En Canarias también se escribe en negro
por Eduardo García Rojas
“La novela negra es novela urbana y generalmente se desarrolla en ciudades portuarias. Las Palmas de Gran Canaria es una ciudad grande con todo lo que tiene de bueno y malo una gran ciudad, pero también es una urbe intercultural, de mezcla.”
(José Luis Correa, creador del detective privado Ricardo Blanco)
“No puedo negar que en el hecho de que escriba novela negra (cultivo otros géneros que no se venden tan bien) influye el hecho de su aceptación por parte de un público (que, no obstante, no deja de ser exigente), pero he encontrado en esta corriente un vehículo adecuado para provocar (y, sobre todo, provocarme) la reflexión sobre esos y otros asuntos, creando historias que, al mismo tiempo, puedan ser disfrutadas en el mero plano de la amenidad. Así que quizá la ventaja es esa: la posibilidad de hacerme preguntas sobre temas de enjundia a la misma vez que construyo ficciones atractivas que me obligan a estar bien entrenado como escritor y a vivir mi trabajo como un aprendizaje continuo.”
(Alexis Ravelo, creador del rufián investigador Eladio Monroy)
“El género es la mejor forma de narrar la existencia, porque representa bocados de esa realidad. Además, la novela negra tiene un componente cinematográfico en su narrativa que otorga un aspecto visual que facilita la lectura y agiliza el tratamiento del tiempo.
Alguien dijo una vez que si las generaciones futuras quisieran saber cómo fue el siglo XX o el comienzo del XXI, en vez de ir a los manuales de historia deberían leerse un par de buenas novelas negras. Lo comprenderían a la perfección.”
(Javier Hernández Velázquez, creador del detective privado Mat Fernández)
CLAVES
¿Qué es el género negro, policíaco, negro y criminal?
El escritor Leonardo Padura, creador del policía y más tarde bibliófilo e investigador habanero Mario Conde, estima que toda novela de género negro, policiaco y criminal responde a las siguientes claves:
a) debe hacer que los clichés salten por los aires –recurriendo “a mujeres fatales, atmósferas hechas de humo denso y un hombre sentado en el ángulo más oscuro del local”–; b) poner a estas historias banda sonora; c) ir más allá de la descripción de “una forma astuta de cometer un delito”; d) que el lector se identifique con el personaje protagonista, por norma general un antihéroe con un sólido punto de vista ético, social y humano; e) romper las estructuras y f) huir de lo maniqueo porque, como destaca el autor de Pasado perfecto y Máscaras en un curso que ofreció en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo: “Ningún lugar físico ni ningún espacio moral está libre de albergar el delito. Hay que mover las líneas entre buenos y malos”.
I. ANTECEDENTES
Se ha articulado en Canarias en lo que llevamos de siglo XXI una literatura negra y criminal que ya cuenta con el reconocimiento de lectores de dentro y de fuera de las islas. Se puede afirmar que, objetivamente, la novela policíaca o negra como la denominan los franceses ya cuenta con un acento canario gracias al trabajo que realiza una nómina de narradores a los que no se debe perder el rastro. A su obra, cada vez más sólida y consistente, nos remitimos.
Es de justicia recordar que en la literatura escrita en Canarias hubo tanteos, disparos al aire, pero resultaba insólito toparse con escritores que apostaran por esta literatura de género que noveliza desde el punto de vista de lo criminal su realidad insular e incluso regional. Parecía que hasta hace apenas unas décadas se prefería mirar hacía otro lado con la intención de no escarbar en las entrañas de un archipiélago que poseía y posee una serie de historias –basta con leer la prensa local– que reclamaba su vuelco a los territorio de la ficción para indagar en sus tripas y sacar los colores a una sociedad con tanta querencia al aislamiento y con tanto miedo a mirarse a sí misma.
