Introducción
A través de unos viajes a África, y particularmente a las entrañas silvestres del Congo, dos protagonistas de la narrativa hispanoamericana contemporánea intentan descubrir un continente cuya naturaleza, pese a más de tres siglos de esclavitud, colonización e independencia, da la imagen de preservar todavía una profunda vitalidad regeneradora.
En Los cuadernos de Praga del argentino Abel Posse, el personaje de Ernesto Che Guevara se va en pos de una alternativa a su lucha revolucionaria.[1] Encuentra una naturaleza africana virgen pero con una doble cara: es capaz de ofrecer amparo e invulnerabilidad, como es el caso del Dawa congolés, igual que puede despistar a quienes se centran exclusivamente en ella y en la brujería que encierra. Guevara encuentra también a otros personajes como el insospechable futuro presidente de la República Democrática del Congo, Laurent Kabila cuyas lacras antirrevolucionarias le decepcionan.
En El sueño del celta del peruano Mario Vargas Llosa, tras un primer viaje, o más bien una aventura romántica marcada por sueños y representaciones de su universo infantil, el celta Roger Casement emprende un segundo viaje muy determinante que le revela la inesperada y lamentable realidad del llamado “Estado Independiente del Congo” cuyo presidente es el rey Leopoldo II. Aquí también el protagonismo de la historia radica en la naturaleza y sus personajes.
Nuestra metodología radica en un doble comparatismo, es decir de la percepción de África en las dos obras narrativas pero dentro de otro comparatismo más global que es histórico-ficcional y donde recurrimos, particularmente en la parte consagrada al significado de la estereotipia, a ensayistas, narradores y poetas como Henri Gravland, Michel Marc, Lansine Kaba, Moustapha Fall, René Dumont, André Gide, Léopold Sédar Senghor, Aimé Cesaire, Nicolás Guillén, etc.
El objetivo de este estudio es presentar el carácter estereotipado de la visión de África a partir de una percepción muy reducida de este continente, particularmente a través de unos cuantos personajes políticos y una época colonial que distan mucho de cubrir el destino pasado y actual del mundo africano. La trayectoria que vamos a seguir consta de tres fases. Primero destacaremos en qué consiste la ilusión en los enfoques respectivos de Ernesto Guevara y Roger Casement sobre el Congo. Luego, veremos cómo la desilusión nos revela la triste realidad ocultada o desconocida. En la tercera y última parte, intentaremos descubrir el sentido de la estereotipia, es decir el valor estético de la ocultación y la amplitud de lo ocultado para un continente todavía desconocido en varios aspectos.
Las dos visiones presentadas en Los cuadernos de Praga y El sueño del celta resultan de unos viajes –uno en el primer relato y dos en el segundo– efectuados por los protagonistas respectivos, Ernesto Guevara y Roger Casement, al mismo continente africano, y más particularmente al mismo país que es El Congo Belga o Congo Kinshasa, luego llamado Zaire y ahora República Democrática del Congo. Cada obra consta de dos etapas determinadas que representan dos visiones, una primera muy lejos de la realidad exacta, fruto de la esperanza del Che y de las ilusiones de Roger, y una segunda más real y triste que parece traducir el destino de una nación, por no decir de un continente entero.
I.1. La ilusión de Guevara para el Congo
Cuando ya realizada la revolución cubana con unos compañeros suyos como Fidel Castro, Ernesto Guevara decide ampliar y universalizar su acción libertadora hacia otras tierras. En su perspectiva revolucionaria, antes de la campaña de Bolivia, preludio de lo que debe ser para él la última guerra,[2] viene la congolesa. Entonces, él emprende un viaje a África para encontrar a otros compañeros revolucionarios interesados por el destino del Congo recién independiente de la colonización belga.
En cuanto entra Guevara en el espacio africano y congolés caracterizado a la vez por su gran extensión y virginidad, crece su ilusión de encontrar allí las condiciones naturales favorables para un resurgimiento de su acción revolucionaria. Es como si de la exuberante naturaleza de África, particularmente del verdor de su inmensa selva, brotara la gran fuerza que espera encontrar en sus nuevos compañeros revolucionarios. Este gran entusiasmo se nota precisamente en la invulnerabilidad que busca y piensa encontrar en el Dawa, aquella poción mágica protectora:
Expongo el pecho y grito para que disparen. Soy inmortal, tengo una infinita y desafiante confianza. He tomado el Dawa. Es sabido que el brujo muganga de los ruandeses me lo deslizó en mi termo de té. Este té que era lo único que aliviaba mi diarrea de a veinticuatro defecaciones por día. Ya no me niego a la magia. (p. 43).
Desde luego, en el entusiasmo que acompaña el muy conocido compromiso revolucionario del combatiente argentino no aparece la señal –por mínima que fuera – de un desajuste entre la vitalidad del universo silvestre y el nivel de la conciencia revolucionaria en el Congo de aquel entonces. Esta gran ilusión de Guevara la podemos comparar con la del protagonista de Vargas Llosa en El sueño del celta.
