Poeta “estrictamente lírico”, según se ha señalado, nació en La Laguna (25-06-1865), se dedicó al periodismo y a actividades administrativas para atender a sus gastos vitales (trabajó en la secretaría del Instituto de Canarias). Dirigió los periódicos laguneros La Región Canaria y El Noticiero Canario, que se editaron a finales del siglo XIX y principios del XX, y colaboró como redactor y publicista en otros muchos, tanto de las Islas como del exterior. Entre sus obras destacan La Princesa Dácil (1896 y 1940), y La fuente de la selva (1919), que lo sitúan como uno de los principales representantes de la llamada Escuela Regionalista. Falleció en su ciudad de nacimiento (3-06-1926).
Presentado, a la logia Añaza de la capital tinerfeña, el 6 de octubre de 1899(1), resultó iniciado el 1º de diciembre de ese mismo año. Adoptó el nombre simbólico de Asdrúbal y sus aplomadores destacaron, especialmente, su honradez y afabilidad. Alcanzó los grados 2º (1900) y 3º (27-06-1904), permaneciendo vinculado a este emblemático taller hasta la fecha de su óbito. El juzgado nº 3 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo (TERMC), instruyó el sumario 163/1943, que fue sobreseído al comprobarse documentalmente su fallecimiento(2).
En otro lugar se llamó la atención sobre tres de sus poesías más emblemáticas, que merecen ser tenidas en cuenta no solamente por lo que tienen de relación con su militancia masónica sino, también, porque se pudo matizar una observación cronológica importante, respecto al poema No más poetas, y, asimismo, se detectó la mutilación de dos estrofas completas de una de sus composiciones más claramente masónicas: Sepulcro vacío.
En efecto, No más poetas es una composición que leyó su autor en la noche del 27 de julio de 1899 (dos meses antes de solicitar su recepción masónica y un mes previo al fallecimiento de su hermano Patricio), en la velada literaria que celebró el Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife. El poema, que dedicó a su futuro cofrade Luis Rodríguez Figueroa, iniciado en 1897, se publicó posteriormente en Castalia(3), la revista literaria de la que el vate portuense fue director-fundador. Guillermo Perera expresa en estos versos su desgarro noventayochista, que en el contexto de 1917, durante la I Gran Guerra, no dejaba de tener sentido, aunque no, desde luego, en la plenitud de la época para la que fueron compuestos, es decir, la de la crisis finisecular española.
¡Callad, bardos de Hesperia! El infortunio
Suspenso deja el labio y el cerebro:
Tan sólo el corazón sabe sentirlo
Y expresarlo también sólo el silencio.
El poeta llora la decadencia de España y culpa de ella, más o menos veladamente, a los responsables políticos de la Restauración y sus secuaces. Nadie diría, a juzgar por la persistencia de ciertos mitos conservadores sobre la masonería y la pérdida de las colonias, que estos versos fueron escritos precisamente por un masón de larga ejecutoria en el seno de la Orden del Gran Arquitecto del Universo.
El poema no tardó en publicarse, seguramente por vez primera, en el periódico lagunero, pro republicano y pro masónico, La Luz, en el que colaboraban algunos miembros de la fraternidad, tales como el propio Luis Rodríguez Figueroa y, asimismo, el soldado José Vidal (pseudónimo del madrileño Antonio González Huerta), que publicó un artículo titulado “Masonería y teosofismo”(4), en el que confesó su militancia masónica, y sufrió un arresto por parte de las autoridades militares, a raíz de una denuncia del gobernador eclesiástico del Obispado, lo que suscitó las protestas del periódico(5), en carta abierta al prelado Nicolás Rey Redondo. El tabloide no duró mucho, pero sus campañas contra el clero y su interés social de inspiración republicana parecen ser la causa principal del nacimiento del semanario católico La Verdad, en cuyas páginas se dio cabida a una amplia literatura antimasónica y reaccionaria(6), prueba del impacto anticlerical generado por La Luz.
Obviamente, Sepulcro vacío alude al mausoleo del VIII marqués de la Quinta Roja(7), don Diego Ponte del Castillo, Taoro, grado 30º del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y Venerable fundador de la logia Taoro, nº 90 de La Orotava, perteneciente en una primera época al Grande Oriente Lusitano Unido, con sede en Lisboa, y, a partir de 1880 y hasta finales de esta década, a la Gran Logia Simbólica Independiente Española de Sevilla, obediencia simbólica constituida por buena parte de las logias que, a raíz de la crisis masónica de 1878, se separaron de la organización portuguesa. Don Diego Ponte del Castillo murió a principios de abril de 1880 y, dada su militancia masónica nunca desmentida y el hecho de que, bien por voluntad propia o por otra causa, no se le administrasen los últimos sacramentos, las autoridades eclesiásticas negaron su enterramiento en sagrado, es decir, en el cementerio católico de La Orotava. La inhumación se realizó, no sin algunos problemas, pero la tumba fue aislada con una robusta verja y, poco después, su madre, doña Sebastiana del Castillo, inició los trámites para la construcción, en un jardín de su propiedad, de un espléndido mausoleo, cuya obra fue encargada al arquitecto y masón francés, Adolphe Coquet, hombre sensible que visitó las Islas, escribió sobre ellas y murió ciego. Buena parte de la herencia de la marquesa madre pasó a manos de su médico, don Víctor Pérez, afín a los ideales democráticos y hombre de prestigio en Tenerife, pero, cuando se produjo su óbito, acaecido en la noche del 21 de febrero de 1892 y por tanto varios años antes que el de la propia marquesa, sí se celebraron exequias católicas, hasta el punto que las crónicas describen la enorme concurrencia que llenaba el templo parroquial del Puerto de la Cruz, “asociándose al sentimiento cristiano traducido en nubes de incienso, y consoladoras oraciones al Altísimo, por el virtuoso sacerdote”(8).
El caso es que, como narra el poeta, en aquel mausoleo nunca se enterró a nadie, aunque fue preparado para ello, incluyendo la decoración interior de la cripta, en la que destacaban numerosos símbolos y alegorías masónicos. Los elementos principales del conjunto, especialmente las escaleras, las columnas del grado 18º y, en fin, la cruz céltica que coronaba el panteón, son una más que evidente alusión al elevado rango masónico del VIII marqués de la Quinta Roja, dentro del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
El poema fue recogido en la antología que, hacia 1940, se publicó(9) en la Biblioteca Canaria dirigida por don Leoncio Rodríguez, pero censurado. Las circunstancias de la época aconsejaron, probablemente, omitir estas dos estrofas completas:
¡Qué el ciego e intolerante fanatismo
Sepultura negó
A los fríos despojos que animara
En sus entrañas Dios!
Mas la tierra cual madre, de una madre
Comprendiendo el dolor,
Rasgó también su seno y blanco mármol
Para sepulcro dio…
Ocho versos que lo dicen todo, pues hablan de uno de los tópicos masónicos más queridos, el de la intransigencia eclesiástica y, en segundo lugar, del dolor infinito de una madre que se siente agraviada en aquel duro trance, doña Sebastiana del Castillo.
Otro de sus mejores poemas, Hojas de papel, no se refiere a la crisis finisecular, piedra de toque de la masonería española de los siglos XIX y XX, ni, tampoco, a un acontecimiento relevante desde el punto de vista de la historia masónica de Tenerife como es el caso que acabamos de comentar, pero es un buen poema que aleja a su autor de la imagen que sobre él nos legó, por ejemplo, Benito Pérez Armas, cuando, sin duda tiernamente, le considera “un ingenuo, que cantó tan ingenuamente como un pájaro, por la necesidad de comunicar las sensaciones, sin curarse de nada que fuera extraño a su propia emoción”(10), y que, por el contrario, le acerca a esas “consideraciones poético-filosóficas” de las que habla María Rosa Alonso en su Poesía de la segunda mitad del siglo XIX(11). Aquí Guillermo Perera y Álvarez es casi modernista a su pesar, o, cuando menos, el poema, que aparece datado en La Laguna en febrero de 1923, se publicó al mes siguiente en Cuba y Canarias, la revista que el vate palmero Félix Duarte fundó en Zaza del Medio, al centro de Cuba, y que hizo del Modernismo su razón de ser.
La misma superficie del mar, cuando tan suaves
Las olas sin espumas refulgen como acero,
Es hoja luminosa donde escriben las naves
Las hondas emociones del alma del viajero.
Páginas engañosas para los emigrantes
En las que ilusos leen futuras bienandanzas,
Creyendo que en los surcos de las quillas cortantes
Sepultan infortunios y siembran esperanzas.
Precisamente, en relación con el mundo de la emigración y, en concreto, con el tema del regreso del indiano, Guillermo Perera y Álvarez publicó en Siglo XX un cuento bajo el título de Amistad frustrada(12), en realidad un divertimento sobre un viajero que acaba perdiéndose a sí mismo, pues se ve imposibilitado para regresar a su lugar de nacimiento, donde antes de emigrar había llevado a cabo diversas tropelías más o menos propias de la juventud.
Así, pues, en esta fase de recopilación de material poético de entresiglos en el contexto de una historia cultural que permita un análisis lo más amplio posible de la realidad mental y el imaginario social que contribuyó de manera decisiva a configurar nuestro presente, este trabajo pretende también discutir algunos de los tópicos más habituales sobre la Escuela Regionalista, no ya sobre la pretendida sencillez y el lirismo casi ingenuo de los versos de Guillermo Perera y Álvarez.
En primer lugar, porque en la obra del poeta lagunero, aparte de su tozudez de estilo y su apego al romanticismo tardío, se percibe un profundo sentimiento regeneracionista, así como una más que visible implicación en la crítica poética al Desastre y en la exaltación de valores patrióticos nacionales, como por ejemplo en su poema “Los héroes de Baler”:
De frente siempre los leales pechos
A encarnizada y pérfida asechanza;
Sin víveres ni bélicos pertrechos,
Ni siquiera de auxilio una esperanza!
No se perdió, no obstante, el ardimiento,
Que el amor a la patria los alienta,
Ser vencidos así, no es vencimiento;
De ellos ser vencedor, es una afrenta!
Y mientras tanto poderosa gente
Nuestro dominio en Asia nos robaba,
Sólo en la torre de Baler, viviente,
La bandera española tremolaba!
En segundo término, respecto a la Escuela Regionalista y, en concreto, a la figura de su teórico e involuntario fundador, el poeta y político don Nicolás Estévanez, conviene ir matizando los presupuestos de una Escuela que, por lo que parece, sirvió sobre todo a los intereses locales básicamente tinerfeños, a la hora de mantener la capitalidad de Canarias y sus consiguientes ventajes sociales, políticas y económicas.
En este contexto, algunos estudiosos, como la ya citada María Rosa Alonso, parecen desligarse del coro general de autores que, en términos generales, atribuyen a Estévanez el origen de la Escuela Regionalista de La Laguna. Ciudad que, para esta autora, ha sido un numen u objeto para ser cantado, “término lírico” y esencialmente poético, pero carente de sustentación para hablar de una escuela regionalista, ya que La Laguna careció de “escuela literaria que la caracterizara”(13).
Cabría preguntarse pues, una vez más, lo mismo que en el caso de Estévanez, ¿quién fue realmente Guillermo Perera y Álvarez? Su poema La princesa Dácil, premiado en 1896, puede ayudarnos a responder a esta pregunta
Por fin llegó el fausto día
En que grata paz, risueña,
A nivarios y españoles
Bajo sus alas alberga;
Y solemne los conduce
Ante la sagrada enseña
Que, con los brazos abiertos,
Amorosa los espera…
Henchido el bravo Gonzalo
De felicidad suprema,
Después de vencer, vencido
Va a los pies de Dácil bella;
Y concentrando en sus ojos
De tierno amor un poema,
Sintieron bendición santa
Caer sobre sus cabezas.
Y así, fundidas en una
Estas dos razas opuestas,
Como en campo de combate
Sangre enemiga se mezcla,
Surgió la raza canaria
Noble y leal, pero fiera
Siempre que planta invasora
Hollar quiere sus riberas!
Un idilio fue la vida
De Gonzalo y la princesa.
Tan inefable ventura
Gozaron sus almas tiernas,
Que del edén de Nivaria
Él era Adán y ella Eva.
Según viene a decir nuestro autor, tras los avatares de la invasión castellana, la historia de Tenerife comienza con el pacto entre conquistadores y conquistados. A partir de la unión entre Gonzalo del Castillo y la princesa Dácil, las dos etnias se funden en un solo pueblo que, desde entonces, ungirá su destino a la suerte de España. Un destino que, como vimos más arriba, produce un intenso dolor en estos creadores de finales del siglo XIX, ya sean republicanos o, simplemente, trabajadores intelectuales deseosos de la plena regeneración del país.
En la presente edición se recogen, junto a varios que son más conocidos y que, en algún que otro caso, ya han sido objeto de estudios antológicos, casi medio centenar de composiciones prácticamente inéditas, ya que solamente se publicaron, en su día, en la prensa isleña, a la que, como queda dicho, tan vinculado estuvo Guillermo Perera y Álvarez. También se incluye un interesante relato que, bajo el título de La sirena, se ubica cronológicamente, lo mismo que el resto del material objeto de la presente antología, salvo error u omisión.
Al producirse su óbito, la revista Hespérides publicó el siguiente responsorio bajo la firma de Atilano Santos:
Acabamos de dejar en el sepulcro, en una humilde fosa del cementerio lagunero, al buen amigo Guillermo Perera y Álvarez, el que ha traspuesto los umbrales de la vida cuando su alma delicada de poeta parecía hallarse más predispuesta a cantar las bellezas de la tierra, de la que era un enamorado.
[…] Alma templada en la forja del dolor, por lo que tenía de sensible y buena, fue el poeta como un pájaro, siempre dispuesto a desgranar sobre los trigales de la vida, las hermosas armonías de sus versos, sencillos, tiernos como las flores perfumadas de las risueñas avenidas laguneras.
Humilde hasta la exageración, bueno como ninguno, Perera fue un convencido de que el más recto camino para llegar es el que se abre con el esfuerzo propio y que tiene por base el espíritu de confraternidad universal.
[…] ¡El poeta ha muerto!… Solo su alma flotará en el espacio y quien sabe si en alguna que otra estancia de jovencilla enamorada, sus versos —el verdadero espíritu del poeta— se reciten con la evangélica unción de un Padre nuestro.(14)
La revista, importante en el contexto de la época, vino a destacar el aspecto lírico del poeta, lo que no debe extrañarnos, entre otras razones porque, en la fecha de su óbito, las circunstancias históricas ya habían experimentado cambios significativos que, no muy tarde, tendrían un indiscutible impacto sobre el futuro del país. Para Canarias, en primerísimo lugar, por la división provincial que no tardó en llegar, y que se estableció por decreto de la Dictadura del 21 de septiembre de 1927; para el conjunto de España porque la experiencia africanista y, en fin, el devenir del país que desembocó en la proclamación de la II República, el viejo sueño de los republicanos regeneracionistas que desembocó en la crisis bélica de 1936-1939 y sus importantes consecuencias para el futuro del país en todos los aspectos, incluido, naturalmente, el cultural.
CON PERMISO DE TRUEBA(16)
Cuando yo me esté muriendo
Siéntate a mi cabecera;
Fija tu vista en la mía
Y puede ser que no muera.
(Cantar popular)
I
Si el sol se mira de frente
Con sus resplandores ciega,
Y tus ojos que son soles
Los he mirado de cerca
Con deseos de abrasarme
En la luz que ellos reflejan;
Mas, brotan de tus pupilas
Dulces miradas tan tiernas
Que como el sol vivifican
E iluminan, mas no queman,
Porque le dan grata sombra
Tus largas pestañas bellas.
¡Mírame, niña del alma!
¡Mírame siempre, aunque sean
Tus miradas seductoras
De vivo rencor la muestra!
En mi pecho, si me miras,
No podrán vivir las penas,
Porque ocuparán su espacio
Mil amorosas ideas;
Pues tienen tus negros ojos
Tan bienhechora influencia
Tal vida existe en su brillo
Y es tan dulce su pureza,
Que, cuando esté agonizando,
Si por mi ventura aciertas
¡A fijarlos en los míos
Puede ser que no me muera!
II
Anoche escuché tu acento,
Tu dulce voz que embeleza,
Que en sus ondas a mi oído
Trajo el aura satisfecha.
Por otra vez escucharte
El alma inmortal te diera,
Que sin alma viviría
Quien oír tu acento pueda.
Habla, mi bien, un instante;
Habla, que es tu voz tan tierna
Que al oírla se disipan
Las más amargas tristezas.
Habla, aunque tu voz resuene
Como la de un juez, severa;
Aunque esté ronca de ira
El exhalarla no temas,
Que por más que silbe el viento
Y los cielos se obscurezcan,
La incomprensible natura
Es siempre grandiosa y bella.
Aunque sañuda te muestres
Que me haces daño no creas,
Pues siempre bañan las olas
Del mar a la escueta peña,
Ya vengan con rudo empuje
O ya suavemente vengan:
Ya ves que con solo hablarme
Puedes tú aliviar mis penas;
¡Haz, por caridad, mi vida,
Lo que por amor no sea!
Cuando mi espíritu vaya
A hundirse en la noche eterna,
Sabe por fin que tú puedes
Salvarlo de las tinieblas,
Pues si amante y compasiva
Te veo a mi cabecera
“Fijando en mí la mirada
Y hablándome con voz trémula,
Al respirar yo tu aliento…
¡Es imposible que muera!”
DEFINICIONES
A MI HERMANO PATRICIO(17)
I
Dulce mentira de doradas alas
Que nuestra mente forja en su ansiedad
Y resplandece con las ricas galas
De la más halagüeña realidad;
Espléndido ideal, sublime anhelo
De venturas fantástica visión;
Hada de ensueños de color de cielo,
Primavera del alma: ¡La Ilusión!
II
Bálsamo del dolor, puro rocío;
Rayo de sol que brilla en lontananza
Y alumbra al pensamiento más sombrío;
Valladar de la pena: ¡La Esperanza!
¡Paraíso bendito del consuelo
Por el que el alma gira resignada
En tristes horas de amargura y duelo,
No cierres a la mía tu morada!
III
Combate de encontrados sentimientos
Que en el humano espíritu se libra,
Y a impulsos de sus recios movimientos
Pierde la fe su más ardiente fibra;
Gusano roedor que de ilusiones
Y de placer al corazón desnuda;
Sierpe del alma, densos nubarrones
Del cielo de la dicha: ¡Eso es la Duda!
IV
Imprevista traición de la confianza
Que enturbia la antes límpida existencia,
Cambiando nuestra plácida esperanza
En cadáver flotante en la conciencia;
Sirena que al abismo hollando flores
Nos lleva astuta con artero amaño;
Ciclón en blando océano de amores,
Tumba de la ilusión: ¡El Desengaño!
* * *
¡Cuán dichosa es la vida que se agota,
En un mar de risueñas ilusiones,
Y en cuya senda realizada brota
Una esperanza llena de emociones.
Mas, ¡ay!, viene la duda y la marchita
Con infernal, abrasador aliento,
Porque en su seno sin cesar se agita
Acechador del desengaño cruento!
Laguna, Diciembre de 1892
SOLEDAD(18)
Sumergido en la noche de la ausencia
Gime mi corazón, dulce bien mío,
Y de angustiosa soledad el frío
Va escarchando la flor de mi existencia.
La mirada de amor con insistencia
Traspasar quiere el límite sombrío
Del oscuro horizonte, asaz impío,
Que privándome está de tu presencia.
Mas, vano es por mi mal empeño tanto,
Que la distancia y mi enemiga suerte
Niegan a mi pasión tan dulce encanto.
Y en la dura impotencia de no verte,
Veo, ¡ay de mí!, con singular espanto
¡Que tú, que eres mi vida, me das muerte!
Laguna de Tenerife, Septiembre 15 de 1893
A LA MEMORIA
DE LA NIÑA ELISA DE LA OLIVA y BLARDONY(19)
Si de la rosa es corta la existencia,
Cumplir puede en un día su destino;
Se abre a la luz con tinte purpurino
Y engendra el fruto al esparcir su esencia.
Y si va al mar con ciega diligencia,
Apenas nace, arroyo cristalino,
Refleja el sol, fecunda su camino
Y embriaga a los sentidos su cadencia.
Fuiste tú cual la flor, niña querida:
Abriéronse tus ojos breve plazo;
Nos diste amor y se apagó tu vida,
Y, como arroyo gotas en su trazo,
De recuerdos dejaste mi alma henchida
Al ir del cielo al inmortal regazo.
Laguna, 1895
LA PRINCESA DÁCIL*
(TRADICIÓN)(20)
¡Amor, eterno amor, alma del mundo!
Núñez de Arce.
I
Cuando Gonzalo Castillo,
Noble en linaje y proezas,
Arribó en son de conquista
A las costas tinerfeñas,
Del bravo Alonso de Lugo
Bajo la insigne bandera,
Nunca imaginó, confiado
En su valor y destreza,
Y atento sólo a la gloria
De aquella gigante empresa,
Que su corazón altivo,
Insensible a dicha y pena,
Para el amor de diamante,
De malla para la guerra,
Entre estas peñas lo hiriesen
Del amor las blandas flechas,
Lanzadas por unos ojos
De soñadoras promesas.
¡Qué mucho que una mirada
Virgen, pudorosa, tierna,
Cuando por ella se asoma
Un alma por vez primera,
Henchida de ansia infinita
Y de deliquios sedienta,
Hiera, como agudo acero,
Subyugue, como la fuerza,
Y alrededor de su lumbre
Nuestros corazones sean
Trémulas mariposillas
Que a la luz se arrojan ciegas!
¡Y qué extraño que al influjo
De los ojos de una bella
El pecho más valeroso
Esclavizado se sienta!
Podrá el brío de las armas
Arrasar toda la tierra,
Dando el dominio del orbe
Quizá a un imbécil o déspota;
Mas ni la espada persuade
Ni dan sumisión cadenas.
Pero el dulce amor, en cambio,
Con invisibles saetas,
Grata y suavemente vence
Y el vencimiento no afrenta:
Que es vencedor el vencido
Del amor en la contienda!
Por eso, si en la conquista
De estas atlánticas peñas
Rindió a Gonzalo Castillo
El amor de una doncella,
Fue tan súbita derrota
De la victoria la muestra;
Que del amor al aliento
Surge universal terneza
Que aúna las voluntades,
Fundiendo opuestas ideas,
Y a la sombra de sus alas
Pueblos y razas se estrechan
Con los mismos pensamientos,
Con idénticas creencias.
II
Tan pronto desembarcaron
En la nivarina tierra
Las bravas huestes de España
De su dominio sedientas,
Y sentaron los reales
En sus plácidas riberas,
Marcial escuadrón, de Añaza,
Partió armado a la ligera
A fin de explorar los campos
Y desconocidas selvas
Que se ocultan tras los cerros
Como púdicas doncellas.