Afortunadamente y aprovechando el tirón que tuvo el género en España a finales del siglo XX, comenzaron a surgir algunos nombres dispuestos a narrar esa crónica negra salpicando sus historias con casos de corrupción, tráfico de drogas, asesinatos, organizaciones criminales, desapariciones y otros asuntos turbios que ponen de manifiesto que no es cosa de suerte la de de vivir aquí. El seguro de sol deslumbra, pero no oculta las sombras que alimenta a un espeso y complejo entramado económico y social cuya ley es la del silencio. Eso al menos se interpreta en muchas de estas novelas cuyos escenarios oscuros fueron vistos antes por escritores extranjeros. La mayoría de estos autores, sin embargo, no supo calibrar el potencial de la isla –las islas– por lo que solo aprovecharon sus paisajes exóticos para desarrollar sus novelas de misterio.
Títulos como El picnic de los ladrones, de Leslie Charteris, en la que su protagonista, Simon Templar, El Santo, resuelve uno de sus célebres casos entre Santa Cruz de Tenerife o La Laguna durante los años treinta y los que escribió con tono bajo en misterio Agatha Cristhie durante sus vacaciones en Canarias en El misterio del tren azul y los cuentos Una señorita de compañía (que se desarrolla en Agaete, Gran Canaria) y El hombre del mar (en el Puerto de la Cruz, Tenerife) no dejan de resultar atractivas postales que carecen sin embargo del calado emocional y de denuncia que sí arañó Manuel Vázquez Montalbán con El barco fantasma, relato en el que Pepe Carvalho investiga en apenas unas páginas un caso en la isla de Tenerife mientras se preocupa por encontrar un sitio donde comer “comida canaria”.
Aportaron su grano de arena otros escritores de fuera, a los que si algo se les debe agradecer es que observaran las paradisíacas islas Canarias como un espacio en el que también se podían cometer pecados. David Serafian (nombre tras el que se esconde el hispanista Ian Michael) lo intentó en Puerto Luz, novela protagonizada por el comisario Bernal y que se desarrolla en la capital grancanaria o La niebla y la doncella de Lorenzo Silva, en la que los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro investigan con mirada no tan distanciada un caso en La Gomera.
Canarias se presenta también como territorio de política ficción en el delirante thriller político En Canarias se ha puesto el sol, de Jordi Sierra i Fabra, y aparece como una geografía perversa en las novelas de Paul Goeken La travesía y La traición de Córdoba.
II. LOS NUESTROS
Probablemente y sumando estos antecedentes, eso explica que el género policíaco, negro, negro y criminal permaneciera dormido en la literatura canaria aunque, como ya se ha dicho, despertó en las últimas décadas del XX cuando comenzaron a surgir tanteos que en algunos de los casos pueden ser interpretados como divertimentos.
El periodista y escritor José H. Chela propuso con su comisario Chinea un juego muy divertido en Canarias 7 con una serie de misterios que los lectores tenían que resolver pero no es hasta la irrupción del escritor Jaime Mir cuando el género debe tomarse en serio al explotar con sentido lúdico pero también crítico la realidad canaria de finales de los ochenta en El caso del cliente de Nouakchott (1990), una novela que adapta con acento canario el estilo de Dashiell Hammett y que protagoniza el primer investigador privado “cien por cien canario”: Carlos Alberto Rico, alias Jeque (1).
Luis León Barreto y J.J. Armas Marcelo probaron también versionar el género en Los días del paraíso y Los buenos negocios y Calima, respectivamente.
Pero no es hasta finales de la década de los 90 cuando el género comienza a expandirse con títulos como La navaja zurda, de Fernando Cómez, y La venganza de Chunga, de Fernando Herráiz Sánchez, así como con las inquietantes y divertidas historias negras y criminales que reúne José Santisteban en Top Less, por las que obtuvo el primer premio de cuentos Santa Cruz de Tenerife (1997), así como Carlos Álvarez con Negra hora menos (premio de Narrativa Santa Cruz de Tenerife, 1991) y, más tarde, con Si le digo le engaño. 100 kilos a la deriva para salir de la crisis (2011).
