El lugar de la nieve

Poemas de Rafael-José Díaz

PRESENTACIÓN DEL AUTOR

Nació en Santa Cruz de Tenerife en noviembre de 1971. Cursó estudios de Filología Hispánica en la Universidad de La Laguna, licenciándose en 1994 con el Premio Extraordinario de Fin de Carrera. Entre 1993 y 1995 dirige el pliego de literatura Paradiso, y entre 1994 y 1995 coordina, junto con el pintor Carlos Schwartz, el suplemento literario «De umbral en umbral», del periódico El día. En 1995 se traslada a la ciudad de Jena (Alemania), donde ejercerá como lector de español en la Friedrich-Schiller-Universität hasta 1998. En 1996 actúa como secretario del curso Literatura y traducción: caminos actuales, dirigido por Paolo Valesio y organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en su sede de Santa Cruz de Tenerife, curso cuyas actas se publicarán ese mismo año. En 1997 aparece su primer libro de poemas, El canto en el umbral (Madrid, Calambur), que había merecido una de las ayudas a la creación literaria del Ministerio de Cultura. En el mismo año 1997 publica dos de sus traducciones: A la luz del invierno, de Philippe Jaccottet, primer libro del poeta suizo publicado en España, y Naturalezas vivas, de Ramón Xirau. En 1998 se traslada a Leipzig para ocupar la plaza de lector de español en la universidad de esa ciudad. Allí permanece hasta julio de 2000, año en que gana las oposiciones a enseñanza secundaria por la especialidad de Lengua y Literatura en la Comunidad Autónoma de Canarias. A comienzos de 2000 se publica su segundo libro de poemas, Llamada en la primera nieve (Madrid, Editorial La Palma). En febrero del año siguiente publica la carpeta La azotea – Réquiem, con un poema suyo y ocho dibujos del pintor mexicano Vicente Rojo, y en el mes de mayo inaugura una colección de plaquettes titulada ‘La playa del ojo’ con su versión de dos prosas inéditas de Philippe Jaccottet. En abril de 2002 publicó la plaquette Las laderas del rostro (Diarios, enero-marzo 1996) en Tenerife, en mayo del mismo año La otra tierra (Diario, 1995) en Las Palmas de Gran Canaria, y en octubre la traducción de la Antología personal de Philippe Jaccottet en la editorial Igitur de Tarragona. En 2003 aparecieron la traducción de un nuevo libro de Philippe Jaccottet, A través de un vergel (Editorial Ultramarino), y su tercer libro de poemas, Los párpados cautivos, merecedor en 2002 del Premio de Poesía Tomás Morales, convocado por el Cabildo de Gran Canaria. En 2004 publicó su traducción de un libro del gran poeta suizo Gustave Roud, Réquiem, la primera que se realizaba al español de este autor, y la traducción de Bajo la montaña, del poeta francés Jacques Ancet (Editorial Bartleby). En 2005 publicó su cuarto libro de poemas, Moradas del insomne (Editorial La Garúa), el libro de diarios La nieve, los sepulcros (Ediciones Idea) y sus traducciones de Cuaderno de verdor (Editorial Bartleby), La oscuridad (Editorial Artemisa), de Philippe Jaccottet, Para un cosechador, de Gustave Roud (Editorial La Garúa) y El mundo como voluntad y representación, de Arthur Schopenhauer (Editorial Akal), esta última realizada en colaboración con Montserrat Armas. En 2006 publicó la traducción de El ignorante, de Philippe Jaccottet (Editorial Pre-Textos) y de El descanso del jinete, de Gustave Roud (Editorial Trea). En 2007 ha publicado su libro de ensayos Rutas y rituales (Ediciones Idea) y, junto con Montserrat Armas, la traducción de En mitad de la vida, la poesía completa de Hermann Broch (Editorial Igitur), y su quinto libro de poemas, Antes del eclipse (Pre-Textos). Desde septiembre de 2007 reside en Madrid y ejerce como profesor de lengua y literatura españolas en el I.E.S. Pintor Antonio López (Tres Cantos). En junio de 2008 ganó el Premio de Poesía Pedro García Cabrera, convocado por Cajacanarias, con su libro Detrás de tu nombre, recientemente publicado. A finales de 2009 apareció en la Editorial Idea su primer libro de relatos, titulado Algunas de mis tumbas. Posteriormente, ha publicado la novela El interior del párpado (ATTK Editores, 2014), la colección de prosas Las transmisiones. Veinticuatro lugares y una carta (Editorial Polibea, Madrid, 2014) y el poemario Un sudario (Pre-Textos, Valencia, 2015). Actualmente es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el I.E.S. Teobaldo Power de Santa Cruz de Tenerife.


EL LUGAR DE LA NIEVE
Rafael-José Díaz

No he caminado nunca por aquí,
ni un viento como este me salió nunca al encuentro,
aunque de nuevo esté en pie
la amarga resolución de decir casi nada,
una insignificante muesca
en el hueso del alma. Qué indiferente
has sido hasta ahora a todas las incitaciones
de la vida secreta, nada
de lo que te salía al paso
era para ti más que una oportunidad
de volver a escuchar tu canción favorita, como si
lo que la vida te brindara
debiera formar parte de lo consabido;
pero ahora
que se impone una nieve más dura,
una nieve agrietada,
perdida, silenciosa, absorta,
no sabes cómo responderle,
ni siquiera conoces los nombres de esos pájaros
que en las copas raquíticas
alborotan entre una y otra ráfaga.