¡Es de ver la bizarría
Del que marcha a la cabeza!
Sereno avanza, atrevido
A la par que con cautela,
Pues unidos lleva en su alma
El valor y la prudencia.
De cristiano y caballero
Distintivo honroso ostenta:
Roja cruz en manto blanco
Que desde sus hombros cuelga,
Y agitado por las brisas,
Semejando una bandera,
Extiende los anchos pliegues
Y en aire de triunfo ondea.
Es Gonzalo del Castillo,
De castellana nobleza,
Que en lo leal y en lo fuerte
A un castillo se asemeja.
Cruza henchido de esperanzas
La escarpada y ruda senda
Que conduce a las colinas
Que fiel guarda a Aguere prestan;
Y desde las altas cumbres
Ve, con intensa sorpresa,
El valle más delicioso
Que engendró Naturaleza.
Vasta y límpida laguna
En medio de fértil vega
Mansamente se dilata
Y en bosque espeso penetra,
Placentera retratando
Madroños y mocaneras;
Sus aguas son transparentes,
Tan azules y serenas,
Que las armoniosas aves
Que aquella espesura pueblan,
Parece que entre dos cielos
Dichosas y alegres vuelan.
Tibio ambiente perfumado
De flores mil con la esencia,
Vaga entre las verdes hojas
Que a su suave halago tiemblan,
Mientras susurran las fuentes
Cristalinas y parleras
Que, como fieles espejos,
El bosque y cielo reflejan.
Y en tan hermoso conjunto
En aquel sitio se mezclan
Aves, fuentes, lago y bosque,
Flores, fruto y aura leda,
Que sin duda feliz reino
Tiene allí la primavera!
En dilatada llanura
Que esmalta olorosa yerba,
Rebaños de ovejas pacen,
De los isleños riqueza.
A su vista, la codicia
De los soldados despierta
Y bajan al prado, haciendo
De ganado rica presa.
Nuestro caballero, en tanto,
En la espesura se interna
Seguro de que su planta
En hollarla es la primera.
De una fuente el rumor suave,
Atrayéndole, le orienta
Y en su busca va animoso
Por enmarañada selva.
¡Nunca tal cosa intentara!
Cuando a la fuente se acerca,
Ve, de dulce emoción lleno,
Hermosa y gentil doncella
Que en la plateada charca
Se contemplaba risueña;
Y al pintarla se alboroza
El agua con su belleza.
De improviso sombra extraña
En la fuente se refleja,
Y asustada, ahogando un grito,
Púsose en pie la doncella,
Quedando, inmóvil y altiva,
De Castillo en la presencia.
¡Nunca amor, siempre de caza,
Lanzó más certera flecha
Como la que hirió a Gonzalo
Al mirar moza tan bella!
Ella entonces majestuosa,
De su espanto ya repuesta,
Mira al doncel, e ignorada
Sensación experimenta
Al contemplar su arrogante
Gallardía y gentileza.
Por su atavío guerrero
Que es un enemigo piensa;
Mas se siente a él arrastrada
Por desconocida fuerza,
Como eléctricos fluidos
Que si opuestos son se estrechan.
En éxtasis delicioso
Dulce rato se contemplan,
Hablando esa lengua muda,
Universal y secreta,
Con que se entienden las almas
Y en los ojos reverbera.
“Dácil me llamo — decía
Ella ya a amarle resuelta: —
Hija del Mencey más grande
Que en esta tierra gobierna”.
Y hablaron tan expresivos,
Se hicieron tales promesas,
Que, desde aquel grato instante,
La parlera fuente aquella,
Celosa pinta en su fondo,
En vez de una, dos cabezas.
III
Las praderas nivarinas,
Antes plácidas y amenas,
Por planta invasora holladas,
Por ardiente sangre secas,
Sin rebaños ni pastores
Se hallan tristes y desiertas.
Mas un día, de vencida
Ya los hijos de esta tierra,
Tras atléticos esfuerzos
Y de gloriosas proezas;
Y viendo tristes nublarse
El sol de su independencia,
Por el reino de Taoro
Cundió sorprendente nueva
Que luz fue de la esperanza
En el antro de sus penas.
Como elocuente tributo
De respeto y obediencia,
Enviaba el rey de Tegueste
A Bencomo rica presa:
A Gonzalo del Castillo,
Prisionero hecho en la guerra.
Con júbilo inusitado
La noticia se celebra,
Porque tal campeón cautivo
Es de gran victoria muestra.
A su llegada se agolpa
Toda la grey guanchinesa,
Mas al bravo adalid tratan
Con la bondad y la nobleza
Propias de raza valiente,
Fiera solo en la pelea.
En saber no tardó mucho
Dácil, la gentil princesa,
Quien era aquel prisionero;
Que ha tiempo prisión secreta
En su alma virginal tiene
Del amor con las cadenas.
Sintiendo emoción extraña,
Mezcla de alegría y pena,
Dácil se lanza a la gruta
Donde a su Gonzalo encierran.
¡Qué tierna fue la entrevista!
¡Qué dulcísimas escenas!
En su amante desvarío
Ya ser cristiana quiere ella;
Que siendo él valiente y bueno
Ha de ser su ley la buena.
Y él en el dulce semblante,
Leyendo bondad suprema,
Ama en ella la hidalguía
De aquella raza de atletas.
Y así, en fruición deliciosa,
Se funden de tal manera
Sus almas y aspiraciones,
Sus sentimientos e ideas,
Que son como dos arroyos
Que en el mismo mar penetran.
Y de aquella tenaz lucha
En la grandiosa epopeya,
Ella, de candor paloma,
El ramo de olivo ostenta
Para él generosa siendo
De libertad mensajera.
Libre al fin, partió Gonzalo,
No sin profunda tristeza,
Que de su amor la nostalgia
Aguda en el alma lleva;
Y el nunca esclavo albedrío
En poder de Dácil deja.
IV
Sin poder ya sostenerse
En la desigual pelea,
Iban los guanches cediendo
Ante las armas de Iberia;
Mientras se alzaba en Nivaria
Del cristianismo la enseña,
Que con los abiertos brazos
Los esperaba serena.
Vencidos en los combates,
Diezmados por la epidemia,
Sin aliento y quebrantados
Por la hiel de la tristeza,
Hacen gigantes esfuerzos
Por la patria independencia;
Mas todo en vano, la suerte
Le es por su mal adversa.
¿Qué hacer en lance tan duro?
¿Cómo terminar la guerra
Si el rendirse es cosa triste
E imposible es la defensa?
Dácil en tanto luchando
Con encontradas ideas,
A la par que por los suyos
También por Castillo ruega.
¿Por qué más luchar? A ratos
En sus soledades piensa.
¿Por qué no rendir la frente
A las plantas de la Reina
Por quien luchan los de España
Y que en mi Gonzalo impera?…
Por fin llegó el fausto día
En que grata paz, risueña,
A nivarios y españoles
Bajo sus alas alberga;
Y solemne los conduce
Ante la sagrada enseña
Que, con los brazos abiertos,
Amorosa los espera…
Henchido el bravo Gonzalo
De felicidad suprema,
Después de vencer, vencido
Va a los pies de Dácil bella;
Y concentrando en sus ojos
De tierno amor un poema,
Sintieron bendición santa
Caer sobre sus cabezas.
Y así, fundidas en una
Estas dos razas opuestas,
Como en campo de combate
Sangre enemiga se mezcla,
Surgió la raza canaria
Noble y leal, pero fiera
Siempre que planta invasora
Hollar quiere sus riberas!
Un idilio fue la vida
De Gonzalo y la princesa.
Tan inefable ventura
Gozaron sus almas tiernas,
Que del edén de Nivaria
Él era Adán y ella Eva.
Y otra vez aquella fuente
Que se oculta en la floresta,
De nuevo retrató, unidas,
En vez de una, dos cabezas.
AL LINCE(21)
Por más que aún personalmente
No he podido conoceros,
Para cantaros me inspira
La fama de vuestros hechos.
Así, pues, nada me importa
El no haberos visto el cuerpo;
El no admirar vuestro empaque,
Que aseguran es soberbio;
Ni el contemplaros el rostro,
Aunque en ello tenga empeño;
Que ha de ser uno de tantos,
Verbi gratia, el de un cochero;
Ni el estrecharos la mano,
Que dicen tiene gran mérito,
Que es nervuda y muy flexible,
Cual garras los fuertes dedos;
Las uñas… un poco largas,
Mas, cuidadas con esmero.
Tampoco ver he podido
Y eso, en verdad, sí lo siento,
Vuestra histórica levita,
Que es ad hoc para tal dueño:
Mangas anchas, y faldones
Que parecen dos talegos,
Bolsillos que admirarían
A muchos carabineros.
De vuestra cabeza cuentan
Que es un monstruo de talento
Y muchos dan en llamarla
La farola de estos puertos.
En fin, señor, ni siquiera
Veros he podido el pelo,
Aunque es mejor el tomarle
Que verle, según sospecho.
El carácter os lo pintan
Muy sostenido y violento,
Y para torcidos planes
No hay quien le gane en lo recto.
Algunos os consideran
Como un DENUNCIADOR necio;
Y es porque lo hacéis, a veces,
Por puro entretenimiento;
Y además porque hay periódicos
Poco, muy poco, discretos.
Sois también según refieren,
Tan naturalote y bueno
Que cortés nunca habéis sido,
Porque eso es propio de memos.
Tan peculiar la franqueza
Es de vos que, en este suelo,
Siempre va, el de Puertos francos,
Unido a vuestro recuerdo.
Esto todo vuestra fama
Pregona en el mundo entero,
Y yo, que rindo tributo
A vuestro raro talento,
Lo repito hoy en romance,
Que siempre fue el mejor metro
Para contar las historias
De los andaluces héroes.
Asdrúbal
LEJOS DE TI (22)*
Si en tu ausencia, amor mío,
Vivir aún puedo,
Es que aliento a mi vida
Con tu recuerdo;
Mustios mis labios
Sólo un nombre pronuncian,
Tu nombre amado.
Sin el calor amante
De tus miradas,
Del corazón se alejan
Mis esperanzas:
Cual avecillas
Abandonadas, gimen
Por tus caricias.
Lejos de ti, el espacio
Lleno de quejas;
Y con dolor aspiro
Aura de penas.
¡Ay! si vinieses
Perfumara tu aliento
Tan triste ambiente!
Sin la dulce armonía
De tus palabras,
En insufrible insomnio
Se agita mi alma;
Y, por las noches,
Junto a ti vaga ansiosa
Charlando amores.
Cuando a ti tristes lleguen
Rumores tiernos,
Como de mariposas
Suave aleteo,
Que es mi alma, sabe,
Que en suspiros murmura
Sus soledades.
Y si en sueños se agitan
Tus dulces labios,
Como flores a impulso
De soplo blando,
Es también ella,
Que, en las alas de un beso,
Mi amor te lleva…
¡QUIERO MORIR!
(RIMA)(23)
Ya que en la vida, por aciaga suerte,
Nunca dichas gocé,
Quiero morir, que al menos en la muerte
Dulce paz hallaré.
Ningún temor me asalta ante el misterio
Profundo del morir.
¿Acaso de ilusiones cementerio
No es siempre el porvenir?
Tal vez, cuando yo muera, el primer gozo
Mi espíritu tendrá,
Que plegaria de amor, cada sollozo
Que tú exhales será.
Las ansiadas caricias que me roba
Tu invencible pudor,
En el silencio de mortuoria alcoba
Me dará tu dolor.
Vivo podré perderte y si te pierdo,
¿Cómo entonces vivir?
Y muerto quizá viva en tu recuerdo…
¡Preferible es morir!
Quiero morir, porque la muerte espanto
No me podrá causar:
¡Cómo Dios no castigue amarte tanto,
Sé que me he de salvar!
Laguna, junio de 1897
UN TROFEO(24)
De Tenerife en un templo
Existe vieja bandera
Que enarbolar quiso un día
El inglés en las almenas
De los castillos de Añaza,
Baluartes de independencia.
No está allí cual noble insignia
Que a una nación representa;
Ni en señal de desafío
Tremola altiva y siniestra;
Ni de alianza está en recuerdo,
Ni como adorno de fiesta.
Allí de Albión atestigua
La derrota y la vergüenza
Y al mismo tiempo pregona
El valor y las proezas
De los tinerfeños bravos
Que, de esta roca en defensa,
Dieron al mundo alto ejemplo
En su lealtad suprema.
En ese templo, hace un siglo
Está la orgullosa enseña
Como expresión elocuente
De dos contrarias ideas:
De gloria para nosotros,
Para Britania, de mengua!
Allí está muda y sombría,
Sin que nadie izarla pueda,
Que cercenado fue el brazo
Que tremolarla pudiera!
Laguna, Julio de 1897
AMOR PATRIO(25)
Omnium virtutum fons est amor patriae
¡Qué amargo desconsuelo
No tendrá aquel que nunca ha conocido
Nativo patrio suelo!
¡Cual ave errante ha sido
Que arrebataron, al nacer, del nido!
Pródiga la fortuna,
Podrá ofrecerle venturosos dones,
Mecerle en áurea cuna;
Y sentirá emociones
Al soplo de fugaces ilusiones;
Mas, inmenso vacío
Habrá en su corazón siempre amargado
Por implacable hastío;
Y a la nostalgia dado,
Será en el mundo eterno desterrado!
Tal vez, día tras día,
Pise su planta la trillada senda
Que silenciosa guía
A paternal vivienda,
Sin que su corazón de amor se encienda.
En su hogar mismo extraño,
Vive en constante soledad opreso,
Sin que alivie su daño,
De tierna madre un beso,
Ni del aura natal el embeleso.
Y ni un recuerdo solo
De su patria refleja en la memoria;
Ni de ella siente el dolo,
Ni goza con su gloria,
Ni se ennoblece o mancha con su historia.
¡Qué secretos pesares
No sufrirá si nunca su existencia
Pasó en sus dulces lares,
Cuando de ellos la ausencia
Basta para causar mortal dolencia!
¡Oh! Cuán feliz me siento,
Al respirar el aura embalsamada,
Que saturó el aliento
De la mujer amada
¡Que me dio, con la vida, Patria honrada!
¡Cuán intenso palpita
En mi alma el puro amor, siempre creciente,
Por la región bendita
En que el sol esplendente
Por vez primera iluminó mi frente!
Amor que su ternura
Reparte por igual en su ancha esfera:
Desde la alcoba obscura
En que infeliz naciera,
Hasta donde mi tumba avara espera.
Amor en cuya llama
Toda pasión alienta enardecida;
Porque en la Patria se ama
La madre bendecida,
Raza y hogar, el aire que da vida;
El agua mugidora
Que por campiñas fértiles serpea;
La luz que el cielo dora;
¡A Dios que patria crea
Y la palabra cuerpo de esa idea!
Y, cual libre avecilla
Se posa en una flor; el aire hiende;
Del mar canta en la orilla
Y a la montaña asciende,
Mi amor por mi país así se extiende.
En mi pecho, a su arrullo,
De dulces emociones se levanta
Recóndito murmullo,
¡Hasta el dolor me encanta
Cuando lo sufro por mi patria santa!
Que este entusiasta afecto,
Jamás se inspira en sórdido egoísmo
Ni se mancha en lo abyecto;
Que es fuente de heroísmo,
¡Puro crisol del sacrificio mismo!
Con su hálito fecundo
Nobles virtudes en el alma imprime;
Las más santas del mundo:
Abnegación sublime,
Caridad y consuelo del que gime.
Siempre a su influjo brota
El valor entusiasta que electriza
Al corazón patriota:
Valor que en ruda liza
¡A la gloriosa Esparta inmortaliza!
¡Oh pasión entrañable!
¡Plateado lago que no enturbia el cieno
De maldad execrable!
De tu espléndido seno
¡Surgen los héroes, cual Guzmán el Bueno!
Donde quiera que vibras,
Es sacrosanto honor tu resonancia,
Fidelidad, tus fibras
Por ti, con arrogancia,
¡Libre supo morir la gran Numancia!
De todo sentimiento,
Eres inspiración; que todo late
A tu inmortal aliento.
Por ti, en fiero combate
Bravo afronta el recluta el recio embate.
Porque la patria es faro
Que alumbra y guía al bien nuestra existencia;
Y a su materno amparo
Se agita en la conciencia
Del más noble deber la pura esencia…
Cuán dichosa es la suerte
Del que, después de honrar con algún hecho
La patria, dulce muerte
Recibe bajo el techo
¡En que el primer latido dio su pecho!
¡Y cuán desventurado
No será el que a otro suelo está sumiso,
Si hasta Dios, cuando airado
Castigar a Adán quiso,
Lo arrojó de su patria: el Paraíso!
¿Quién de la patria ausente,
A su grato recuerdo, honda congoja
En el alma no siente,
Y vive cual la hoja
Que de la verde rama el viento arroja?
¡Feliz la golondrina
Que cuando emigra de sus rientes lares,
Retorna a la colina
Donde en tiernos cantares
Expresaba sus dichas y pesares!
Y feliz mi fortuna
Que aún pisar me permite el mismo suelo
En que rodó mi cuna;
Y ver el azul cielo
Que admiré niño con ferviente anhelo.
¡Oh mi suelo querido!
Tu recuerdo jamás de mi memoria
Borrará ingrato olvido;
Que mi orgullo es tu historia
¡Y mi eterna pasión tu excelsa gloria!
MADRIGAL(26)*
A gigante montaña,
En cuya cima, vista desde el llano,
Parece que arde el sol que en luz la baña,
Una tarde subí con loco anhelo,
Como un niño que cree el mismo cielo
Poder tocar con levantar la mano.
Ya en la cumbre, aun más lejos,
Vi el cielo dilatarse en las alturas,
Y del sol los ya pálidos reflejos
Hundirse en la penumbra de la noche,
Mientras las flores, al cerrar su broche,
Recogían sus últimas ternuras.
Y cuando anonadado
Descendí con profundo desconsuelo,
Más que el cuerpo mi espíritu cansado,
Tendí al valle una lánguida mirada,
Y al verte en él, a mi alma enamorada
¡Le pareciste sol y el valle cielo!
Septiembre de 1897
NO MÁS POETAS(27)*
– A Luis R. Figueroa –
¡Callad, poetas!, que en la hispana lira
No vibren nunca acentos plañideros!
¡No pregonéis con femeniles quejas
Nuestro letal y flaco enervamiento!
Si no disteis ayer a vuestros cantos
Del estro de Quintana el sacro fuego,
Así infundiendo a la española gente,
No ya el valor probado en todos tiempos
Con razas mil en múltiples contiendas,
Sino virtud y amor al patrio suelo;
Y si ni aun vaticinar supisteis,
A vuestra alta misión, cual nunca, ciegos,
Que la traición y la codicia aliadas
Estarían cobardes en acecho;
Y si torpes no visteis a los judas
Nuestra sangre vendiendo en el misterio,
Y si lo visteis, vigoroso alerta
No disteis con valor al pueblo ibero,
¡Callad!, no profanéis dolor tan grande
Con tardíos e inútiles lamentos;
¡Ah! No robéis a las augustas madres
El débil llanto, la amargura y duelo,
Con los que han saturado, desvalidas,
El enlutado hogar, frío y desierto,
Sin que en sus corazones de espartanas
De la resignación quepa el consuelo,
Viendo llegar, «sobre el honroso escudo»,
Y no vendidos, a los hijos muertos!
Callad, poetas, y colgad las liras,
De vuestras manos temblorosas lejos,
Y arrancadles las cuerdas, que no vibren
Ni siquiera impulsadas por el viento!
¿Para qué las queréis? A vuestras trovas
Ya no acude a la reja con misterio
Recatada doncella, palpitante,
A oír de ardiente amor el juramento;
Vuestros bélicos himnos no enardecen
Al varonil doncel que gime abyecto
Bajo leyes que hipócritas le privan
Del albedrío, su mejor derecho,
A extraña voluntad encadenado,
Cual fogoso corcel al duro freno,
Y obrando como máquina quien lleva,
Como de Dios reflejo, el pensamiento!
Y vuestras quejumbrosas elegías
Ni en las grandes desdichas hallan eco:
Como fría oración que a Dios no sube,
Se pierden sus patéticos acentos
En la atonía de caduca raza,
Mercancía de viles usureros!
¿Cuál es vuestra misión sobre la tierra?
¿Os sentís todavía con alientos
De evocar, empuñando épica trompa,
De pasadas proezas el recuerdo?
¡Vano orgullo el de aquel que lo cimenta
Más que en mérito propio en el ajeno,
Y de noble prosapia haciendo alarde
La envilece, a la vez, con torpe ejemplo!
La gloria de esa raza de adalides
Que asombró al mundo ayer con su denuedo,
Que al carro de sus triunfos ató un día
De mil naciones colosal imperio,
Ya no es nuestra; cobardes la han vendido;
¡Qué Effialtes hay también en nuestro suelo!
¿Y no fuera también mordaz sarcasmo,
Para los que con fe y valor cumplieron,
Que la hiel del vencido a solas tragan
De viril fuerza y de venganza hambrientos,
Recordar que de España fue divisa:
«Rendirse nunca: vencedor o muerto?»
¡Callad, bardos de Hesperia! El infortunio
Suspenso deja el labio y el cerebro:
Tan sólo el corazón sabe sentirlo
Y expresarlo también sólo el silencio.
Cuando la tempestad va amontonando
Sobre el disco del sol crespones negros
Y de sus roncos gritos al conjuro
La noche asoma su perfil siniestro,
Hasta las aves tristes enmudecen,
Y es en ellas el canto, el pensamiento!
Borrasca de perfidias y traiciones
El sol de nuestra gloria hoy ha cubierto,
Y de nuestra grandeza soberana
Llegó la noche al fin con los espectros
De víctimas sangrientas, hacinadas,
Como montón horrible de esqueletos;
Y vosotros, del arte ruiseñores,
¿Pretendéis aun cantar y alzar el vuelo?
La Laguna, julio de 1899
¡ADIÓS!…(28)
No le digas, por Dios, carta querida,
Al ángel mío que muriendo estoy
Al darle suspirando, con mi vida,
Hoy, por última vez, mi triste «¡adiós!»
No le descubras con impía calma
La acerba esencia de este adiós postrer,
Pues eso fuera acibararle el alma
Con una gota de su amarga hiel.
Dirasle solamente que la quiero;
Que mensaje de amor solo eres tú;
Mas no le digas que en tinieblas muero
De su pupila al no mirar la luz.
No comprenda en su plácida alegría
Que volver no he podido a ser feliz
Desde el aciago inolvidable día
Que por última vez sus ojos vi!…
¡Adiós! La dócil pluma ya no puede
Grabar en el papel un trazo más;
Sepultado en el pecho mi amor quede
Cual virgen perla en el profundo mar!