Irrumpe Antonio Lozano, ganador del I Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona por El caso Sankara (2006) y autor también de Donde mueren los ríos (2007) y Preludio para una muerte (2006), título en el que presentó al oficialmente segundo detective privado de la literatura policíaca escrita en Canarias: José García Gago, personaje que ha recuperado recientemente en La sombra del minotauro.
Tras Álvarez y Lozano, e influenciados por estos dos escritores, comenzaron unos aún titubeantes José Luis Correa, Alexis Ravelo y Javier Hernández Velázquez, nombres a los que se han sumado posteriormente Guillermo Alemán con su Paté de Foie, Ángel Vallecillo con 9 horas para morir y Bang Bang, Wilco Wallace; Yanet Acosta con El chef ha muerto, Gustavo Reneses con Ucanca y Manuel Pérez Cedrés con su más que policíaca, iniciática El samurai desnudo.
También es de destacar la interesante aportación que Tomás Felipe hace del género –género que mezcla con la ciencia ficción– en Pasa la tormenta. O Carlos Cruz con la intimista No es la noche, que se desarrolla en una ciudad turística del sur de Tenerife, o el escritor francés afincado en Tenerife desde 1979 Pascal Buniet, quien en un tour de force, escribe en español dos novelas más que negras de misterio sin renunciar a la condición de feroz crítica social en Lágrimas en el mar y La verdadera historia de Gloria T.
Otros nombres que han probado fortuna en el género son Marcelino Marichal, quien despliega una mirada negra más que criminal en Retrato de Marlou Diesel y Juan Carlos Pérez en su thriller denuncia Yo maté a Rajoy.
Han tanteado también los criminal pero con discursos muy personales Jesús R. Castellano en El pintor asesino; Nicolás Melini con El futbolista asesino y Álvaro Marcos Arvelo, Al sueño polar de golondrinas.
Antonio Martín Pérez recurre al género en Lonitas negras, una novela con marcado carácter social que transcurre en la capital tinerfeña de los años cincuenta para denunciar la historia que hubo detrás de la demolición de los barrios de Los Llanos y del Cabo.
Es interesante aproximarse, aunque proponga una visión muy limitada a la provincia de Las Palmas, a la antología Rojo sobre negro, que incluye diecisiete historias de diecisiete autores canarios o que desarrollan su labor en Canarias. Los títulos de los cuentos y sus autores son: Noche torcida, de Alexis Ravelo; La maledicencia, de Macarena Nieves Cáceres; Movimientos sospechosos, de Luis León Barreto; La insultante fortuna de Hamlet García, de Aitor Gezuraga; Un cazador acecha, de Marisol Llano Azcárate; Una casa con patio, de Ángeles Jurado; Un secuestro, de Elisa Rodríguez Court; Sólo silencio, de Eduvigis Hernández Cabrera; Sueño con serpientes, de Alicia Llarena; En el callejón, de Daniela Martín Hidalgo; Las musas me aman, de Dolores Campos-Herrero; Me llamo Betty Grey. Me casé con un luthier y espero que no le importe si le cuento mi vida, de Care Santos; El plumín, de Félix Hormiga; Horizonte de sucesos, de Antonio Lozano; Un lamentable error, de José Luis Correa; Crimen perfecto, de Berbel y El robo de la Copa del Rey de 1978, de Santiago Gil.
Dos escritores canarios, Javier Hernández Velázquez y Alexis Ravelo participan además con sendos relatos en la antología Todos son sospechosos (2014), que reúne a algunos de los nombres más conocidos de la literatura policíaca que se escribe actualmente en España.
Cultivan el thriller Alberto Vázquez Figueroa (Fuerteventura); Jorge Rojas (El último nazi); Juan Ramón Tramunt (La piel de la lefaa) Mariano Gambín (y su trilogía lagunera Ira Dei, El círculo platónico y La casa Lercaro, así como El viento del diablo y Colisión); Benjamin Barret (La Laguna de los olvidados) y Pilar Escalona (El envío turco y El secreto de Taganana).