I.2. La visión romántica del Congo en Roger Casement
La primera visión que sobre África tiene Roger Casement fecha de su remota juventud en Liverpool y resulta de las vagas respuestas que suscitan sus interrogaciones sobre el mismo continente:
Gracias al tío Edward Bannister oyó hablar por primera vez de doctor David Livingstone, el médico y evangelista escocés que desde hacía años exploraba el continente africano, recorriendo ríos como el Zambezi y el Shire, bautizando montañas, parajes desconocidos y llevando el cristianismo a las tribus de salvajes. (Ibid., p. 24).
Empieza pues a forjarse en la mente del joven irlandés la imagen maniquea de dos mundos opuestos, uno salvaje que se remonta a la Edad de la Prehistoria, de “paganos que no habían salido de la Edad de Piedra” (p. 24), y otro brillante que corresponde a la “Europa moderna, culta, libre y democrática, un progreso que acabaría por transformar a los desdichados de tribus en hombres y mujeres de nuestro tiempo” (p. 26). Esta forma de representación del mundo exterior, precisamente africano, se nutre desde luego de los prejuicios europeo-centristas y de las ambiciones expansionistas de un imperio británico cuyos agentes exploradores, como el ya citado Livingston, sin olvidar a Henry Morton Stanley, contribuyen en pleno siglo diecinueve (1872) a “extender las fronteras de Occidente” hacia África (pp. 25, 26).
Este ambiente lleno de símbolos ha determinado toda la niñez de Roger Casement, desde sus estancias en familias de tíos y abuelos hasta el comienzo de su vida profesional en la empresa de los Bannister. Todo ello provoca en el protagonista de Vargas Llosa la impresión de un perfecto conocimiento del continente africano:
…Llegó a conocer al dedillo el movimiento de la compañía y, sin haber puesto nunca los pies en los puertos africanos, hablaba de ellos como si hubiera pasado la vida entre sus oficinas, comercios, trámites, costumbres y gentes que lo poblaban. (Ibid., p. 26).
Entonces el primer viaje de nuestro personaje, por su pobreza y por ofrecer más bien un conocimiento del África desde fuera, puede identificarse con aquellos viajes imaginarios –en la imaginación del joven irlandés– hechos a través de los relatos sobre las exploraciones inglesas, o reales pero muy limitados efectuados por “África Occidental en (el barco) SS Bounny” (p. 27).
La toma de conciencia por Roger del carácter superficial de este conocimiento de África provoca más tarde en él una tremenda desilusión expresada por los siguientes lamentos: “Siempre creí que estamos aquí por el bien de los africanos, señor Stanley.” (p. 42). Estos lamentos acaban por ser una severísima condena: “Roger Casement llegó a la conclusión de que el héroe de su infancia y juventud era uno de los pícaros más inescrupulosos que había execrado Occidente sobre el continente africano.” (p. 40).
Es entonces cuando se abre el camino de otro viaje, distinto de todos los anteriores, un viaje considerado como una misión con fines de restablecer la verdad histórica para, como lo dicen respectivamente Fernando del Paso y Carlos Fuentes, “asaltar la historia oficial y rescatar la verdad de las mentiras de la historia.” [3] Al respecto, se da cuenta Roger Casement de que: “la mejor manera de presentar un informe sobre la situación (…) era salir de esa remota capital hacia los bosques y tribus del Medio y Alto Congo” (p. 34).
Como lo vamos a ver, Ernesto Guevara y Roger Casement, todavía víctimas de una como ceguera experimental, están lejos de imaginarse la realidad nada gloriosa que les queda por descubrir en este continente.
II.1. La desilusión de Guevara (el sueño esfumado)
En las memorias de Guevara sobre la campaña congolesa, el socialismo no está bien visto a través del marxismo leninismo que parece ser vencido por la magia africana. Diríase una victoria de “los brujos de Laurent Kabila” [4] contra el racionalismo occidental:
La magia y la oscuridad de la selva hizo naufragar ese marxismo-leninismo que a veces intentaba explicarle a la tropa de negros en francés y con puntero en mano.
La selva se traga espiritualmente a los hombres occidentales, con su feliz automatismo de vida-muerte-vida. La razón y el propósito de la condición humana se tornan ridículos, insignificantes, ante el ritmo vegetal de la selva. [5]
La revolución congolesa y sus líderes están involucrados en una indolencia provocada por lo que Guevara considera como una “malaria cerebral”. Más allá de los indeseables efectos de la selva, cabe ver a través de esta enfermedad un cúmulo de lacras y vicios que se manifestarán más tarde en el protagonismo revolucionario congolés. Esta descripción de la fuerza de una naturaleza congolesa asesina se manifiesta como una respuesta a la primera descripción hecha por Che Guevara sobre el mismo universo silvestre congolés. Más precisamente, la descripción de la naturaleza esconde un sentido profundamente paródico. La ya vista vitalidad del Dawa y de la selva africana traduce pues uno de los obstáculos de la misión del Che en el Congo y la voluntad de este de formar a los combatientes simba en la ideología comunista y en las técnicas de lucha guerrillera. Dicho obstáculo es la brujería, al lado de otras lacras como el gusto desmesurado por el lucro y la vida epicúrea. [6]
El ensayista senegalés Moustapha FALL (también apodado “Che”) presenta aquí la decepción de Ernesto Guevara después del fracaso de su misión africana:
La faiblesse idéologique, le manque de sérieux révolutionnaire et d’esprit de sacrifice caractérisaient … beaucoup de ces chefs rebelles. Laurent Désiré Kabila, dont le Che disait qu’il était le seul des leaders Lumumbistes qui avaient d’authentiques qualités de dirigeant, avait beaucoup de faiblesses aussi.[7]
Este fracaso de la misión guevariana en los años sesenta anticipa otro fracaso de los años noventa y comienzos del tercer siglo. En otras palabras, la profundidad de la desilusión del revolucionario argentino no puede desvincularse de la profundidad del desajuste que se descubre más tarde entre las esperanzas que va a suscitar el triunfo de Laurent Kabila contra el régimen del presidente Mobutu en mayo de 1997 y el triste final que encubre la victoria de la misma figura lumbumbista, como lo ilustra su asesinato en 2001 y su sustitución por su hijo Joseph Kabila –otra señal de la discutida visión revolucionaria del padre.
