antes de convocar, tan generosamente, a la comida correspondiente de «Los lunes…». Recuerdo a Vicente como un participante activo. En esas ocasiones no era ni «parco» ni «huraño». Se mostraba muy sociable y ocurrente, como de hecho es él, cuando no está encerrado trabajando.

NP: En Antología del caos al orden recoges otro relato admirable de Katherine Mansfield sobre la presencia y la desaparición de un pájaro, “El canario”. Como en otros cuentos la soledad está siempre cerca. Pero me interesa particularmente que hayas llamado de nuevo la atención, como en Antología del cuento triste, sobre la escritora neozelandesa. En Canarias se la ha relacionado con el escritor Alonso Quesada, otro personaje marcado por la soledad. En otro de tus libros, Vida con mi amigo, hablas de Mansfield en un entorno donde la locura estaba muy presente. También aludes a ella en Juego limpio. Leonor Acevedo, la madre de Jorge Luis Borges, fue muy pronto su traductora en español. Pero no es muy común que se aluda a esta singular narradora, de vida tan arriesgada.

BJ: Desde mi primer encuentro con Katherine Mansfield la he seguido, cada vez con mayor admiración y, me gustaría decir, familiaridad. La leí por primera vez en algún momento del mes de octubre de 1970, a raíz del único taller literario al que asistí y que conducía Augusto Monterroso. Él fue quien me dio a conocer a mí a Katherine Mansfield. Al tenerla presente desde entonces en todo trabajo que emprendo, espero agradecer a Monterroso como merece el excepcional encuentro.

NP: Sin duda, en tus obras o en tus ensayos, hay reflexiones, estudios, referencias a hombres y mujeres, sin dejarse llevar por idealizaciones excesivas. Llamas la atención, por así decir, sobre escritoras sobresalientes y otras que no lo son tanto, sobre Virginia Woolf o Mary McCarthy.

BJ: Admiro a las dos, Virginia Woolf y Mary McCarthy, a cada una por motivos diferentes, pero motivos que, ante mí, las hicieron sobresalir. Es cierto que también admiro a escritoras que quizá no sean muy conocidas, pero te aseguro que, por una razón u otra, para mí sobresalen. No creo haber hablado nunca, al menos en mis libros, de ninguna escritora mediocre.

NP: Cuando leí La fuerza de las cosas, de Simone de Beauvoir, pude ver su mundo y asimismo una gran superficialidad cuando hablaba de sus encuentros con África, con Brasil o con Cuba. Había mucha pose progresista, pero poco espesor en el conocimiento de los otros. La autora de El segundo sexo en tu libro Un amor de Simone revela un lado ajeno al tópico. Carne y hueso, por así decir; la realidad cotidiana, si tiene cierto espesor, siempre es asombrosa.

BJ: Como registro en Un amor de Simone, el amorío entre Simone de Beauvoir y Nelson Algren, me representó a de Beauvoir como a una mujer sensible y hasta divertida. En cambio, su relación con Sartre, que no se interrumpió durante el paréntesis amoroso con Algren, siempre me la ha representado como una mujer no sólo únicamente cerebral, sino, paradójicamente, reprimida y frustrada.

NP: Existe, no obstante, una cierta complicidad entre escritoras, pienso en la vieja amistad que te une a Elena Poniatowska. Te ha realizado además alguna entrevista.

BJ: Así es, Nilo. Aparte de haber leído y admirado a Elena desde antes, la conocí personalmente a partir de mi relación con Monterroso, desde finales de 1970. Para entonces, ellos ya eran muy queridos amigos entre sí, de modo que tuve la buena fortuna de ser inmediata y espontáneamente integrada a ellos. Con los años, como es natural, he tenido muchas oportunidades de estar con ella y conversar, de modo que, ahora por mí misma, he ido cultivando la amistad. Amistad que, a partir del comienzo de mi relación con Vicente Rojo, desde 2003, cuando los dos habíamos enviudado, con un mes de diferencia, se ha incrementado todavía más, pues ellos, aparte de ser muy queridos amigos entre sí de toda la vida, vivieron años muy importantes de una relación editorial, en Ediciones Era, como sabrás.