¿La novela policíaca, negra, ha cuajado en Canarias?
Sospechamos que sí. La variedad de estilos y propuestas que ofrecen los escritores anteriormente mencionados –y se nos escapan algunos nombres más– obliga a pensar que ya se escribe en estas claves, más o menos las que postula Padura, en las islas aunque en muchos de los casos el escenario no sea Canarias.
Además, se celebran encuentros y debates. También festivales e incluso se abrió en La Laguna una librería especializada MisTério que, desgraciadamente cerró sus puertas hace unos años.
Aunque lo negro está de moda. Santa Cruz de Tenerife acoge a finales de marzo Tu Santa Cruz Noir, y en el sur de la isla se celebra en mayo NNegra de Arona, que ya cuenta con catorce ediciones. Nace, además, Europa Negra también en Tenerife.
III. SOSPECHOSOS HABITUALES
En los últimos años han sido tres los escritores negros canarios que han trascendido las fronteras insulares. Todos ellos cuentan además con una producción que los acredita como la punta de lanza del género en las islas y todos ellos sufren la condena de estar encasillados en los negro y en lo criminal. Nos referimos a José Luis Correa, Alexis Ravelo y Javier Hernández Velázquez.
José Luis Correa ha publicado ya siete historias protagonizadas por el detective privado Ricardo Blanco en Alba Editorial: Quince días de noviembre (2003); Muerte en abril (2004); Muerte de un violinista (2006); Un rastro de sirena (2010); Nuestra señora de La Luna (2012), Blue Christmas (2013) y El verano que murió Chavela Vargas (2014). En octubre de 2015 aparecerá un nuevo título de la serie, Alma Mater.
Correa ha sabido dotar a su personaje de espesor en todas estas novelas, por lo que ha ido creciendo no solo en edad sino también psicológicamente en todas ellas. Alrededor de Blanco se reúne una serie de secundarios que permanecen más o menos fijos en la serie y dan consistencia a su protagonista principal, un hombre amante de la buena mesa que investiga casos en los que la policía está perdida.
Amante de la buena mesa (¿herencia Carvalho?) es también Eladio Monroy, el bronco detective a su pesar de Alexis Ravelo, quien le ha dedicado hasta la fecha cuatro novelas: Tres funerales para Eladio Monroy, Sólo los muertos, Los tipos duros no leen poesía y Morir despacio.
Pero Ravelo es un autor que va más allá de Monroy.
Y es en estas novelas donde crece.
Títulos tan thompsonianos como La noche de piedra (la iniquidad I) y Los días de Mercurio (la iniquidad II), La estrategia del pequinés, por el que obtuvo el Premio Hammett a la mejor novela negra 2014; La última tumba, premio XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe y Las flores no sangran (2015) revelan a un escritor que huye de encasillamientos y que no se cansa de reivindicar Crimen, de Agustín Espinosa, como una de sus obras de referencia. Ravelo es autor, además, de una broma que vendió como clásico de la literatura popular norteamericana: El viento y la sangre, firmada por un inexistente M. A. West y aporta su granito policíaco en sus tentativas narrativas para jóvenes en la serie que dedica al desgreñado estudiante de periodismo, Gordo Flaco, en novelas como Las ratas de noviembre y Los perros de agosto.
Las preocupaciones e inquietudes de Javier Hernández Velázquez van por otros derroteros aunque sí le une con Correa y Ravelo su obsesión por escribir sobre la ciudad de provincia en la que nació, Santa Cruz de Tenerife, solo que a nuestro juicio Javier Hernández es más ambicioso al intentar retratar en clave negra y criminal la historia de la capital tinerfeña a través de sus grandes hitos culturales.