II.2. El Congo ante Bélgica o el prolongamiento del martirio africano
Mario Vargas Llosa se acerca mucho a Abel Posse en la presentación de la grandísima fuerza de la naturaleza africana:
“Esos poderes que le eran conferidos (a ese hombre) por las divinidades del bosque, de los arroyos y de las fieras y en quien hombres y mujeres de la tribu confiaban ciegamente para que los salvara de los conjuros, las enfermedades, los miedos y los comunicara con el más allá”. [8]
Esta naturaleza revela su infinita riqueza a Roger cuando el segundo viaje que va a ser para este el viaje del descubrimiento de la identidad profunda y escondida de África. Es entonces cuando comprende mejor el carácter onírico y aventurero de su primer contacto con África.
La desilusión se efectúa en dos fases: primero en el contexto histórico predominante, por no decir colonialista entre el Occidente y África, y luego en los acontecimientos vividos por el pueblo africano y congolés en sus relaciones con Bélgica.
De manera más precisa, el primer nivel es cuando se evoca la “expedición de 1884 bajo el mando de Henry Morton Stanley… financiada por el rey de los belgas” (p. 38) y luego el suceso histórico muy determinante de la Conferencia de Berlín de 1885, cuyo resultado ha sido la partición del continente africano en varias colonias con, particularmente, la concesión a Leopoldo II de lo que va a llamar Mario Vargas Llosa, con muy destacada ironía, el “Estado independiente del Congo” (p. 39). Esta inesperada apelación, otra parodia no solo del Congo sino también de su apelación actual de “República Democrática del Congo”,[9] viene seguida de dos informaciones de igual rareza. La primera toca a la paradoja increíble entre la amplitud del territorio conquistado y la pequeñez del territorio conquistador: “…El Congo de más de dos millones y medio de kilómetros cuadrados –ochenta y cinco veces el tamaño de Bélgica” (p 39). La segunda información es cuando Leopoldo II pasa de rey a presidente: “La Asociación Internacional del Congo fue sustituida, como entidad legal, por l’État Indépendant du Congo, cuyo único presidente y trustee (apoderado) era Leopoldo II.” (p. 51).
En lo tocante a los acontecimientos, son muy variados y giran en torno a la explotación económica de una parte por otra, precisamente de lo que llamamos una colonia/república –una colonia transformada en república o viceversa– por una metrópoli/capital –por ubicar Bélgica, a la vez, la presidencia y, más que Mboma, toda la alta administración colonial del Congo. [10]
Este panorama político-administrativo abre el paso de la realidad del martirio congolés. El análisis que hacemos de esta triste realidad respalda en las revelaciones del segundo viaje de Roger Casement a África:
Debía verificar sobre el terreno qué había de cierto en las denuncias sobre iniquidades cometidas contra los nativos en el Congo de Su Majestad Leopoldo II, el rey de los belgas, que hacían la Sociedad para la Protección de los Indígenas, en Londres, y algunas iglesias bautistas y misiones católicas en Europa y Estados Unidos. (Ibid., p. 34).
En la presentación del martirio congolés, no vamos a volver sobre el acontecimiento que constituye su punto de partida, es decir la transformación en 1885 de la Asociación Internacional del Congo en Estado Independiente del Congo con un presidente claramente identificado en el personaje del monarca belga. Los hechos que fundamentan la gran preocupación de Roger Casement ocurren en el mismo Estado congolés. Los vamos a ver a través de sus titulares, de los mecanismos de su funcionamiento y de sus consecuencias.
Lo que sobresale como el motor del sufrimiento del Congo, como no era de esperar, son las inmensas riquezas que encierra este y que, más que los marfiles, las pieles y otros productos de su fauna y flora, pueden resumirse al caucho, cuya extrema explotación se justifica en lo que sigue:
En pocos años el Congo se convirtió en el primer productor mundial del caucho que el mundo civilizado reclamaba cada vez en mayor cantidad para hacer rodar sus coches, automóviles, ferrocarriles, además de toda clase de sistemas de transporte, atuendo, decoración e irrigación. (Ibid., p. 52).
El Congo se ve proyectado así en una situación de superabundancia que hace de él la fuente de una sustancia de la que no puede pasarse la industria occidental y mundial. Pero curiosamente, en vez de aprovechar esta postura vuelta estratégica, la sufre, como una “maldición”[11] bajo el yugo de una explotación extrema e inicua. Dice Vargas Llosa: “Se infiltraron gentes de la peor calaña, rufianes, ex presidiarios, aventureros hambrientos de fortuna salidos de las sentinas y los barrios prostibularios de media Europa.” (p. 51).
