Con la creciente importancia de las ciudades a partir de la Revolución Industrial en el siglo XIX y su reflejo en la literatura del siglo XX con autores como Balzac o Dickens, la ciudad se convierte en protagonista de las novelas porque “en las metrópolis se ejercen y se tratan de representar las creencias de los pueblos en medio de sus luchas culturales […] la ciudad es como la metonimia de la sociedad; ya que todas las acciones y elementos que la sostienen se reflejan y proyectan en la sociedad que la habita” (Transborde 8, 2010: 122).
Y si existe una novela urbana por excelencia, esta será la novela negra, pues veremos que en las ciudades se propicia un escenario idóneo para cualquier tipo de crimen. Como apuntaría Mempo Giardinelli[1], desde que Dashiell Hammet decidiera utilizar el espacio urbano como paisaje en su novela Cosecha Roja, cuya trama se desvela en Personville (ciudad ficticia inspirada en una ciudad de Montana, California), lo urbano cobraría tanta importancia en la novela negra que terminaría por considerarse fundamental en la trama; y aunque en un primer momento las historias estaban ambientadas en las grandes ciudades de Estados Unidos y de Europa, el género ha ido evolucionando hasta llevarnos a otras ciudades más pequeñas o a paisajes rurales y marítimos. Así, encontramos obras como las de Alexis Ravelo, adaptada a la realidad insular de Las Palmas de Gran Canaria.
En este trabajo, analizamos la saga de Eladio Monroy para comprobar cómo la ciudad es potencialmente subjetiva y en la literatura puede adaptarse y convertirse en una ciudad negra, incluso aunque Las Palmas de Gran Canaria sea “la ciudad menos hardboiled del mundo” (Jiménez y Brox, s.f.), en palabras del propio Alexis Ravelo. Pretendemos demostrar cómo la ciudad se convierte en un personaje más, tratándose de un espacio urbano personificado, de una ciudad que respira, que vive y que evoluciona.
Siguiendo las ideas de Cristina Jiménez-Landi Crick en el análisis de su tesis doctoral “La metrópolis en la novela negra española actual: caras y voces de Madrid a Barcelona”, tomaremos como referente sus definiciones y la diferenciación que presenta en cuanto a los espacios de la novela negra. Entre estos, encontramos principalmente espacios del crimen y espacios de búsqueda, que podrán derivar en espacios de escondite, de huida, de conspiración, de persecución o de trabajo para los investigadores.
La ciudad en la saga de Eladio Monroy: Tres funerales para Eladio Monroy, Sólo los muertos, Los tipos duros no leen poesía y Morir despacio.
Salvo en contadas ocasiones, Alexis Ravelo siempre ha elegido para sus escritos el paisaje de Gran Canaria y el español de Canarias. Para el autor, su pequeña aportación al género negro es acercar al imaginario de la novela negra la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, un escenario de contradicciones que, “como a muchas ciudades de este país, le ocurrió que cambió muchísimo de golpe, creció exponencialmente” (Jiménez – Brox, s.f.).
En sus descripciones, Ravelo nos presenta lugares y calles reales de la ciudad, y así, cualquiera que se acerque por el núcleo o centro de Las Palmas de G.C., puede salir “al mediodía ardiente y ruidoso de la calle León y Castillo” (Ravelo 2006: 16) y desde allí acercarse hasta el número 15 de la calle Murga, donde podrá intentar localizar la casa que correspondería, en la ficción, a la de Eladio Monroy. Y si quisiera continuar con su recorrido por los mapas que dibuja Alexis Ravelo, bastaría con dirigirse hacia Ciudad Jardín (la Ciudad Inglesa), hacia Triana y Vegueta, donde se sitúa el casco histórico de la ciudad, hacia los diferentes barrios que la componen o hacia Las Canteras, una playa urbana frecuentada no solo por los locales, sino también por los viajeros, y desde donde además quedan muy cerca las zonas comerciales de Mesa y López, Las Arenas o el Puerto.
