En las estancias del cielo

Por Miguel Pérez Alvarado

Leer a Pedro Perdomo Acedo es quedar siempre expuesto al padecimiento de sucesivos vaivenes. El primero, nacido en la lectura inmediata de su palabra poética, es aquel que nos acoge en la densidad del lenguaje que la constituye; a continuación, se ve lanzado el lector al descubrimiento de que esa espesura no oculta, sino que, al contrario, intensifica a menudo la sencillez de los temas o, incluso, las anécdotas que desencadenan cada texto; por último, en el espacio que deja su obra en la memoria se experimenta la conciencia de haber surcado un ámbito profundo y difícilmente accesible con palabras que no sean las elegidas por el poeta. Por eso toda su obra está marcada por una inagotable necesidad de movimiento, que a veces se expresa a través de una característica innovación verbal y otras en la introducción de temáticas insospechables, pero siempre a través de la consciente carga expresiva que la sintaxis sostiene en el despliegue de una voz tan personal. Esa agitación fundamental se muestra descarnadamente en Volver es resucitar, que no sólo es, a su manera, el diario poético de un viaje de ida y vuelta a Londres realizado en 1967, sino que supuso para el poeta una forma más de experimentar el propio viaje, ya que fue escrito durante su transcurso, escalas técnicas y estancia en la capital inglesa incluidas. Así se entiende mejor por qué el escritor cometió la osadía de dedicar su poemario a las compañías aéreas que habían posibilitado no ya su mero transporte físico, sino el desencadenamiento de todo un universo poético en donde las tensiones entre el cuerpo y el movimiento acaban trazando los cauces de un acceso al territorio de lo divino.

«Aunque no es mensurable lo divino, cúbreme con tus alas / para medir el cielo con las mías, / para cruzar en ondas vibratorias / la suspensa espesura de tu reino, / y al trasplantarme a las más altas sendas / que giran en lo inmóvil, evite tu signáculo / que confundiéndose la llama pueda secar las nubes / y arrebatarnos la uniforme seguridad de los murciélagos.» PEDRO PERDOMO ACEDO, Volver es resucitar.

Perspectiva y espesura

I. Como el camino que se adentra en el bosque, el avión abre un surco en su movimiento que no es sólo continua mirada mudándose, sino al mismo tiempo entrada en la materia. La transparencia del cielo atravesado, pese a las apariencias, no puede negar la intensidad que caracteriza dicha penetración. Viajar no es moverse de un lado a otro, recorriendo una distancia entre dos puntos, sino fundar perspectiva y hacer experiencia propia el espacio que abre y ocupa la mirada durante el ejercicio de un salto. Atar dos lugares desde dentro, desatando las bridas del cuerpo y el pensamiento que, por efecto de esa acción, desparramados quedan dándose al tamaño del aire.

II. Volver es resucitar, pese a la disposición cronológica de sus partes y a pesar de que en el libro se reconozcan algunas estaciones del periplo que realizó el escritor durante su escritura, no consiste en un viaje lineal de ida y vuelta. Viajar no significa aquí, para Pedro Perdomo Acedo, visitar lugares sucesivos, sino posibilitar la habitación del espacio surcado: «y habiendo sido ala sin dejar de ser tierra/ su espesor le he medido a la piel del paisaje». Quede claro desde el principio: lo que está en juego es la espesura, no la longitud; el paisaje medido en piel, no su extensión.

III. El poemario entero se teje permanentemente como un entrecruzamiento de perspectivas que no son mirada lanzada hacia fuera, sino apertura y entrada simultánea en el espacio. Importa volver a dejar claro que perspectiva no significa aquí distancia abierta y dirigida a la aprehensión de un objeto, sino, casi al contrario, la conciencia fulgurante de estar dentro de lo que se abre al mirar. Por eso, esa perspectiva, inaugurada en “Cielo de ida” en el transcurso de una penetración del aire, modula el contenido del material poético que se piensa y experimenta. Desde el avión, el mar, como una lámina perfecta, parece impenetrable. Su presencia compite, espejea con las losas del cielo, monolítico, transparente y también imposible de descifrar. En ese emparedado, la imaginación humana se torna musculosa, abstracta, soberbia. El viajero no piensa entonces en sus lugares de origen o de destino, sino que se balancea una y otra vez en las posibilidades de conocimiento abiertas por el propio movimiento, en sus propios límites de acceso al saber vital, en su propia arquitectura pensante.

y IV. Para Perdomo Acedo ver desde arriba es una forma de ver por dentro. O mejor dicho: sólo si ver desde arriba es una manera de ver por dentro, merece la pena cualquier mirada: «¡Gran Canaria,/ cántaro de agua/ dulce, semidulce, amarga;/ las fuentes de que bebí/ aún no han inscrito los mapas:/ nacieron dentro de mí.»