En un contexto de tanta codicia y poca humanidad, la explotación del caucho se realiza mediante el sistema de esclavitud y de trabajo obligatorio, con el uso del famoso chicote que acaba por transformarse en el triste “emblema de la colonización” (p. 52), un medio de castigo cuyas huellas se inmortalizan en casi todos los cuerpos de los congoleses en un lamentable “espectáculo de las espaldas de los nativos rajadas por los chicotazos.” (Ibid., p. 76).
Pero, como si no sobrara ya el martirio congolés, va a prolongarse bajo otras formas de torturas como “manos o penes cortados o aplastados a machetazos” (p. 86), a las que se agregan los efectos mortales del hambre y de varias enfermedades “del sueño, de la viruela, del tifus, de los resfríos, de las pulmonías, de las fiebres palúdicas y otras plagas.” (p. 82). Son tantas y tan abominables las formas del martirio congolés que el cónsul Roger Casement, quien las va registrando, es víctima de un estado de media demencia con “visiones satánicas (y) un estado de desolación y tristeza en que todo perdía sentido y razón de ser.” (p. 93). El martirio está entonces en todas partes. Desde zonas como Boma y Matadi, se difunde por el continente, siguiendo el río Congo y sus afluentes, el río Mpozo, por aldeas como Tumba y otras de los valles de Nsele y Ndolo, etc. Ante el despoblamiento criminal del Congo, oigamos este grito acusador de Roger Casement:
La plaga que había volatilizado a buena parte de los congoleses del Medio y Alto Congo eran la codicia, la crueldad, el caucho, la inhumanidad de un sistema, la implacable explotación de los africanos por los colonos europeos. (Ibid., p. 82).
La lista de las atrocidades no es nada exhaustiva. Se prolonga hasta torturas por un mero capricho racista o narcisismo, como el caso de los nativos a quienes “hacen tragar su propio excremento o el de sus guardianes” (p. 95) los cuales son consideran menos que “una hiena o una garrapata”. (p. 88).
El punto extremo del martirio se manifiesta, por una parte, a través de una pestilencia generalizada de todo el territorio congolés:
Llegó a pensar que ese sufrimiento generalizado de los congoleses impregnaba el aire, el río, la vegetación que lo rodeaba con un olor particular, una pestilencia que no era sólo física, sino también espiritual, metafísica. (Ibid., p. 108).
Por otra parte, descubrimos una victimización de otros personajes con estatutos distintos. Es el caso de los religiosos que están horrorizados por la tragedia de la que han sido testigos: “Monjes y legos… abrumados y vencidos por este país,…estaban tan confusos y lastimados por el Congo como él”, (pp. 106, 107). La victimización incluye hasta los militares comúnmente considerados como verdugos o colaboradores del sistema explotador. La defensa de estos se asemeja a quejas: “No somos nosotros los que inventamos el Estado Independiente del Congo. Sólo lo hacemos funcionar. Es decir, también somos sus víctimas” (p. 102).
Por fin, la victimización se vuelve hacia los vecinos de la aldea de Walla en cuyas espaldas pesan las ineludibles cuotas del caucho que no pueden solucionar ni siquiera los más atroces recursos de los nativos:
Para poder cumplir con las cuotas que adeudaban, las familias de la aldea habían vendido a hijos e hijas, y dos de los hombres a sus mujeres, a mercaderes ambulantes que hacían la trata de esclavos a ocultas de las autoridades. El trapense creía que los niños y las mujeres vendidas debían ser al menos ocho, pero acaso más. Los indígenas estaban aterrorizados. Habían enviado a comprar caucho y alimentos para cumplir con la deuda, pero no era seguro que el dinero de la venta alcanzara. (Ibid., p. 97).
Pero la victimización llega a un nivel increíble de culpabilidad de todos, es decir también del mismo pueblo martirizado. De manera más precisa, acaba por ser a la vez una severa acusación hecha a todo el Congo, por haberse preocupado este por aspectos superficiales en vez de plantear el punto que, según Roger, constituye el verdadero problema: “…Se sorprendió de que ninguno de esos pobres seres se quejara de lo principal: ¿Con qué derecho habían venido esos forasteros a invadirlos, explotarlos y maltratarlos?” (p. 98).
Como bien lo notamos aquí, más allá de las atrocidades provocadas por la corona belga en el Congo, esta profundización del cuestionamiento por parte del cónsul británico Roger Casement condena de manera más general la presencia, en tierra africana, no solo de Gran Bretaña sino también de todas las potencias coloniales, igual que en otras tierras como América y Asia. Esta postura reivindicativa es muy comparable con la del agrónomo y escritor francés René Dumont cuyo grito sirve de título a su famoso libro L’Afrique Noire est mal partie. [12] Igual que Dumont quien denuncia “la hemorragia humana infligida a África” por las potencias coloniales europeas al lado de las malas políticas de los regímenes postcoloniales africanas, podemos evocar a André Gide en Voyage au Congo sobre los estragos causados por la administración colonial francesa,[13] sin olvidar a Aimé Césaire cuya obra teatral, Une saison au Congo, evoca, más allá del final trágico del líder político Patrice Lumbumba, los conflictos internos del Congo recién independiente, como el separatismo en Katanga, donde también aparecen, en tela de fondo, los intereses europeos y particularmente belgas.[14]
Tras descubrir pues la culpabilidad del poder colonial británico en África, el autor del Informe [15] decide no acudir a la invitación que le hace la corona británica para entregarle “la condecoración Companion of St. Michel and St. George por sus excelentes servicios prestados en el Congo” (p. 123). A través de esta negativa, se abre la página de la reivindicación nacionalista irlandesa, y para nosotros la del significado de la estereotipia.