[…] Las primeras mañanas se había dedicado, como cualquier turista o jubilado disconforme, a recorrer la playa […] Luego fue descubriendo las zonas portuarias, el parque de Santa Catalina […] y, finalmente, la avenida Marítima, flanqueando una autovía que los taxistas y la gente de edad denominaban, sencillamente, ‘la pista’. Paseando por aquella avenida, siguiendo el camino hacia el sur, fue descubriendo, poco a poco, la otra ciudad […]. Son dos ciudades distintas, que se dan la espalda, que se ignoran mutuamente […] lo que llaman Vegueta.
El caso es que él, después de este tiempo, aún no había decidido cuál de aquellas dos ciudades le gustaba más, y era alternativamente infiel a una y a otra, aunque sentía debilidad por la zona antigua. Para él presentaba el atractivo de ciertos comercios: las tiendas de decoración de interiores, de antigüedades, de arte se situaban indefectiblemente allí. Así como las librerías, las bibliotecas, las galerías de arte, la mayoría de los museos y teatros […] (Ravelo 2006: 69-71).
Todos estos espacios, que en primera instancia se muestran neutros en una ciudad supuestamente tranquila, se tornarán criminales por el hecho de que el crimen surge o sucede en ellos, y así empiezan a estar rodeados no solo por un aura negra y criminal, sino por la de investigación y de detección de pruebas. Esta investigación nos llevará, de la mano (y los pies y el intelecto) de Eladio Monroy, hasta la única verdad posible: no hay ciudad, por idílica que sea, que no se preste para el crimen. Nuestro protagonista, en su recorrido diario por la ciudad que habita, nos muestra la verdadera esencia de Las Palmas de G.C., guiándonos en las novelas por un espacio urbano que, si bien no parece tener otra imagen más que la de capital de un paraíso, en realidad es como cualquier otra ciudad susceptible de convertirse en escenario negro.
La luz se derrama sobre los barrios altos (que aquí son los barrios bajos); sobre las instalaciones portuarias; sobre los bloques de viviendas con paredes de cartón; sobre los riscos nimbados de pequeñas casas que se amontonan en multicolor cascada; sobre el empedrado y los muros de piedra de las calles del barrio colombino; sobre las céntricas avenidas; sobre las playas desoladas que acogen a bañistas prematuros; sobre oficinas bancarias y sedes oficiales; sobre cuarteles y hospitales; sobre colegios y cocheras; sobre plazas diáfanas y sombríos callejones sin salida.
De nuevo se ha producido el milagro del amanecer sobre esta ciudad santificada y putrefacta. La mañana vuelve a poner en marcha el hormiguero como si una descarga eléctrica lo hubiese sacudido y sus habitantes corriesen de un lado a otro […] De nuevo el amanecer está ahí: casi cuatrocientos mil actores regresan al escenario (Ravelo 2006: 9-10).
En esta ciudad, que muchas veces encontraremos personificada (se le atribuyen características humanas e incluso partes del cuerpo humano: vientre; espina dorsal), el clima cambiará casi de acuerdo con las circunstancias, lo que nos podría llevar a compararlo con el carácter en las personas. Cuando las novelas comienzan, Ravelo suele describir una ciudad que está despertando, y cuando se produce o se va a producir un crimen el tiempo cambia y se vuelve más oscuro o incluso aparece la calima, desagradable; por último, el tiempo vuelve a la calma cuando la historia ha terminado y el crimen se ha resuelto. Así, vemos por ejemplo que la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria despierta como lo hacen muchos de sus habitantes, con un ritmo lento y, después va entrando en el bullicio de la calle; pareciera, tal vez, que se está preparando para lo que viene:
La ciudad se movía. Había despertado hacía unos días, con el fin de las vacaciones. El paseo de Tomás Morales ya no era una avenida silenciosa de domingo por la mañana: había vuelto a convertirse en el enjambre ruidoso de abejorros adolescentes que solía ser a diario; el bullicio había regresado a Triana, con sus compradores atareados y sus viejitos paseantes, sus parados ociosos y sus músicos callejeros, sus hombres-estatua y sus postulantes de Cruz Roja; Mesa y López y los centros comerciales soportaban a duras penas la legión de madres y padres que los invadían buscando libros de texto, material de papelería y maletas escolares como si el mundo fuera a acabarse, con una energía y una capacidad de enervamiento que los hacía sospechosos de haber pasado el verano entrenándose para estresarse mejor que nadie; de nuevo el colapso, el atasco, el agobio laboral en medio del insoportable calor de un verano que se negaba a marcharse.