Quién diría que todo esto
fuera a estallar un día
si ahora yace encadenado a la más oscura
de las horas, la del despojamiento
y la del hielo, la hora hundida en el fondo
de la espiral de la ausencia. Quién
diría que ahora mismo la savia
bulle, bucea recóndita
en las madres dormidas
y que, desde lo más lejano, nos llama
lo que algún día tendremos
estrechado en los brazos
—aunque no sea sino el último aliento
de la última palabra que diremos:
revolotea ya aquí
en la atronadora ventisca
y toma de la nada
su ninguna sustancia.

Te entretuviste distraído
junto a unos matorrales que, pensaste,
se libraban del látigo del viento, ralos
matojos verdinegros hincados en la tierra.
Sentiste desazón. No era el camino
que pensabas tomar cuando saliste.
Era un sendero estrecho
que bordeaba la montaña y te exponía
a la succión, a la roedura.
Había en un recodo
cinco o seis caracoles cuyas conchas,
blanquísimas, estaban medio hundidas en el barro.
No había nada dentro.
Conchas huecas,
ni el más mínimo rastro de otra vida
salvo los excrementos de las cabras.
El viento percutía
un dolor a través de tus oídos.

Cuántas veces, ah, cuántas veces,
sin saberlo, lo escuchaste.
También esta mañana, como si lo soñaras,
tocaba los cristales,
insistente. Pero tú no querías
dejar de soñar con la intemperie.
Desmesura y ardor son los nombres que adopta
lo que no tiene nombre
ni quiere ser soñado.
No es el final aún, pero presientes
que se apaga su voz
cuanto más entre sábanas te envuelves
para escucharla. Solo salva, has pensado,
levantarse, olvidar y salirle al encuentro
para saber si es verdad que en los caminos
todo se ve mejor
y la intemperie te pone
su mano helada sobre los hombros.

Nada, ni cuando creí haberlo hecho,
escribí nunca sobre la nieve.
Comprenderla es difícil.
Y aún más difícil
es encontrar un rincón de nieve sin huellas de pisadas
y, con una rama reseca,
escarbar en ella unas palabras
que el corazón no entienda
porque las lleva dentro desde siempre.
¿Desde siempre? No hay
nunca ni siempre en el adiós
que es escribir con el hueco de lo blanco
unas letras de ausencia,
aunque hablen de amor.
Agáchate y escribe en el lugar de nadie
palabras que el viento de la noche, cómplice,
no se llevará quizás, palabras como huellas
de pisadas de corzo,
que queden por un tiempo, hasta que vuelva a nevar.
Palabras en la nieve
que puedan ser borradas
tan solo por la nieve.

Poco después,
el lugar de la nieve
en que escribí esas palabras
no era acaso ya más que un montículo seco
y acaso con la nieve se habían derretido como sombras las palabras,
pero qué importaba eso si el temblor
de la luz que se marchaba de puntillas
entre las montañas dormidas
acariciaba como por última vez las extasiadas
gargantas de los pájaros, para que,
escondidos en los árboles,
cantaran como quien juguetea,
cantaran una líquida estrofa de luz pura
antes de revolotear y perseguirse y perderse.
Yo me detuve bajo los carámbanos
y pensé en que sería un modo extraño
de morir
dejarme atravesar por uno de ellos:
una estaca de hielo en pleno corazón.

Que pese lo mismo que nada,
como la nieve que cae cuando todos dormimos
—y nadie se despierta salvo quien
pesa ya tanto dentro de sí mismo
que cualquier copo es como plomo para sus sueños—,
que pese apenas
este libro que leo,
que las palabras parezcan no pesar
no significa que no caigan
unas sobre otras hasta que se borran
de la faz de —¿de la faz de qué
pueden borrarse unas palabras
si fueron escritas sobre lo incorpóreo,
si no llegaron a decirse
porque no hubo saliva suficiente
o el vaho del aliento las retuvo en su nube?—,
hasta que se borran sobre la faz, no de esta tierra,
sino de la tierra borrada desde siempre
por la nieve que cae y que no pesa
y, sin embargo, retumba
en algún sueño, adentro.

Aunque el viento lo niegue
quedó atrás otro invierno. No, no escindas
lo que recuerdas de lo que te sale al paso,
el fango del camino de la nieve que cruje
ya solo en el recuerdo,
en el hilo que pende de una disolución.
Cruzó entre dos silencios
el pájaro de siempre. Una cabra,
si es que era una cabra,
salió a tu encuentro, se interpuso
entre lo que no podías darle y lo que le ofreciste.
Y un cervatillo que perdía el rastro
del olor de su madre se escondió temeroso en el bosque.
Los animales saben
que otra estación se acerca, que las huellas quedaron
dormidas en la nieve que, al fundirse,
se mezcló con la tierra
en el fango que pisas.

En otra tumba más te has convertido,
no eres ya más que una incisión que dice, en el reverso,
lo tardío de todo, el nudo
o perversión que no revela nada,
cicatriz escondida, una vez más, cicatriz sobre antiguas, borrosas,
incontables cicatrices, incisos
o marcas olvidadas, rasguños
como las picaduras de insectos que sangran en las pieles imberbes,
jardín de eflorescencias, nombre
de lo desvanecido que se dijo en bocas sin aliento,
una tumba eres tú, una tumba que hubiera
preferido apartar de este camino hendido,
nunca sabré pedirles a los ojos que olviden
lo que vieron entonces, las pupilas
que ardían en la luz de tus ojos perdidos en los míos,
¿o era al contrario?, tus ojos
enrojecidos poco antes de que se los llevara el sueño
adonde nunca sabré,
a ese lugar que es ahora otra tumba, silenciosa, en la nieve.

(Raroña, Alto Valais, invierno de 2013)

Escritor y traductor