Dentro del grupo de Poesía canaria última (1966), la antología preparada por Lázaro Santana y Eugenio Padorno −volumen, por cierto, que no recoge ningún poema en prosa−, Antonio García Ysábal (Barcelona, 1939) no se prodiga en nuestro género. En su Laberinto insular. Obra poética (1993) sólo encontramos cuatro poemas en prosa, a los que hay que añadir otros tres, escritos en inglés, bajo el título «Sitting on a poem». Las referencias temáticas, así como su lenguaje, en el que destaca el característico uso de las continuas frases interrogativas, no difieren de su poesía en verso. En la dilatada obra de Lázaro Santana (Gran Canaria, 1940) sólo hemos localizado un único poema en prosa, el titulado «El viaje», incluido en la sección «Proposiciones» de su libro Destino (1981).
Caso distinto es el de Eugenio Padorno (Barcelona, 1942), cuya poesía se recoge bajo el título de Metamorfosis (1980), siguiendo una peculiar forma de publicación mediante entregas sucesivas de su obra compuesta desde 1958, y caracterizada, como su título indica, por continuas revisiones, mediante las cuales el poeta elimina, incorpora y corrige sustancialmente su obra anterior (en algunos casos prosifica poemas aparecidos anteriormente en verso), procedimiento que el autor, en la nota introductoria, llama «progresión en frontal fijeza cambiante». Es, por tanto, una obra fuera de tiempo: en muchos casos, resulta evidente que su elaboración y sus presupuestos estéticos iniciales no se corresponden con los de la fecha de nueva publicación.
Sus poemas en prosa, muy breves en el libro citado, adoptan la forma de poema en prosa puro, y usan mayoritariamente la primera persona, salvo en los más descriptivos en que suele pasar a tercera. El intimismo, la evocación de recuerdos, la fusión del yo lírico con la naturaleza son sus características más llamativas. En fecha más reciente (1996) ha dado E. Padorno a conocer un poema en prosa más extenso, Paseo antes de la tormenta, dividido en ocho secciones, y cuyo tema podría definirse como el «conocimiento sin fin» que depara el lenguaje. Con cierta tendencia a lo metapoético, el autor hace acompañar el texto con un breve apéndice crítico titulado «De una tras tierra poética», en el que se alude a la condición insular canaria y a la dimensión «filosófica» del poema, que habla de un «quehacer ontológico» ocupado en las Islas no por la filosofía, sino por la poesía.
Ángel Sánchez (Gran Canaria, 1943) nos ofrece en Naumaquia (1971) un curioso e interesante muestrario de diversas formas de composición poética: caligrama, poesía en versos de muy diversa medida y ritmo y poesía en prosa, lo que refleja la búsqueda de nuevas formas de expresión y de disposición tipográfica. Todo el libro se caracteriza por la ausencia de signos de puntuación, a la manera de los poemas experimentales de Jenaro Talens y José-Miguel Ullán, pero sin rupturas sintácticas.
Juan Pedro Castañeda (El Hierro, 1945) es autor de un libro compuesto casi íntegramente por poemas en prosa. Polen (1993) contiene, en efecto, cincuenta y siete composiciones, de las que sólo una está escrita en verso. Son poemas breves, con tendencia a la yuxtaposición y a la frase cerrada, en clave reflexiva e interiorizada. Por su parte, Juan José Delgado (Tenerife, 1949) se decanta por el verso largo y el poema en prosa en su último libro, Un espacio bajo el día (1996). La cita de Miguel Hemández que abre el libro es una auténtica declaración de intenciones poéticas: lenguaje directo, logradas combinaciones de referencias cotidianas con elementos imaginativos y una visión idílica del campo son algunos rasgos de la poesía de Delgado que se reflejan, sobre todo en los poemas en prosa, como se puede ver en «Un día en la era». Sólo un poema en prosa, («Los olvidados»), poco significativo en el conjunto de su poesía, hemos encontrado en la obra de Carlos E. Pinto (Tenerife, 1949), dentro de su libro El interior del aire (1994).