«Si comprendemos, si accedemos de una manera o de otra a un linde de sentido, es poéticamente. Eso no quiere decir que cualquier clase de poesía constituya un medio o un centro de acceso. Quiere decir –y es casi lo contrario- que sólo este acceso define la poesía, y que ésta no tiene lugar más que cuando aquél tiene lugar.» JEAN LUC NANCY, Hacer la poesía.

En las estancias del cielo

I. Siempre hay un solo acceso, aunque éste tenga lugar cada vez que «nacemos a lo alto, / únicos con el águila». Ninguna apertura ocurre en la quietud, sino que hereda su tamaño del desenlace que a un nudo imprime el movimiento en el cuerpo. Nunca habrá menos espacio alrededor si la lengua ensancha su piel dentro del aire, como sol, hecho en reboso el contorno donde hubo sombra quizás alguna vez. El sentido del tacto sea entonces allí legislación, y en cada toque anude el cuerpo aquello que el movimiento desenlazó y luego será sólo quizá deshecho.

II. En las estancias del cielo, allí donde las normas de la física nos obligan a sabernos sostenidos, sin caer en movimiento sólo gracias al empuje de los motores del avión, un acceso anula para el instante todo el movimiento traído. Suspendidos de golpe ante la inminencia del amor a la gravedad o del retorno al movimiento que nos evite la caída, entregados a ese instante hecho lugar donde Nancy nos recuerda que «la poesía es también la negatividad en el sentido que niega, en el acceso al sentido, lo que determinaría ese acceso como un pasaje, una vía o un camino, y que lo afirma como una presencia, una invasión. Más que un acceso al sentido, es un acceso de sentido.»

III. Para algunos, el límite es tan sólo la marca exterior de un territorio infranqueable. Para otros, el límite tiene propiedad en sí mismo y se configura como el espacio, frágil, y el tiempo, aun hecho de la materia resbaladiza del instante, donde tiene lugar el encuentro. Así entendido, el límite no se caracteriza por advertir a quien se le acerca sobre los impedimentos del paso más allá, sino por dar cuerpo a la inconmensurabilidad de ciertas experiencias vitales «espesando lo divino / en la densidad del alma». El cielo se muestra en Volver es resucitar como ese espacio del límite donde se expresa la experiencia de un acceso de sentido, y el viaje y la poesía son, respectivamente, la fuerza y la materia sin los cuales, para el cuerpo, sería intransitable el territorio de lo divino.

y IV. Propio siga siendo del viajero lo que en rigor nos fuera dado a todos por igual: la incapacidad de sostener sin fin las prolongaciones del espacio hecho cuerpo en suspensión. Pero sólo al viajero le sea dado el nombre de aquella habitación abierta entonces, y en palabras nos devuelva el eco de su duración. La duración, en fin, de un toque: «Ay, alma temerosa que despiertas / como la flor que sabe que ya no existe el agua, / si mi creciente Dios no estuviera en la sangre / del modo que en el mar los peces y las algas / la eternidad huiría por la arena del cuerpo. // Tu patria / es la de los poemas que surgen / en la evaporación de las palabras.»

«Ávidamente el muro de niebla me ha ocultado/ en un rincón secreto de infinita azucena/ que fuese sólo gloria/ y ante mí se disipan devoradas las piedras/ del silencio cercano; el día está en capullo/ mas todo en esta diana es apariencia/ porque no se desdoblan las luces renacientes/ del alba que a los ojos se me enreda.» PEDRO PERDOMO ACEDO, Volver es resucitar.

Extravío terrestre

I. La sección central de Volver es resucitar incluye un conjunto variopinto de poemas que, englobados en el llamado “Intermezzo terrestre”, se corresponden con el breve periodo de permanencia en Londres, donde por aquel entonces nuestro escritor pudo visitar a su amigo Claudio de la Torre, que ocupaba allí la corresponsalía para el diario ABC y a quien está dedicada la sección entera. Los textos, en el uso de variadas formas métricas y estróficas, se caracterizan por un mayor peso de lo anecdótico y por mostrar una menor ambición metafísica, en claro contraste con los poemas de las otras dos secciones del libro, referidas ambas al ámbito de las bóvedas del cielo. Un poema breve, titulado precisamente “Extravío”, caracteriza la dispersión en que se vierte el deambular de los paseos del poeta en tierra: «en parte alguna estamos; / somos gota de sangre / que ya ni va ni viene por su vaso.»