A Elena la admiro como escritora, como periodista, como activista y como amiga. Siempre ha sido generosa conmigo y siempre ha estado presente en mi vida, en las buenas y en las malas. Mi relación con ella es uno de mis orgullos; me siento muy privilegiada de encontrarme entre sus amistades.

NP: Antes hablamos de humor. En Nin reír, además de hacer referencia a autores en que la risa o la melancolía están presentes, además de evocar a Monterroso –“el humor es una máscara y la timidez otra»–, aludes a un humor irreverente. Aludes a Julio Cortázar, Carlos Monsiváis y a un amigo común, por mí muy querido, José Miguel Ullán. Por cierto, que José Miguel hizo el servicio militar en Tenerife, con treinta y tantos años, al regreso del exilio. De esta experiencia salió un libro algo humorístico: Soldadesca. Es singular el humor de Ullán…

BJ: Nin reír tiene una especie de subtítulo que, me parece, sintetiza su carácter y su personalidad, si esto se puede decir. En todo caso, trata de: «La risa a lo largo de la historia, la ciencia, el arte, mi vida y la literatura», lo que espero que explique el recorrido que hice para entender, aunque no exclusivamente, lo que es la risa y sus diferentes causas, como pueden ser, por un lado y entre otras, el humor y la ironía y, por otro, la comicidad. Mientras que el humor y la ironía, por ejemplo, por lo general más bien provocan una sonrisa y, como señalas, tienen un fondo de melancolía, también provocan risa franca, ¡no faltaba más! Pero en cambio la comicidad es la que tiene la intención más evidente de provocar la carcajada, ésta sí, lo más alejado que hay de la melancolía, me parece. Como si el humor y la ironía tuvieran por primera intención hacer pensar y, en cambio, como si por su parte la comicidad hiciera caso omiso precisamente de la reflexión de ningún tipo y sólo tuviera la finalidad de arrancar carcajadas, a veces muy bienvenidas, incluso entre la «aristocracia» intelectual…

Monterroso, Monsiváis, Cortázar y, por supuesto, José Miguel Ullán, fueron grandes humoristas, todos, de desbordante inteligencia y cultura. Sonreían y reían; reflexionaban y, al mismo tiempo, eran capaces de desprenderse de la facultad de pensar y soltarse a reír, a pierna suelta…

NP: A Cortázar le envié a París una breve nota a comienzos de los ochenta junto a mi primer cuaderno. Nunca le llegó. Estaba ya enfermo. Guardo la carta devuelta y sin abrir. En una de tus novelas cuentas que le enviaste una carta a Cortázar y que no supiste si la recibió. Y que nunca se lo comentaste cuando en los años setenta ya eran amigos. Es extraño que no se lo hayas contado. ¿Te inquietaba su humor?

BJ: Lo que me inquietaba ante Cortázar era mi timidez… Cortázar fue, quizás, el autor en castellano que más me deslumbró en mis primeros años de «lectora consciente», es decir, a mis dieciséis o diecisiete años. Lo que cuento por ahí, que tú recuerdas, de la carta que le escribí, es una historia más melancólica que humorística, para seguir con el intrincado tema. Aunque tuve la oportunidad de conseguir su dirección postal (osadamente, sin conocerlo, sin presentarme, se la pedí a Carlos Monsiváis, a quien reconocí pero a quien, repito, no conocía, que caminaba unos pasos más adelante que yo por el Palacio de Bellas Artes, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Monsiváis me dijo que lo buscara al día siguiente en la revista Siempre! para que me la diera, pues ahí la tenía. Pero mi osadía terminó con el atrevimiento de abordarlo y pedírsela), de modo que, la carta que le escribí a Cortázar la mandé, ilusamente, a «París», con el firme (es decir, más ilusorio aún) deseo de que el dato bastara para que le llegara… ¿Cómo me iba a atrever a contarle esta triste anécdota a Cortázar cuando, años después, lo conocí personalmente y llegamos a ser amigos? Mi actitud ingenua y humilde tiene un límite…

NP: Imagino que alguna pirueta humorística e inteligente habrán cruzado cuando tú y Augusto se encontraban con él. ¿Recuerdas algo especialmente?