Sí, ahí estaba la ciudad, esa gandula pachorruda y despistada que intentaba asimilar un ritmo y un modo de vida que no le eran propios, […]. Estaba ahí, tras la puerta acristalada del bar Casablanca, tosiendo, asfixiándose y sudando en los motores de los vehículos que parecían empujarse unos a otros por la calle León y Castillo (Ravelo 2011: 21-22).
Los espacios que Eladio recorre y visita durante su día a día pasan de ser lugares cotidianos y rutinarios a convertirse en detonantes o víctimas del delito o la búsqueda de su solución, y desde ahí Eladio comenzará en cada entrega de la saga una nueva aventura que lo llevará, muy a su pesar, a enfrentarse, entre otras cosas, con “prostitutas sacrificadas en orgías sadomasoquistas, […] multinacionales farmacéuticas que hacen negocio vendiendo muerte en África, [o] redes de blanqueo de capitales” (Ravelo 2012: 353).
Espacios del crimen
En Tres funerales para Eladio Monroy[2], Eladio nos lleva hasta un espacio de un crimen metafórico (especulación inmobiliaria) al ejercer como chófer para Ortiz, un empresario inmobiliario que se dedicará a hacer negocios en la Ciudad Inglesa. Allí, en un barrio para ricos, Eladio se encontrará con su viejo amigo Silva, expolicía, ahora jefe de Seguridad Ceys, protegiendo la casa del importante hombre al que ha venido a visitar Ortiz.
El primero de los espacios de crimen real que vemos en TFEM se produce con el trabajo que acepta Eladio en relación con la extorsión que están sufriendo García Medina y Ana Mari. Cuando Monroy acude al Cuarenta Grados, un local de striptease, para recuperar unos discos con la copia de un vídeo comprometedor, no se imaginará que pocas horas después de hablar con Paco, jefe y proxeneta del local, este aparecerá muerto en su propio despacho. Evidentemente, un local de ocio como este se convierte en el lugar idóneo para el crimen, pues se trata de un espacio alejado y solitario en el que la principal actividad se realiza de noche, en un espacio oscuro y relativamente poco frecuentado.
El siguiente espacio de crimen que encontramos es el que, en un primer momento, se considera un lugar íntimo y personal para Eladio, allí donde refugiarse: su casa. Si bien su casa es un lugar estrictamente privado, pues solo entra en ella quien Eladio considera que debe hacerlo – por ejemplo, Gloria –, es definitivamente susceptible de convertirse tanto en espacio de búsqueda (un lugar de trabajo para él, cuando utiliza el ordenador para investigar) como en espacio de crimen, pues se trata de la casa de un hombre que no para de buscarse problemas con personas peligrosas. En TFEM podemos comprobar cómo la casa de Eladio ha sido asaltada y puesta patas arriba por dos matones que trabajan para Silva, quien responde ante Ernesto García Medina y Ana Mari. Además, no solo el hogar de Monroy estará hecho un desastre, sino que estos matones habrán dañado en el proceso a Matías, el vecino de Monroy, un simpático/antipático anciano con quien comparte bromas diarias, por el intento de este de proteger la casa del que considera su amigo.
[…] El suelo estaba plagado de cosas. Cintas de vídeo, deuvedés, discos compactos… Todos fuera de sus estuches. Los sillones habían sido destripados y trozos de guata hacían de nieve en aquel Kosovo improvisado. El agente observó el rostro de Eladio, que miraba los despojos de su videoteca y su colección de discos tapizando el suelo del salón. […] Monroy entró hasta el cuarto que le hacía las veces de despacho y biblioteca. Las estanterías estaban ahora vacías. Y no se hubiera podido entrar sin pisar, al menos, dos o tres libros (Ravelo 2006: 211-214).