II. La etimología latina de la palabra extravío alude a cualquier posición en la que reconozcamos hallarnos fuera del camino, sin rumbo: desencauzados. Pero conviene destacar que “cauce” no significaría aquí una vía hecha de antemano para marcarnos la dirección sin remedio, sino, casi al contrario, el espacio, hueco o tajo abierto por nuestra presencia al avanzar. Quedar fuera del cauce no sería entonces librarse de una imposición, como podría pensarse en otros contextos siguiendo la primera de las acepciones, sino más bien quedar sin espacio hacia donde ensancharnos, andar perdidos girando en movimientos cada vez más concéntricos, estrechándose alrededor las órbitas donde el cuerpo se despliega al respirar.

III. No extraña por ello que este conjunto de poemas, dados en cumplimiento de un extravío, queden marcados desde el principio por la presencia de la niebla. Al margen de cualquier función descriptiva, rayana en los límites del tópico en el caso londinense, debe destacarse para nuestra lectura que es precisamente en la niebla donde cualquier posibilidad de perspectiva queda anulada, emergiendo las cosas a nuestro alrededor de manera súbita y cercana, oponiéndonos de golpe su masa geométrica, limitando el alcance de nuestra experiencia, dándonos, en fin, conato de quietud ya que en ella «todos entramos igual que en la propia casa».

IV. Menos aún podrá extrañarnos que, entre tanto poema marcado por la anécdota, el único texto que retoma aquel aliento divino que vibró durante el tránsito por las estancias celestes sea “Planetario”, y que éste sea además uno de los más hermosos poemas escritos en nuestra tradición insular. Situado bajo las cúpulas del antiguo planetario de Londres, simulado el cielo en la tierra, el poeta aprovecha para reinsertar desde las extraviantes planicies del suelo la necesidad de recuperar el cielo aquel que le fue dado habitar durante el trayecto de ida: «y en las noches vacías de claridad y sorpresa / en que es más doloroso el cautiverio, / a los suspiros de la entraña ardiente / escala de Jacob sea mi esqueleto, / y esqueletizado el aire / ¡pueda la mano que asciende topar con el nudo eterno!»

y V. Será justo en los prolegómenos del viaje de regreso a Canarias cuando el poeta cierre al fin su “Intermezzo terrestre”, reclamando casi a pie de pista urgencia al despegue: «Avión, aquéllame tus alas, pues confío / en escalar los muros del destierro». Un destierro que, bajo los auspicios de la propuesta estética aquí trazada, no debería confundirse con el efecto doloroso de una lejanía respecto del hogar, sino que, casi al contrario, sería la consecuencia lógica que cualquier breve estancia en tierra imponga a quien, llegado del espacio celeste, deambula falto de espacio donde avanzar y abrir el cuerpo en perspectiva. Un destierro que, valdría decir, alcanza todo su sentido porque entierra.

«“Poesía” no tiene exactamente un sentido, sino más bien, el sentido del acceso a un sentido cada vez ausente, y llevado más lejos. El sentido de “poesía” está en un sentido siempre por hacer.» JEAN LUC NANCY, Hacer la poesía.

En la reiteración del salto icárico

I. En el aire, nuestra situación está permanentemente amenazada por el amor a la gravedad y la inminencia de la caída. Todo estancia celeste, aun ampliada su duración para nosotros gracias al avión, no deja de ser insostenible, y el anhelo de habitar las bóvedas convive con la conciencia de saberlo realizable sólo a saltos.

II. Como en el caso de Ícaro, cuya caída, más allá del pensamiento habitual que la supone castigo justo a su ambición, es la imagen de un inevitable destino: amarse en despliegue indistinguible y solar a pesar de contar sólo, para alcanzar el tamaño del cielo, con el transporte de unas alas constituidas de material insuficiente.

Pedro Perdomo Acedo (tercero de la izquierda). En Londres. Viajeros de la inaguración de la línea Gran Canaria - Londres en 1967.

Pedro Perdomo Acedo (tercero de la izquierda). En Londres. Viajeros de la inaguración de la línea Gran Canaria – Londres en 1967. Archivo familiar Pedro Perdomo Acedo.