Si acaso te pregunta el ángel mío
Lo que sufriendo está mi corazón,
No le digas que siente mortal frío
Hoy al decirle para siempre «adiós».
TEDIO(29)*
Ya que en la vida, por aciaga suerte,
Nunca dichas gocé,
Quiero morir, que al menos en la muerte
Dulce paz hallaré.
Ningún temor me asalta ante el misterio
Profundo del morir.
¿Acaso de ilusiones, cementerio
No es siempre el porvenir?
Tal vez cuando yo muera el primer gozo
Mi espíritu tendrá,
Que plegaria de amor, cada sollozo
Que tú exhales, será.
Vivo podré perderte, y si te pierdo,
¿Cómo entonces vivir?
Y muerto quizás viva en tu recuerdo…
¡Preferible es morir!
Morir qué importa si la muerte espanto
No me podrá causar:
¡Cómo Dios no castigue amarte tanto
Sé que me he de salvar!
RIMA(30)
Con alterado y pálido semblante
De mi presencia huyó;
Agitada y el paso vacilante
Atravesó el salón.
Allá en las sombras de la alcoba obscura,
Con angustia escuché
Comprimido sollozo de amargura
Y fervorosa prez.
¿Qué recuerdo o dolor en tal momento
Traidor la vino a herir?
¿Qué duda o qué cruel presentimiento
Causó su frenesí?
Habló luego muy quedo. Una sospecha
Por mí cruzó fugaz,
Que era su voz como sentida endecha
De amor y de pesar.
Me pareció cual ave que presiente
Terrible ventarrón
Y al temer que su nido rudo aviente
De él pía alrededor.
De nuevo apareció casi serena,
Mintiéndome quietud,
Que en sus húmedos ojos vi la pena
Como a través de un tul.
Tristemente sonrió y amarga duda
Estremeció mi ser,
¡Que en su risa leí la estrofa muda
De mi perdido bien!
LOS HÉROES DE BALER(31)
Lejos, muy lejos de la hidalga tierra
Que amorosa nacer los viera un día,
Con enemiga muchedumbre en guerra
Corto puñado de héroes combatía.
La angosta nave de cristiano templo
De olímpicas hazañas fue baluarte:
¡Nunca de fe y valor más alto ejemplo
Se dio de España bajo el estandarte!
Largo tiempo pasaba, hora tras hora,
Contado por sus múltiples fatigas,
Pensando en tierna madre, que allá llora,
Al silbar de las balas enemigas…
La flaqueza jamás, en su abandono,
Ceder les hizo a la adversaria suerte,
Que el honor y el deber, contra el encono,
Bríos infunde al corazón que es fuerte.
De frente siempre los leales pechos
A encarnizada y pérfida asechanza;
Sin víveres ni bélicos pertrechos,
Ni siquiera de auxilio una esperanza!
No se perdió, no obstante, el ardimiento,
Que el amor a la patria los alienta,
Ser vencidos así, no es vencimiento;
De ellos ser vencedor, es una afrenta!
Y mientras tanto poderosa gente
Nuestro dominio en Asia nos robaba,
Sólo en la torre de Baler, viviente,
La bandera española tremolaba!
EN UN ABANICO(32)
Es siempre un abanico
Discreto confidente
A quien sus pensamientos
Confía la mujer,
Y oculta tras sus pliegues,
De la curiosa gente,
Ya la furtiva lágrima
O la mirada ardiente,
O la burlona mueca,
Rubor, pena o placer.
Si yo, lindo abanico,
Alguna vez pudiera
Los íntimos secretos
De tu ama averiguar,
Ya dulces o ya amargos,
Dichoso me creyera;
Cual tú, para acogerlos
Mi corazón abriera,
Para guardarlos siempre,
Volviéralo a cerrar!
Laguna, octubre de 1899
DESDE LA CALLE*
COPLAS(33)
Es mentira que los ojos
Son del alma los espejos,
Que el alma tuya es horrible
Y tus ojos son muy bellos.
La mayor de las penas
Que yo he tenido,
La tuve con el gozo
De haberte visto;
Pues al instante,
Presentí las angustias
De no mirarte!
Unidas llevo en el alma
Muerte horrible y vida acerba:
Mis heladas ilusiones
Y mis punzadoras penas…
Comprendí cómo se sufre
Y al mismo tiempo se goza,
Cuando me diste aquel beso
Llorando y de pena loca!
Te quejas de que tienes
Los ojos bizcos;
Pero yo a Dios alabo
Que así los hizo;
Pues me parecen
Sol de invierno que es grato
Porque no hiere.
Que jamás me olvidarías
Me juraste por tu amor:
¡No pecarás por perjura,
Que amor nunca en ti existió!
Dices tú que me quieres
Y no te creo,
Que si eso verdad fuera
Me hubiese muerto;
Pues sólo vivo
Por tu amor esperando…
Y aquí aún existo!
Torpe verdugo fue el cura
Que a ti y a mí nos ahorcó;
Pues ha tiempo nos casó,
Y a pesar de esa ahorcadura,
Ni tú te has muerto ni yo.
SIEMPRE EN CARNAVAL(34)
Con múltiples caretas el mundo disfrazado
En Carnaval eterno convierte su existencia:
Con limpias vestiduras va el vicio blanqueado
Y envuelta en casto velo la ruin concupiscencia.
Y para que constante sea siempre el artificio,
Hay días en que el hombre preséntase cual es:
Si es bueno por qué es bueno; artero con el vicio;
Para que así entendamos las cosas al revés.
ECOS DE MI TIERRA(35)*
Al par que los recuerdos
De mi niñez serena,
En mi alma vibran siempre
Los gratísimos ecos de mi tierra.
Sus misteriosas notas
De melodía eterna,
Relatan en secreto
De mi vida las íntimas escenas.
Si a mi alma la esperanza
Alguna vez alienta,
Rayo de sol parece
Penetrando en el fondo de las selvas.
Al ver cómo en las fuentes
Se miran las estrellas,
Recuerdo una pupila
Fija en la mía candorosa y tierna.
Del céfiro y las flores
Charlando en la pradera,
Los ecos repercuten
En dos amantes bocas que se besan.
Si la apacible calma
En el Atlante reina,
Es cual si en el cerebro
Reposaran cansadas las ideas.
Trinados de las aves,
Gemidos de hojas secas,
Murmurios de un arroyo…
De mi alma dolorida son endechas.
En los rumores vagos
De mi florida vega,
Pienso que los dormidos
Latidos de mi mente se reflejan.
Las blanquecinas nubes
Que raudas atraviesan
El cielo de mi patria,
Mis dulces ilusiones representan.
Y cuando el desengaño
Amarga mi existencia,
En el corazón siento
Todas las nieves que a mis cumbres hielan.
Si acaso mi destino
A otro país me lleva,
Que a mis oídos lleguen
Siempre los dulces ecos de mi tierra.
TU FIDELIDAD(36)
Con un nuevo amante, anoche
Te contemplé en tu ventana;
Y, como a mí, amor eterno
Con igual verdad jurabas.
Nunca la pasión —decías—
Hasta hoy anidó en mi alma,
Pero al verte, hallé la imagen
De mis sueños y esperanzas!
Y mientras tú, con cinismo,
Mentías amor, el aura
Que bañaba con sus ondas
Tu cabeza hermosa y vana,
Te escuchó, gimió celosa,
Agitó sus leves alas….
Y huyó, temiendo viciarse
Con los miasmas de tu infamia!
CELOS(37)*
Me preguntas qué son celos,
Y yo, sintiéndolos tanto,
No sé si es mortal quebranto
O rencorosos anhelos.
Hijos de la duda, sé
Que engendran pena violenta
En el alma que sedienta
Está de amor y de fe.
Sé también que tu mirada,
De la esperanza fulgor,
Celos da cuando es airada,
Celos quita si es de amor.
¡Con qué terrible violencia
Bulle a impulso de los celos,
Turbio oleaje de duelos
En el mar de la existencia!
Si en grata meditación
Sumerges la pura frente,
Cual si evocara tu mente
Memorias del corazón;
En tu oculto pensamiento,
En tu trémulo suspiro,
Con profunda angustia aspiro
De los celos el aliento.
¿Qué son celos? A mí mismo
Me he preguntado ¿Es locura?
¿Es tal vez vil egoísmo
O indefinible ternura?
Que es demencia, bien se mira
En el mudo frenesí
Con que mi mente delira
Desde que celos sentí.
Y el egoísmo está claro
En el intenso dolor
Que, de tu cariño avaro,
Siento al dudar de tu amor.
Que son de ternura exceso,
Ignorarlo no podría,
Porque si te diera un beso,
Del beso celos tendría!…
Pasión tan honda y compleja
Quiero desechar de mí:
Tu virtud celos aleja
Del alma que cree en ti.
LA MAGDALENA(38)*
Halagos perniciosos, sensuales apetitos,
Tu vanidad formaron cegando tu razón;
Y en donde hallar creías deliquios infinitos,
De tu pudor no oyendo los dolorosos gritos,
Bebiste delirante la hiel de la abyección.
Los nobles sentimientos que tu alma en sí atesora,
Frenética lascivia pudo un instante ahogar,
Lanzando brutalmente tu carne pecadora
Por la tortuosa senda que guía engañadora
A los mentidos goces de odioso lupanar.
De la pasión a impulsos, sin freno tu albedrío,
¿Quién tu fatal carrera podía detener?
A la virtud cerraste tu corazón impío,
Tu hogar abandonando, con ciego desvarío,
Y amores reposados, por lúbrico placer…
En tu turbado espíritu quiso por fin el cielo
Que la verdad surgiera y amor santo infundir;
Rompiose de improviso de tu existencia el velo;
Horror de ti sentiste, que con amargo duelo
En consolador llanto pudiste traducir.
Impreso en tu faz bella letal remordimiento,
Bañaste con tus lágrimas los pies del Redentor
Que te miró piadoso; leyó en tu pensamiento
Que era tu amor tan puro cual rudo tu tormento,
Y diote el gran consuelo: gozar con tu dolor!
Abril de 1900
LOS DOS HERMANOS*
(LEYENDA)(39)
I
Ha más de cuatro centurias
Que en uno de los extremos
De Tenerife, el del norte,
Bien definido lindero
De los agrestes dominios
Del príncipe guanchinesco
Que Hidalgo llama la historia,
Aunque, díscolo y soberbio,
Más que de los bienes propios
Vivía de los ajenos,
Se alzaba gigante risco,
Tan escarpado y severo
Que imposible parecía
Hasta su cima el ascenso,
Pues fuera el así intentarlo
Querer remontarse al cielo!
Por su ancha base el Atlante
Se revuelve siempre inquieto,
Como reptil que pretende
Sacudir con rabia el peso
Del pie que duro le aplasta,
Sin poder lograr su intento!
Así, en frenética furia,
Se lanza a veces soberbio
Sobre la impasible mole,
De asaltarla con empeño,
Y al ver su impotencia, gime,
Y con impulso violento
Repliega las rudas ondas,
Hinchando el undoso seno,
Y en salivazos de espumas
Rompe otra vez sus esfuerzos!
Un día, cuando la aurora,
Como un iris de consuelo,
De luz trazó un horizonte
Por el Oriente, a lo lejos,
Tras larga noche en que horrible
Tempestad conmovió el suelo,
Los sencillos habitantes
De aquel rincón tinerfeño,
Pudieron ver con asombro
Y supersticioso miedo,
Que en vez de aquella montaña
Dos riscos aparecieron,
Fantásticamente erguidos,
Cual dos sombríos espectros
Que de improviso surgieran
De aquel mar, del fondo negro!
Los dos terminando en punta,
Como dos conos inmensos,
Tan iguales, que parece
Uno del otro reflejo.
No hay un sitio en la comarca
Que fue del Hidalgo reino,
Del que verse no se pueda
Los formidables gemelos,
Que, por la base abrazados,
Se elevan allí altaneros
Como estatuas que tuviesen
Sólo un pedestal de asiento.
Pronto convirtió la gente
En curiosidad el miedo,
Y la explicación buscaron
Del original suceso,
Que de boca en boca corre
Desde aquel mismo momento,
Sin que nadie ponga en duda
La veracidad del hecho:
¡Que hasta patrañas absurdas
Toman sabor de lo cierto,
Cuando ya por muy contadas
Les da su sanción el tiempo!
¿Quién no cree en el relato
Que narró un padre sincero,
Y de la propia manera
No cuenta a sus hijos luego
Citando el fiel testimonio
Del inolvidable abuelo?
II
De aquella gentil pareja
No era el amor un secreto;
Pues nunca estar pudo oculto,
Donde quiera exista, el fuego,
Que si no los resplandores
Siempre se ve el humo al menos
Y su amor nunca podían
Disimular Juana y Diego,
Que era tanto que, en sus ojos,
Rebosaba satisfecho,
No teniendo ya bastante
Cabida en sus puros pechos.
La huérfana — así llamaba
La gente a Juana en el pueblo,
Porque no conoció padre
Y había su madre muerto —
Desde que al lugar llegara,
Con sencillo traje negro
Que explicaba las tristezas
Mudas de sus ojos bellos,
Allí buscando en la pesca
Con ansia un vivir modesto,
Inspiró pasión vehemente
Al inalterable Diego,
Que había vivido, hasta entonces,
A los noviazgos ajeno,
Aunque muchos lindos ojos,
De amor el dulce secreto
Revelarle habían querido
Con expresivo silencio.
Con la mar encariñado
Y casi en la mar viviendo,
Pues de todos los contornos
Era el pescador más diestro,
En su madre pobre y viuda
Solo su amor había puesto.
También Juana por el mozo,
Viéndole tan noble y bueno,
Sintió todas las ternuras
Resucitarse en su pecho,
Tan vacío de afecciones
Y de pesares tan lleno!
¡Cómo cambió su existencia
Desde aquel feliz momento!
¡Con qué gozo por las tardes
Bajaba al cercano puerto
Para esperar de su amante
El anhelado regreso!
¡Y con qué inquietud horrible
Miraba nublarse el cielo
Si el atrevido marino
Aún estaba mar adentro!
Más que el cielo eran entonces
Sombríos sus pensamientos,
Y su corazón latía
Con más violencia en el pecho,
Que las turbulentas olas
Contra aquel risco del cuento!
Y entre opuestas emociones
La moza pasar vio el tiempo
Con alegres esperanzas
O llorando a sus recuerdos
Con ese bienhechor llanto
Que es rocío de consuelo,
Cuando se vierte en la dicha
Por pasados sufrimientos.
A veces, amarga idea
Cruzaba por su cerebro
Y su corazón sentía
Por extraña angustia opreso:
Que a solas con su conciencia
Se avergonzaba de un hecho,
Que, olvidada de sí misma
Cometió en fatal momento,
Y siempre lo recordaba
Con inexplicable miedo.
¿Acaso serían fundados
Aquellos vagos recelos?
¿Delitos de amor castiga
También Dios, siendo tan bueno?
III
Próximo el dichoso día
De dar el pescador Diego
A halagadoras promesas
El honrado cumplimiento,
Se hallaba Juana una tarde
Al pie del tal risco, viendo
Allá por el horizonte
De una vela el blanco lienzo,
Que a tierra se dirigía
Del aire al impulso recio,
Como pájaro que al nido
Tiende el afanoso vuelo,
Cuando presiente tormenta,
O apaga el sol sus destellos.
Gozoso allí con su pesca
Regresaba el marinero.
Cuando pudo distinguirle
Agitó Juana un pañuelo
Saludando alborozada
Al atrevido mancebo.
Mas de pronto, de la mano,
Sacudida por el viento
Se le escapó aquella prenda
Yendo de su alcance lejos.
Cerca de allí, rapaz ave
Se hallaba en tales momentos,
Cual si fuera de desdichas
Fatídico mensajero,
Y rápida entre sus garras
Aferró bien el pañuelo
Y remontándose al risco
Lo soltó en el alto cerro,
Donde quedó tremolando
Trabado por un extremo.
¡Qué amargura sintió Juana
Al verse sin el objeto
Que siempre guardado tuvo
Por el temor de perderlo,
Cómo que era de su madre
Grato y único recuerdo!
Se lo entregó moribunda
Como clave de un secreto
Que ansiosa quiso contarle,
Más que con frases, con gestos
Que no entendió, aunque tenía
Toda el alma puesta en ellos!…
Llegó Diego y de su amada
La causa del pesar viendo,
Por la empinada ladera
Comenzó a trepar, resuelto
A rescatar lo que el ave
Se llevara en raudo vuelo:
Que Amor también alas tiene
Y jamás conoció miedo!
En vano fueron de Juana
Para atajarle, los ruegos,
Y tras él, de pena loca,
Corrió con ímpetu ciego.
Por precipicios terribles
Cruzaron con brioso aliento,
Dejando sus pies y manos
Ensangrentado reguero.
Y los riesgos ya vencidos
Olvidando por los nuevos,
A donde el ave llegara
Llegar por fin consiguieron!
Ávido y de gozo henchido,
Se arroja el mozo al pañuelo
Y al mirarlo, horrible grito
Exhaló de pavor lleno!
Semejante, otro él tenía,
Con igual marca en el centro,
Que le dio al morir su padre
Al revelarle un secreto,
Por el que enterarse pudo
Que quien tuviera otro lienzo
Como aquel, era su hermana,
¡Y ser de Juana el pañuelo!
IV
Por sus mutuas confesiones
Los amantes comprendieron
Que era una verdad maldita
El fatal descubrimiento.
¡Nunca decepción más triste
Humanos seres sufrieron!
¡De un cielo de luz, lanzados,
Como Luzbel, al averno!
El vértigo de la altura,
Del sitio el hondo misterio;
La tortura en la conciencia
Por el consumado incesto;
Arriba, envuelto en las sombras
Y amenazador, el cielo,
Y abajo el mar: ¡El abismo
De víctimas en acecho!
Todo, en los tristes amantes
Debió extraviar los cerebros.
Se miraron como heridos
Por los mismos pensamientos;
Frenéticos se abrazaron;
Sonó un delirante beso,
Y el Atlante dio un rugido,
Como el de león hambriento,
Al recibir en sus ondas
Dos ensangrentados cuerpos!…
Reinó imponente en la noche
El estupor del silencio;
El mar, como reposando
Su hartura, pareció quieto;
Mas, de improviso en los aires
Retumbó espantoso trueno,
E iluminando el espacio
Un rayo desgarró el cielo
Y dio sobre la montaña,
Resquebrajando violento
De medio a medio la cima;
Y tras pavoroso estruendo,
En dos quedó divido
Aquel risco tan inmenso!
Y allá están, los dos erguidos,
Como eternos monumentos,
Perpetuando la memoria
De Juana y su hermano Diego.
DOLO(40)*
Llegué a la iglesia que desierta y muda
Estaba a la sazón,
Aún esperando alimentar la duda
De tu inicua traición.
Atravesé la nave cauteloso
Y la sombra busqué,
Donde sólo brillara, luminoso,
El faro de mi fe.
Pero de pronto, la anchurosa puerta
Se abrió de par en par,
Y de los cirios a la luz incierta
Te vi con él entrar.
Y la triste esperanza que alentaba
Ya desengaño fue,
Pues la fe de mi duda se trocaba
En duda de mi fe.
Y cuando ante el altar, humildemente,
De rodillas te vi,
Imaginé que, acaso, al Dios clemente
Mentías como a mí.
INGENUIDADES(41)
Feliz destino el del hombre
Que, sin débiles flaquezas,
Puede, pues que morir tiene,
Dar la mísera existencia
Por salvar la de su madre,
De su terruño en defensa,
O por el glorioso triunfo
De redentoras ideas;
Porque la madre es la vida;
Patria, a madre se asemeja
Y en los nobles ideales
De Dios palpita la esencia!
Quien a abnegación tan pura
El alma mire dispuesta,
¡Con qué quietud soberana
Reflejará en la conciencia
Las imágenes brillantes
De amor y bondad suprema!
¡Al morir, con qué seguro
Paso cruzará la senda,
Espinosa e indefinida
De las venturas eternas,
En tanto que, para ejemplo
De la humanidad, nos deja
De noble misión cumplida
Las luminosas estelas,
Vía láctea de esa gloria,
Que es el cielo de la tierra!
Siempre que relatar oigo
Alguna sublime escena
De admirables sacrificios,
En que se entabla sincera
Lucha de filial afecto
Con la ternura materna,
Y en ella el hijo sucumbe,
Aunque a la madre no venza,
Porque en luchas de cariño
Madres vencidas no quedan,
Siento, pensando en la mía,
Que me sobra la existencia,
Porque es la vida una madre
Y tengo a mi madre muerta!…
Hijas de las grandes almas
Son las gigantes ideas,
Que de la razón humana
En el antro centellean,
Dando brillo a las edades
Como fúlgidas estrellas.
Por eso, mientras el tiempo
Mire, en su rodar, la tierra,
Hundiendo generaciones
Para dar paso a otras nuevas,
Verá el mundo a Galileo
Girando siempre con ella!
Y en tanto espíritus haya
Que, libres de ruin soberbia,
Siembren gratos beneficios,
Aunque recojan ofensas;
Y que a la calumnia opongan
Serenidad de conciencia;
Y a los oprobios y daños,
De la humildad la grandeza,
Vibrará en los corazones,
Como sacrosanta endecha:
Gloria a Dios en las alturas
Y paz al hombre en la tierra!
Yo nunca admiro la fama
De legendarias proezas
Que razas conquistadoras
Logran en luchas sangrientas.
Yo maldigo hasta el progreso
Cuando el progreso se alienta
A costa de libertades
Que pueblos, en su inocencia,
Gozan libres de ambiciones
Y de torpes conveniencias:
Pues nunca tales hazañas
Se contarán como buenas:
Son colores de arco iris
Que sin el sol no lucieran!
Yo inclinaría la frente,
Por muy altiva que fuera,
Ante quien defender sabe,
Sin medir número y fuerzas,
Sus venerandas costumbres,
Su región y sus creencias.
Por eso tengo el orgullo
De ser hijo de esta tierra,
Donde valerosa raza
Luchó por su independencia
Contra bien armadas huestes
Ambiciosas y al par fieras,
Y, cuando vencer no pudo,
Morir supo de vergüenza!
Yo no deseo venturas,
Ni ellas a mí me desean:
Una tan sólo ambiciono
Que bien gozara al tenerla:
Besar de nuevo a mi madre
Y dar la vida por ella;
O que si gente invasora
Llega a dominar mis peñas,
Que me dejen una gruta
Donde morir de tristeza!
LA CRUZ(42)*
Emoción inexplicable,
Sentimientos infinitos,
De recuerdos un poema,
De dudas un laberinto,
Siento al mirar el madero
Emblema del cristianismo.