BJ: Ellos se contactaron primero por carta; no recuerdo cuál de los dos inició el intercambio, pero sí recuerdo que la correspondencia fue de afecto y admiración mutua. Personalmente, se conocieron en la Ciudad de México, a mediados de los setentas. Fue en una fiesta (que ofrecía un político mexicano muy importante en aquellos años) a la que yo acompañaba ya a Monterroso. Y, de muchas que hubo a lo largo de los años, ahí mismo tuvo lugar la primera «pirueta humorística» que, casi, caracterizó su relación.

En aquella fiesta, lo que hicieron fue que, apenas si se dieron su primer apretón de manos, Cortázar le sugirió a Monterroso encontrar, lejos de semejante tumulto, un rincón en donde pudieran sentarse, solos, a conversar, «lejos de mundanal ruido». Así, dieron con dos sillas y con el recoveco debajo de una elegante escalera, para sentirse a gusto, ¡tenían tanto de qué platicar! (Debo añadir que, caballerosos, encontraron una silla para que yo los acompañara en su tête à tête, y también te cuento que, en la noche, antes de dormir, registré en mi diario, palabra por palabra, el contenido de su primera conversación.)

Pero en otra ocasión, si no es un abuso, podría contarte muchas otras de las «piruetas humorísticas» que, repito, caracterizaron su amistad. Piruetas humorísticas, y piruetas literarias, políticas, artísticas, pugilísticas, «karatísticas», jazzísticas, sociales… ¡Hacían una «pareja» fantástica, para empezar, visualmente…!
NP:Regresando a la estela de Antología del caos al orden. El horizonte del delirio y la locura, que es el otro lado de la existencia, ese en que caos y orden se disputan a seres y personajes, está también muy presente en tu obra. Pienso en Florencia y Ruiseñor. ¿Por qué te ha interesado tanto el tema?

BJ: Creo que no quedaría yo bien si te contestara que en el mundo del delirio y la locura me muevo a mis anchas por la sencilla explicación que contiene el término «afinidades electivas…». Así que, mejor, por mi propio bien, aquí dejamos mi comentario…

NP: Personae, máscaras, personas: los personajes de tus creaciones viven su sueño, a veces volviendo ficción la realidad misma. Tu obra viene de los orígenes de la novela y el teatro; no le importa reconocerse como ficción o como máscara, porque a cada paso se renueva en su instante de representación. En las novelas a menudo muestras las costuras de las puestas en escena y el lector asiste al crecimiento de los personajes, a la aparición de sus peculiares existencias. Gabriel García Márquez escribió sobre tu obra algo que parece certero: “Creo que Bárbara Jacobs no es solo uno de los buenos escritores en estos tiempos de libros fáciles, sino que no conozco a muchos que sepan anticipar con la misma honradez casi suicida el largo y doloroso calvario de su gestación y escritura”. No sé si será del todo cierto, pero parece una manera de operar en las diversas expresiones de tu dilatada trayectoria…

BJ: Quizá García Márquez dio en el clavo, al menos por lo que hace a la segunda parte de su enunciado. En efecto, en mi trabajo, me exijo todo a mí misma aún a riesgo de equivocarme o, más usual, de pasar inadvertida en la vida y aun después… Por «todo», entiendo básicamente la verdad literaria y la belleza literaria. A lo que no me arriesgo es a quedar mal con mis maestros, pasados y presentes. Cuando me siento a escribir, ellos / ellas respiran sobre mi hombro.