 

III. En Volver es resucitar hay un cielo de ida, pero en los poemas que lo componen, cada vez, se tiene la extraña certeza de estar reiniciando la ida. Hay un cielo de vuelta, pero en cada uno de sus poemas, también cada vez, se reinicia la vuelta. En cada viaje, el cielo se convierte en un espacio plagado de infinitas idas y vueltas: el poeta viaja siempre acumulando saltos, no dando uno solo y certero. Así, distribuye intensidades a lo largo del poemario, en lugar de diluirlas en la sucesión causal de momentos y lugares. Cada poema es un nuevo acceso al aire; y el viaje avanza en bucles, nunca en línea recta.

y IV. El vuelo en el aire en Pedro Perdomo Acedo como reiteración del salto icárico: «y mi angustia se sigue preguntando, / al ver nacientes los luceros nuevos / que absorben claridad ávidamente / y al sideral futuro toman vuelo, hasta dónde podremos navegarte / para tocar a Dios con puros dedos.»

«… la poesía se nutre principalmente de sustancias primarias e irracionales, de fuerzas que tienen un poder superior al humano, y (…) su fin es siempre mediato: buscar al hombre que reste entre los múltiples hombres que van muriendo, de modo sucesivo, a lo largo de la vida de cada poeta; fijando el siempre en el ahora, pues si al poeta, especialmente al lírico, le cabe un rango, frente a los demás cultivadores de las otras artes, es porque a él tan sólo le está permitido en vida proceder a una suerte especial de resurrección. Sólo que lo que resucita es su “antimundo”; lo que resucita no es su vida, sino el sueño de esa vida. Y sólo resucita lo que real y verdaderamente ha muerto; sólo alcanzaremos lo que real y verdaderamente hayamos dado. El mejor modo de poseer es entregarse plenamente.» PEDRO PERDOMO ACEDO, Poesía y volcado silencio.

Volver es qué resucitar

I. Sólo quien resucita aquí acumula al regresar sobre su vida anterior la nueva vida abierta gracias a la mediación de una breve estancia en contacto con lo divino: Lázaro levantado y puesto a andar, Jonás expulso del vientre de la ballena contra la orilla. Quien tan sólo despierta no sabe, por el contrario, sino retomar el hilo de lo que le viene dado, ajeno al despliegue de la incomensurabilidad traída que sobre todo amanecer vierten los vaivenes de la resurrección.

II. La memoria que ensanchó el cuerpo en movimiento y acumuló en los tránsitos sus puntos de contacto, sólo arraiga y se conoce en la intuición de la quietud, enamorada de la gravedad, aunque sea arrastrada desde un eje incierto y cimiente un imposible centro: caldeada en los cercos del hogar. Movimiento y quietud, viaje y hogar, no son los bandos enfrentados de una contienda, sino la expresión del latido con que la memoria y el cuerpo, en expansión y en contracción, fundan su propio ritmo constitutivo.

III. No extraña así que durante el viaje de regreso a Canarias el hogar se anuncie al poeta desde lejos bajo los efectos de un progresivo aquietamiento del movimiento generado en los tránsitos, hasta llegar a su expresión más clara en la última escala técnica en el aeropuerto lanzaroteño de Guacimeta donde «en la órbita de espera / fugitivos horizontes / están convirtiéndose en piedra».

y IV. Volver será resucitar porque en esa perspectiva abierta por el viaje, gracias a ese espacio habitado temporalmente en contacto con lo divino, el hogar puede fundarse ahora cada vez sobre el epicentro de una memoria que acumule y ensanche sobre la vida heredada el espacio nuevo de un ganado origen.

«Para aclarar el sueño de mi ascensión, / a lo inmutable voy de vuelta, / a ti, que me llevaste desterrado / al seno nebular de la tormenta / donde he sido / repentina luciérnaga secreta. // A su noche de barro / desde la alfombra mágica de tu monte de estrellas / con espaldas vencidas retorna al cauce de lo humano / el hijo que expatriaste de la mujer primera / y hoy se arroja a lo vivo unificante: / un nombre, un número, una seña / que la gloria terrestre ha de guardar dormida / para la mano del que recupera; / ¿o es la tierra la patria para siempre / y abre el hogar negado por las nubes y estelas / en islas como nidos, ajustadas / con la inmovilidad que reprime las piedras?» PEDRO PERDOMO ACEDO, Volver es resucitar.

Foto de portada: A pie de pista. 1967. Primer vuelo Gran Canaria-Londres. Pedro Perdomo Acedo, primero por la izquierda. Archivo familiar Pedro Perdomo Acedo

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