¿Por qué veneración tanta
Por la Cruz todos sentimos,
Cuando de horror y de miedo
Debe ser tétrico signo?…
Al alzarse, solitaria,
Al borde de los abismos,
En altos despeñaderos,
En los cruces del camino,
¿No está diciendo al que pasa,
Con elocuente mutismo,
Que de catástrofe horrible
Es señal en aquel sitio?
Y al verla, de un cementerio
En el fúnebre recinto,
Cual misteriosa atalaya
De los sepulcrales nichos,
¡Velando allí por los muertos!
¿No arranca llanto a los vivos?
También tan augusta enseña,
¿No fue cadalso maldito
Donde ejecutarse pudo
Con sanción de un pueblo inicuo
La sentencia más injusta
Que han presenciado los siglos?
¿Por qué, entonces, repugnancia
No inspira, si de martirio
Ha sido vil instrumento,
Y de afrentosos castigos?…
Mas no, que cuando los ojos
En ella creyente fijo,
De infinitas esperanzas
Un mundo infinito miro!
De piedad mi alma se llena
Al hallarla en mi camino
Revelando de una vida
El fin cruel e imprevisto;
Y recuerdo con tristeza
Y con hambriento cariño,
La que allá, en el cementerio,
Vela a mis muertos queridos!…
Y cuando va majestuosa
Llevando el cuerpo de Cristo,
La víctima más sublime
Del más grande sacrificio
Que los cielos y la tierra
Ver consumarse han podido,
Entonces también yo sufro
La sed del alma, y me digo:
¡Cuando podrán esos brazos
Que la Cruz lleva tendidos
Con solicitud de madre,
Brindando a todos cariño,
Unir en abrazo eterno
Razas y pueblos contritos,
Desterrando para siempre
El miserable egoísmo;
Y pueda mirar el hombre,
En su conciencia esculpido:
Yo no quiero para nadie
Lo que no para mí mismo!
Laguna, 14 de Septiembre de 1900
EPISODIO HISTÓRICO(43)
[TINGUARO]
No des muerte al hidalgo que
Es hermano del rey Bencomo, y
Se te rinde como cautivo.
(Últimas palabras de Tinguaro)
Mientras sedienta avaricia
Aliente en humanos pechos,
Y para engendrar tiranos
Haya en el mundo soberbios,
Que para hartar sus afanes
No reparen en los medios,
Nunca la paz bendecida
En la tierra tendrá imperio!
¡Infeliz quien siendo humilde
Goce algún bien verdadero
Que envidiar puedan los fuertes,
Pues más que propio es ajeno;
Que a su ambición no conoce
Límites el avariento;
Y no es mucho que el milano
Vaya buscando polluelos!
Nadie el corazón piadoso
Al invasor tenga abierto,
Ni sus promesas escuche,
Ni se apene por sus duelos.
Sin ser dádivas, promesas
No ofrecen ningún provecho,
Y la compasión se paga
Con daños por los perversos:
Y dañina intención muestra
Quien huella el hogar ajeno!
En la bondad de su causa
No deben confiar los buenos,
Ni en lucha con poderosos
Abrigar nobles intentos;
Que suele alcanzar el triunfo
La fuerza contra el derecho!
Como tiernas avecillas
Que, en incesante contento,
Siempre en la misma enramada
Tendieran el libre vuelo
Alrededor de sus nidos,
Sin tener otros deseos
Que enseñar sus mismos cantos
E igual vida a sus hijuelos,
En esta edénica peña
Vivía el guanchinés pueblo,
Cuando nación poderosa
Puso en él sus pensamientos,
Con los instintos de lobo
Que en redil entrara hambriento,
Turbando de tanta dicha
El idílico concierto!
¿Por qué olvidarán los hombres
Que hermanos Dios los ha hecho
Y que unos a otros se deben
Caridad, amor eterno
Que es la suprema ventura
De la tierra y de los cielos?
¡Es que junto a un Abel noble
Hay siempre un Caín artero!
El guanche, para el combate,
Hizo pronto sus aprestos
Sin ningún temor, de España,
A los osados guerreros:
¡Él, que jamás tuvo esclavos
No quiso de nadie serlo!
Trocado en campo de Marte
Quedó el apacible suelo
De Nivaria, la dichosa
Hasta aquel triste momento!
Combatían los dos bandos
Con admirable denuedo:
A unos la ambición alienta,
Que también infunde empeño,
Y otros en defensa santa
De su libertad y suelo:
¡Para evitar que cuclillos
Ocupen con sus polluelos,
El nido en que se mecían
Gozosos sus hijos tiernos!
Por tan gratos ideales,
¿Quién no lucha con esfuerzo
Y henchido de noble orgullo
No da la vida por ellos?
En guerra tan obstinada
Pasma el singular ejemplo
De humanidad y grandeza
Que dio el pueblo guanchinesco
A sus rudos adversarios,
Ya vencido o ya venciendo.
No podrá contar la historia
Que ha habido en el universo,
Pueblo al combatir tan bravo,
Con el vencido tan bueno:
Vencía y agasajaba
Dando suelta al prisionero:
¡Dar calor a la culebra
Para que nos muerda el pecho!
De combate decisivo,
Llegó el ansiado momento.
Los valerosos nivarios
Y los españoles fieros,
Con ímpetu irresistible
Se lanzaron al encuentro.
A mosquetes y ballestas,
Duras piedras respondieron;
A las espadas y lanzas,
Dardos y banotes recios.
Y aunque en confusión horrible
Se mezclaron los ejércitos,
Como al cruzarse las manos
Se enlazan de ambas los dedos,
Gallardo se destacaban,
De la muchedumbre en medio,
El formidable Tinguaro,
El Viriato tinerfeño!
Circundado de enemigos,
De sangre y polvo cubierto,
La muerte en torno sembraba
El campeón de Acentejo.
Cada vez que herido era,
De su brazo al golpe, muerto
Rodaba por tierra un hombre,
¡Y estaba de heridas lleno!…
Mas, como a los castellanos
Llegasen otros refuerzos
Y la reñida batalla
Se declarase por ellos,
Por la falda de San Roque
Huyó con pasos inciertos;
Que era crimen dar la vida
Contra tantos combatiendo!
¿Quién defender podría entonces
La patria, sin sus esfuerzos?
Mas, ¿cuándo cazador hubo
Que, al jabalí que huye ciego,
Permitiera se ocultara
Del monte en lo más espeso?
Siguieron tras el caudillo,
Sobre caballos ligeros,
Siete audaces adversarios
Con vengativos intentos.
¡Tal vez sus perseguidores
A él la existencia debieron,
Cuando pudo exterminarlos
Sin piedad en Acentejo!
¿Para cuando la conciencia
Guarda los remordimientos
Si no los tiene el que hiere
Al mismo que un bien le ha hecho?
Mal herido y jadeante,
Se logró alcanzarle luego
Y los siete le atacaron
Con encarnizado empeño!
¡Oh hidalguía castellana,
Buena la hiciste con ello!
¡Cayó el guanchinés atleta
De Buen día al golpe recio;
Y en el suelo las rodillas,
Y los brazos sobre el pecho,
Y su sangre generosa
Por las heridas vertiendo,
Rogó no le diesen muerte,
Que él se daba prisionero.
Y los que la cruz de Cristo
En Nivaria a alzar vinieron,
Y a propagar las verdades
Santas de los evangelios,
Donde el perdón canta un himno
De celestiales acentos,
Y a ceder por sus conquistas
Las conquistas del progreso,
Como viles asesinos
A Tinguaro muerte dieron!…
En la bondad de su causa
No fíen nunca los buenos,
Que suele alcanzar el triunfo
La fuerza contra el derecho!
LA SIRENA(44)*
Allá va la nave:
¿Quién sabe do va? ¡Ay! ¡Triste el que fía
Del viento y la mar!
Espronceda.
— ¿De modo que estás resuelto a ir a pescar también mañana?
— Sí; a la media noche quedó Leonardo en llamarme a fin de que, si la suerte nos ayuda, podamos estar de retorno a horas de yantar, cuando más tarde.
— ¿Y si yo te suplicara que no fueras? Mira, Juan, no te rías, pero no sé por qué tengo un susto tan grande con pensar en esa dichosa pesca, que no parece sino que el corazón me está aberruntando que te va a suceder algo malo.
— ¡Bah! Boberías tuyas, Concha ¿Qué cosa nueva podrá sucederme mañana que no me ha pasado en los años que llevo en el oficio? El mar, el bote y la gente son los mismos de otras veces; todos nos conocemos; y el tiempo está mejor que ayer y que esta madrugadita, que casi volcamos. Con que así no tengas aprensión ni me la hagas tener a mí, que no es cosa que por aprensiones falte yo a la palabra que tengo dada.
— No seré yo quien te quite la razón; ¿pero no tienes miedo a que el Santo te castigue al ver que, en vez de celebrar su día con los que te quieren, te empeñas en esos mares por la perra codicia de cuatro pejes? Y además yo recuerdo oír decir a mi abuelito, que en esas cosas era muy experimentado, que en la mañanita de San Juan nunca iba de pesca porque es cuando canta la Sirena; ¡y el que oye la voz de la Sirena no vuelve a ver su hogar!
Juan, entonces, al oír esto, se inmutó quedando pensativo. En su espíritu, un tanto supersticioso, hizo alguna mella el recuerdo del monstruo marino de voz de ángel e instintos de cocodrilo; aunque al mismo tiempo sintió en su alma vehementísimo deseo de embriagarse en las melodiosas canturías de aquella irresistible hada de los mares.
Ella, ensimismada con sus reflexiones e instintivos presentimientos, dejó vagar distraída mirada por la dilatada superficie del océano que a su frente se extendía.
Ambos permanecieron silenciosos.
El mar, en pleno flujo, invadía ya sus últimos dominios; las olas, meciéndose suavemente, parecían resoplidos de titán dormido; y en el límpido espejo de las aguas azules se miraban silenciosas las estrellas; las sombras de los altos y descarnados riscos trazaban sus fantásticas siluetas en la orilla, entrelazándose con las cintas de espuma que bordeaban la costa; y allá, por el lado opuesto, caprichosa cordillera de blancuzcas nubes, estrechando el horizonte, era como el embozo de la inmensa sábana del lecho de la noche. Brisa del norte, pura y fresca, llegaba a tierra lamiendo blandamente la caldeada arena de la playa; y en su transparente seno flotaban perezosamente esos mil vagos ruidos con que Naturaleza parece secretearse con su Creador.
De pronto un gran resplandor, seguido de alborozada algarabía, sorprendió a los amantes sacándoles de su abstracción. En no lejano soto lanzaba llamaradas una hoguera, formada de ramas secas, pajullos y juagarzos, que una turba de chicuelos cuidaba de fomentar acarreando combustibles desde los próximos matorrales, mientras que otros, más atrevidos, saltaban por sobre las elevadas llamas: unos salvándolas con extrema agilidad, aplaudida por los bulliciosos espectadores, y otros, chamuscándose los pies en medio de la rechifla y risotadas de los demás.
De las casas del lugar, repartidas, como tropas en guerrillas, a lo largo del camino, en las empinadas laderas y en medio de las huertas, comenzaron a asomarse los vecinos atraídos por la bullanga de los muchachos y los resplandores de la hoguera. Esta y los reflejos que se escapaban por las abiertas puertas, que brillaban como farolillos a lo lejos, presentaban, en conjunto, el aspecto de sencilla y rústica verbena.
— Es la fogalera de San Juan, dijo Concha tan pronto hubo mirado para el sitio en que aquella ardía. Todos celebran el día de tu Santo y tú en cambio…
— ¡Concepción! — gritó en aquel instante una voz de mujer desde una de las viviendas inmediatas; — a casa que ya es hora!
— ¡Voy, madre! — respondió la joven levantándose; y luego, apoyándose en los hombros de su amante:
— Adiós, Juan — le dijo con voz triste —. Ya sabes que no quiero que vayas esta noche al mar: y aunque hayas empeñado tu palabra, primero soy yo que nadie, si es verdad que me quieres como me has dicho.
Juan movió la cabeza sin pronunciar palabra, mohíno y contrariado.
En tanto el fulgor de la hoguera iba extinguiéndose paulatinamente. Del material que la había alimentado, convertido en brazas, surgía tal cual débil llama al ser removido por los chicos con la punta de los palos con que se habían ayudado en sus guanchinescos saltos; la bulla de los agijides y los vivas había cesado; pero en cambio, de cada una de las casas salía un grito o silbido, a manera de generala, llamando a la cena, que ya ahumaba en el rústico lebrillo sobre las mesas de las cocinas, a los que, con el calor de la lumbre de su fogalera, no se acordaban de calentar el horno de sus estómagos.
Obedeciendo al llamamiento, dispersáronse los muchachos en distintas direcciones y a poco todo quedó sumido en tranquilo silencio y en la oscuridad más completa.
— ¿Es decir —, añadió entonces Concha que había notado el movimiento de Juan — que te niegas a hacerme el gusto?
— No es que me niegue — replicó el mozo —; pero no debo permitir que Leonardo vaya solo después de haberle prometido que le daba compaña. Y ahora que me acuerdo — añadió bajando la voz —, tú tampoco has querido hacerme el gusto.
— Pues bien — dijo ella, ruborosa y trémula —; con tal que no vayas cumpliré lo ofrecido.
— ¡Ah! Exclamó Juan con salvaje alegría, pues anda y haré lo que quieras; pero ha de ser grande; sin despegarte en un buen rato, así como cuando chupabas las naranjas que te di aquel día.
— Pues estate quietito y no me abichornes mirándome de ese modo.
Y a seguidas con un movimiento rápido como para no tener tiempo de arrepentirse, roja cual las brazas que aún ardían en medio de las pavesas de la hoguera aquella, asustada de su misma respiración, rozó ligeramente con sus labios delgados, como hojas de rosa, los de Juan, ardientes y entreabiertos como acacia al recibir los primeros halagos del sol; y se separó súbitamente.
— ¡No, ese no es el trato! — gimió el pobre pescador tratando de asirla.
— ¡Concepcionilla! ¡Qué la cena se enfría!— volvió a gritar la vigilante madre; y a su voz huyó la joven más ligera que paloma que escapara de las garras del milano.
Juan permaneció un instante con la mirada fija en la casa de su novia; luego contempló las estrellas, calculó la hora y se alejó llena el alma de tristezas y desconsuelo.
* * *
Concha, tras dar muchas vueltas y revueltas en el lecho, y tras no pocos suspiros y sollozos, pudo, por último, dormirse.
Los pensamientos bajo cuya influencia se durmiera, juntamente con la inquietud de ánimo que la embargaba, se tradujeron, bien pronto, en fantásticas visiones que se reflejaban, con los colores de la realidad, en el mágico cristal de los ensueños.
En medio del océano, estaba viendo un pequeño esquife tripulado por dos hombres que arrojando las largas cañas de pescar, empuñaron los remos para defenderse de las sacudidas de las turbulentas olas que amenazaban echar a pique la débil embarcación que tan pronto parecía navegar sobre un piélago de nubes, como sepultada bajo gigantes montañas de agua coronadas con la nieve de sus espumas. Fiera y desesperada era la lucha entablada entre aquellos dos hombres y los rudos elementos que se habían desencadenado con ímpetu terrible. Luego, cuando el peligro era más inminente, surgió de los profundos antros del océano, dominando el fragor de la tempestad, una voz dulcísima, celestial, llena de rítmicas cadencias y angélicas armonías de atracción irresistible, seductor canto que embelesaba, transportando el espíritu, en sus vibrantes alas, a ignoradas regiones de dichas inefables.
Los pescadores, absortos y subyugados por jamás sentidas emociones, soltaron los remos sin cuidarse de los riesgos que corrían, y reflejando en sus rostros venturas infinitas, quedaron en estática contemplación, como si ante ellos se abrieran nuevos horizontes de indefinibles mundos. Después, y como por encanto, serenáronse las aguas, meciendo en su seno, con vaivenes de cuna inmensa, las nubes y los astros; y sobre la rizada superficie del Atlántico, sembrada de reflejos a manera de manto cuajado de topacios y diamantes, apareció mágicamente extraordinario ser, tan hermoso como no podría crearlo la más soñadora fantasía.
Era tal aparición escultural busto de mujer fascinadora que flotaba en las aguas teniendo por pedestal larga cola de pez de nacaradas escamas, matizadas de brillantes colores que despedían regueros de luz; la abundosa y crespa cabellera que tendida llevaba sobre la alabastrina espalda, era ígneo haz de rayos de sol; sus ojos, negros y soñadores, tenían el brillo y limpieza de la superficie del mar, y como ella, parecían ocultar la oscura profundidad de los abismos, mientras que sus labios, formados por provocativa sarta de sonoros besos tras la que se descubría otra de perlas, engarzadas en primorosos corales, ¡eran como las puertas del encantado edén de las armonías!
Con la boca sonriente y los ojos medio ocultos a la sombra de las tendidas pestañas que semejaban vaporoso fleco del manto de la noche; la faz ruborosa y los brazos caídos con languideces y desmayos de virgen que se entrega a soñados amores, la sorprendente aparición se dirigió, con ligereza de céfiro, al bote; exhaló en inimitables trinos, apasionadas quejas y tendió, anhelante, los brazos a uno de los pescadores que, poseído de vértigo arrobador, se lanzó a ellos: sonó un beso frenético, ávido, sediento, infinito… y la misteriosa ondina se hundió súbitamente bajo las plateadas ondas. ¡Llevaba un corazón en la boca!
En aquel mismo instante surgía por el oriente, envuelta en su túnica de arreboles, la espléndida aurora, cantando, como madrugador ruiseñor, el himno del día que inundó de notas de luz y de esperanza la inmensidad de los cielos y la tierra!
Por los intersticios del tejado de la alcoba de Concha penetraba el aire con silbidos de serpiente; las desvencijadas maderas de la vieja ventana crujían con estrépito; y el monótono rugido del mar retumbaba sordo y amenazador.
La joven despertó; recordó su sueño y creyó ver en él una revelación y arrojándose del lecho corrió a la playa con el corazón oprimido por abrumadora angustia.
El flujo comenzaba de nuevo con ímpetu violento; los chingotazos(45) de las rompientes olas llegaban ya a la altura que en breve cubrirían las aguas; aquellas venían a la costa con desbordamientos de montañas de hielo que se derritiesen y retrocedían, arrastrando ruidosas su lecho de piedras, con furias y mugidos de torrente.
Concha, en pie sobre elevadas peñas escudriñaba, con pertinaz fijeza, la extensión del océano iluminada ya con el fulgor del naciente crepúsculo, sin cuidarse de que las olas, en sus incesantes idas y venidas, la salpicaban. De pronto vio llegar una, grande, muy grande, arrolladora; lo cubrió todo, sin romperse, bajas y arrecifes; salvó la granítica valla de la orilla y se estrelló a las plantas de la joven. Al retirarse dejó un cadáver entre las rocas.
Al verlo, exhaló Concha un grito de horror, se acercó a él llena de espanto; lo miró delirante y abrazándolo con desesperado frenesí, quedó sin sentido.
Había conocido a Juan…
El mar subía siempre, subía arrojando implacable olas y más olas sobre la costa. Y vino una, la mayor de todas, gigantesca, como si para formarla se hubiesen agrupado las aguas todas dejando tras ella, al descubierto, desnudos, los misteriosos senos de los mares; lo inundó todo, bajas y arrecifes, saltó como avalancha o inmensa catarata el fuerte dique de rocas y peñascos; salvó la valla humana, que aquellos inertes seres le oponían; se balanceó un instante con poderosos movimientos de mundos en el espacio y se deshizo con sacudidas de terremoto y estruendos de cataclismo. Al retroceder, con precipitada huida de caudaloso río, arrastró, envueltos en sudario de espumas, ¡los cuerpos de los dos amantes!…
Los pocos pescadores que aquella noche se habían arriesgado a lanzarse al mar, cuando, aprovechando la marea alta pudieron saltar a tierra, referían asustados que habían visto a la Sirena arrastrando a los profundos abismos, en que tiene su guarida, el cadáver de un marino.
AMISTAD FRUSTRADA(46)*
El señor Juan de Dios estaba casi decidido a echar una cana al aire, yendo a la fiesta de su pueblo natal, cuando…
Para treinta años iba que había abandonado a aquel lugarucho, pues por su cuenta ya él andaba entrando en los cuarenta y nueve y se había embarcado para La Habana (no porque pasara necesidades, que en su casa, a Dios gracias, había que comer), antes que lo cogieran para quinto, porque le tenía mucha aquella a aquello del servicio. Y miren ustedes lo que son las cosas. Tan pronto llegó a Cuba lo primerito que hizo fue apuntarse de voluntario en la milicia.
Después de más de veinte años de residencia en la hermosa y fértil Antilla, cuya pérdida no llorará bastante España aunque derramara más chorros de lágrimas que gotas de sangre española allí se han vertido, se vino para islas, estableciéndose, con sus ahorros, en la capital; y en los diez años y pico que llevaba en el comercio, como él enfáticamente designaba su figón, no se había dado el caso de que abandonara un solo momento el mostrador ni siquiera para ir a misa, a pesar de ser tan buen cristiano que no pasaba noche que no se persignara devotamente antes de entregarse al sueño. No tenía más expansiones que las que le proporcionaban sus recuerdos ultramarinos. Cuando en el cuartucho inmediato a la tiendecilla no quedaban más que los cotidianos feligreses largándose unos jormazos, El indiano que por este nombre era conocido, les refería sus aventuras cubanas que aquellos escuchaban con tanta boca abierta; y a veces en su entusiasmo cantaba el punto de la Habana y aquello de “Cuba es un jardín de flores”, que él decía que era la copla más verdadera que se cantaba en el mundo.
Y a pesar de la monotonía de la vida que llevaba el señor Juan de Dios, se creía un hombre verdaderamente feliz. Al tercer canto del gallo que en el patio tenía, dejaba el lecho; abría, restregándose los ojos, la única puerta del cuchitril y se lavaba las manos al tener que fregar la copa en que servía la mañana al primero de los madrugadores cambulloneros que allí acudían; y atento siempre a las operaciones de la venta, se pasaba el día tras el mostrador semejando un patrón de barco inglés, con su rostro colorado y mofletudos carrillos, su corpulenta estatura y sus largas patillas caídas a lo largo de las mejillas, sin sombra de bigote y desnudas también de pelos la barba y sus contornos.
Un día, en que el despacho era más deseado que efectivo, se hallaba El indiano tranquilamente fumando en la puerta, cuando entró en el solitario chinchal un hombre con facha de ricachón de pueblo, con ánimo, según expresara, de echar un taco. Sirvióselo el señor Juan y como el forastero le instara repetidas veces a que hiciera boca para un trago, hízolo así nuestro hombre que gustaba de no desairar a nadie. Tras las libaciones se entabló franca y cordial plática por la que ambos vinieron en conocimiento de que eran del mismo lugar.