Por supuesto, este espacio del crimen es a su vez un espacio de búsqueda (pero no para el investigador, sino para el criminal), ya que los matones que destrozaron de esta manera la casa de Eladio estaban buscando el disco que contenía el vídeo comprometedor de Ernesto García Medina y Ana Mari.
Sin embargo, en esta novela no es la casa de Eladio la única que se convierte en en espacio del crimen. En esta entrega podemos ver además uno de los momentos más duros para nuestro protagonista, que se convierte, él mismo (considerando que así hace justicia), en un asesino, al acudir a casa de Silva a saldar algunas cuentas pendientes por las muertes de Roquito y de Loreto, la joven prostituta a quien Silva hizo desaparecer tras ser torturada y asesinada por García Medina y Ana Mari. La descripción que hace Alexis Ravelo de esta casa y de este momento es, además, premonitoria para el crimen, pues encontramos que se mantiene el suspense mientras Silva recorre el espacio del salón a su despacho:
Pasó ante el pequeño despacho en el que tenía el escritorio con el ordenador y continuó camino, pero, cuando casi ya llegaba al salón, se dio cuenta de que, al pasar, había visto iluminada la pantalla del ordenador. Sin dejar de avanzar, se preguntó si podía equivocarse. Intentó recordar cuándo lo había utilizado por última vez. Al llegar al salón, decidió comprobarlo. Dejó allí el plato con el bocadillo y, cerveza en mano, volvió sobre sus pasos.
El escritorio estaba situado dando el perfil a la puerta, junto a la ventana. Nada más había en el exiguo cuarto, salvo aquella mesa, la silla giratoria y una estantería en la que se almacenaban revistas, disquetes y algunos manuales de informática. Efectivamente, la pantalla se hallaba iluminada y se escuchaba el casi imperceptible sonido del disco duro procesando. Se acercó al escritorio y tomó asiento.
La pantalla mostraba un documento de texto, que llevaba como encabezamiento “A quien pueda interesar”. Dejó colgar la mandíbula un momento, tan sorprendido que no escuchó los pasos de Monroy hasta que ya casi estuvo a su lado (Ravelo 2006: 291-292).
En las demás entregas de la saga podemos ver también otras casas que constituyen espacios del crimen y que, por tanto, han perdido su condición de espacio íntimo y seguro. En Morir despacio[3], Víctor Barroso es asesinado en su casa de forma que pareciese que se había suicidado y, además, allí es donde su hermano encuentra su cadáver. Pablo Barroso, antes de llegar a la casa de su hermano (también espacio de búsqueda para Monroy), recorre la ciudad con mala gana y con pensamientos negativos. Esta aura del crimen, aunque todavía no descubierto, ya estaba en el ambiente antes de encontrar el cadáver.
Pablo Barroso transitaba por Mesa y López tal y como había deseado hacer un rato antes, pero a regañadientes. Al pasar por la Plaza de España dedicó unos segundos a sentir magua. Le vino otra vez el deseo: un sitio a la sombra en una de las terrazas y una cerveza fresquita. O dos. Quizás a la vuelta, pensó mientras bajaba la calle Diderot, maldiciendo la estampa de su hermano […]. Cuando cruzó la plazoleta de Farray ya lo odiaba lo suficiente como para echarle una buena bronca en cuanto lo tuviera ante sí. Recorrió la calle Kant hasta casi llegar a la playa, desde donde la brisa le traía efluvio a salitre como un canto de sirena. Allá también había una avenida, bares con terraza, aire fresco, cerveza […] (Ravelo 2012: 10-11).
En Los tipos duros no leen poesía[4] nos enteramos gracias a una noticia en la televisión de que Laura Jordán, la propietaria de la caja de madera que Melania Escudero quiere recuperar, también ha sido asesinada en la intimidad de su casa: “[…] escuchó el resto de la noticia: ‘El cadáver de Laura J.R. fue hallado esta mañana en su domicilio de La Minilla, en Las Palmas de Gran Canaria. La víctima, una conocida artista plástica, falleció, al parecer, a causa de una herida por arma de fuego’.” (Ravelo 2011: 168).
