En Creencias de Verano el viaje comienza con la estación florida. La primavera constituye el instante en que el yo siente necesario viajar hacia otras ínsulas: islas blancas, en la víspera de todo tránsito. Dividido en siete partes, desde la luz hacia la oscuridad y, a su vez, de la felicidad a la angustia del fin del viaje, para volver a elevar el tono hacia la luminosidad del último tramo, esta obra de Cabrera Cartaya ofrece una clara linealidad. Las islas blancas se sitúan en medio del destino del poeta de igual manera que se posiciona la infancia: todo fue y todo vuelve. El poeta ya no puede ser sin lo que se ha anunciado, que retorna constantemente sobre él. La antigüedad emerge como primera conciencia ineludible que obliga al yo a cuestionarse: ¿Qué soy y qué hago aquí? El laberinto de la vida, entonces, se resuelve con la búsqueda para descifrarla. Creencias de Verano ofrece un encuentro directo entre la naturaleza y el yo poético: existe un intento de encontrar lo esencial que rodea al individuo en el tránsito.
El viaje, como la vida, se sitúa entre la búsqueda y la pérdida. La llegada al destino es, en principio, salvación: por fin estaba allí (“Tan distante y tan distinto”). La salvación, sin embargo, es parcial, pues el camino debe continuar: allí no pude estar más tiempo del preciso (“Huelva”). El río, en ese camino, pese a la extrañeza que supone para el insular, actúa como símbolo del viajero, pues desemboca en otro mar, en otro espacio que lleve a lo insular que el poema ansía. El viaje, entonces, ofrece dos vías: 1. Hacia el conocimiento de la naturaleza y 2. Hacia el principio.
En el descubrimiento de otras islas, sin embargo, se destruye la esperanza. Emerge entonces la angustia, aunque también el encuentro amoroso que equilibra la balanza. El romance veraniego, con la isla o con un amor de estío, se posiciona antitético a las imágenes en torno a lo negativo (bélico, muerte, desesperanza): ahora es difícil la alegría (“Bajo vides solares”). El fin de la primavera atrae todo el imaginario de angustia que supone la palidez de la flor. La estación que ha querido renacer continuamente ha muerto.
La rosa de los vientos de la quinta parte supone, sin embargo, el inicio de otro estado: la unión entre el tú y el yo. La isla, una desconocida, pero una blanca griega, es escenario del encuentro. Entonces el yo acepta a la isla y emprende un camino hacia su esencia: vuelve al laberinto y a la búsqueda. El mar, que resulta incomprensible, es a la vez incognoscible, misterioso y portador de la paz. En este descubrimiento la luz recubre a la noche: el verano ha nacido. Muéstranos tu verdad (“Acercamiento al corazón de junio”), reta el poeta a la estación. La siguiente estación, el otoño, se presenta solo en forma de renuncia. El final, entonces, solo puede ser retorno. Grecia: el teatro al aire libre, el sol, el verano. Gradas derrumbadas, vacías y la función en el centro: Alguien te escucha, / alguien viene a destruirte (“Imaginad el sol de verano en los teatros”).
Iván Cabrera Cartaya
VI Premio de Poesía “Antonio Gala”
Villa de Alhaurín El Grande
80 páginas