La alegría del señor Juan no tuvo entonces límites.
En animada charla comenzó a recordar personas y cosas del pueblo en que naciera. Las preguntas se sucedían precipitadamente, sin dar tiempo a las respuestas. En un instante reprodujo la feliz memoria del señor Juan de Dios el patrón de vecinos de treinta años atrás y recorrió su imaginación los sitios todos, caminos y veredas, casas y pajares de que se componía su pueblo, desde el alto lomo en que se asentaba la Iglesia hasta el más apartado rincón. Las muecas de disgusto, satisfacción o sorpresa con que adornaba su conversación, según la impresión que le producían las informaciones que a sus múltiples preguntas daba su paisano, no son para descriptas. Tan pronto se enteraba que un amigo había muerto, como que a Fulanito, que él conoció un pobrete le había soplado de tal modo la fortuna que ya encerraba sus veinticinco pipas de mosto; o que Josefillo el de la tía Inés la hilandera, con quién él tanto jugó, cuando eran monigotes, estaba nada menos, que de Secretario del Ayuntamiento.
Entonces fue cuando el señor Juan se echó en cara su desidia e indiferencia al dejar transcurrir tan largo espacio de tiempo sin ir a visitar a su pueblo, donde aún tenía tan buenos amigos.
Sin ir más lejos ―exclamaba en sus lamentaciones― a V. mismo estaba yo obligado a visitar, que tan inseparables camaradas fuimos (ya se habían reconocido por tales aunque solo se habían enterado mutuamente de los nombres a secas); y a D. Fidel que era Concejal cuando a mi me correspondía ser alistado y él mismo me aconsejó que me fugara para las Américas.
―Pues amigo, D. Juan ―respondió el otro, dándole el tratamiento de don que todo indiano se gana con la mera circunstancia de serlo― nunca en mejor ocasión para ello. El próximo domingo se celebra nuestra fiesta y allí tiene V. su casa y un amigo para lo que guste mandar. Atienda a que es con voluntad el ofrecimiento. Nada, nada ―añadió viendo que el señor Juan trataba de hacer objeciones a sus palabras―, el sábado lo espero, y si falta rompemos las amistades.
El hombre rascóse las orejas, sin querer comprometerse definitivamente a aceptar tan espontáneo ofrecimiento. En sus cálculos no encajaba bien tener su comercio cerrado dos días, o quizás tres, porque se exponía a perder sus parroquianos; y por otro lado, no las tenía todas consigo al pensar en ciertas calaveradas (por supuesto, cosas de muchachos) que había hecho en sus años juveniles. Pero, ¿quién iba a acordarse de eso?
En fin, después de un buen rato de vacilación, que hizo más largo, ofreciendo a su compañero una nueva convidada, se decidió.
―Pues amigo ―dijo, después de llenar los vasos y apoderándose de uno― estoy dispuesto a echar esa cana al aire. El domingo me tendrá V. en su casa.
―Así me gusta; choque V. y hasta el sábado que es cuando lo esperaré y no el domingo. A la salud ―añadió apurando la jimaga.
Y luego, tendiendo la mano en son de despedida, exclamó:
―¡Ah! se me olvidaba. Un servidor de V., Máximo Gallardo.
―Lo soy de V., D. Máximo: Juan de Dios Perrengue, el hijo del Correísta.
Al oír este nombre se quedó D. Máximo estupefacto; luego dirigiéndose a la puerta, más que de prisa, gritó al sorprendido ventero:
―¡Con que eras tú! ¡Vete al pueblo para que las apruebes! Todavía se te nombra como modelo de baladrones y sinvergüenzas!
Y salió precipitadamente arrollándose la caída faja que se le iba enredando en las piernas, y murmurando:
―¡Y parecía una persona honrada!
HABLILLAS (47)*
¡Qué semblante triste,
Qué frente abatida
Llevaba Juanillo
Hoy, de mañanita,
Yendo con sus cabras
Por la serventía
Que conduce al prado
Donde aquellas pacen toditos los días!
Él, que siempre alegre
Con sus cabras iba
Y que por las tardes
Cantando venía,
Cuando por mi vera
Cruzó, en sus mejillas
Brillaban dos gotas
Como las que sobre la yerba lucían.
— ¿Qué tienes — le dije —,
Qué pena maldita
Llevas, cuando todos
Hoy se regocijan?
— No a todos, me dijo,
La Virgen da dichas;
Desengaños matan…
¡Y voy desengaños recogiendo a prisa!
¡Cómo daba angustia
Ver la comitiva
Que vi esta mañana
Por la serventía!
Con andar tardío,
A Juan precedían
Las cabras y el perro,
Todos, las miradas en el suelo fijas.
Y allá, por el lomo
Donde está la ermita,
Bullía la gente
De fiesta vestida;
Y en el hondo valle,
Repetir se oía
Los ecos lejanos
De alegres campanas y dulces cantigas.
El mismo contraste
De toda la vida
En aquel momento
Se ofreció a mi vista:
¡El dolor abajo,
El placer arriba!
La antítesis siempre:
¡Lágrimas en bodas y en los duelos risas!
Lancé una mirada
Por donde Juan iba
Y oí de las cabras
Sonar las esquilas;
Me volví hacia el cerro
En que está la ermita,
Y vi mucha gente
Moviendo los brazos como el que repica.
Que allí las campanas
Sin cesar se agitan
Y a la muchedumbre
A danzar convida;
Y en tanto el tañido
De aquellas esquilas,
Parecióme el toque
Que va pregonando que un ser agoniza.
La historia, primero
No fue más que hablillas,
Luego sin embozos
Asaz repetida,
Como un hecho cierto
Todos lo sabían,
Y fue huracán pronto
Lo que se juzgara pasajera brisa.
Como se contaba,
Verdad o mentira,
Juan también lo supo:
¡Carmen le vendía!
Cuando a sus oídos
Llegó la noticia,
En ella pensaba
Con los embelesos que se piensa en dichas.
Cual si le arrancasen
Del alma las fibras,
Quedó el triste mozo
Sin pensar ni vida,
Ni un eco en el pecho,
Sin luz las pupilas,
Como una guitarra
Con todas las cuerdas de golpe partidas.
Mas, ¿quién vio el primero
La traición maldita?
Si no la vio nadie
Todos lo decían;
Lo que ya se sabe
Verlo no precisa:
¡También la calumnia
Fácil lengua tiene y a ciegas camina!
Y por eso el pobre
Pastorcillo iba
Triste y cabizbajo
Por la serventía.
¡Qué importa que el hecho
Fuera sólo hablillas,
Si verdad resultan
Los dichos muy dichos aún siendo mentiras!
Al caer la tarde,
Cuando la campiña
Con manto de sombras
Su verdor cubría;
Y el sol la faz roja
En dos dividida
Por el horizonte,
A un tiempo en dos mundos su luz difundía;
Mientras que en el lomo
Donde está la ermita,
Con loca algazara
La gente bullía,
Ansiosa contando
Minutos por dichas,
Antes que la noche
A ahuyentar viniera tantas alegrías;
Allá, solitaria
Rústica casita,
Envuelta en tristezas
Se hallaba sumida,
Como si las penas
Todas reunidas,
De todos huyendo
Hubieran querido darse en ella cita.
En la vieja puerta
Que un parral tapiza,
Esperaba Carmen
Oír las esquilas
Que todas las tardes
A anunciar venían
Que su sol llegaba
Mientras que a otros mundos el otro sol iba.
Inútil espera,
Ya Juan no vendría;
La traidora duda
Halló en él guarida;
Y la duda, siempre,
Como escarcha impía
De las ilusiones
Las más puras flores temprano marchita…
Y ella era inocente
¡Dios bien lo sabía!
Por más que culpable
Todos la imaginan;
Que siempre en el mundo
Fue cosa sabida
Que verdad parecen
¡Los dichos muy dichos, aun siendo mentiras!
Laguna
LA MAYOR DE LAS GRANDEZAS
(INÉDITAS)(48)
Con ser tan pequeño el hombre,
No hay grandeza que le iguale
Ni de Dios abajo nunca
Podrá haber nada más grande.
El espacio es infinito,
En él muchos mundos caben,
Y en la eternidad del tiempo
Se suceden las edades,
Sin que su fin y principio
Pueda conocerlos nadie;
Mas, el hombre en su ser lleva,
Como el espacio, a millares,
Los mundos del sentimiento,
Aun más que el tiempo eternales;
Y el alma, ese sol fecundo
De infinitas claridades,
A cuyo calor germinan
Las ideas inmortales,
Esparce el bien sus perfumes
Y el amor brota a raudales.
Y mientras el Universo,
Sumiso a leyes constantes,
Sigue impasible el camino
Que Dios quiso señalarle,
Como un reloj que las horas
Va marcando inalterable
Del hombre en el noble pecho,
El corazón también late,
Con sus latidos contando
De la vida los instantes
De la que es el Dios supremo
Porque lo es todo y es parte.
¡Incomprensible parece
Que haya podido crearse
De una cosa tan pequeña
Un soberano tan grande!
Si nunca hubiese surgido
Naturaleza triunfante
Sobre las espesas sombras
Del caos impenetrable,
Con el corazón humano
Fuera, existiendo, bastante
Para cuanto malo y bueno
Tiene el mundo adivinarse.
Cuando en él las esperanzas
Primeras, risueñas nacen,
Cual si sonara parece
En el abismo insondable,
Llenando su oscuro seno,
¡El fiat lux fecundante!
Tiene también una aurora
De ilusiones virginales,
Una mañana de gozos,
De recuerdo una tarde,
Un crepúsculo de dudas
¡Y una noche de pesares!
En el mar de la existencia
Es bajel, siempre flotante:
Ya con brisa de ilusiones
Va deslizándose suave,
Ya lo impulsan rudamente
De engaños las tempestades.
Encontrados sentimientos
En el corazón combaten:
Los más torpes apetitos
Y los nobles ideales;
Las virtudes sacrosantas
Y los vicios detestables;
Entusiasmos generosos
Junto a egoísmos infames,
Como si en todo rigiese
Las leyes de los contrastes:
¡Cataclismos en el suelo
Cuando hay quietud en los aires!
Mas, por sobre las pasiones
Que en oleadas lo invaden,
Flota noble y majestuoso
Un sentimiento tan grande
Que concebirse no puede
Cómo en el corazón cabe:
La Caridad, pura esencia
Del amor, la eterna madre
Que su ternura y consuelo
Por el universo esparce;
¡Un rayo de la aureola
De Dios que en el pecho arde!
Por eso nada en el mundo
Hay como el hombre tan grande,
Pues un corazón posee
Y en él la caridad cabe.
MISERRIMI(49)
Las disonantes cuerdas de mi lira
Traigo cubiertas por crespón de luto;
Sólo la musa del dolor me inspira
Y al pulsarla, al dolor rindo tributo.
Pues sarcasmo cruel, vil egoísmo
Fuera entonar un canto a los placeres,
Mientras se escucha en nuestro suelo mismo
Gemir con hambre y sed a tantos seres!
Hijos de esta región, hermanos nuestros,
Por horrible destino perseguidos,
Para el duro trabajo siendo diestros,
En forzosa inacción se hallan sumidos.
En vano esperan de la madre tierra
El cotidiano pan, fuente de vida,
Que en su agostado seno nada encierra
Y parece una muerta allí tendida!
Los campos convertidos en eriales
Niegan a la existencia sus ayudas,
Y los huecos que fueron manantiales
Son hoy sepulcros de las aves mudas.
Y hasta el cielo mostrándose inclemente,
No ha querido un rocío allí verter,
Y si de sed no ha muerto ya la gente
Es porque aún tienen llanto que beber!…
Feliz el que mirar puede sus prados
Cubiertos de verdor y de fragancia,
Con el pródigo fruto engalanados,
Cual bella alegoría de abundancia;
—Y percibir las dulces, graves notas,
Que va trinando al deslizarse el río
Por los campos que esmalta con sus gotas
Que el sol convierte en perlas de rocío.
Que así podrá con alma humanitaria
Compartir con el triste el bien logrado,
Para probar que en la región canaria
No muere de hambre nunca el desgraciado.
Laguna, 1901
CANTARES(50)
Compasión tengo a esa rosa
Que llevas sobre tu pecho…
¡Ayer crecía entre espinas
Y hoy se marchita en el hielo!
Es mentira que los ojos
De las almas son espejos,
Que el alma tuya es muy negra
Y tus ojos son muy bellos.
¡Cuántas cositas ocultas
Guardo para ti en el alma!…
¡Qué abnegación no decirlas,
Y qué locuras contarlas!
A LA GENIAL ARTISTA
ESTRELLA LÓPEZ(51)
Tu nombre bien se concibe;
Que Estrella deben llamarte
Los que ven que luz recibe
De ti el arte, que en ti vive
Como tu vida es el arte.
¡Cómo se aprende a sentir
En las bellas creaciones
Que tu genio hace surgir,
Y qué modo de latir,
Al verte, los corazones!
Henchido debes llevar
El pecho de melodías;
Y al cantar nuestras folías,
¡Cómo sabes conquistar
Aplausos y simpatías!
Tu belleza el alma encanta;
Y los más rudos dolores
Del pecho tu voz espanta;
Que parece tu garganta
Un nido de ruiseñores…
Mas, de partir llegó el día,
Y al no tenerte delante
Va a creer la fantasía
Que eres como estrella errante
Que cruza el mundo sin guía.
Por el arte, que es tu anhelo,
Te lleva en su raudo vuelo
Tu inspiración que en él arde,
Cual lucero de la tarde
En la inmensidad del cielo.
Pronto el destino falaz
De tu presencia nos priva,
Y al dejar de ver tu faz
He de pensar, bella diva,
Que eres Estrella fugaz.
Pero abrigo la ilusión
De que en tu memoria rija
Esta noble población;
Y serás Estrella fija
Para nuestro corazón.
Laguna 2 de enero de 1903
EL CASINO “EL PORVENIR”
(EN SU ANIVERSARIO)(52)
Siento grata complacencia
Al ver que hoy viene a probar
Tan selecta concurrencia,
Que aún no está en la decadencia
Este centro popular.
Que a su suerte nadie extraño
Será en esta población
En que recreo e instrucción
Nos ha dado año tras año
Cumpliendo noble misión.
Aquí en noches como esta
De tan agradable fiesta,
¿Quién no ha logrado sentir,
Al compás de alegre orquesta,
De gozo el pecho latir?
¡Cuántos, hoy mismo, a esperar
No habrán venido anhelantes
Nuevas dichas que gozar,
Y cuántos a recordar
Los ya gozados instantes!
Muy bienhechora influencia
Ejerció en nuestro destino
Tan simpático casino:
Él aquí con su existencia
¡Del progreso abrió el camino!
Tras generoso ideal,
Fue pronto anchurosa escena
Donde a la vida social
Surgió, de entusiasmo llena,
La juventud liberal.
De aquel pasado esplendor
Brillan hoy nuevos reflejos,
Y presiento con fervor
Que de aquellos tiempos viejos
Será el nuestro imitador.
Vuelva pues “El Porvenir”
Por su historia y por sus fueros,
Y sigamos los senderos
Que en él supieron seguir
Los Pintos y los Marreros.
Y sepa si puede haber
Quien tenga bastante audacia
Para su muerte querer,
Que a esta casa le da el ser
¡El sol de la democracia!
Febrero 2 de 1902 [sic]
MIS ESTACIONES(53)
Primaveral mañana me parece,
Cuando ríes, tu rostro encantador,
Porque es tu risa aurora de esperanzas
Que disipa las nubes del dolor.
Como tarde de otoño, cuando lloras,
Tiene tu rostro dulce vaguedad,
Que es tu llanto del árbol de la dicha
Hoja que rueda al soplo del pesar.
Tu amorosa mirada el alma enciende
En el fugaz verano del placer,
Y a su calor, cual fruto sazonado,
Hínchase el corazón lleno de fe.
Cielo en noche de invierno es tu semblante
Si siente de la ira el frenesí,
Y entonces son tus ojos como estrellas
Que se ven tras las nubes relucir.
La primavera de tu rostro hermoso
Las flores de mi amor hizo brotar
Y sus corolas fúlgidas se abrieron
De aquel estío al beso virginal.
Pero el otoño con sus pardas nieblas
En dudas y tristezas me envolvió,
Y tu invierno de fríos desengaños
Dejó estéril el campo de mi amor!
Febrero de 1903
POSTALES(54)
1ª.
(Representa una samaritana)
A la Srta. C. M.
Del pozo del amor viene
Su cántaro de llenar,
Mas, por mucho que lo llene,
La sed de amores que tiene
Mi alma, no ha de saciar.
Que al fuego de tu mirada
Soy como arena luciente
Que, por el mar inundada,
No se ve que fue mojada
Si el sol la mira esplendente.
2ª.
(Representa La Noche)
A la Srta. E. S. P.
Quisiera a tu lado estar
Cuando el sol sus rayos rojos
Apaga en el hondo mar,
Pues creeré al ver tus ojos
Que el día no ha de acabar.
Pero cuando el sol naciente
El horizonte ilumina,
Si me encuentro de ti ausente
He de pensar, buen creyente,
Que la noche no termina.
¿QUI OUVRE?(55)
¿Quién abre, dices? Tu anhelo
Es pueril con evidencia:
Ni un ángel tendría recelo
De abrir para tu inocencia
Las mismas puertas del cielo!
De mis versos mensajera
Irá esta tarjeta a dar
En tus manos, sin pensar
En la suerte que la espera
Se la llegas a mirar.
Pues cual ciega mariposa
Que a la luz se arroja a arder,
De que la leas ansiosa,
En tu mirada irradiosa
Va inocente a perecer.
Laguna
EL CASTILLO DE
SAN CRISTÓBAL(56)
Como constante amenaza
Para el que llegue a intentar
Esta región asaltar,
Se alza un castillo en Añaza
Ante las olas del mar.
De construcción bien sencillo,
No lo circunda ancho foso,
Ni tiene fuerte rastrillo
Que dé aspecto poderoso
A tan valiente castillo.
Pero activo vigilante,
Explora con mudo afán
El mar que tiene delante,
Y al ver peligro, arrogante,
De espía se hace guardián.
Y en sus sólidas murallas
Siempre halló todo invasor
Las más formidables vallas
Donde, tras rudas batallas,
Ve estrellarse su valor.
De patrióticas escenas
De la tinerfeña historia,
Se leen en sus almenas
Páginas de inmortal gloria;
¡Y están de páginas llenas!
Nunca al pie de sus ventanas
Llegó errante trovador
Cantando a las castellanas
Las historietas de amor
Que aprendió en tierras lejanas.
Mas, cuando extrañas naciones
Pretenden en él su planta
Poner e izar sus pendones,
Épicos poemas canta
¡Con la voz de sus cañones!
Y la salvaje armonía
De ese cántico guerrero
Responder supo a la impía
Saña con que el extranjero
Esclavizarnos quería.
Que hubo siempre poderosos
Que robarnos este suelo
Han querido, codiciosos,
De nuestros predios hermosos
Y de nuestro claro cielo.
Mas, no ha existido caudillo
Que traspase las riberas
Que custodia el fiel castillo:
Cerrado encuentra el rastrillo
¡Pero abiertas las troneras!
Y cuando Blake imprudente
Nueva corona de gloria
Buscó aquí para su frente,
Vio que la canaria gente
Morir quiere o la victoria.
Y en esa ruda ocasión
Pudieron las nivarinas
Con sublime indignación,
Probar que no es Aragón
Quien tiene sólo Agustinas.
De aquella recia jornada
Creo, cual recuerdo vivo,
Ver brillar en la explanada
Del castillo, la mirada
De doña Hipólita Sibo.
Nelson, el Goliat del mar,
También, confiando en su estrella
En esta tierra sin par
Quiso su soberbia huella
De conquistador dejar.
Pero en la misma ocasión
Que extendió el potente brazo
Para tomar posesión
De esta canaria región,
Se lo cercenó un balazo.
Y así consiguió aprender
El valeroso caudillo,
Cómo sabe mantener,
Cumpliendo noble deber,
Su independencia un castillo.
Julio 27, 1904
EN LA PLAYA
CANTARES(57)
En vano pido a las olas
Que me digan lo que piensas,
Y las olas compasivas,
Callan por ahorrarme penas.
Como dos playas opuestas
Nuestros corazones son;
Mientras en ti está en reflujo,
En flujo está en mí el amor.
Tienen con el mar tus ojos
Muy extraño parecido:
Aunque parezcan serenos
En su fondo está el abismo.
Las olas que a mis pies llegan
Tus promesas traer deben;
Verlo he podido en lo pronto
Que en espuma se convierten.
Por ver si saladas eran
De la mar probé las aguas;
Su sabor encontré dulce:
¡Y es que en ellas te bañabas!
Después que sé que te ha visto
Tengo al mar horrible miedo,
Por que es el mar muy celoso
Y sabe que yo te quiero.
Nuestros amores son niña
Como las olas del mar;
Mi amor es ola que viene,
Ola el tuyo que se va.
Punta del Hidalgo, 30-9-1904
PUESTA DE SOL(58)*
Cuando contemplar te miro
Con místico arrobamiento
El sorprendente momento
En que va a ocultarse el sol,
Leer quisiera en tus ojos,
Soles del alma, irradiosos,
Los secretos misteriosos
Que guarda tu corazón.
En quién o qué es lo que piensas
En adivinar me abismo
Hasta al punto que yo mismo
Si pensando estoy no sé;
Que absorto al mirarte, entonces
Ni un pensamiento tendría
De no ser mi fantasía
De la tuya espejo fiel.
Pero, no obstante, imagino
Que cuando el sol a otro mundo
Marcha a iluminar fecundo,
Tristezas te hace sentir,
Y que en silencio le ruegas
Que lleve, en sus raudos giros,
Los soledosos suspiros
De tu pecho juvenil.
El sol más que tú dichoso
Sigue siempre su carrera
Yendo de esfera en esfera
Su brillante luz a dar;
Mas, al verlo partir, creo
Que toma sus rayos rojos
De la lumbre de tus ojos
Y al cielo a llevarlos va.
Mas piensa, como yo pienso,
Que del sol la despedida
Significa de la vida
La fugaz terminación;
Pues él, que es rey del espacio,
Cuando al Occidente llega,
Es como el hombre que entrega
Su postrer aliento a Dios.
Nace y el orbe recorre
Esplendente paso a paso,
Sabiendo que tiene ocaso
Como ha tenido zenit;
Y así su vida es un día,
Porque al nacer como aurora,
Ya está marcando la hora
De cómo noche morir.
Por sus últimos reflejos
Iluminadas las nubes,
Como nidos de querubes
Me las llego a imaginar,
Por donde alegres se asoman,
Y de los seres queridos
Los recuerdos bendecidos
En besos de luz nos dan.