NP: En La dueña del Hotel Poe la experimentación tan propia de tu obra da una vuelta de tuerca. No solo muestras cómo se hace una novela sino que invitas a personajes reales, a José Miguel Varas, Ida Vitale, Philip Conover, Elena Enríquez, Marco Perilli…, a una fiesta que preside un personaje de ficción o suerte de alter ego, Carola Q. Promueves una obra donde azar, imaginación, y personajes que son reales se trasmutan, habitan en un territorio de ficción. ¿Concibes una obra sin ir un poco más allá, sin el vértigo de la creación, sin exponerte, sin exponer al relato mismo?

BJ: En primera, gracias por lo que opinas sobre mi libro. Y también muchas gracias por tu pregunta, pues está formada con principios no sólo inmejorablemente expresados sino que, además, yo misma reconozco como fundamentales. Si un escritor, si un artista, no se propone «ir más allá»; si elude «el vértigo de la creación», si «no se expone a sí mismo», si «no expone a su propio trabajo», está perdido.

NP: El mundo libanés, el de los orígenes familiares, está presente en tu obra, aquí y allá, en Las siete fugas de Saab, en Las hojas muertas… Un ejemplo: “¡Ahj!, como dirían mis abuelos, todos, que dejaron el Medio Oriente para conquistar el Nuevo Mundo, pero no dejaron atrás sus costumbres…, no lograron vencer ni siquiera la nostalgia de toda la fruta, el mar, el cielo que dejaron atrás”. Recuerdo haber leído un texto donde describías el origen de tus abuelos libaneses, un abuelo procedente de Nueva York y otro de México. El libanés es el pueblo que más rápido se adapta y más hace crecer la cultura a la que llega. La hace suya. Crece en ella. Pienso en el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum. Pienso desde luego en tu trayectoria llena de referencias, ocultas o explícitas, al mundo libanés en América.

BJ: Así es, Nilo. Soy nieta de emigrantes libaneses. Por una razón u otra, la historia demuestra que a todos, a casi todos los libaneses, históricamente les ha dado por emigrar y, como dices, lo hacen con la disposición de integrarse a la cultura a la que llegan. Lo que sucede es que, al mismo tiempo, el libanés es un ser nostálgico por naturaleza, y todos los que pueden, después de «hacer la América (o el Continente que sea)», regresan a morir en su tierra natal. Si no regresan físicamente, sí lo hacen con la imaginación. Se sitúan allá, en la tierra natal, antes de cerrar los ojos por última vez.

En mi caso, mis cuatro abuelos fueron libaneses, unos de Hasroun y otros de Trípoli. Los paternos, emigraron a Estados Unidos, vía Nueva York, en donde nació mi papá. Los del lado materno, emigraron a México, en donde nació mi mamá. Los paternos eran de origen judío, y los maternos, maronitas (cristianos). De salida, ninguno era del todo practicante, pero una vez inmigrados, al menos las abuelitas, adoptaron la religión imperante en el lugar al que llegaron. Así, se convirtieron en fervientes católicas… Mi papá, eso sí, fue siempre un agnóstico, y mi mamá, católica, pero sin cadenas y con iniciativa, afortunadamente. Pero tanto ellas como ellos, y mis propios padres, pasaron sus funerales dentro del rito maronita. Por lo tanto la ceremonia fue dicha / cantada en arameo, la lengua de Jesucristo.

Conocí bien a Adoum, «el turquito», según lo llamaban en París los amigos. Mi última anécdota con él, mi «paisano (libanés)», fue cuando, a raíz de un viaje que él hacía a México, llegó a mi casa, con Elena Poniatowska, a darme el pésame en persona, tras la muerte de Monterroso. Y su emoción fue tal que me pidió un whisky, y yo, que estaba «de cabeza», me tardé desesperantemente (para él, supongo) en dar con la botella, el vaso adecuado, los hielos, pues mi casa, en aquellos momentos, estaba «de cabeza» peor que yo.