Otro espacio del crimen que se presta evidentemente para ello por su aislamiento es la nave industrial de Mariore, espacio privado, pues pertenece a Marcial Navarro, un importante empresario con suficiente poder como para comprar los favores de una ciudad entera. Es por estas características por las que la nave industrial, en las afueras de la ciudad, es un espacio donde indefectiblemente puede tener lugar un crimen. En su descripción de este lugar, Alexis Ravelo nos regala además una panorámica de la ciudad:
[…] lo que sabía, de entrada, era que estaba en una nave industrial. Seguramente, por el eco, bastante vacía.
[…] ¿Dónde estaba situada la nave? Pensó en los polígonos industriales que rodeaban la ciudad: El Sebadal, Las Torres, Miller Bajo. También se le ocurrió que habían podido sacarlo del caso. Podían haberlo llevado a El Goro, por ejemplo (Ravelo 2012: 283).
Una vaharada de aire caliente le golpeó el rostro maltrecho. Dio un paso hacia la calle desolada, donde solo había aparcados un par de trailers y la furgoneta. La nave estaba pintada, efectivamente, con el logo y los colores de MARIORE. Junto a ella había solo un inmenso solar vacío, que la separaba de los otros edificios, que se distribuían, espectrales, colina abajo. Más allá estaba la ciudad, con sus luces prendidas como luciérnagas quebrando la densa monotonía del polvo; la bahía, con sus grúas y sus buques aletargados en la canícula; el horizonte, del que hoy no habrían de venir los Evangelios porque la oscuridad y la calima lo habían borrado (Ravelo 2012: 296).
Por último, otro espacio del crimen que abarca la ciudad al completo es la calle; en plena vía pública podemos encontrar asesinatos como el de Roquito, atropellado por los hombres de Déniz, o el del Ministro, a quien disparan Melania Escudero y Suárez Smith, pero también vemos crímenes menores como la paliza que Monroy le da al marido de Sonsoles (aunque esta la comienza en la calle y la termina en un edificio abandonado), y las palizas que recibe Eladio incluso en la puerta de su casa.
La tertulia radiofónica se interrumpió para dar una última hora de sucesos. Habían hallado el cadáver de un hombre con evidentes signos de violencia en el Puerto de la Luz, en la explanada del antiguo muelle del Jet Foil. Al parecer, el hombre presentaba, entre otras, heridas de arma de fuego, algo bastante inusual en la crónica negra de las Islas (Ravelo 2011: 113).
[…] Había signos de lucha. Aparte de eso, le pegaron un tiro en la barriga. Con un calibre chico, un 22. Se arrastró unos metros, pero no llegó hasta la carretera. Si hubiera llegado y alguien del centro comercial lo hubiera visto, igual hubiera podido salvarse. Pero había perdido mucha sangre y se desmayó. Se quedó tirado allí… (Ravelo 2011: 121).
Espacios de búsqueda
Los espacios de búsqueda son aquellos que recorre el investigador para encontrar pistas acerca del crimen que está intentando resolver. Estos lugares permiten hablar con testigos, realizar entrevistas o analizar la información que se ha recibido. Dentro de estos espacios de búsqueda se incluyen los medios de transporte[5] que utilizan los personajes para desplazarse: a pie, en transporte público colectivo, en transporte público individual y en coche (también puede transformarse en medio de huida o en espacio del crimen, por ofrecer a los delincuentes un ambiente de intimidad).
En las novelas habrá, en general, dos espacios de búsqueda recurrentes: el bar de Casimiro y la casa de Eladio, donde por un lado siempre se originan las investigaciones de este héroe popular y por otro lado suelen resolverse. El bar de Casimiro se convierte en el lugar donde encontrar a Monroy para cualquier tipo de trabajo o favor personal, mientras que su casa será el espacio donde él trabajará más frecuentemente, sobre todo cuando necesite usar su ordenador, o donde se sienta seguro y relajado.
–¿Y cómo te has enterado de dónde vivía?