La estereotipia en las visiones de Abel Posse y Mario Vargas Llosa está en el hecho de focalizar su visión de África en el mismo y único país del Congo, particularmente en una época determinada de este país. En ello, el enfoque es más reducido en el texto del escritor argentino, por tratar solo del tema de la revolución y sobre todo de las relaciones entre Ernesto Che Guevara y sus compañeros congoleses como Laurent Kabila, que en el del escritor peruano quien hace una amplia presentación del Congo belga, desde la época colonial hasta la neocolonial y contemporánea.
Pero la estereotipia compensa su reducción respectivamente temporal y espacial –temporal, por tocar a la época del Congo de los años sesenta cuando la misión de Ernesto Guevara, y espacial por remitir al único país, el Congo – por una ampliación y simbolización de su contenido. Es decir que, por una parte, la época de los años sesenta destaca un sentido premonitorio sobre la actualidad política congolesa de la victoria de Laurent Kabila. Por otra parte, intentamos salir del ejemplo único del Congo hacia una visión más amplia y a veces más reluciente de África. En otras palabras, tratamos de superar los límites geográficos de la visión que de este continente presentan Posse y Vargas Llosa en sus obras respectivas.
Conforme a todo esto, centramos este capítulo en dos subcapítulos que son, primero el significado del sentimiento de desilusión de Ernesto Guevara que ya hemos visto y llamado “el sueño esfumado”, y segundo una presentación más abierta de África que, desde luego, no se reduce al Congo.
III.1. El significado de la desilusión de Guevara
La amplitud de la desilusión de Guevara en el Congo puede compararse con la amplitud de la ilusión del mismo en su labor revolucionaria, en su gran ambición que justificó la expedición africana.[16]
La primera señal de la desilusión remite a la magia africana y congolesa. Es decir que lo que hemos visto anteriormente como una fuerza mágica vencedora del racionalismo occidental recobra su verdadero sentido que es a la vez paródico y anticipatorio. En efecto, la colaboración con Laurent Desiré Kabila y sus combatientes le reveló a Guevara la inclinación de estos más hacia la brujería y otras fuerzas ocultas que a las técnicas de combate y la protección de las poblaciones a quienes los mismos combatientes prefirieron someter a saqueos y matanzas por sus propios intereses.[17]
¿Qué valor premonitorio destacar de este comportamiento ya lamentado por Ernesto Guevara? Puede encontrarse en la aventura revolucionaria del mismo líder político congolés Kabila en dos aspectos que se enlazan, la conquista del poder y la pérdida de este.
En el primero, la participación de Laurent Kabila en la liberación del Congo de la dictadura de Mobutu en 1997 no fue el resultado de su propio protagonismo y estrategia. Los verdaderos protagonistas fueron más bien los ruandeses y ugandeses en cuyas manos Kabila no era más que un títere. La llegada del líder lumbumbista al cargo supremo de presidente del Congo nos lleva al segundo aspecto. Como era de notar, el vencedor de Mobutu no supo resucitar el espíritu revolucionario tan esperado por los congoleses en aquel entonces. Este espíritu, por si acaso hubiera existido un ratito, no tardó en desaparecer en cuanto finalizó la lucha armada de reconquista del poder. Prueba de ello, el presidente Laurent Kabila fue asesinado en su palacio de Kinshasa por su guardaespaldas, un asesinato que difícilmente puede justificarse fuera de las relaciones de dependencia que existían entre la víctima y sus amos o colaboradores extranjeros de ayer. El difunto presidente no pudo liberarse de las garras del compromiso de ayer, aquel que lo llevó al poder contra Mobutu pero no por los intereses del Congo. Entonces, el martirio de este pueblo distaba mucho de finalizarse ya que la sucesión no se gestionó a un nivel estatal sino internacional y familiar.
III.2. África no se reduce al Congo
Desde luego, África no se reduce al Congo, es decir a la República Democrática del Congo situada en el África central, entre la República Centroafricana (R.C.A.), Ruanda, Burundi, Zambia, Angola y el Congo Brazzaville. Pero en El sueño del celta, el continente se limita al Congo, y ahí está el comienzo de la estereotipia, que presenta una visión incontestablemente interesante por su enfoque crítico pero demasiado globalizador que reduce a un solo país, primero los dos Congo, luego toda la diversidad geográfica, cultural, política, económica, por no decir histórica, del continente africano.