NP: También la historia de los exiliados libaneses, tan reiterada a lo largo del siglo XX, está en las investigaciones de tu hermana, Patricia Jacobs, que en 2000 publicó Diccionario enciclopédico de mexicanos de origen libanés y de otros pueblos del Levante.

BJ: Mi hermana, a quien conociste, fue, de todos los descendientes de nuestros abuelos, la más integrada a Líbano y lo libanés. No sólo pasó largas estancias en Líbano, sino que se desenvolvía en árabe bastante bien. Tuvo muchos amigos libaneses o de origen libanés. El Diccionario… que mencionas fue uno de los logros más satisfactorios que tuvo en la vida.

Pero Patricia quería, como buena creadora, «ir más allá». De modo que empezó a trabajar en otro diccionario, éste, de inmigrantes en México en el Siglo XX, de cualquier origen, siempre que fueran notables en cualquier área del arte, la ciencia, las humanidades, el deporte, el cine, la tecnología… Alcanzó a reunir 3,500 fichas, documentadas, pero murió antes de concluir el trabajo.

NP: Recuerdo que Patricia evocaba Canarias en una conversación. Recuerdo su humor y su chispeante inteligencia. ¿Escribes ahora sobre ella? ¿De nuevo la realidad se vuelve escritura?, ¿la ficción, en realidad?, ¿a la inversa?

BJ: Patricia fue una gran viajera, casi hasta el final de su vida. Entre los papeles que dejó encontramos, anexado a una carta, un cheque, sin cobrar, que hacía poco le había enviado una amiga suya para que comprara un billete de avión redondo y la fuera a visitar un tiempo en París. Viajó por gusto y, en innumerables ocasiones, por los diferentes empleos que tuvo, de los que la enviaban a misiones especiales (desde montar el stand en una feria de libros científicos en Viena, hasta ir a no sé qué ciudad en Estados Unidos a recibir allá y traer a México el legado de Gribrán Jalil Gibrán que su sobrino donaba a la Fundación de la Ciudad de México, en la cual Patricia trabajó hasta el final de sus días). Aunque no tengo el recuerdo preciso de que hubiera estado en las Canarias, no dudo de que en alguno de sus viajes hubiera visitado alguna de las Islas Canarias, y si te lo comentó no fue producto de su imaginación, ¡por más que, imaginativa, era!

Y sí, ahora estoy escribiendo una memoria de ella. Siento que puede ser mi último trabajo, o al menos te confieso que no quiero morirme antes de terminarlo.


Textos inéditos de Bárbara Jacobs

De la obra de teatro

Antón Chejov y El jardín de los cerezos son el punto de partida clásico del teatro moderno. Chejov recoge la tradición dramática europea y la sumerge en el alma rusa para crear un drama lleno de belleza y de emoción. La obra misma es un parteaguas entre la Rusia zarista, que permitía a las clases acomodadas tener casas de campo y siervos, y la Rusia que empezaba a nacer, en la cual los esclavos habrían de ser puestos en libertad y las casas de campo de las familias ricas derribadas para construir en su lugar complejos que aglomerarían no a una sino a muchas familias de medianos recursos. Todo esto aparece en vivo en El jardín de los cerezos, retratado con la pluma sutil y delicada de Chejov. Si es duro imaginar la destrucción de una casa de familia que ha alojado a varias generaciones de la misma, el primer hachazo que echa por tierra el primer cerezo del huerto resuena y reverbera dolorosamente como un lamento imposible de superar.