–Héctor me había dicho que parabas en ese bar…el Casablanca…Pregunté allí…
–Pues anda que son discretos…
–Dije que tenía que ofrecerte un trabajo (Ravelo 2008: 164).
Al día siguiente, Eladio Monroy no fue al bar Casablanca. Decidió quedarse en casa después de comprobar a través de la ventana que la calima continuaba difuminando los contornos de cosas y personas, como si Las Palmas fuera una ciudad fantasma que aparecía solo un día cada cien años, igual que Brigadoon […]. Mientras el café subía, encendió el ordenador portátil de Víctor Barroso y sacó del bolso de viaje las cosas que se había traído del ático de Guanarteme. Quedaron desperdigadas por la mesa, alrededor del artefacto, que mostraba ya la imagen de su escritorio (Ravelo 2012: 75).
Aunque esta visión de la casa como espacio de búsqueda en cuanto a lugar de trabajo de Eladio es frecuente en todas las novelas, existe otra forma de ver la casa como un espacio de búsqueda, y es el que se produce cuando este se presenta en ellas para hacer su investigación:
Le tocó el turno a la librería, el mueble de cinco estantes que contenía la biblioteca del Ministro […]. Monroy pasó los dedos por detrás de todos aquellos libros y los sacó llenos de polvo en cada estantería, a excepción de la más baja, donde encontró una latita de galletas que contenía una colección de boliches de cristal […]
El cuarto del fondo era un trastero con posibilidades, pero finalmente solo contenía herramientas, útiles de pesca y algunos electrodomésticos en desuso (Ravelo 2011: 180-182).
En TFEM, como ya comentábamos en el apartado anterior, Eladio ha de llevar a Ortiz a la Ciudad Inglesa para la entrega de un maletín, por lo que deberá pasar primero por un rentacar y después recogerlo en el aeropuerto; el primer espacio de búsqueda que encontramos en la novela es, por tanto, el rentacar, al que Eladio llega en guagua, medio de transporte que le permite observar toda la ciudad desde una punta a la otra:
[…] la guagua abarrotada de bañistas recorría la avenida Marítima y pasaba ante el Muelle Deportivo, la Playa de las Alcaravaneras, el Club náutico y la Base Naval. Antes de que se introdujese en el vientre de la Estación Intercambiadora, Monroy echó un vistazo desdeñoso al nuevo centro comercial, un horrible paralelepípedo de cristal y cemento que vedaba el cielo, el mar y los muelles justo en medio de una perspectiva que a él siempre le había gustado especialmente, por lo cual el edificio lo entristecía, jodía e indignaba a partes iguales (Ravelo 2006: 25-26).
Esta imagen negativa del centro comercial la veremos también en MD y en LTD, en esta última además convirtiéndose a su vez, toda la zona del Puerto, en un lugar de memoria[6]. Eladio, viendo que su amigo Hanif Viram se retiraba del negocio y dejaba a su hijo en la tienda, empezó a recordar con nostalgia otros tiempos “de contenedores descargados a hurtadillas, de mercancías que entraban en los almacenes a medianoche y sin albarán”, porque “con ellos se extinguiría la última generación del cambullón, el escaqueo y el bisne. La calle peatonal, el hipermercado y el centro comercial habían ido dando puñalada tras puñalada a aquella ciudad portuaria, sucia y colorista. La de ahora era más amplia, más limpia, mejor edificada y, decididamente, más aburrida” (Ravelo 2011: 135). En MD lo vemos como “aquel cubo de cemento que le ocultaba el paisaje” (Ravelo 2012: 89).
También destaca en MD el uso de la guagua como medio de transporte más eficaz que el coche para llegar a las zonas más concurridas de la ciudad. La guagua es, además, un medio popular, por lo que en este caso se convierte no solo en un espacio de búsqueda (va en guagua al despacho de Pablo Barroso, hermano del supuesto suicida que en realidad no era tal) que nos permite conocer el recorrido por la ciudad, sino también a sus habitantes más humildes. Posteriormente podremos ver el contraste con la vida que llevan los personajes involucrados en la familia de Víctor Barroso, el supuesto suicida, al llegar Eladio primero al despacho de su hermano y después a su casa para investigar.