El análisis del término “Congo” y de su significado nos va a ayudar a aclarar mejor el sentido de esta estereotipia. Efectivamente, el término “Congo” designa más que el país que lleva este nombre. Encontramos esta ampliación del sentido en el poema al que el escritor senegalés Léopold Sedar Senghor dedica la misma apelación en su obra Ethiopiques. [18] Más allá del río y de la tierra –como si se combinaran los dos para dar vida, el Congo remite pues a la mujer, es decir a la mujer mater, una visión también muy lorquiana de la feminidad procreadora y madre del mundo.[19] Es, según la etnia Serer a la que pertenece el mismo poeta senegalés, “la Terre/la Tierra” (con mayúscula), es decir “le corps d’une femme vivante, désirable et féconde. Ils lui ont donné un nom féminin, Kumba Ndiaye, et la pluie est la semence qui lui permet de donner son fruit.”[20] Antes de cerrar nuestro estudio volveremos a esta interesante combinación entre « tierra » y « mujer », muy expresiva de un futuro abierto y prometedor.
Encontramos otro sentido del término « congo » en otro poeta, también negrista,[21] el cubano Nicolás Guillén, particularmente en su poema Canto negro, en el verso “repica el congo solongo”. Aquí se define como una de las “naciones” (en Cuba llamadas “cabildos”) que agrupaban a los esclavos oriundos de un mismo país africano.” [22] La imprecisión de la palabra “nación” basta pues para que surja la apertura del término “congo”, a pesar de la estrategia separatista de la explotación colonial. De ello, deducimos que la palabra podría aplicarse a todos los países del África negra, sin olvidar, desde luego, el río que lleva su nombre y cruza una buena parte del África central en una distancia de cuatro mil setecientos (4.700) kilómetros.
Entonces, ¿qué sentido podemos dar a la estereotipia en Vargas Llosa? Convenimos que el Congo, y su relación con Bélgica, plantea el problema de la colonización y sus consecuencias en un contexto post-colonial en el que predominan unas relaciones neocoloniales entre Europa y África. Se trata de un neocolonialismo que se mantiene por una parte desde el punto de vista cultural, sobre todo lingüístico y, por otra parte, desde el punto de vista económico porque, en muchos casos, los antiguos países colonizadores controlan todavía la mayor parte de las economías de sus antiguas colonias. La primera ilustración de ello está en las áreas lingüísticas muy claramente expresadas en las denominaciones como “África francófona”, “África anglófona”, “África lusófona” o de habla portuguesa, con una conservación de los países y de sus áreas respectivas en las mismas fronteras ayer diseñadas por el colonizador, lo que sí puede plantear la inexistencia entre los gobernantes africanos de una real ambición política de romper el esquema de la balcanización proclamada en la conferencia de Berlín de 1885.[23]
Desde luego, podemos matizar esta crítica del mantenimiento de las áreas lingüísticas coloniales si consideramos los esfuerzos muy positivos hechos por los mismos países africanos y sus líderes hacia la creación de nuevos espacios regionales de integración económica, como es el caso de la Comunidad Económica y Monetaria del África Central (CEMAC),[24] que agrupa a seis países entre los cuales está el Congo, y otras estructuras como la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental (CEDEAO) y desde una época más reciente la Unión Económica y Monetaria del África del Oeste (UEMOA). [25] En estas agrupaciones regionales, las relaciones comerciales de los países están abiertas a las necesidades geoestratégicas mundiales que superan los espacios reducidos de los antiguos colonizadores para alcanzar, por ejemplo, las grandes potencias económicas actuales que son Estados Unidos y China.
Otra ilustración de la diversidad de África y de cómo una parte de esta adquirió su independencia política de una manera muy distinta de la congolesa, la tenemos en Guinea y Argelia. El primer Estado, bajo el impulso nacionalista del líder político Ahmed Seku Turé, en el referéndum de septiembre de 1958, se negó a entrar en la Comunidad Francesa que proponía Francia y su presidente Charles De Gaulle, y arrancó su independencia el 2 de octubre con el ya citado líder como presidente. [26] Por lo que toca a Argelia, su independencia fue conseguida después de una guerra de liberación desde 1954 hasta 1962, entre el Estado francés y el pueblo argelino organizado en el Frente de Liberación Nacional (F.L.N.). Fue el 5 de julio, tras los famosos Acuerdos de Evian (Francia) del 18 de marzo de 1962, cuando el pueblo argelino recobró su soberanía y tuvo luego a Ahmed Ben Bella como primer presidente de República.[27]
Notamos en los dos países citados y sus entornos regionales la creación de un espacio político comparable con aquel que Vargas Llosa ha parodiado en su “Estado Independiente del Congo dirigido por Leopoldo II”. Es decir que, igual que el rey belga, como remedio contra la independencia definitiva, la potencia colonizadora ha puesto en práctica una estrategia de conservación de la dominación de la antigua colonia y su mantenimiento en un conjunto político comunitario y supuestamente libre. Se trata particularmente, en el caso de Guinea y otros países de su área regional, de la Comunidad Occidental Francesa, y en caso de Argelia, del espacio de una Francia de Ultramar, ampliación de la Francia Metropolitana. La negación de esta política postcolonial por Guinea y Argelia –países a los que pueden agregarse otros, aunque no muchos con unos líderes de indudable compromiso libertador, como Ghana y su independencia con Kwame Nkrumah (6 de marzo de 1957), Kenya y su independencia tras su rebelión Mau Mau con Jomo Kenyatta (septiembre de 1963). No podemos olvidar otras resistencias en el África lusófona como Angola, Mozambique, Guinea Bissau y Cabo Verde donde destacan figuras como Augustino Neto y el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), Samora Machel y el Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO), Amílcar Cabral y el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC). Pese a su determinación y a la intransigencia de sus líderes, las colonias portuguesas no pudieron liberarse antes de 1975, unas independencias que fueron definitivas contra la estrategia política, siempre defendida por Portugal, de hacer de sus antiguas colonias unas provincias del mismo país. [28]
Conclusión
La doble ficcionalización del Congo por Abel Posse y Mario Vargas Llosa nos invita a una reflexión crítica sobre el destino de este país africano que sigue su camino de tragedias desde su independencia, un destino marcado por una dominación postcolonial belga y francesa que tarda en finalizar, con unas luchas políticas internas que hacen del pueblo congolés la principal víctima. Sobre esta labor crítica ya hemos mencionado al escritor martiniqués, Aimé Césaire, con su obra Une saison au Congo, donde sobresale la ilustre figura del líder político congolés Patrice Lumumba.