Más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio está la dramaturga y prosista estadounidense Lillian Hellman. Con La calumnia, se consagra ella y consagra una época del drama. El tema de la maldad infantil enfermiza enciende una sucesión de acontecimientos que llevan a la aniquilación de por lo menos dos vidas. Pero la penetración psicológica que hace Hellman en las emociones de sus personajes es la verdadera protagonista del drama. La mentira de una alumna respecto a las dos maestras de su escuela es paradójica porque, al desenvolverse las consecuencias que suscita, de cierta manera resulta verdad. Y este encuentro entre la verdad y la mentira es, aparte de estremecedor, el rasgo que da mayores relieves a la obra, además de instalarla en el propio centro del siglo XX. Creo, en todo caso, que si bien el tema es y será de siempre, dado que trata de las emociones humanas, se diferencia del teatro griego y del shakespeariano en que la confrontación que desencadenará el desenlace de la obra es, precisamente, la de la mentira que provoca que salga a la luz una verdad, más que las situaciones propositivas del teatro anterior que, aunque reflejo de emociones también profundas, no dejan de basar su desenlace más en circunstancias del azar que en el simple hecho de que una mentira ponga de manifiesto una verdad.

Pero si vamos a hablar de modernidad en el drama no puede dejarse de lado Muerte de un viajero, de Arthur Miller. Aquí el encuentro de realidades es múltiple. Está la del padre de familia que, a pesar de su insistencia en lo contrario, al cabo del tiempo no es otra cosa que un hombre fracasado. Y está, para no hablar de la ciega certeza con que la madre intenta aferrarse a la ilusión de que su esposo es un gran hombre, la realidad de sobre todo el hijo mayor, cuya valentía al enfrentar su propia identidad, distante por completo de lo que su infancia prometía, no es sino la causa determinante de la decepción final y fatal del padre. Miller, no obstante, registra el motivo de la desilusión en un hecho del pasado que el hijo, que fue su víctima, no recuerda, y que el padre, que fue su actor, quiere olvidar. Técnicamente, a Miller no le faltan recursos para hacer verosímiles planos encontrados, como es la superposición de la fantasía y la realidad. Para un lector o espectador de teatro, La muerte de un viajero, por lo tremendamente conmovedora que es, constituye un hito cultural imprescindible.

Por último, unas líneas sobre el dramaturgo pionero en la, a la fecha, última evolución radical del teatro moderno. Me refiero al italiano Luigi Pirandello, concretamente con su obra Seis personajes en busca de autor. En este drama lo sobresaliente es su creación, su presentación. No es sólo novedosísima, sino que es igualmente abridora de infinitas posibilidades por explorar. Es el drama estable dentro del drama en formación; es la imaginación destrabada y sin límites; es la fantasía andante; es el origen confeso o no del teatro del absurdo y, todo esto, sin apartarse del principio número uno de este género literario que consiste en suspender el juicio para leerlo o para verlo representar, pero llevado a sus últimas consecuencias, pues la realidad, después de todo, triunfa sobre la irrealidad propuesta y arrebata el papel de protagonista a la técnica magistral con que Pirandello creó este drama de dramas.

Creo que las obras expuestas en estas páginas forman un bloque modelo que autores, lectores y espectadores de teatro no podemos obviar.


Al caer la noche una noche

A veces Pati llegaba a tomar el café del desayuno todavía somnolienta y especialmente callada, como en sus épocas más melancólicas. El adjetivo taciturna la describiría mejor. Se sentaba en donde siempre, su lugar alrededor de nuestra mesa redonda de comedor, la cara baja, sumida contra el pecho y, entre cada sorbo de café -cargado, y que tomaba sin leche y sin azúcar- y cada fumada de cigarro –Delicados con filtro-, se veía y se tocaba las uñas -que al final llegó a pintarse incluso de azul, aunque generalmente se las pintó de rojo vivo- o jugueteaba con algún pellejito que su manicurista, Lulú, no le hubiera cortado o que ya le hubiera vuelto a crecer desde su última visita a la «Estética Gerardo» de Avenida de la Paz, en San Ángel, que frecuentaba como su favorita.

