Sobre Media hora jugando a los dados, obra en la que el autor ofrece, según Díaz-Plaja, «su auténtica posición superrealista (…) que nos da la medida de su fantasía poética», conviene resaltar que es el texto de una conferencia de presentación leída un año antes por Espinosa con motivo de la exposición del pintor grancanario José Jorge Oramas. Este hecho nos plantea serias dudas sobre la licitud de que algunos fragmentos sean susceptibles de ser considerados de manera independiente.
Sin embargo, no hace Díaz-Plaja ninguna alusión a otra importante obra de Espinosa, Crimen (1934), omisión que podría explicarse por simple desconocimiento, pues pasó casi inadvertida hasta su reedición en 1974; o, en fin, porque, dada su difícil adscripción genérica, el crítico-antólogo no la consideró poesía en prosa. Crimen, la obra más surrealista y atrevida de las publicadas en la España de los años 30, se compone de once textos breves agrupados en cuatro apartados que se corresponden con las cuatro estaciones, más un prólogo y un epílogo. Antes de su edición unitaria, casi todas sus partes habían sido publicadas previamente en revistas a partir de 1930. Para Alfonso Armas (1974: 27), y en contra de la opinión expresa del propio autor [v], Crimen es una novela corta: «−hay hilo narrativo, hay personajes, hay diálogo muy escueto− (…). Y, si se quisiera adjetivar esta narración corta, podría ser clasificada como novela policíaca escrita al revés.» De la misma opinión es Jorge Rodríguez Padrón (1985: 56), para quien Crimen no deja de ser una narración, una novela peculiar, caracterizada, igual que los otros dos títulos del autor, por su condición imaginista y el fragmentarismo.
M. Pérez Corrales (1985: 25-26) resuelve esta cuestión soslayando los géneros tradicionales y proponiendo uno nuevo un tanto ambiguo y poco esclarecedor: «La dificultad de encasillamiento hace preferible, a encorsetar la obra, calificarla, simplemente, como “texto surrealista”».
Es cierto que Crimen, aunque aparente «ser un libro caótico, arbitrario, incoherente (…) constituye, por el contrario, un entramado de complejísimas vinculaciones −tanto intratextuales como extratextuales− donde nada está dejado al acaso»; y que la «inexistencia de linealidad discursiva, de concatenación lógica, oscurece y dificulta la comprensión del texto, pero sus partes están todas trabadas y coexistiendo −aunque sea “a puñetazos”, como decía Sklovski−» (Corrales, 1985: 29, 31). Sin embargo, y a pesar de todo ello, creemos que los elementos que cohesionan el libro no subordinan unas partes a otras; que los distintos apartados admiten, sin ningún problema, una lectura independiente. La impresión que nos queda después de leer la obra, incluso después de una lectura analítica, no es la de la historia narrada, que queda reducida a un simple pretexto referencial, ni la de su indudable trabazón interna, similar a la de otros poemarios en verso, sino la de una sucesión de cuadros con vida propia que representan una historia inconexa de sueños y obsesiones que constituyen un conjunto de poemas en prosa. La obra de Agustín Espinosa representa, a nuestro juicio, una de las aportaciones más interesantes y novedosas a la historia del poema en prosa español.
Josefina de la Torre (Gran Canaria, 1909) aparece en el estudio de Díaz-Plaja bajo el epígrafe «Epígonos de Juan Ramón Jiménez», junto a otros autores como Carmen Conde, José Luis Cano o Joaquín Romero Murube. En su libro Versos y estampas, publicado en Málaga en 1927 y prologado por Pedro Salinas, nos encontramos un conjunto de dieciséis poemas en prosa entre los que se intercalan otros tantos poemas en verso. De corte descriptivo, y ambientados en recuerdos y anécdotas infantiles, encajan perfectamente dentro del modelo que hemos llamado poema en prosa descriptivo.
También ha de ser tenido muy en cuenta Andrés de Lorenzo-Cáceres (Tenerife, 1912-1990), quien dio a conocer poemas en prosa en el periódico La Tarde y en la revista Gaceta de Arte, y que publicó en 1932 el muy sugerente El poeta y San Marcos. La sección final de este libro, titulada «Poemas», contiene dos series −«La casa sobre poemas» y «Poemas burlados»− que podrían inscribirse, por su brevedad y su imaginería,
en el tipo «poema-iluminación» señalado por S. Bernard. Igualmente interesantes, pero sin llegar a constituirse en libro, son los textos del sorprendente Juan Manuel Trujillo (Tenerife, 1907-Gran Canaria, 1976), autor de poemas y relatos líricos plenamente inscritos en la poética de vanguardia.
Domingo López Torres (Tenerife, 1910-1937), a pesar de la brevedad de su obra poética, nos dejó una pequeña pero interesante muestra de poesía en prosa. En Diario de un sol de verano, escrito en 1929 pero no publicado en forma de libro hasta 1987, aparecen algunos poemas en prosa intercalados entre los poemas en verso. La voz poética, que aparece personificada en el sol, representa, a decir de Sánchez Robayna (1987: 20), «tanto una metáfora de soledad como una identificación con el mundo natural y una búsqueda de lo abierto». La similitud con Diario de un poeta reciencasado de Jiménez no se reduce sólo al título y al uso de ambas formas de expresión: también son destacables el coloquialismo y el tono intimista propio del diario, lo que contrasta con su diferente visión del mundo y la ausencia de perspectivismo en López Torres (Sánchez Robayna, ibid.: 19-20).
Otro escritor canario que tampoco tuvo en su momento la difusión que, sin duda, merecía por su interés y por su valiosa aportación al poema en prosa es Ramón Feria (Tenerife, 1909-Madrid, 1942). Las razones que explican este desconocimiento tienen que ver con la estética vanguardista a la que se adscribía y con el difícil, cuando no imposible, acceso a sus libros; ambas cosas contribuyeron de hecho a que, incluso en los círculos literarios de las Islas, su obra no fuese debidamente conocida.
Publicó Ramón Feria cuatro libros [vi], dos de poesía y dos de ensayo. El primero, Stadium[vii], apareció en 1930, con prólogo de Antonio Espina, y reúne veintiséis poemas en verso libre de muy diversos metros, y con cierta tendencia al poema breve. En 1936 publica Signos de arte y literatura, conjunto de ensayos heterogéneos, algunos publicados previamente en el periódico local La Tarde. Su segundo libro de ensayos, A la mira y al desvelo. Dilucidario núm. 1, aparece en 1940. Observa Anelio Rodríguez (1992: 239) que algunos de sus textos, sobre todo los que engrosan la última parte del libro, fueron creados en un principio como poemas en prosa y convertidos posteriormente en «fragmentos ensayísticos de cuidada composición». Esta indefinición genérica se resuelve a veces aplicando «el dudoso rasero de la extensión del texto», lo que demostraría que Feria −concluye Rodríguez con razón− «nunca acertó a discernir el marco y la función de su prosa poética».