De manera más precisa, por una parte, El sueño del celta universaliza el neocolonialismo y, por otra parte, Los cuadernos de Praga problematiza la pertinencia de la revolución al mismo tiempo que reduce la utopía libertadora a través de la decepción de Ernesto Guevara y de su muerte, con las armas en las manos, antes de realizar su “guerra final” o “madre de las guerras”.[29]
Esta presentación del martirio congolés y su prolongamiento justifican pues lo que llamamos la estereotipia y que resulta de una elección estética, la de dos escritores hispanoamericanos que universalizan el drama humano a partir del drama de un pueblo específico y de sus hombres. En esto, el término “Congo” después de designar los países llamados así, designa también por relación metonímica a toda África; pero no se limita allí, ya que, según los dos sentidos destacados por Leopoldo Sedar Senghor y Nicolás Guillén, respectivamente el de “mujer, tierra y fecundidad” y el de “naciones”, se abre a todas las tierras, a cualquier espacio martirizado y víctima de explotación y espoliación tanto por el otro –que viene de fuera– como de las élites dirigentes en las mismas tierras de sufrimiento. Por lo tanto, el martirio congolés lo comparten todos los pueblos a quienes el escritor antillano Frantz Fanon llama “Los condenados de la tierra” en su famoso libro Les damnés de la terre. [30]
Bibliografía
Notas
[1] Su acción revolucionaria estuvo parada en la victoria cubana de 1959 y frenada por su oposición a la oligarquía socialista, sin olvidar la gran adversidad del bloque capitalista; Véase Ndioro SOW en Ernesto Che Guevara, huida del poder y soledad del personaje en Los cuadernos de Praga de Abel Posse, Revista SAFARA, N° 9 y 10, Universidad Gaston Berger, 2011.
[2] “Guevara nuestro querido Comandante, no tuvo la menor duda de que la batalla de Bolivia era apenas el detonador, nada menos, de la Tercera Guerra Mundial, la Madre de las Guerras”, Posse, Abel. Los cuadernos de Praga, Buenos Aires: Atlántida, 1998, p. 121.
[3] Carlos Fuentes. Cervantes o la crítica de la locura. México, Joaquín Mortiz, 1976, p. 82.
[4] Ibid., p. 43.
[5] Ibid., p. 69.
[6] http://fr.wikipedia.org/wiki/Che_Guevara
[7] «La debilidad ideológica, la falta de seriedad revolucionaria y de espíritu de sacrificio caracterizaban… a varios de aquellos jefes rebeldes. Laurent Désiré Kabila, de quien el Che decía que era el único jefe lumbumbista que tenía cualidades auténticas de dirigente, sufría muchas debilidades.», in Fall, Moustapha, La lutte de Che Guevara en Afrique: le prolongement de l’expérience de José Marti, en Pambazuka News, N° 31 del 30 de octubre de 2007.
[8] Vargas Llosa, Mario. El sueño del celta. Madrid: Alfaguara, 2010, 359.
[9] Así lo bautizó Laurent Désiré Kabila después de la caída de Mobutu Sese Seko. Este lo había bautizado bajo el nombre de “Zaire” en 1971, antes designado Congo Léopoldville para diferenciarse del Congo Brazzaville.
[10] Vargas Llosa, El sueño del celta, ed.cit., p. 36.
[11] “Esa riqueza era la maldición que había caído sobre esos desdichados y, de seguir así las cosas, los desaparecería de la faz de la Tierra. A esa conclusión llegó en esos tres meses y diez días: si el caucho no se agotaba antes, serían los congoleses los que se agotarían con ese sistema que los estaba aniquilando por cientos y millares.”, ibid., p. 93.
[12] René Dumont reproduce la misma queja contra la ocupación y espoliación de África –y otros continentes – por Europa. Tenemos en la cita que sigue una parte de las malas consecuencias de estas agresiones: «L’hémorragie humaine ainsi infligée à l’Afrique est estimée, suivant les auteurs, entre 60 et 150 millions d’hommes. Ainsi le continent africain qui aurait représenté, nous dit Halbwachs, le cinquième de l’humanité au XVIIe Siècle, autant que l’Europe à la même époque, n’en compte plus aujourd’hui que le douzième.» / «La hemorragia humana infligida así a África se estima, según los autores, entre 60 y 150 millones de hombres. Por lo cual, el continente africano que hubiera representado, nos dice Halbwachs, el quinto de la humanidad en el Siglo XVII, tanto como Europa en la misma época, hoy en día no cuenta más que con el duodécimo.», en L’Afrique noire est mal partie. Paris: Seuil, 1962, p. 23.