Comoquiera que sea, una precisa mañana de ésas tomábamos café cuando atendió una llamada de teléfono -en su oficina conocían bien en dónde localizarla en todo momento- y presenciamos la manera en que súbitamente se transformó su actitud radicalmente. La vimos despertar de pronto, completamente despejada de sueño, y su inquietud por ponerse en acción de inmediato apenas si le permitió informarnos, con la decisión de todo su tono de voz alto, aunque de manera atropellada y a la carrera, que sus oficinas habían sido asaltadas la víspera y que estaban hechas un desorden. Los asaltantes habían vaciado la caja fuerte y a simple vista era notorio que además faltaban las computadoras, y los empleados no sabían aún qué tanto más. En ese entonces, Pati era la directora nacional de una organización no gubernamental dedicada al intercambio internacional de estudiantes, con el principio de los fundadores de que forjar amistadas tempranas entre los jóvenes del mundo era una buena manera de crear la fraternidad entre las naciones y evitar, en lo posible, las hostilidades, la incomprensión, la intolerancia y la violencia que se desatan entre los hombres por una razón o por otra desde el comienzo de la historia de la humanidad, instinto o deformación que parece no tener fin.

Quien había localizado a Pati para ponerla al tanto de la situación era su amiga Esther, que hacía las veces de su asistente personal. Después nos fuimos enterando de que en cuanto Pati llegó al lugar de los hechos, después de haber dejado en nuestra casa sobre la mesa a medio tomar su taza de café y sin apagar su cigarro en el cenicero, la silla sin acomodar, lo primero que había hecho fue preguntar qué puerta o qué ventana habían forzado los asaltantes. Y cuando le comunicaron que las tres puertas -tanto la de entrada de la calle, como la principal de la casa que hacía de oficina, y la de atrás- así como todas y cada una de las ventanas se veían intactas, sin explicaciones, arrebatada, Pati se zafó uno de sus zapatos y con los dientes apretados y toda su fuerza lo estrelló contra el vidrio de una de las ventanas del segundo piso, la grande, que daba a una especie de terraza por la que era deducible que los delincuentes se hubieran introducido al trepar por la barda y al alcanzarla no bien se encontraron en frente, los pies sobre el piso.

Los empleados no necesitaron preguntar a su jefa por qué había ejercido semejante acción, pues Pati, como una gran conocedora, les hizo ver que, evidentemente, si no había muestras de forcejeo, el seguro no pagaría los daños. Acto seguido, ordenó a los empleados que revolvieran un poco más los papeles sobre los escritorios, que tiraran más cosas al piso, que desacomodaran los muebles que aún se encontraban en su sitio, que abrieran los cajones que siguieran cerrados y que removieran y enredaran sin reparo su contenido, cualquiera que éste fuera. Al ver que Esther le tomaba la palabra a Pati y, casi a gusto, trastornaba más de lo que ya lo estuviera todo lo que cruzara su vista, y así torcía los cuadros sobre las paredes, y tiraba al suelo los libros de los estantes, el resto de los empleados, que, por otra parte, no pasaban de diez, la mayoría mujeres, se soltaron a hacer otro tanto, siguiendo las órdenes de la directora nacional y el ejemplo de su asistente personal. Y, al advertir que los maleantes, quizás en su prisa por huir, habían dejado atrás una o dos computadoras, Pati, a medida que le tendía las llaves, mandó al mozo a meterlas en la cajuela de su propio coche para que el seguro pagara por el daño completo y no entrara en mayores especulaciones.

Pero de las aventuras que Pati corrió en esta organización educativa no todas involucraron alteraciones favorecedoras de alguna ley, en este caso, las reglas del seguro. En otros episodios, aunque hubiera habido enfrentamientos con la autoridad, los fines de la situación eran tan nobles que todo lo justificaban. Por ejemplo, cuando Pati se desvivió por mandar al extranjero a un adolescente indígena del sur del país, lo que logró con un admirable esfuerzo, y joven al que localizó, como estudiante excepcional, en un orfanatorio gracias a sus contactos con la directora correspondiente del centro, y al que envió en intercambio a Tokio para que se aproximara lo más posible a la alta tecnología que se desarrolla ahí desde temprano, incluso en las escuelas secundarias, si no es que en las primarias, Pati tuvo que abogar con determinación por el estudiante en particular con sus superiores de Nueva York, con quienes fue a entrevistarse personalmente, y los que concentraban su población de becarios más bien entre la clase media de la sociedad, de preferencia hijos de familias estables.