Andrés Sánchez Robayna (Gran Canaria, 1952) es un autor que, aunque no se prodiga mucho en el uso del poema en prosa, estaba encaminado, por las características de su obra, a desembocar en este género. Su concepción del poema –«espacio de lenguaje hacia el metalenguaje, espacio en que tiene lugar el diálogo entre la imaginación fonológica y la indagación metafísica»– no podía ignorar las posibilidades poéticas que le ofrece la prosa, libre de las leyes y convenciones de la versificación. De sus tres primeras entregas –Clima (1979), Tinta (1981) y La roca (1984)– reunidas en Poemas 1970-1985 (1987) y consideradas por la crítica como la «primera época» del autor, sólo en Tinta encontramos poemas en prosa, con aportaciones interesantes al género , a las cuales hay que añadir un poema posterior, unitario, titulado El resplandor (1990), con dibujos de Vicente Rojo, recogido más tarde en Fuego blanco (1992), libro que incluye otros cuatro poemas en prosa.
El grado de abstracción y despersonalización a que somete Sánchez Robayna el poema en Tinta no impide que, para contrarrestar la excesiva aridez expresiva, afloren continuamente la música, el ritmo y la sorpresa mediante la paronomasia, la aliteración y las asociaciones inusuales, que cabe asociar a los juegos lingüísticos de Joyce y a otras experiencias en esa línea, como la del brasileño Haroldo de Campos.
Desde el punto de vista estrictamente formal es apreciable el proceso de depuración en todos los aspectos expresivos al que Sánchez Robayna somete al poema, sobre todo en Tinta. En «El vaso de agua» usa un lenguaje respetuoso con las normas elementales de la escritura prosística, pero en «Sistema» empieza a verse alterado por el uso inhabitual de la elipsis de partes fundamentales del discurso –«Ved (el) otoño. Ved el.»–, experiencia que en los poemas titulados «Hendedura con nombre de aspa…», «Madrigal» y «Nísperos y estramonio…» culmina en la supresión de signos de puntuación y la ruptura ocasional de la línea, con lo que se sitúa en la órbita del poema en prosa experimental. Muy distintos a los de Tinta son los poemas en prosa incluidos en Fuego blanco, en los que se observa una escritura más próxima a la poesía última de Juan Ramón Jiménez.
Bernd Dietz (Madrid, 1953) usa indistintamente el verso y la prosa como vehículo de expresión poética. Es autor de un libro escrito íntegramente en prosa, Alcorces. Poemas en prosa (1981). También incluye poemas en prosa en Ciclos, o El progreso del turista (1986) y en Un apocalipsis invita a vivir (1991). Alcorces está compuesto por una cincuentena de poemas breves divididos en varios apartados –«Laberintos», «Nostalgias», «Constataciones», «Poéticas», «Crepúsculos» y «Teatro de variedades»–, a los que hay que añadir una «Presentación» y «A modo de epílogo» que forman parte del entramado poético del libro, escritos con el mismo carácter que el resto de los poemas. Se observa, pues, un diseño de libro cerrado y perfectamente estructurado, a lo que hay que añadir una presentación tipográfica inusual, ya que las líneas de todos los textos no aparecen justificadas en el margen derecho, sin que en ningún caso quepa hablar de versos, sino, quizá, de búsqueda de un efecto visual que provoque una sensación de escritura más abierta, que rompa los moldes de la caja tradicional. En Un apocalipsis invita a vivir (1991) los contenidos eróticos orientan el pesimismo y la desesperación que desprenden muchos de sus poemas hacia zonas en las que la nostalgia y el vacío se confunden con la belleza y el éxtasis. T. S. Eliot, Luis Cernuda, Pablo Neruda, R. M. Rilke son las lecturas que más frecuentemente aparecen incorporadas en sus poemas.