Y viendo que el mar y el cielo,
En irisados colores,
Recogen los resplandores
Con que los inunda el sol,
Que son almas me parece
Que ávidas abren las alas
Para vestirse las galas
De momentánea ilusión.
Pronto los varios matices
Con que el horizonte baña
Negra obscuridad empaña
Y del sol cubre la faz,
Como pronto la esperanza
Que al espíritu ilumina,
Con tristes sombras declina
En la noche del pesar…
Estar a tu lado ansío
En el supremo momento
Que exhale el último aliento
Mi angustiado corazón;
Para que al mirar tus ojos,
Dándote mi despedida,
Pueda decir que en mi vida
Se puso jamás el sol.
La Laguna, octubre de 1904
EN LA VELADA DEL DOMINGO
A LOS ORGANIZADORES DEL ATENEO DE LA LAGUNA(59)
No será obra de romanos
Ni es empresa de gigantes
La que traéis entre manos
Y que nos mostráis ufanos
En estos mismos instantes.
Mas no es cosa baladí,
Tampoco, por lo que veo,
El patriótico deseo
Que tenéis de crear aquí
Un instructivo Ateneo.
Que así, de esta población,
Que fue de cultura templo
En la canaria región,
Despertáis con vuestro ejemplo
La gloriosa tradición.
No pocas dificultades
Os estorbarán el paso:
De vuestro nacer, acaso
Las fúlgidas claridades
Alumbrarán vuestro ocaso!
Tal vez en la lucha ruda
Que a librar vais por la ciencia,
Sólo vendrá en vuestra ayuda,
Como siempre helada y muda,
La estúpida indiferencia!…
Nos recuerda vuestro intento
La cucaña en que trepar
Quisieron, con ardimiento,
Tres hombres, para probar
Cada cual su mucho aliento.
Le tocó a un francés subir
Y cuando a lo alto llegó,
A muchos franceses vio
Frenéticos aplaudir
La hazaña que él realizó.
Le siguió en turno un inglés,
Y no pudiendo llegar
Adonde llegó el francés,
Le comenzaron a aupar
Sus paisanos por los pies.
Vino un español: con maña
De grasa el palo limpió
Para subir la cucaña,
Y cuando trepar le vio
Le echó al suelo otro de España…
De vuestro plan imagino
Que es arremedo genuino
De la cucaña del cuento:
Si hay quien os abra el camino,
Para cerrarlo habrá ciento!
Pero subid con tesón
Hasta el fin de la cucaña;
Que arriba, de gente extraña
Podréis ver la admiración,
Sin que os tumben los de España.
Con entusiasmo creciente
Haced que el indiferente
Brío tal pueda aplaudir,
Al menos, ya que indolente
A auparos no ha de venir.
Luchad siempre con valor
Por el triunfo conquistar
En lid que da tanto honor,
Porque tras el vencedor
Nadie se niega a marchar.
Laguna, enero 22 de 1905
LA PRIMERA SALIDA
DE DON QUIJOTE(60)
Tras soñadas aventuras,
Pues ansias de gloria siente,
Por las manchegas llanuras
Va a enderezar a la gente
Y a remediar desventuras.
Como para tal campaña
Flaco rocín le acompaña
Y armas formadas de orín,
Loco le juzgan al fin,
Y este loco es toda España.
NUESTRA BANDERA(61)
Aunque miles desventuras
Sobre nuestra España lluevan
Y de llanto sean los mares
Que circundan sus riberas,
No debemos los canarios
Exhalar nunca una queja;
Pues jamás culpables fuimos
De las desdichas acerbas
Que pesan sobre la patria
De legendarias proezas.
Y si llorar nunca tuvo
Culpas propias esta tierra,
No es extraño que tranquilos
Juzguemos faltas ajenas.
Por más que ríos de lodo
Inunden toda la Iberia
Cubriendo a sus nobles hijos
De ignominia y de vergüenza,
Podremos los nivarinos
Presentar siempre serena
La nunca humillada frente,
La inmaculada conciencia.
Cuando traidores osados
A granel discordias siembran
En el suelo que dio siempre
La lealtad por cosecha;
Cuando en infame consorcio
Con naciones extranjeras
Nuestros gloriosos pendones
De su misma sangre llenan,
En los baluartes canarios
Con viril orgullo ondean,
Pregonando al mundo entero
Nuestra lealtad suprema,
Nuestra condición honrada,
Nuestra indomable fiereza.
Y cuando muchos existen
Que la española bandera
Han querido que vencida
Baje de nuestras almenas,
Nosotros, raro contraste
De lealtad y de mengua,
Guardamos, llenos de orgullo,
De valor palpable muestra:
Las banderas conquistadas
A bravas huestes inglesas.
Siempre brillando en lo alto
Las españolas banderas,
Sin que nadie haya podido
Arrancarlas de estas peñas.
Aquí están siempre mostrando
A las codicias ajenas
Que tan solo a España cupo
Izar su gloriosa enseña
En la región que ama tanto
Su honor y su independencia
Que, para estar siempre sola,
Rechazando toda mezcla,
Que tenga Dios no ha querido
Más que el mar como fronteras.
¿Mas será siempre invencible
Aquí la española enseña?
Tal vez no; mas lo sería
Cuando sus colores sean
Del honor y poderío
Cabal y genuino emblema,
Oro siendo el amarillo
Y el encarnado, vergüenza!
Julio 26 de 1905
DOS MADRES(62)
Dos madres dicen que tiene
El hombre desde que nace:
La tierra que vio primero
Y la mujer que le pare.
Dos madres tiene, no hay duda,
Con quienes su amor reparte
Y que para bien amarlas
La existencia no es bastante.
Una y otra a nuestros ojos
Aparecen siempre grandes
Y orladas con los prestigios
De los dioses tutelares,
Por muy pequeñas que sean,
Aunque abatidas se hallen;
Y el mundo de sentimientos
Que en nuestro corazón late,
A su influencia ha brotado
Y a su culto forma altares
Con ofrendas de cariño,
Con incienso de ideales.
¡Tan sólo en el pecho humano
Que a los buenos siempre se abre,
Los dos supremos amores
De la vida, juntos caben!
A Dios, átomo invisible
O lo infinito impalpable,
Nunca el hombre ha pretendido
Con su mirada abarcarle,
Que el sentirlo en su conciencia
Ya bien puede ver que es grande.
Una patria me dio el cielo
Al tiempo de madre darme,
Pequeñas las dos, modestas,
Mas siento siempre llenarse
Con sus nombres mi memoria,
De su culto, el pecho amante.
Los más nobles sacrificios
Las dos merecen iguales,
Que a la madre se da el alma,
Se da a la patria la sangre.
¡Qué gran bien es para el hombre
Tener siempre esas dos madres;
Una dándole la vida
De la otra con el aire
Y el aire que uno respira
Debiéndoselo a su madre!
Mas, si las dos nos infunden
El mismo amor entrañable,
No agradecen de igual modo
Nuestros sinceros afanes.
La patria, acaso egoísta,
Todas las fuerzas vitales
De sus hijos siempre quiere
Para sus prosperidades;
Y para verse dichosa
No necesita la madre
Más que una dulce sonrisa
O solo un beso inefable.
Es la patria como reina
Que merece vasallaje;
Y es la madre como mártir
Que morir por su amor sabe.
La primera ve impasible
Nuestros más rudos pesares,
Sin que pueda adivinarlos
Cual la otra en el semblante;
Que el sol no alumbra el abismo
Que están cubriendo los mares,
Y a los abismos del alma
Llega siempre, penetrante,
La mirada, el pensamiento,
Los instintos maternales,
Y si el mundo, patria inmensa,
Que camina imperturbable
Por el espacio, juzgamos
Dividido en dos mitades,
Es porque también el alma
Se compone de dos partes;
Una que es cuerpo, la patria,
Otra espíritu, la madre!
Laguna 6 de agosto, 1905
LOS EMIGRANTES(63)
Cuando miro que a millares
Dejan nuestros compatriotas
Sus placenteros hogares,
Para buscar tras los mares
El pan en tierras remotas,
Siento amargo desconsuelo
Y pena al considerar
Que no sabemos el suelo,
Que nos dio por patria el cielo,
Cual debiéramos, amar.
Cobardes e ingratos son
Los que en vergonzosa huida
Dejan en triste aflicción
La tierra que les dio vida
Sin partirse el corazón.
Viéndola que va derecha
De la ruina a los horrores
Hay quien torpe la desecha,
Sin pensar que más maltrecha
Necesita más favores.
Creyendo su dicha escasa
Tal vez vaya tras la pena;
Porque casi siempre pasa
Que el bien chico es grande en casa
Y el grande es chico en la ajena.
No se debe imaginar
Que este suelo sin segundo,
Que fue la envidia del mundo,
Pueda a sus hijos negar
Lo que a extraños dio fecundo.
Bueno lo halló la codicia
Del cartaginés y bueno
Todo el que anidó en su seno,
Y hasta fue edén de delicia
Del lascivo sarraceno.
A buscar inspiración
Para sus almas de artistas
Vinieron a esta nación
Los griegos, y sus conquistas
Cual si fueran nuestras son.
Para saciar ambiciones
De poderío y riqueza
Quisieron muchas naciones
Izar con ruda fiereza,
En España sus pendones.
Mas con sangre de alevosos
Que intentaron codiciosos
Calentarse a nuestro sol,
Hizo ríos caudalosos
El libre pueblo español.
Y hoy los sacrosantos lares
Donde supimos sentir,
Los dejamos a millares
Para buscar tras los mares
Otro suelo en que morir.
Y así nuestra dicha escasa
Tal vez se convierta en pena,
Porque muchas veces pasa
Que el bien chico es grande en casa
Y el grande es chico en la ajena.
Pero qué hacer, si los buenos
Ya no medran en España
Y van de vergüenza llenos
A derramar los venenos
Del dolor en tierra extraña.
Laguna
LOS BARCOS(64)
I
Después que Dios hizo el mundo
Quiso que existieran naves
Para que pudiese el hombre
A sus antojos cruzarle
Desde el Norte al Mediodía,
Desde Occidente a Levante;
Pues si el hombre fue creado
De Dios como fiel imagen,
Debe estar como Dios mismo,
A la vez, en todas partes.
Surca el pez, eterno buzo,
La inmensidad de los mares;
Con los remos de sus alas
Van navegando las aves
Por la región infinita
De las nubes y del aire;
En los montes soledosos
El agua brota a raudales,
Que es torrente en las laderas
Y manso arroyo en los valles;
Ruge la fiera en el bosque,
La oveja en el llano pace;
Y hasta el árbol, como emblema
De ambiciones terrenales,
Su raíz tiene en el suelo
Y eleva su copa al aire.
Todo en el mundo palpita
En medio de los contrastes
A la vez que en todo existen
Secretas afinidades.
Al lado de los abismos
Se levantan los volcanes,
Que el abismo es como molde
De esas montañas gigantes:
Pues la lava hincha la tierra,
Y cuando surge del cráter,
Con sus corrientes de fuego
Que se hunda otro tanto hace.
Mas, todo lo que en el orbe
En múltiples y variables
Manifestaciones vemos,
Puede en el hombre observarse.
No se remonta a la altura
Con alas como las aves,
Mas, de su espíritu el vuelo
Llevarlo a doquiera sabe:
Para atrás con el recuerdo,
Con la esperanza, adelante.
Las palabras de sus labios
Y de su mente ideales,
Como en el monte las aguas
Espontáneamente nacen.
Su corazón, como fiera,
También suele arrebatarse
Librando con las pasiones
Rudo y pertinaz combate;
Y como el árbol, su planta
Fija en el suelo arrogante,
Mientras eleva a los cielos
La frente en que el genio arde.
Y para que estar pudiese
De la tierra en todas partes
Sólo crear le faltaba
Sobre el mar veloces naves,
Porque sus débiles brazos
No resisten el embate
Del Océano, si fiero
Se rompe el turbio oleaje,
Formando inmensas montañas
A la vez que abismos abre.
II
Mas, cuando en el horizonte
De los sitiadores mares
De estas tan queridas peñas,
Nido de los nobles guanches,
Veo aparecer las velas
De un bajel, siento al instante
Las opuestas emociones
De placeres y pesares,
Que a bendecirlas me impulsan,
Que aborrecerlas me hacen.
A su vista la nostalgia
Me asalta de las edades
En que vivieron dichosos
En Nivaria nuestros padres
Al honor y a la justicia
Rindiéndoles vasallaje:
¡Tiempos de inocentes goces,
De costumbres patriarcales!
Con odio entonces recuerdo
A aquellos barcos audaces,
Que en mis playas se posaron
Como carniceras aves,
¡A picar nuestras entrañas,
A desgarrar nuestras carnes!
Sin los gallardos bajeles
Que cruzaron el Atlante
Para servir ambiciones
De guerreros implacables,
Aún pudieran las Canarias
Afortunadas llamarse
Y en eterno paraíso
Vivieran sus habitantes.
El idilio de su vida,
Sin interrumpirlo nadie,
Pregonándolo estuvieran,
En concierto inimitable,
Las esquilas del ganado,
Los cantos de los gañanes.
¡Sólo queda la memoria
De esas dichas inefables,
Tanto más gratas al alma
Cuanto no pueden gozarse,
Que el cielo no fuera gloria
Si en el cielo se habitase!
Porque hay barcos, en el pecho
De los nivarinos late
La ambición, nunca sentida,
De dejar los patrios lares:
¡Ellos que en el mar no hallaron
Otra cosa, hasta ese instante,
Que una cuna en que mecerse
Y un espejo en que mirarse!
¿Por qué no vivir tranquilos
Los que en una tierra nacen
Sin que lleguen los extraños
En su existencia a mezclarse?
Si el mar tiene continentes
De continentes aparte,
Que pueblan razas distintas
En ambientes desiguales,
¿No será porque debamos
Aislados siempre dejarles?
¡Por qué buscar patria ajena
Los que en la propia bien caben!
El ave del paraíso
Que al sol luce su plumaje,
Nunca hacer nido pretende
En las regiones polares
Donde aquel tan tenue brilla
Que las nieves no deshace.
Y en el infinito espacio
De azules inmensidades,
Como semillas de mundos
Sembró Dios astros brillantes;
Y para que unos con otros
Pudieran comunicarse,
En el mar del firmamento
Jamás existieron naves.
Por eso, cuando imagino
Que el espíritu insaciable
De la guerra en los bajeles
Marcha a través de los mares,
Que han extendido vaciando
En ellos ríos de sangre,
Para castigarles pienso
Que surgen las tempestades…
III
Los buques no se inventaron
Para cumplir fines tales,
Ni para que el fuerte quite
Al débil gratos hogares,
Ni para cargar cañones
Como castillos flotantes,
Siendo conductores de odio,
Mensajeros de desastres.
La codicia y el orgullo,
En impuro maridaje,
De lo que es arca de vida
Arma hicieron de combate.
Cuando la maldita raza
De los caínes infames
Llenó la tierra y Dios quiso
Ejemplar castigo darle,
Para salvar a los buenos
Navegó la primer nave
¡Sobre el mundo, convertido
En mar inconmensurable!
Desde entonces en los barcos
Debiera siempre mirarse
De la clemencia divina
El simbólico baluarte.
La cuna de todo un mundo
Fueron en solemne instante;
Y del Océano undoso
Llenaron las soledades,
Al ir, en alas del genio,
Tras otro mundo más tarde…
La ilusión de mejor vida,
La esperanza que incansable
En pos de la dicha corre,
Sin que para hallarla baste
Todo un glorioso pasado
Ni el presente más brillante,
En el pecho nos encienden
El volcán de los afanes,
Que a descubrir nos impulsan
El secreto de los mares.
Y Dios que al hombre ha creado
Como su más fiel imagen,
Quiso que tuviera barcos
Para que el mundo cruzase
Desde el Norte al Mediodía,
Desde Occidente a Levante.
¡Qué contrarios pensamientos
En mi pobre mente laten,
Cuando veo que a mis playas
Llegan airosas las naves,
Como fieles mensajeras
De continentes distantes
Que trajeran para el Teide
Un ósculo de los Andes!
Y cuando parten llevando
En su seno a otros lugares
A los que en los suyos propios
No encontraron más que males,
Entonces las imagino
Como ataúdes muy grandes
Que van camino a la tumba
De ausencias y soledades,
Y a la estela, como surco
Que ardientes lágrimas abren.
Mas, si a los seres queridos
Devuelven a sus hogares,
De nuevo a aspirar el aura
Que respiraran sus madres,
Me parece que los barcos
Son como unas cunas grandes
Donde la patria les mece
Con arrullos del Atlante.
Así es que siento emociones
A la vista de las naves;
¡De alegrías, cuando vienen,
Cuando se van, de pesares!
Yo deseo que en las aguas
Que a Nivaria blandas lamen,
Los barcos de todo el orbe
Vengan y vayan constantes
A dejarnos los progresos
De las ciencias y las artes,
Empujados por las brisas
De anheladas libertades;
Y a llevar como ataúdes,
A sepultar en los mares,
Las ciegas supersticiones
Y los vicios miserables.
Que el mar nunca en son de guerra
Vuelvan a surcar audaces,
Cual si navegar quisiesen
Sobre oleadas de sangre;
Vengan con ramos de olivo,
No con bélico estandarte
Como aquellos que vinieron
A exterminar a los guanches,
Porque amargas experiencias
Enseñan que, en casos tales,
¡Mis islas serán palomas
Y los barcos, gavilanes!
LA CRUZ ROJA(65)
En los antiguos campos de batalla,
Cementerios de cuerpos insepultos,
Las aves carniceras extendían
Sus alas negras cual crespón de luto.
En las luchas sangrientas de los bandos,
El hombre que caía moribundo,
Piedad sólo esperaba de la muerte
O de la esclavitud sufrir el yugo.
Caer era morir. Los combatientes
Por eso se atacaban iracundos,
Pues el ¡ay!, del vencido ahogaba siempre
El vencedor con su canción de triunfo.
Que el odio y la ambición como gemelos
Del egoísmo ruin nacieron juntos;
Se nutrieron con sangre y a la guerra
Dieron feroces su brutal impulso.
Pero sonó la hora en que a los hombres
Algún ser comprender hacerles supo
Que del humano corazón la savia
Siempre es la caridad, amor su fruto.
Y es cuando apareció como la estrella
Que a los piadosos Magos guiar pudo,
La simbólica Cruz que enrojó un día
Con noble sangre el Redentor del mundo.
Y siempre que los pueblos olvidando
Que son hermanos, se combaten rudos,
Con los brazos abiertos la Cruz quiere
De todos los mortales hacer uno.
Y ya no son los campos de batalla
Cementerios de cuerpos insepultos,
Y en vano extienden los voraces cuervos
Sus negras alas, cual crespón de luto.
Septiembre 26 de 1906
EL RECUERDO(66)*
La existencia, corta o larga,
La hace la suerte a medida:
No tiene fin si es amarga
Y feliz, breve es la vida.
Del alma el recuerdo fiel
Todo el pasado renueva,
Y vierte acíbar o miel
Según la fibra que mueva.
Diz que no muele el molino
Por el agua que pasó;
Y que el río en su camino
Para atrás nunca volvió.
Pero el recuerdo es un río
Que, en el mar de nuestras vidas,
Hace entradas y salidas
Cuantas quiere el albedrío.
Yo que ya me siento viejo
Con recordar joven soy,
Que es el recuerdo un espejo
En que mirándome voy.
Su cristal es la conciencia,
Donde, en vasto panorama,
Reproducir se ve el drama
De toda nuestra existencia.
Del bien que se gozó un día.
Vuelven a sonar las notas
En las teclas, nunca rotas,
De cantora fantasía.
Las fugaces ilusiones,
Las dudas y desengaños,
Son páginas que los años
Graban en los corazones.
Y el amor, de vida, fuente,
Y el bien, eterna ventura,
Duran tanto como dura
El recuerdo en nuestra mente.
“Si recordar es vivir”,
A fuerza de en ti pensar,
Pienso que me he de morir
Cuando te llegue a olvidar.
Y en el gris atardecer
De mi vida, tus miradas,
Por el recuerdo evocadas,
Me darán nuevo placer.
Como vienen de muy lejos
Para hacer las noches bellas,
Los diamantinos reflejos
De las pálidas estrellas.
Si la vida a comenzar
Pudiera otra vez volver,
¡Cómo te habría de amar
Por hoy, mañana y ayer!
Mas, que triste es la ventura
Que el recuerdo a traernos viene:
¡Dicha que fue, siempre tiene
El sabor de la amargura!
Tú lo sabes, dueño mío(67),
Que mis memorias mejores,
Por ti las llevo, cual flores
Que no marchita mi hastío.
Y por ello, al recordarte,
En mi pecho, siempre fiel,
Hay la miel de no olvidarte
Y de tu olvido la hiel.
Y mi vida, dulce o amarga,
Si medirla yo pudiera,
Para adorarte la hiciera
Una eternidad de larga.
PRO PATRIA(69)*
Siempre, con gran desconsuelo,
En mis islas he mirado
Que teniendo un solo cielo
No pueden tener el suelo
Con la misma unión formado.
Mas, tal vez, Naturaleza
Quiso, pródiga y fecunda,
Para mostrar más grandeza,
En el mar que nos circunda
Desparramar su belleza.
Resultó mal su intención,
Que al dividirnos en peñas
Todo fue separación,
Porque en las almas isleñas
Hizo mayor división.
Del amor patrio los lazos
Hay quien ya quiere romper,
Y quien extiende los brazos,
Que se hicieron para abrazos
Con ansias de acometer…
¡Qué sarcasmo es el llamar
Afortunada a esta tierra!
¿Qué dicha se puede hallar
Donde parece que encierra
Toda su amargura el mar?
Yo a ese mar que nos separa,
Si el poder de Dios tuviera,
Con entusiasmo vaciara
En el estéril Sahara
Y de siete una isla hiciera.
Para que en esta región,
Fundida así en grata unión,
Se borrara en un momento
La ruindad del pensamiento,
El odio del corazón.
Vano empeño. La perfidia,
Con maquiavélica insidia,
Ha puesto ya su puñal,
Afilado por la envidia,
En las manos de un rival.
Y ya que a lucha cruel
Nos llevan con saña ruin,
Pienso, a la conciencia fiel,
Que conociendo al Caín
No debemos ser Abel.
17-07-1907
DEL PASADO(69)
A este apartado rincón
Del mundo, en que todo era
Dulce paz, dicha sincera,
Vino también la ambición,
Siempre hambrienta y siempre artera.
Con aires de protectora,
Su misión llamando santa,
Puso en Nivaria en mal hora
Gente extraña ruda planta,
Que trocó en conquistadora.
Y en la región apacible
De un pueblo entonces dichoso,
Por vez primera, terrible
Resonó el eco irascible
Del combatir estruendoso.