Otro de los logros debidos a Pati durante su periodo como directora nacional de la organización no gubernamental de la que hablamos, fue cuando consiguió, en su sede de Michigan, que la Fundación Kellog’s patrocinara un año completo de becas a estudiantes mexicanos que se irían al extranjero. Así como Pati tenía el mayor cuidado al elegir a quién enviaría a estudiar afuera, de igual modo elegía a las familias que recibirían a dichos jóvenes, y se esmeraba en acertar con las más armoniosas combinaciones posibles. Se entiende que, aparte de entrevistar a los candidatos propiamente dichos, se entrevistaba con los padres de familia y con los maestros del colegio del que el niño se ausentaría durante un año escolar. Y recuerdo una ocasión específica, en que tuvo que entrevistar a varias parejas de padres de familia mexicanos hasta dar con una que aceptó que, quien recibiría a su hijo becado, se trataba de una pareja de hombres homosexuales suecos.

Y todo esto tuvo lugar en los primeros años noventa del siglo XX, que fue cuando Pati fue directora nacional de esa organización no gubernamental a la que hemos estado aludiendo.

Cuando Pati dejó de ser la directora nacional de esta asociación la más afectada fue su amiga Esther, con quien la unía una amistad de años. Después de todo, Esther era la mamá de René, el mejor amigo de uno de los dos hijos de Pati, compañeros de banca desde el kínder y que siguieron siendo amigos del alma hasta el día en el que el hijo de Pati, que era su amigo, murió. Esther era una mujer muy valiente. Nunca se separó del padre de sus hijos, ni siquiera cuando él cayó preso por vender a sus clientes algo más que los discos de rock que vendía en una tienda de su propiedad que era muy popular por aquellos años.

Precisamente el hijo de Pati al que me he referido, que fue el mejor amigo de René toda su vida y que murió a los 24 años de edad, fue uno de los últimos estudiantes beneficiados con la beca de la ONG que Pati dirigía. Fue a dar no recuerdo a qué población de Holanda, a una familia que después lo visitó a él en México, y a la que él paseó por el país. Recuerdo que pasaron unos días en Oaxaca, en un hotel cuya dueña era muy famosa, pero no recuerdo su nombre ni de qué ciudad de Europa había llegado aquí durante los años de la Segunda Guerra. Su hotel era muy pintoresco y el favorito de determinado turismo extranjero.

En su año en Holanda, el hijo menor de Pati al que me refiero aprendió holandés y, en general, tuvo muy buenas experiencias, comunes a los jóvenes europeos de aquella época. De todas salió fortalecido; las sobrevivió a todas. Como al salir de México con el grupo becado ese año a él le correspondió coordinarlos, se puede decir que la responsabilidad, que cumplió sin percances, lo hizo madurar.

Ahora me pregunto por qué Esther no trató de mandar a René de intercambio. Podían haberse ido juntos, René y el segundo hijo de Pati.

O no sé si para entonces René, aunque no tendría sino unos 22 años, o así, ya se había casado con Claudia, su novia de toda la vida y con quien años más tarde tuvo un hijo, Renato, que nació en Cancún y que para estas fechas ya ha de ser un adolescente. Fue cuando René trabajó bajo las órdenes del hijo mayor de Pati, que dirigía a los empleados de una compañía hotelera dedicada al sistema de «tiempo compartido».

Pero el hijo menor de Pati y René llegaron a hacer muchas excursiones juntos, como cuando fueron a Real de Catorce o a Cipolite.