[13] Gide, André. Voyage au Congo. France: Gallimard, 1927.
[14] Césaire, Aimé. Une saison au Congo. Editions Points, 2001 (ouvrage paru depuis 1936).
[15] La larga estancia del cónsul británico Roger Casement en el Congo (unos veinte años) le valió la producción de un importantísimo informe que fue publicado por su gobierno y que le granjeó mucha fama pero también tanto odio en el mundo amplio de los acusados belgas.
[16] El vocablo “expedición” se justifica por la composición de los actores y del protagonismo del Che delante de un grupo de doce combatientes cubanos que pisaron el suelo congolés el 24 de abril de 1965, un grupo reforzado luego por un centenar de soldados afrocubanos que todos se juntaron a los guerreros congoleses Simba que se reclamaban del marxismo leninismo y particularmente de la figura de Patrice Lumbumba, líder político congolés asesinado en 1961.
[17] «L’incompétence, l’intransigeance, les rivalités internes des rebelles congolais sont citées dans son journal du Congo comme les raisons principales de l’échec de la révolte. Au lieu de s’assurer le soutien des populations locales, les combattants congolais pillent parfois des villages et tuent des civils. Le commandement unique n’existe pas et les chefs locaux rivalisent entre eux pour obtenir argent et matériel qu’ils emploient pour leur profit personnel. Certains responsables de la guérilla sont même assassinés par des rivaux. Enfin, les troupes inexpérimentées croient plus en la sorcellerie qu’à l’instruction militaire des Cubains, ce qui entraînera défaite sur défaite.», in http://fr.wikipedia.org/wiki/Che_Guevara, pp. 133, 134.
[18] Se trata del poema Congo, in Éthiopiques, Paris : Seuil, 1956, pp. 10-13.
[19] Esta visión del escritor español Federico García Lorca está muy desarrollada en obras suyas como Doña Rosita la soltera o el leguaje de las flores, y sobre todo en Yerma, donde el drama de la mujer protagonista se sitúa en la busca de la maternidad que fundamenta su feminidad. Véase: Doña Rosita la soltera o el leguaje de las flores. Madrid: Alianza Editorial, 1999; Yerma. Madrid: Ediciones Cátedra, 2001.
[20] Henri Gravland, Visage africain de l’Eglise. Paris: Edition de l’Orante, 1961: Traducción de la cita: «La Tierra»… «el cuerpo de una mujer viva, deseable y fecunda. Le han dado el nombre femenino de Kumba Ndiaye, y la lluvia es la semilla que le permite dar su fruta».
[21] Si en Léoplod Sédar Senghor, igual que en sus compañeros como Aimé Césaire (Martinica) y Léon Gontran DAMAS (Guayana), encontramos el término “négritude”/”negritud”, en Nicolás Guillén su usa el término “negrismo”.
[22] Nicolás Guillén, Suma poética. Madrid: Edición Cátedra (2da edición), 1976, p. 79.
[23] La conferencia comenzó el 15 de noviembre de 1884 y terminó el 26 de febrero de 1885. Reunió a catorce países europeos.
[24] Esta estructura de integración económica, creada en 1994, con sede en Bangui, establece la creación de un mercado común entre sus Estados miembros que son Camerún, el Congo, Gabón, Guinea Ecuatorial, la República Centroafricana y Chad.
[25] Es otra estructura de integración económica, en la región del África Occidental, creada en 1975, con sede en Abuja. Cuenta con quince países que son Benín, Burkina Faso, Cabo Verde, Costa del Marfil, Gambia, Ghana, Guinea, Guinea Bissau, Liberia, Mali, Níger, Nigeria, Senegal, Sierra Leona y Togo. En una fase más avanzada, sobre todo desde el punto de vista monetario, tenemos la Unión Económica y Monetaria del África del Oeste (UEMOA) que agrupa a ocho Estados que son Benín, Burkina Faso, Costa del Marfil, Guinea Bissau, Mali, Níger, Senegal y Togo; fue creada en 1994 y tiene su sede en Uagadugú (Burkina Faso).
[26] Kaba, Lansine. Le “non” de la Guinée à De Gaulle. Paris : Chaka, 1989, pp. 23…
[27] Courrière, Yves. La Guerre d’Algérie 1954-1957. Paris : Éditions Fayard, 2001.
[28] Michel, Marc. Décolonisations et émergence du Tiers Monde, Paris : Hachette, 2002, pp. 130-136.
[29]Posse, Abel. Los cuadernos de Praga, ed. cit., p. 121.
[30] «Le bien-être et le progrès de l’Europe ont été bâtis avec la sueur et les cadavres des nègres, des Arabes, des Indiens et des Jaunes.» / «El bienestar y el progreso de Europa se edificaron con el sudor y los cadáveres de los negros, los árabes, los indios y los amarillos.», in Fanon, Frantz. Les Damnés de la Terre. Paris : Ed. La Découverte poche, 2002 (1ère Edition en 1961), p. 99.