Así, los ecos de la Guerra Civil están presentes en El fondo de los charcos, donde recupera y rinde homenaje al poeta Domingo López Torres y la revista Gaceta de Arte; los años setenta y la exposición de esculturas en la calle construyen la trama de El sueño de Goslar y el grupo fetasiano y en concreto la novela perdida de Antonio Bermejo La lluvia no dice nada es protagonista de Los ojos del puente, título por el que recibió el IV Premio Wilkie Collins. Esta historia está protagonizada además por el cínico investigador privado Mat Fernández, personaje que también interviene en un relato que reúne en el libro Los días prometidos de la muerte y en la novela Un camino a través del infierno. Otras historias negras de Hernández Velázquez son Factotum y La identidad fragmentada.
IV. ¿POR QUÉ ESCRIBEN NOVELA NEGRA Y CRIMINAL?
A continuación dejamos que sean los propios autores quienes expliquen las razones de su afinidad con este tipo de literatura:
JOSÉ CORREA: “Mi experiencia con el género negro es simple. Comencé a escribir la primera novela, que lleva por título Quince días de noviembre, más como un homenaje al cine negro que a la novela estrictamente dicha. Casi como un tributo a todas esas películas en blanco y negro que vi en mi infancia y adolescencia y que estaban protagonizadas por Humphrey Bogart y James Cagney. Quería homenajear todas aquellas obras así que, indirectamente, también lo hice a la novela negra porque la mayoría de estas cintas fueron escritas por los grandes escritores del género, como Raymond Chandler. Descubrí además, y a medida que iba escribiéndola, que disfrutaba mucho con Quince días de noviembre pero no pensé que terminaría por convertirse en la primera entrega de mis novelas dedicadas al detective privado Ricardo Blanco, aunque sí que podía utilizar el género para reflexionar sobre la sociedad. Y es que en la novela negra cabe un poco de todo porque también es una novela social a través de la cual puedes reflexionar sobre cualquier aspecto de la vida cotidiana, la corrupción, el alma humana…”
ALEXIS RAVELO: “Llegué a la novela negra por casualidad. Había escrito ya un par de libros de cuentos de corte fantástico y varias obras de teatro, también tres novelas de corte psicológico que tuve el buen gusto de tirarlas a la basura. Así que más por divertimento que por demostrarme nada en concreto, me planteé un ejercicio de estilo consistente en escribir una historia hard boiled que estuviera ambientada en la ciudad en la que vivía y en la que, no por ello, cambiara ninguna de las constantes del género. Y, fíjate, creo que en esto había algo de las reflexiones de Pedro García Cabrera y de Agustín Espinosa en torno a nuestro paisaje, pues tuve que reflexionar mucho sobre mi entorno, mistificarlo en una ficción verosímil, por decirlo de alguna manera. Al final hice una concesión: el protagonista no es un detective, sino una especie de rufián. Por lo demás, las constantes del género estaban ahí, los críticos no la trataron mal y los lectores le hicieron el boca a oreja, lo cual me dijo que no iba por mal camino.”
JAVIER HERNÁNDEZ VELÁZQUEZ: “¿Por qué escribo novela negra? ¿Por qué la están leyendo los lectores? ¿Quizá porque es el escenario perfecto para interpretar una realidad que acude a la llamada de la sangre? La “vida real” no deja de ser una historia de violencia desde que Caín mató a Abel, y el campo de batalla más creíble porque vivimos diariamente rodeados de sangre, sexo y corrupción. Por mi parte, hasta ahora he intentando proyectar Canarias hacia el exterior, algo que consiguieron los miembros de Gaceta de Arte. Recuperar la historia olvidada del archipiélago y la proyección de sus metrópolis como ciudades modernas, corruptas, sin sentimientos, ni memoria. La literatura me otorga un margen de felicidad. Me permite introducirme en otras vidas, crear un mundo a mi medida, manipular en la sombra la trama y unos personajes que jueguen permanentemente al engaño en un mundo en que las cosas nunca son lo que parecen.”
NOTAS
(1) El caso del cliente de Nouakchott obtuvo el Premio de Edición Benito Pérez Armas.
Contar lo oscuro en islas de luz.