¡Aquí, en este grato hogar
Donde jamás tuvo aliento
Nadie para batallar,
Sino las olas del viento
Contra las olas del mar!
Mas de abril las auras graves
Hacia aquí empujaron suaves
A las naves españolas,
Que aprendieron de las aves
A volar sobre las olas.
Y ellas, en rápido vuelo
Dejaron en este suelo,
La irresistible falange,
Que llenado había de duelo
Del moro el bizarro alfanje.
Y con la cruz en la mano,
Y con la cruz en la espada,
Hallaron harto liviano
Convertir en predio hispano
A esta segunda Granada.
Pero no fue así; la tierra
En que se nació, se quiere
De tal modo, que a la guerra
El más cobarde se aferra
Y en la lucha vence o muere.
Y cuando llegó el momento
De batir al invasor,
Tuvo el guanche el mismo aliento,
Que aprendió del raudo viento
Y del mar atronador.
Y a los dos bandos la saña
Impulsaba por igual,
En tan desigual campaña:
Astuto y fuerte el de España,
Bravo el Nivario y leal.
De su patria el uno avaro
Y el otro, de su ambición,
Lucharon de corazón,
Por Nivaria el gran Tinguaro,
Lugo por su gran Nación.
¡No sé qué noble deber
Cumple el valiente guerrero
Que a otros pretende imponer
Su pensar y su creer
Con la punta del acero!
¡Qué contradicción extraña
Hay entre el hecho y la idea
Que tal propósito entraña!
¿Cómo es posible que crea
Nadie bueno lo que daña?
¿A quién va a civilizar
El que en territorio ajeno
Entra, y comienza a matar
Al mismo que fue a dejar
De felicidades lleno?
Noble y santo sí que es
Dar sangre, dicha y fortuna,
Antes que gente importuna
Huelle con intrusos pies
¡Nuestra sacrosanta cuna!
El tinerfeño adalid,
Henchido de ese ideal
Acudió ciego a la lid,
En que imperaba el ardid,
Más que el esfuerzo leal.
Pudo su brazo potente
Ser un instante el terror
De la castellana gente,
Y ver brillar en su frente
El laurel del vencedor;
Pero la fuerza, adversaria
Casi siempre del derecho,
Y del valor en acecho,
Huérfana dejó a Nivaria
De tan noble y bravo pecho.
Murió Tinguaro. No quiero
Contaros cómo murió;
Soy español, y prefiero
Olvidar el hecho artero
Que a Tinguaro muerte dio…
Laguna, noviembre 12 de 1907
MI MUSA(70)*
Mi musa no es la musa que inspira a los poetas,
Ni viste con las galas de espléndida ilusión,
Pues como bajo el césped se ocultan las violetas
Mi musa va en el pecho, porque es mi corazón.
Jamás vibró en su lira la adulación rastrera,
Ni la impulsaron odios ni necia vanidad;
Mi musa, que es humilde, no tiene más bandera
Que amor a la justicia, dar culto a la verdad.
Si canta, es porque siente, no canta porque sabe,
Y si en cantar es torpe no lo es en el sentir,
Que por instinto, acaso, mi musa es como el ave
Que canta cuando goza lo mismo que al sufrir.
De todo sentimiento su voz siempre está llena
Y ya que no grandezas lo bueno es su ideal:
Con el placer se ensancha, se oprime con la pena
Y tiene el noble orgullo de ser también leal.
Cuando en amargas horas en bandos las congojas
Vienen a hacer su nido dentro del corazón,
En lágrimas de versos caen las mustias hojas
Que fueron de mi musa la espléndida ilusión.
Mi musa no es la musa que viste ricas galas,
Que es triste pajarillo que luz ni flores ve,
Y pliega pesaroso las ya cansadas alas
Y cuando canta, canta sin comprender por qué.
Laguna, 19-8-1908
DE CARIDAD(71)
Es la música el emblema
Del amor y caridad,
Y ante el dolor es poema
Que enciende el alma en piedad.
La alegría de sus ecos
Hoy se torna en triste son
Y hace en los ojos más secos
Brotar llanto de aflicción.
Porque en la tierra
De los amores,
Del arte y flores
Y cielo azul,
En un instante
Tendió la muerte
Con mano fuerte
Su negro tul.
Y en estruendoso
Sacudimiento,
Todo cimiento
Se desplomó:
De humilde choza,
De gran Palacio
Que en el espacio
Su frente alzó.
En el Teide la mirada
Y en Italia el corazón,
Por honda pena inspirada,
Lanzamos nuestra canción.
Que es la música divina
Fuente de noble sentir;
Por ella, tal vez, Messina
Pueda entre escombros surgir.
Oíd sus notas
Piadosas, graves,
Que de las aves
Logró aprender;
Que ellas nos dicen
Con dulce arpegio
Lo que fue Reggio
Para hoy no ser.
Pensad que un día
Quiera inhumano
Nuestro Océano
Su seno hinchar
Con los arroyos
De lava hirviente
Que el Teide ingente
Pueda arrojar.
A LA TIERRA(72)
Dime, Tierra, madre Tierra,
¿Qué es lo que guarda tu seno
De tantos misterios lleno?
¿Es la vida lo que encierra
O es tan sólo muerte y cieno?
Aunque vida en muerte para,
Que estás de la vida avara
En tu eterno crear veo
Con los ojos del deseo,
Con los ojos de la cara.
Y eres madre cual ninguna
De todo, hasta de la muerte,
Que por desgracia o fortuna,
Tiene el hombre en ti una cuna
Que en sepulcro se convierte.
De tus fecundas entrañas
Con impulso soberano,
Truecas en montaña el llano,
En abismos las montañas
Y en islas el Océano.
En tu incesante carrera
Vas contando nuestras horas
En indefinible esfera,
Con la luz de tus auroras
Donde el día reverbera.
Y son dichosos tus días
Que aunque muchos, no son viejos,
Y los vistes de armonías
Y colores, los reflejos
De eternales alegrías.
Todas las almas elevan
A tu adoración altares,
Y hasta los astros renuevan
La luz que riela en tus mares
Cuando sus besos te llevan.
Y si eres madre amorosa
¿Por qué tus propias entrañas
Conviertes en negra fosa
De tu creación hermosa
Con sacudidas extrañas?
¿Por qué ese furor profundo
Te agita en fatal momento,
Hasta el término que el mundo
En que en ti ha tenido su asiento
Desbaratas iracundo?
Cuando tu ser se estremece
Con impiedad desusada
Dando al hombre muerte airada,
Que quieres tornar parece
A tu principio: ¡La Nada!
Quizá el espíritu ciego
De la destrucción maldita
Vertió en ti su infernal riego,
Y en tus entrañas se agita
Con voracidad de fuego.
Con tus hondas convulsiones,
Con tus horribles matanzas,
Rompes en los corazones
Todo un cielo de esperanzas,
Todo un mundo de ilusiones.
LA LIRA MÍA(73)
Yo tengo una lira
De tosca madera,
De artísticos sones
Y de ásperas cuerdas.
No es la lira de oro
Que pulsa el poeta,
Que con dulces voces
Todo el mundo llena
Y un eco de aplausos
Por doquier encuentra.
Es lira que canta,
Que llora y que sueña:
Que canta a sus islas,
Que llora sus penas,
Que sueña en venturas
Para siempre muertas.
Atrevida a veces,
Entona serena
Sonatas bravías
Y suaves endechas,
Que hablan de los héroes
De la patria isleña
Y de valerosos
Soldados de Iberia.
De aquellas dos razas
Que nobles y fieras,
Se abrieron a tajos
Las hinchadas venas,
Para que ambas sangres
Mezclarse pudieran.
Para que el imperio
Colosal de Hesperia,
De que el sol fue siempre
Mudo centinela,
Tuviese en mis islas
La región más bella
De las que han izado
Su invicta bandera.
Como zagalillos
Que los prados dejan
Y a la ciudad vienen
En días de fiesta,
Y henchidos de gozo,
La faz placentera,
Por calles y plazas
Su cantar elevan,
De mi lira humilde,
En noches como esta,
También sin rubores
Los acordes suenan.
Por más que esperanzas
Ni ilusión alienta,
Sus notas me infunden
Dulzuras secretas;
Porque tan unida
Marcha a mi existencia
Que todas las ansias
De mi pecho expresa:
Goza mis placeres
Siente mis tristezas,
Y siempre piadosa
Por mis muertos reza.
Es mi pobre lira
De tosca madera,
No tiene vibrantes
Metálicas cuerdas
Que inunden el pecho
De emociones tiernas;
Pero cuando canta,
Cuando llora o reza,
Responde al impulso
De un alma sincera,
No a mis torpes manos
Que al pulsarla tiemblan.
CANTA, POETA(74)
Vengo desde luengas tierras,
De las tierras del olvido
Donde laten corazones
Por desengaños heridos:
De la región del silencio,
¡Que es la tumba de los vivos!
La trompeta de la fama,
Con sus pregoneros ruidos,
Hizo vibrar el ambiente
En que yo en sueños respiro.
¡Despierta! Gritó anhelante
Con sus ecos argentinos;
¡Despierta! Y lancen tus labios
Sus cantares más genuinos;
Canta como ave africana
Que busca el otoño tibio
De las auras, siempre suaves
En el vergel nivarino.
Y canta como la nieve
Que en el invierno aterido
Forma fuentes en la cumbre
Y en la llanura hace ríos.
Canta como los jilgueros
De la primavera amigos,
Que tienen flores por alas
Y músicas en el pico.
Canta la vida, poeta,
Como canta en el estío
La hoz de los segadores
Con el oro de los trigos.
Canta como las azadas
De hierro y de acero frío
Al penetrar en la tierra,
Que es de la existencia nido.
Sé alondra que al sol naciente
Saluda con dulces trinos:
Que tú también aquí tienes
Un sol del arte y del ritmo.
Canta a la patria, que es madre,
Canta a sus preclaros hijos;
A los unos, con orgullo;
A la otra, con cariño.
Con el eco cadencioso
Que dejara en mis oídos
La diosa de raudas alas,
De los inmortales himnos,
Me desperté alborozado,
Con un despertar de niño
Que en mañanita de Reyes
Viera sus sueños cumplidos.
Mi maestro, el vate isleño,
A mi mano estaba asido
Señalándome del arte
El luminoso camino.
¿Quién te ha traído? ¿Los Reyes?
Le dije con regocijo.
Si los Reyes te trajeron
Han de ser los Reyes míos…
Los Reyes guanches que huelen
A retamas y a tomillo…
A este solar noble y grato
Sé, maestro, bienvenido,
A curarnos la nostalgia
Que por tus versos sentimos.
Al conjuro de tu acento
Cantarán, de gozo henchidos,
Los poetas de mi tierra
Los guanchinescos idilios
Y las bizarras proezas
De los héroes nivarinos.
La armonía de tus cantos,
La dulzura de tus ritmos,
Han de hacer surgir la raza
De la región del olvido,
De la región en que obscuro
Y olvidado siempre vivo,
De la tierra de que vengo
Y a la que torno tranquilo.
La Laguna, 9-II-1911
NOTAS Y LÁGRIMAS(75)*
No siempre canta el que goza,
Ni llora sólo el que pena;
Cantar y llorar, a veces,
En la causa se asemejan.
Muy distintos sentimientos
En el corazón alientan,
Hijos de mil emociones,
De circunstancias diversas,
Y aquellos que lloran unos
Otros cantando les muestran;
Pues son lágrimas y notas
La más expresiva lengua
En que las almas escriben
Sus pasionales poemas.
Y aunque parecen contrarias
En el fondo son gemelas:
Yo he llorado mis placeres
Y he cantado mis tristezas.
Este contraste en la vida
Resulta ya ley suprema:
Llorando recibe el niño
Del mundo la luz primera
Y sólo al morir, el cisne
Oír su canto nos deja.
Cuando las flores del cielo,
Las silenciosas estrellas,
Lanzan fúlgidas miradas
A las flores de la tierra,
Caen sus notas de diamante
Sobre lágrimas de perlas.
* * *
Tú que vas del arte siendo
Ya halagadora promesa
Porque en tu garganta puso
La música sus cadencias,
Cuando por el mundo vayas
Cantando dulces endechas,
Siendo reflejo tus cantos
De las pasiones ajenas,
Mirarás en muchos ojos,
Sobre las pupilas secas,
El espejo cristalino
Donde se mira la pena.
Y cuando los ojos tuyos,
Lágrimas amargas viertan,
Y tus propios desengaños,
Que ojala nunca los tengas,
Llorarlos con tus cantares
Acaso tal vez pretendas,
La dulzura de tu acento
Con que al oyente estremezcas,
Hará olvidar que tú cantas
Llorando ilusiones muertas.
Así es que nunca sabremos
Como mejor se pudiera
Dar vida a lo que siente,
Ya sea alegría o tristeza,
Si con armoniosas notas
O con lágrimas acerbas,
Si cual cisne que se marcha
O como niño que llega.
Cantar será tu destino,
Mas si alguna vez te lleva
A llorar rudos dolores
Que al alma ponen a prueba,
Llora con dulces arpegios
Y nunca lágrimas viertas…
Quiera Dios darte de triunfos
Una alfombra en tu carrera,
Que risueñas ilusiones
Bullan siempre en tu cabeza,
Para que cantando enseñes
A España y a Europa entera
Cómo cantan los canarios
Y calandrias de mi tierra.
Laguna, 11-IX-1911
LAS FOLÍAS(76)*
Son un canto de cisne las folías,
Del ave que si canta cae inerte,
Pues imitan los ayes de la muerte
Y expresan del vivir las agonías.
Con sus notas se lloran alegrías
Y se cantan tristezas, de tal suerte
Que no habrá quien, oyéndolas, acierte
Si siente gozos o melancolías.
Porque ellas riman con sus dulces sones
Cuanto ansía mi patria, añora o sueña:
Desengaños, recuerdos, ilusiones;
La escala pasional del alma isleña
Que ha compuesto sus lánguidas canciones
Con el beso que el mar da a cada peña.
AYER Y HOY(77)
En los antiguos campos de batalla,
Cementerios de cuerpos insepultos,
Las aves carniceras extendían
Sus alas negras cual crespón de luto.
En las sangrientas luchas de los bandos,
No esperaba otro bien el moribundo
Que la piedad suprema de la muerte
O de la vil esclavitud, el yugo.
Henchido de rencores y venganzas
El soldado trocábase en verdugo,
Y bebía en los cráneos de los muertos
Con infernal y repugnante orgullo.
Caer era morir. Los combatientes
Por eso se atacaban iracundos,
Pues el ¡ay! del vencido se apagaba
Entre los ecos del cantar de triunfo.
Que el odio y la ambición, como gemelos,
Del egoísmo ruin nacieron juntos:
Se nutrieron con sangre y a la guerra
Dieron feroces su brutal impulso.
Pero sonó la hora en que las almas,
Iluminadas por fulgor augusto,
Comprendieron que el árbol de la vida
Siempre es la caridad y amor su fruto.
Y es cuando apareció, como la estrella
Que a los piadosos Magos guiar pudo,
La simbólica Cruz que con su sangre
Enrojó el noble Redentor del mundo.
Y siempre que los hombres, olvidando
Que son hermanos, se combaten rudos,
La Cruz tiende sus brazos con el ansia
De hacer de todos los mortales uno.
Y hoy que de nuevo la ambición maldita
Empuña, con furor, lanza y escudo,
Y el soberbio corcel de Atila huella
Las libertades de los pueblos cultos.
Majestuosa y serena la Cruz Roja,
Solícita acudiendo al infortunio,
Vierte en el cauce abierto por el odio
El río inmenso de su amor fecundo.
Y ya no son los campos de batalla
Cementerios de cuerpos insepultos,
Y en vano extienden los voraces cuervos
Las negras alas cual crespón de luto.
La Laguna de Tenerife
CANTO A LA JUVENTUD(78)*
Juventud, rosal de amores,
El aroma de tus flores
Deja que pueda aspirar
Que pronto se han de secar.
Bella edad que por divisa
Llevas siempre, con fruición,
En la boca la sonrisa
Y en el alma la ilusión.
A mi mente soñadora
Viene contigo el placer,
Pues tienes como la aurora
Un radiante amanecer.
En tu esplendoroso imperio,
Vive la felicidad
En tan dulce cautiverio
Que no quiere libertad.
Mariposa de alas de oro,
No des a tu vuelo fin,
Vuela con rumor sonoro,
Pero vuela en mi jardín.
Cuando a la vida embalsama
Tu aliento primaveral,
Es el corazón la rama
Más florida del rosal.
Juventud, rosal de amores,
Deja al alma juvenil,
Perfumarse con tus flores
Y tus efluvios de abril.
EL QUE MANDA, MANDA…(79)
No surja del cerebro un pensamiento,
Ni una palabra brote de los labios,
Ni hagáis un gesto que revele agravios,
Ni haya en la voluntad viril intento.
Nunca de la verdad el noble acento
Dé a la razón maltrecha desagravios,
Y ocultad en el pecho los resabios
De justa indignación que latir siento.
Que, en esta edad de libertad, parece
Que tan sólo está exento de delito
Vestir el hombre femeniles faldas;
Y si al alma el dolor siempre ennoblece,
No exhaléis una queja, un solo grito,
Aunque el látigo os cruce las espaldas!
Asdrúbal
La Laguna, 1918
FRANCESCA DI’ RIMINI(80)*
Era noble, sensible, el alma pura,
Y hecha al mimoso halago del destino;
Sembrado halló de flores su camino
Y las flores le dieron su hermosura.
Falaz el desengaño, su ventura
En un instante desgarró asesino,
Al mirar que un esposo clandestino
Robó a traición su lecho y su ternura.
¡Qué horrible despertar, qué hondo despecho
Sintió en el corazón cuando la aurora
Le mostró el nido de su amor deshecho!
Y si a su vez, también, fue ella traidora,
La sangre que al morir vertió su pecho
Purificó su carne pecadora.
31 Julio 1918
¡NUNCA!(81)*
¡Nunca!, dijiste con acento breve,
Rápido cual puñal que hiere aleve
Tras rencorosa y pérfida asechanza;
Y sentí el frío intenso de la nieve
Helar la hermosa flor de mi esperanza.
¡Nunca! Palabra que sonó en tu boca
Como el choque del mar contra la roca,
Sugiriendo la idea de algo eterno:
Negación absoluta a mi ansia loca
Y el penar infinito del infierno.
Tu voluntad indómita y bravía
Hizo con ella la muralla impía
En que se estrella mi constante anhelo,
Dios, tal vez, igual NUNCA gritaría,
Prohibiendo a Luzbel volver al cielo.
Aún me parece que en mi oído zumba,
Como si fuera un eco de ultratumba,
Esa voz agorera de mis males,
Y ver cómo a su impulso se derrumba
La torre de soñados ideales.
Fue sentencia fatal, fue la condena
Del alma a lo imposible, ruda pena
Que al más vivo deseo deja inerte,
Porque no en vano ese vocablo suena
Con ruido de estertor que anuncia muerte.
Tal vez querrá tu corazón contrito
Exhalar algún día el mismo grito
Del mal que hiciste al mío, arrepentida;
¡Gota de miel será en el infinito
Mar de tristezas que anegó mi vida!
Para ti misma, acaso, fue sorpresa
Decir NUNCA, en lugar de la promesa
Que palpitó en tus labios un momento;
Yo vi en tus ojos la intención aviesa
Y después el pesar noté en tu acento.
¡Cuánto infortunio un solo adverbio labra!
El día en que tu pecho al bien se abra,
Comprenderá, aunque tarde, por sí mismo,
Cómo puede el vibrar de una palabra
¡Lanzar dos corazones al abismo!
Hoy seguimos los dos opuesta senda,
Cegados ambos por la misma venda
Que ciñó la demencia a nuestros ojos,
Por dejar tú al rencor la suelta rienda
Y no poner yo freno a mis enojos.
Pero jamás las olas del olvido
La roca de mi amor han corroído;
Y resistiendo a fáciles mudanzas,
Aún yace en ella, abandonado, el nido
Que formaron mis locas esperanzas.
A LA SRTA. DOLLIE THOMAS(82)
Al mirar de tu álbum la débil hoja
Que anhela la caricia de suave pluma
Como virgen el beso que la sonroja,
Siento que mis ideas, como la espuma,
Se disipan al soplo de mi congoja.
Que al escribir en ella, fiel a tu ruego,
Ya barrunto, con penas, su triste sino
Al que yo, por osado, torpe la entrego;
Pues será una de tantas que va en camino
De que tu misma mano la arroje al fuego.
Pero es suerte dichosa la que la espera
Si de verla un instante tienes antojos;
Pues de morir quemada, quiero que muera,
Cual una mariposa, dentro la hoguera
Que encienden cuando miran tus bellos ojos.
“ANGELITO”, LUCHADOR(83)
Es todo un campeón. Tiene su mano,
Más que la fuerza, la ingeniosa maña;
Y brega con ardor, nunca con saña
Porque en cada adversario ve un hermano.
Ágil, diestro, de cuerpo asaz liviano,
Al más fuerte rival con su arte engaña
Y lo derriba en tierra, ¡digna hazaña
De un esforzado gladiador romano!
Mas, después de triunfar de tal coloso,
Le tiende, sin doblez, la mano amiga
Y lo estrecha a su pecho generoso
Jadeante de orgullo y de fatiga;
Y entonces, para mí ya no es dudoso
Que vencer a un león puede una hormiga.
La Laguna, 8-2-1919
LA FUENTE DE LA SELVA(84)*
I
En este trozo de mundo,
Que una nueva Arcadia era
En los tiempos patriarcales
De la raza guanchinesca,
Deslizábase la vida
Reposadamente amena
Libre el alma de ambiciones,
Llena de paz la conciencia.
Un cielo azul, siempre puro,
Y un mar, espejo de estrellas,
A una ventura infinita
Daban guarnición inmensa.
Mas, pesares y alegrías
En el corazón se encuentran
En iguales proporciones
Que las aguas en la tierra:
Son los goces como lagos,
Como mares son las penas.
Y jamás supo el destino
Trazar la soñada senda
Donde el hombre no halle al paso
Aún más que flores, malezas;
Y si el dolor no es eterno,
Tampoco hay dicha completa,
Ni puede haber paraíso
Sin la serpiente estar cerca.
Cuántas veces un ser bueno
Labra su desdicha eterna
Borrando muchas virtudes
Con una sola torpeza;
Y cuántas, un breve instante
De loca concupiscencia
Vierte una mancha en la honra
Más límpida y más excelsa!
Efectos incalculables
Suelen dar causas pequeñas
Cual leve chispa de fuego
Que enciende voraz hoguera…
Así sucedió que Acaymo,
Mencey justo y noble atleta
Que en Tacoronte reinaba
Cuando las huestes de Iberia
Con ansias conquistadoras
Arribaron a estas peñas,
El lago de su ventura
De improviso amargar viera,
Inundado por las olas
De un hondo mar de tristezas.