Conversa con José Luis Correa y Alexis Ravelo
por José Yeray Rodríguez Quintana
Una de las más gratas noticias que ha dado la literatura canaria en este joven siglo es el grandísimo y reconocido nivel que algunos narradores, curtidos en otras lides, han otorgado a un género de algún modo inédito como tal por estas tierras: la novela negra, que puede presumir de tener en las islas algunas de las voces imprescindibles de este tiempo, como las de de José Luis Correa y Alexis Ravelo, autores de exitosos títulos entre los que se encuentran sendas sagas negras protagonizadas respectivamente por el detective Ricardo Blanco y el marinero retirado Eladio Monroy. Más allá de la contrastada habilidad narrativa de Correa y Ravelo, que manejan magistralmente un género que como pocos atrapa sin tregua al lector, es especialmente significativo que ambos autores asuman la que no ha sido siempre la opción de los narradores canarios: ubicar sus historias en un lugar extraordinariamente próximo, concreto y tangible como es en ambos casos la Isla de Gran Canaria y especialmente su capital y que hagan un uso desprejuiciado, natural y consciente del español de Canarias, sin que ello limite (más bien todo lo contrario) el significativo éxito que ambos han tenido más allá del contorno insular. Orillados ambos complejos, Correa y Ravelo hurgan en la realidad más oscura de unas islas llenas de luz para ennegrecer la novela con todo aquello que forma parte de los más íntimos adentros del ser humano y que siempre preferiremos leer en una novela que encontrar, como por desgracia encontramos, en las noticias de cada día. No tiene el habitante de Las Palmas de Gran Canaria la sensación de habitar una ciudad especialmente violenta, pero basta leer una novela de Correa o de Ravelo para entender que logran algo que, por ser tan difícil, denota al buen escritor: que lo que se cuente, aunque no haya pasado, pudiera pasar, porque personajes y pulsiones para ello desde luego que los hay en estas islas.
Para el presente trabajo, solicité a ambos una reseña biobibliográfica propia en tercera persona, como si estuvieran hablando de alguno de sus personajes, y les lancé exactamente las mismas preguntas. He aquí el resultado:
José Luis Correa (Las Palmas de Gran Canaria, 1962), es profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y escritor. Sus primeros relatos cortos tuvieron la fortuna de cosechar diferentes premios: el Julio Cortázar (La Laguna, 1998) o el Campus (Las Palmas, 1999). Y muchos han sido publicados por la editorial Interseptem como ¿Qué quieres que te diga? y otros cuentos y La verdadera historia de Helena-con-hache.
A finales de los noventa, animado por la suerte de estos textos, comienza una carrera de novelista que ha sido refrendada con otras importantes distinciones. Obtiene el Premio Benito Pérez Armas (S. C. de Tenerife, 2000), el más antiguo y prestigioso de Canarias, con su obra Me mataron tan mal. El Premio Ciudad de Telde (2001), con Quince días de noviembre. O el Premio Vargas Llosa (Murcia, 2002), con su obra Échale un ojo a Carla.
Es, asimismo, autor de Muerte en abril (Alba Editorial, 2004), La hija del náufrago. El último viaje del Alfonso XII (novela histórica, Asociación de Consignatarios y Estibadores de Buques de Las Palmas, 2004), Murmullo de hojarasca (Ed. Aguere, 2011) y El Tanatorio (ATTK editores, 2014). Pero acaso la aportación más significativa de Correa al panorama literario español tenga que ver con la creación de un personaje que ya forma parte del imaginario de la novela negra moderna: el detective Ricardo Blanco. La saga de este personaje se inicia con las citadas Quince días de noviembre y Muerte en abril, y continúa con Muerte de un violinista, Un rastro de sirena, Nuestra señora de la Luna, Blue Christmas y El verano que murió Chavela (todas editadas por Alba). Su obra ha sido traducida a varios idiomas (alemán, finlandés, italiano) y goza de gran éxito entre los lectores del norte de Europa, tan aficionados a la novela negro criminal.
Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) es un escribidor calvo que nació y sobrevive a base de bocadillos de chopped en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Formado en talleres literarios con Mario Merlino, Augusto Monterroso y Alfredo Bryce Echenique, abandonó sus estudios de Filosofía Pura en la UNED por motivos socioeconómicos y es, por ahora, autor de diez novelas de corte negro y criminal, entre ellas las cuatro que protagoniza Eladio Monroy (Tres funerales para Eladio Monroy, Solo los muertos, Los tipos duros no leen poesía y Morir despacio), de diversos libros infantiles y juveniles, tres libros de cuentos, siete espectáculos dramático-musicales y un libreto de ópera.
Como cuentista, ha sido incluido en varias antologías de referencia y, entre otras distinciones, sus obras han obtenido el Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra (La última tumba), el Premio NovelPol, el Premio Tormo y el Premio Dashiell Hammett, a la mejor novela policiaca publicada en el ámbito hispanoamericano (La estrategia del pequinés). Sospecha que Dios está de vacaciones.
José Yeray Rodríguez: ¿Por qué la novela negra?
José Luis Correa: Entiendo que ya el público lector está harto de oír eso de novela negra y los críticos hartos de reseñarla pero para un escritor que pretende reflejar la realidad, hablar de emociones, de sentimientos, de las luces y las sombras del hombre y la mujer de nuestros días, es difícil no caer en una novela con tintes negros. Si hablas de corrupción, de la trata de blancas, del contrabando de órganos, de mafias, de la tragedia de la inmigración, de los desahucios… todo es novela negra. Creo que la novela social, la de compromiso, la realista del siglo XXI está muy ligada a lo negro
Alexis Ravelo: Al principio, yo no elegí la novela negra: la novela negra me eligió a mí. Ocurrió que, mi primera novela (la primera que publiqué) fue saliendo negra, casi sin que yo lo pretendiera. Después me he dado cuenta de que es un género ameno que gusta a los lectores y, al mismo tiempo, me permite hablar acerca de las pasiones, de la condición humana y de muchos problemas que me interesan, entre ellos, la justicia (o la ausencia de ella) y la violencia en todos sus aspectos.
JYR: ¿A qué creen que se debe el auge actual del género y en especial su querencia entre los autores y el público isleños?
JLC: Creo que ya lo he respondido. Cabe añadir que el público isleño no es diferente a los demás públicos. Está inmerso en la misma crisis que los demás. Aquí tenemos los mismos problemas y por lo tanto queremos las mismas respuestas. Porque en el fondo lo que el escritor busca es respuestas. Lo que quiere es entender.
AR: El auge del género tiene bastante que ver con los tiempos convulsos en los que vivimos. La novela negra es un subgénero de épocas de crisis y cambios: surge durante la Gran Depresión norteamericana y se cultiva en Europa durante la posguerra, en España durante el Tardofranquismo y la Transición, en Hispanoamérica durante la época de las dictaduras o, en la Europa actual, vuelve a cobrar interés cuando se rebelan las contradicciones socioeconómicas al caer el velo de bienestar durante la actual crisis. El auge de la novela negra canaria tiene que ver, supongo, bastante con eso. Y también con la pérdida de algunos complejos.
JYR: Ambos son autores de exitosas sagas hilvanadas por un personaje singularísimo: Ricardo Blanco y Eladio Monroy. Tras varias entregas, ¿estos personajes se convierten en cómplices o en enemigos?
JLC: A veces me lo he preguntado. La literatura de saga lleva consigo una servidumbre. Personajes que te acompañan, en mi caso quince años ya. Que viven contigo, crecen contigo, evolucionan casi como tú mismo. Hasta ahora (estoy acabando la octava entrega) los veo más como cómplices. Pero no descarto en dejarlos reposar si se convierten en enemigos.