Que él también jugara incauto
Con esas chispas ligeras
Que rápidamente brillan
Y parece que no queman,
Aunque un momento deslumbran
Con luminosas estelas;
Pero que son como besos
Que las pasiones incendian!
II
Nunca los tacoronteros
Olvidar podrían la fecha
Del día en que coronaron,
Con la menceyal diadema,
Al noble Acaymo segundo,
Que ya, a la sazón aquella,
Era rey por su hidalguía
Y un héroe por sus proezas.
En ninguno de los reinos
De la región tinerfeña,
Hubo, con igual motivo,
Tan sobresalientes fiestas.
Tras juramento solemne
Que hace, ante augusta asamblea,
El nuevo Mencey al pueblo
De regirle con nobleza;
Y el que de su vasallaje
A su vez el pueblo presta,
Los públicos regocijos
Con entusiasmo comienzan.
En danzas, carreras, luchas,
Saltos y tiros de piedra,
Juegos en que lo bizarro
Con lo donoso se mezcla,
Los mozos tacoronteros
Gala hicieron de sus fuerzas
Y agilidad asombrosas
En honor de las doncellas.
Entre los reyes y nobles
Que honraron con su presencia
La coronación de Acaymo,
Viniendo de luengas tierras,
Se hallaba la gentil Cirma,
Hija de Añaterve, que si era
Princesa por nacimiento
Fue por su hermosura reina.
Bailando con gran donaire
“El canario”, danza honesta
Que se hizo luego famosa
Por su mucha gentileza,
Una red de simpatías
Fue tejiendo a cada vuelta
Donde enredadas quedaron
Las voluntades más recias.
Por súbitas emociones
Sintió Acaymo el alma inquieta,
Y sabedor de que Cirma
Canta como una sirena,
Con acento apasionado
Pidió un cantar a la bella.
¡Mejor fuese no escucharle
Sus melodiosas endechas;
Pues fueron las dulces notas,
Para su pecho, saetas
Que al clavarse en él, quedaran
Vibrando como una queja!
¡Qué sentimientos inspira
La música de mi tierra;
En ella el alma resurge
De toda una raza muerta;
Pues sus sonatas parecen
Hechas para cantar penas,
Para sentir añoranzas
Y para llorar ausencias!
III
Cuando los demás monarcas,
Terminadas ya las fiestas,
De sus séquitos al frente
Partieron para sus tierras,
Quedando Añaterve solo
Con su escolta güimarera,
El mencey de Tacoronte,
Deseando soltar rienda
Al amor que de improviso
Le ha inspirado la princesa,
A hurtadillas la conduce
Hacia la cercana selva
Donde está una clara fuente
En que mirarse pudiera.
Los dos, de ilusión henchidos,
Iban sembrando en la senda
De aquel solitario bosque
Las flores de sus ternezas.
Atracción inexplicable
Sus corazones estrecha,
Y sus ojos, cuando miran,
Más que mirarse se besan.
¡Qué hay fluidos misteriosos
Que de un ser a otro ser llevan,
En el instante de verse,
Acaso por vez primera,
Corrientes de simpatías
O de repulsión violenta!
De tal suerte, el noble Acaymo
Y la sensible princesa
Se vieron de pronto unidos
Por invisibles cadenas.
Con iguales emociones
Sus deseos aletean
Y en sus corazones canta
El amor la misma endecha,
Cual si de dos instrumentos
Fuesen unísonas cuerdas,
Que nota que en una vibre
Como un eco en la otra suena.
Del mundo entero olvidados,
Paso a paso, por fin llegan
A la fuente cristalina
Que se oculta en la floresta
Donde hermosas aves trinan
Un himno a la primavera…
¡No vayan a ver las fuentes
Con galanes, las doncellas;
Que no sé qué extraño hechizo
Fluye en la linfa risueña,
Que ojos lindos que la miran
También en fuentes se truecan;
No de agua dulce, que es gozo,
Sino de amarga, que es pena!
En la clara fuente, Cirma
Puso la boca sedienta,
Y vio, a través de la charca,
Que el bello rostro refleja,
Otra boca que surgía
A unirse a los labios de ella.
Con un voluptuoso gesto
De coquetería ingenua,
En el hueco de la mano
Quiso que Acaymo bebiera;
Y él tuvo sed, más del vaso
Que del agua pura y fresca.
Sin pensar que son los besos
Chispas que encienden hogueras,
Sonó de un beso el susurro
Entre el rumor de la selva,
Que fue, en aquel paraíso,
Para la gentil pareja,
La manzana del pecado,
La sierpe celestinesca.
En embriagador deliquio
Cayeron sus almas tiernas:
¡Qué de extraño ese tropiezo
Si el amor camina a ciegas!
Al brillar la nueva aurora,
Al dar su adiós la princesa,
Miráronse los amantes
Con expresiva fijeza;
Y aquellas miradas fueron
Para los dos un poema:
Súplica fue la de Cirma
Y la de Acaymo, promesa.
IV
El tiempo, al pasar, marcando
Fue en los amantes la huella
De presentimientos tristes,
De incertidumbres acerbas.
No obstante estar el recuerdo
De felicidad suprema
Vivo en ellos, cada uno
Del otro al no tener nuevas,
Ya imaginaba al olvido
Tendiendo las alas negras;
Y naciendo iba una duda
Sobre una esperanza muerta.
Para colmo de infortunios,
Convirtiéronse en certeza
De lúgubres agoreros
Las predicciones siniestras;
Y de las hispanas naves
Surgieron las blancas velas
Que parecían palomas
Y eran aves carniceras.
Pronto por toda Nivaria
Cundió la noticia horrenda
De que Añaterve, el de Güímar,
Estaba por los de Iberia,
Que afanosos de conquistas
Vinieron en son de guerra.
En alternativa dura
Se vio Acaymo con tal nueva;
Con saña igual dos deberes
Luchaban en su conciencia:
De un lado su amor a Cirma,
Dicha trocada en afrenta,
Y de otra parte, la patria
Que de amor es mar inmensa
Donde afluyen como ríos
Los amores de la tierra!
Venció al fin, tras rudo esfuerzo,
En titánica contienda,
Al egoísmo de un gozo
El martirio de una idea.
Así fue, que, cuando Cirma,
En embajada secreta,
Le envió a Guañón a pedirle
Cumplimiento a sus promesas,
A una demanda tan justa
Dio negativa respuesta,
Pues de la traición del padre
Los hijos recogen mengua.
Y aunque cada vez sentía
Mayor su pasión intensa,
No permitió que en el trono
De su amor fuese ella reina.
Fue su vida desde entonces,
Que antes un idilio era,
Como lago que convierte
En fiero mar la tormenta.
Olvidando sus pesares,
Su hueste al combate apresta,
Que la patria está en peligro
Y patria es vida y hacienda.
Capitán hábil y experto,
Soldado de hercúleas fuerzas,
Ante su empuje se abría
Siempre una sangrienta brecha.
A veces, pensando a solas
En la feliz tarde aquella
Que fue con Cirma a la fuente
Y el agua de amor bebiera,
En su corazón honrado
Latía en son de protesta,
La voz del remordimiento
Con el dolor de la ausencia.
En los campos nivarinos
No se sostuvo refriega
Sin que el valeroso Acaymo
No probara su fiereza.
Como un huracán que arrasa
Todo lo que al paso encuentra,
El adalid parecía
Cuando entraba en la pelea.
Y en tanto, la hermosa Cirma,
Por solitarias florestas,
Cantaba sus infortunios
Con patéticas cadencias.
Cayeron por fin los guanches
Ante las armas de Iberia,
Cuando no por los horrores
Del hambre y de la epidemia.
Pero al rendirse, el caudillo
Llevaba en la fuerte diestra
Una lanza castellana
Teñida con sangre ibera.
Él mismo, herido en un muslo,
Con estoica indiferencia,
Arrancose de la herida
El dardo clavado en ella;
Mas, jamás pudo del pecho
Arrancar la aguda flecha
Que Amor le clavó una tarde
En la fuente de la selva.
EN UN ÁLBUM(85)
¡Escribir versos yo…! Soy algo viejo
Y no tengo en la vida otro papel
Que dar de vez en cuando algún consejo,
Aunque ni tú ni nadie crea en él.
Es privilegio de la edad que quiero
Contigo, en este instante, utilizar,
Dando de mi experiencia el más sincero
De los consejos que se deban dar.
Y es que no creas a ningún poeta
Por muy grato que encuentres su decir:
Logra que la mentira sea discreta,
Pero no hace otra cosa que mentir.
A todo cambia el nombre a sus antojos
Sin el menor asomo de aprensión;
Y dice que luceros son los ojos
Y que los dientes como perlas son.
En prueba de ello, yo que no te he visto
Ni sé tu nombre, ni tu voz oí,
Soy capaz de jurar hasta por Cristo,
Que eres una mujer siendo una hurí.
HOJAS DE PAPEL(86)*
¡Con cuánta indiferencia se mira una cuartilla
Sin ver que en sus entrañas va el germen de un tesoro!
¡Cuántas dichas da a veces una carta sencilla
Que no se cambiarían por una mina de oro!
¿Qué fuera la palabra, la luz del pensamiento,
Sin el papel que acoge su vida y la perdura?
Un grito que se pierde con el rumor del viento
O un rayo que un instante brilla en la noche obscura.
El corazón, a veces, como el mejor amigo
Cuenta al papel sus cuitas, sus sueños y alegrías
Seguro de que siempre será el más fiel testigo
De todo cuanto sabe de los pasados días.
El arte en él vacía sus bellas concepciones
Y el alma sus mensajes que dulce amor perfuma,
Y es su blancura misma para los corazones
De nieve, con la pena; con la ilusión, de espuma.
Hoja no escrita es huerto que, sin ser cultivado,
Anhelos maternales dentro del seno anida,
En tanto mudo espera la reja del arado
Que trace el pentagrama del himno de la vida.
Y el labrador entonces que con ruda fatiga
En el virginal predio sus ternezas derrama,
Ve surgir una nota por cada rubia espiga
Y un canto de esperanza en cada verde rama.
La misma superficie del mar, cuando tan suaves
Las olas sin espumas refulgen como acero,
Es hoja luminosa donde escriben las naves
Las hondas emociones del alma del viajero.
Páginas engañosas para los emigrantes
En las que ilusos leen futuras bienandanzas,
Creyendo que en los surcos de las quillas cortantes
Sepultan infortunios y siembran esperanzas.
Parece el papel blanco como una alegoría
De la Nada, el constante vacilar de la duda,
Y tiene algo de abismo y da la impresión fría
De losa funeraria, sin epitafio, muda!
Mirándolo impoluto, mil veces imagino
Sobre el cambio de suerte que le daría unos trazos
O si tal vez mañana no tendrá más destino
Que ver, cual mariposa, volando sus pedazos.
No siempre al bien se presta, también al mal se inclina,
Que es el papel lo mismo que lámina de acero
De la que hacerse puede la daga florentina
O la brillante espada de noble caballero.
Y muchas veces mancha su nitidez de nieve
El tacto repugnante de venenosa mano,
Y es portador entonces de la calumnia aleve,
De torpes invectivas o anónimo villano.
Su misión es más noble y habrá ignorada pluma
Que engendre en sus entrañas la vida, el movimiento,
Salpicando su virgen vestidura de espuma
Con el polen fecundo de un genial pensamiento.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Un poeta, lo mismo que el rey aventurero
Que dar quiso su reino(87) por un veloz corcel,
También cambiara un trono, no un trono, el mundo entero,
Por la gloria que duerme sobre el blanco papel!
La Laguna, Febrero 1923
YO SÉ QUE ERES HERMOSA…(88)*
A la bella señorita C. C.
Yo sé que eres hermosa, que tu gentil figura
Parece concebida por un sueño de amor
Que en tu marmóreo cuerpo labrara la escultura
De la belleza eterna, cual mágico escultor.
Sé que en tu boca, puerta de ignorada ventura,
Están de centinelas sonrisas de pudor
Que a torpe atrevimiento y a toda idea impura
Dan altiva “el alto” como manda el honor.
No hay nadie que teniendo la exquisitez de artista,
El deseo de verte y admirarte resista
— La causa no preguntes, aunque también la sé —;
Y sé que, si de pronto se desgarrara el velo
Que cubre tus encantos, creyérame en un cielo
Postrado ante la excelsa belleza de Friné.
28-III-1923
SEPULCRO VACÍO(89)*
En medio de poéticos jardines
Existe un panteón,
Donde depositar quiso una madre
Al hijo de su amor.
¡Qué el ciego e intolerante fanatismo
Sepultura negó
A los fríos despojos que animara
En sus entrañas Dios!(90)
Mas la tierra cual madre, de una madre
Comprendiendo el dolor,
Rasgó también su seno y blanco mármol
Para sepulcro dio…(91)
Ante aquel mausoleo triste envidia
Sentí en mi corazón:
¡Mi vida por el muerto que encerraba
Trocado hubiese yo!
Que allí exhalan las flores en aromas
Una eterna oración;
Y encendidos los cirios de sus rayos
Le tiene siempre el sol.
Las aves de sus trinos las salmodias
Elevan hasta Dios,
Mientras piadoso el cielo, de rocío
Da llanto bienhechor…
Orar quise a mi vez, mas a mi espalda
Una burlona voz
Oí que me decía: “en esa tumba
A nadie se enterró”.
¡Un rayo fue de luz! Comprendí entonces
Que me niegues tu amor;
Que es tu pecho también tumba vacía:
¡No tiene corazón!
EL PASADO ES MUERTE(92)
Cuando se piensa en la muerte
De la que estamos tan cerca,
Aunque la vida muy lejos,
Como que es vida, la crea,
En nuestro corazón nacen
Y en el cerebro golpean
Olas que en el alma rompen
Con espumas de tristezas.
Y es que al pensar en la muerte
En nuestros muertos se piensa,
Y estos tristes pensamientos
Tantos recuerdos renuevan,
Tantos afectos evocan,
Tantas nostalgias despiertan,
Que las mismas ilusiones,
Amor, anhelos, creencias,
Desencantos y esperanzas,
Las pasiones más intensas,
En una emoción se funden
De desconsuelo y de pena;
Igual que fuentes distintas
Que manan aguas diversas,
Que al fin van al mismo cauce
Y en el mismo mar penetran.
También el corazón tiene
Sus fuentecillas abiertas:
En unas, lágrimas brotan,
En otras, risas gorjean.
¡Fuentes de llanto y de gozos!
Si vuestras linfas se mezclan
Se harán amargas las dulces,
Jamás dulces, las acerbas!…
No es el temor a la propia
Lo que sólo al alma llena
De vaga melancolía
Cuando en la muerte se piensa.
Es también la pesadumbre
Que en los corazones queda
Al ver que desaparece
Para siempre una existencia.
¡Cómo al saberla perdida
Con más ansia se recuerda,
Porque vida que se acaba
El recuerdo la renueva!
Por eso yo siento a veces
Que al conjuro de esa idea,
Las aves de mis amores
Dentro del pecho aletean
Del cariño de mis muertos
Angustiosamente hambrientas.
Y al sufrir el desconsuelo
De inolvidables ternezas,
No sabe uno bien si es vida
O es muerte lo que desea.
Que hay horas en que el espíritu
Se levanta de la tierra
Y flota sobre el abismo
De pasiones y miserias
Con el vuelo majestuoso
Con que las águilas vuelan.
Así las aguas de un río,
Al cieno del fondo ajenas,
Bajo el sol corren fulgentes
Como un reguero de estrellas.
El vacío que en las almas
Los que mueren siempre dejan,
Sentí muy hondo en la mía,
Cual si mío el muerto fuera,
Cuando enmudeció el acento
Noble y viril del poeta
Que lloramos hoy a coro
Con la lira tinerfeña.
El frío de una congoja,
Que para mí no era nueva,
Por desdicha, sopló entonces
Estremeciendo mis venas;
Y otra vez, tristes, dolientes,
Sus no olvidadas endechas,
Entonaron en el alma
Las aves de la tristeza.
No cantará más la musa
Del bardo, en cantar maestra,
Que la mansión del pasado
Le abrió a su vida las puertas.
Y eso es morir; que la muerte
No es sólo quietud eterna;
Que es vivir en un ayer
Que para siempre se aleja.
En el mundo todo tiene
Su futuro, todo alienta
Una esperanza que arrulla
Hasta sueños y quimeras.
Lo que no tiene más vida
Ni nunca un mañana espera,
Es el pasado, la tumba
En que el tiempo al tiempo entierra.
Pero si el pasado es muerte,
Es muerte mucho más cruenta
La del olvido, que hace
Que todo lo que es no sea;
Que al espíritu sumerge
En oscura noche eterna;
Que del tiempo y de los hechos
No deja noción ni huella.
Pero el cantor de Nivaria
Revive en nuestra existencia,
Pues con la luz de sus versos
Ha rasgado las tinieblas
Del olvido y resplandece
Su espíritu en estas peñas
De su corazón amadas,
De su numen predilectas.
No cantará más la lira
Del vate, en cantar maestra;
Vendrá, acaso, de más lejos
El eco de sus poemas;
Así es que el alma ha perdido
El consuelo de la espera,
Mas le queda el del recuerdo
Y añoranzas tan intensas,
Que en mi corazón, bullente
Siento que a manar empieza
Una de sus fuentecillas,
La del surtidor de penas.
LA VIDA QUE PASA(93)*
La existencia es como el día
Que, con dolor o placer,
Hace siempre florecer
La universal alegría
De un radiante amanecer.
Amanecer que es la aurora
Más bella que un ser alcanza
En la vida engañadora,
Porque el sol que la colora
Es el sol de la esperanza.
Y por sus rayos nimbado,
Tras un mañana ignorado
Sigue el hombre su carrera;
Y aunque hilando va un pasado,
No recuerda, porque espera.
Con rara clarividencia
Ha presentido quizás
Otra futura existencia,
A la que, con impaciencia,
Marcha sin mirar atrás.
Late el pecho placentero
Si en él la juventud arde,
Y no ve que el tiempo artero
Trueca el matinal lucero
En estrella de la tarde.
Juventud, himno triunfal
De amor, eterno ideal
¡Con qué doliente congoja
Ve el alma que se deshoja
Tu rosa primaveral!…
* * *
La existencia es como el día
Que, caminando al acaso,
Halla fatalmente al paso
La suave melancolía
En que se envuelve el ocaso.
Ocaso que es la vejez,
Pues en el hombre se advierte
Que del sol sigue la suerte:
Cuando sale, es la niñez,
Cuando se pone, la muerte.
Gira de prisa la cuerda
En el reloj de la vida;
Y en cada ilusión que pierda
Siente el alma dolorida
Que, en vez de esperar, recuerda.
Late el corazón cobarde
Cuando en él la fe no arde
Y declina la esperanza,
Y es la estrella de la tarde,
No el lucero, quien avanza.
De amarga experiencia espejo,
Cuando su misión termina,
Sabe bien un triste viejo
Que no hallará ni un reflejo
En la noche a que camina.
No necesita ser pobre
La vejez para mis daños,
Que aunque riqueza le sobre,
Siempre para un viejo es cobre
Todo el caudal de los años.
Marcha el hombre, del destino
Sobre las alas abiertas,
Y al terminar su camino,
Ve, incansable peregrino,
Que otra vida abre sus puertas.
EN LA MUERTE DEL
POETA ZEROLO(94)
Lo mismo que el bardo
Romántico, ingenuo,
Que vertió en sus rimas
Su espíritu inmenso,
Cuando he presenciado
De un ser el entierro,
Yo también me he dicho
Con dolor intenso:
“Dios mío, que solos
Se quedan los muertos”.
Sé quedan, sí, solos
Los seres aquellos
Que al cruzar la vida
Ni meteoros fueron,
Ni estrellas errantes
Que un instante, al menos,
Alumbran su senda
Con fugaz destello.
Mas tú no estás solo,
Cantor de este suelo.
Como si no hubieses
Todavía muerto,
Palpita tu imagen
En nuestros cerebros.
Sobre tu alto nombre
No tenderá el velo
Nunca ingrato olvido
Ni torpe silencio.
Los hombres del día
Y los venideros
Guardarán por siempre
Tu grato recuerdo;
Tendrán en el alma
Para hacerlo eterno,
Los unos, su pena,
Los otros, tus versos.
El aciago día
Que fui al cementerio
Para ver el triste
Solitario lecho
En que a dormir ibas
El último sueño,
Oí, como si alguien
Me hablara en secreto,
La voz con que a veces
Nos habla el misterio:
Aquí nunca solos
Se quedan los muertos,
Que una sola lágrima
Al caer al suelo,
Hace abrir las rosas
De luz del recuerdo.
A veces los vivos,
De su pena en medio,
Más solos se quedan
Que los mismos muertos;
Que al dar al que muere
Un adiós eterno,
Nos parece entonces
El triste aposento
Que antes ocupaba
Un amado enfermo,
Cual frío sepulcro
Que hiela los huesos
Y amedrenta al alma
Con lúgubres ecos.
Cuando a helada tumba
Descendió el Maestro,
Nimbada aún su frente
Por fúlgido estro,
Pensé en esas horas
De recogimiento
En que el Sol se marcha
A otros hemisferios,
No sin dejar antes
Encendido el cielo
Con flores de estrellas
Y franjas de fuego…
LA LANZADA DE LONGINOS(95)
Jesús agonizaba y su agonía
Era cual la de un sol, serena y muda,
Mientras, para acallar secreta duda,
La canalla gritando enronquecía.
Dio, en medio del rugir de la jauría,
Cristo una voz pidiendo a Dios ayuda
Que arder hizo en piedad el alma ruda
Del Centurión que allí un deber cumplía.
Este, por noble impulso, alzó la mano,
Y abreviando un dolor tan sobrehumano
Clavó en el Mártir su potente lanza;
Brilló la sangre en ella y fue cual cirio
Que quisiera alumbrar tanto martirio
Con la infinita luz de la esperanza.
La Laguna, abril de 1924
EN UN ÁLBUM(96)
Qué engañadora promesa es la ilusión
Y cómo halaga, traidora,
Con su música sonora
Las ansias del corazón.
Mariposa de alas de oro, que al volar
Cruzó como un meteoro,
Dejando en mi alma el tesoro
De un efímero cantar.
La Laguna
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NOTAS
[1] Su solicitud de iniciación aparece firmada en La Laguna (26-09-1899), vide su expediente masónico en Archivo General de la Guerra Civil Española de Salamanca (AGGCE, 47-A-20). Cf. M. de Paz Sánchez: Plectro masónico. Una antología poética, Santa Cruz de Tenerife, 2006, pp. 127-143.