AR: Las dos cosas a un tiempo. Entiendo mi trabajo como un reto constante, en el que siempre hay que buscar nuevas historias y nuevos modos de contarlas. Eladio Monroy me ha proporcionado algunos triunfos y muchos momentos felices, pero me encadena a un esquema del cual, como creador, necesito salir de vez en cuando. Si no hubiera apartado a Eladio Monroy durante un tiempo, no podría haber hecho cosas que me han hecho progresar mucho como autor.
JYR: Canarias ha sido históricamente tierra de poetas pero ¿qué narradores insulares situarías entre tus preferencias y/o influencias?
JLC: El oficio de escritor, como todos, tiene muchas ventajas e inconvenientes. Entre las ventajas, está la cantidad de gente que conoces en el camino. Escritores y escritoras magníficos con los que compartes tertulia, mesa y mantel. Yo me considero muy afortunado en este aspecto. Nombres como Emilio González Déniz, Antonio Lozano, Carlos Álvarez, Santiago Gil, Alexis Ravelo, Tramunt, Alvarado, de Sancho… Y solo cito a algunos que viven en Gran Canaria porque la lista sería interminable.
Las influencias son más simples: Galdós, Galdós, Galdós. Y luego la ironía amarga de Alonso Quesada o la crudeza de Agustín Espinosa o algunas novelas de los autores de los setenta.
AR: Hay un autor que es mi preferido, Agustín Espinosa, un poeta que casi nunca escribió en verso. Y Claudio de la Torre. A ninguno de los dos, creo, hemos hecho justicia. De autores más actuales, me gustan, por supuesto, las novelas de mis compañeros de género (Correa, Lozano, Álvarez). Y también las históricas de este último. Además las novelas de Emilio González Déniz, Antolín Dávila, Ángel Sánchez, Santiago Gil, Miguel Ángel Sosa Machín y Víctor Álamo de la Rosa. Y hay muy buenos cuentistas. Sobre todo mujeres: Ángeles Jurado, Eduvigis Hernández… Y sigo releyendo siempre a Dolores Campos-Herrero. Abrió, acaso sin darse cuenta, muchos caminos que estaban llenos de maleza.
JYR: Ninguno de los dos tiene reparo en ubicar sus obras en la ciudad o la isla en la que viven ni en escribir en un convencido español de Canarias, opción que no siempre ha sido la de otros narradores canarios. ¿Que reflexión les merece esta circunstancia?
JLC: Yo he defendido siempre la relación que existe entre un artista y su espacio. Eso en la novela negra es aún más notorio. No puedes situar una trama negro criminal en un espacio ficticio porque pierdes los puntos de referencia. Para mí la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria es un personaje más que tiene vida, se mueve, respira, sufre…
Nunca me he planteado otra opción. Mis personajes (no solo de las novelas negras sino de todas mis novelas) no se entenderían sin esa ciudad, sin el ritmo que propicia, sin el acento que emana de ella. El acento es lo esencial. Siempre se ha dicho que la patria es la lengua. Para los que no tenemos lengua propia, es el acento el que marca la diferencia, a veces creo que incluso más que la lengua.
AR: Lo importante es que los dramas que cuentas puedan conmover a cualquier lector de cualquier lugar del mundo y de cualquier época futura. Pero un novelista es también, de alguna manera, cronista del mundo y el tiempo en el que habita. A mí me ha parecido siempre el único camino posible. No es algo premeditado: surge con la misma naturalidad con la que hablo. Luego uno se sienta a reflexionar sobre lo que ha leído, y recuerda que ha hecho bien, porque no hay que salir de Comala para contar el mundo, y que todas las ciudades son Macondo, Santa María o Yoknapatawpha. Pero eso son justificaciones posteriores. Lo cierto es que, salvo en una ocasión (Los días de mercurio), en que la historia pedía ser contada de otra forma (transcurría cerca de Zaragoza, en los años cincuenta y estaba escrita en primera persona), y en un ejercicio de estilo (El viento y la sangre), en que fingí haber traducido una novela norteamericana, también de los años cincuenta, siempre he optado por ambientar en Canarias y escribir en el español de Canarias.