Decidió no ir en la Renault Express. Aparcar por la zona de Mesa y López siempre era un coñazo. Prefirió bajar a la Estación de San Telmo y, allí, se puso a esperar la guagua entre jovenzuelos, señores y señoras con cara de andar agobiados y guiris que consultaban sus planos y los carteles de la parada, comprobando qué línea debían tomar para ir a Las Canteras o el parque de Santa Catalina (Ravelo 2012: 53).
Al entrar en el ático de Víctor Barroso, a Monroy lo embargó esa sensación de pornógrafo aficionado que solía experimentar cuando husmeaba en asuntos ajenos […]. La vivienda disponía de un dormitorio, cocina y cuarto de baño. El resto era un amplio estudio en el que un sofá de dos plazas, una mesita de centro y una pantalla de plasma delimitaban la zona que hacía las veces de cuarto de estar. La zona principal, la que parecía haber sido utilizada con más frecuencia, la constituía el lado que daba a la terraza, donde había algunas estanterías (en las cuales se alternaban libros y deuvedés con objetos decorativos de poca monta) y, sobre todo, un escritorio en el cual estaba, abierto, el ordenador portátil. Por lo que se veía, Barroso había implementado sus posibilidades con unas columnas de mesa y un disco duro externo (Ravelo 2012: 61).
Más adelante, cuando Eladio ha recogido ya a Ortiz para trasladarlo a su hotel, podremos ver también el coche como un medio de transporte que conduce a los personajes a través de la ciudad y permite, en ocasiones, observarla con calma o, por el contrario, ni siquiera prestarle atención: “el habitual atasco a la entrada de la ciudad por la zona del cruce de la Laja le dio a Monroy la oportunidad de mirar a la cara a Ortiz […]” (Ravelo 2006: 55); pero aunque en un primer momento Monroy pueda obviar la ciudad en la que habita, volverá a ella para defenderla ante Ortiz, nombrándola “una pequeña sucursal de las Naciones Unidas. Pero sin países con derecho de veto” (Ravelo 2006: 56).
El coche seguirá siendo un medio de transporte que, en Solo los muertos[7], permitirá observar esta ciudad potencialmente criminal ya no solo como crimen metafórico sino también como crimen real, pues esta vez será el medio empleado por los criminales para recorrer la ciudad (se trata ahora de un espacio de búsqueda de los criminales, y no del investigador). En esta obra, el personaje de Lupescu, que colaborará por última vez en un crimen solo por la promesa de que su hijo recibirá atención médica, nos permite observar una ciudad contradictoria que, como él, muestra a la vez un lado triste y otro alegre:
La ciudad los recibió con un atasco. Mientras esperaban a que el tráfico volviera a fluir, Lupescu miró a su izquierda y vio un barrio de pequeñas casas edificadas junto al mar. Viviendas sencillas, de estilo marinero, cuyas azoteas quedaban casi a la altura de la carretera, con el anuncio de restaurantes costeros especializados en pescado fresco. A su derecha, un instituto y un hospital, feos edificios construidos en gris y marrón, como queriendo contradecir el colorido del otro lado de la vía.
El coche que había delante de ellos se puso de nuevo en marcha justo cuando Lupescu deseó no estar allí (Ravelo 2008: 135).
Para Lupescu, sin embargo, aunque había sido enviado a esta ciudad para cumplir con una misión con la que no terminaba de estar de acuerdo, después de cometido el crimen la urbe le parecía de nuevo un lugar tranquilo, como si al terminar con toda esa violencia, esta volviera a la calma. Era un lugar quizá hasta idílico, un espacio al que poder traer a su hijo Anatol cuando se recuperara de su enfermedad[8]:
[…] Entretanto, Lupescu había salido para ver la ciudad. Había ido a ver la catedral, la plaza que había ante ella. Se había sentado en uno de los bancos, cerca de unos perros de bronce, y había observado las evoluciones de las palomas. Allí sentado, pensó en Anatol. […] Si todo fuera bien, si el trabajo saliese como debía salir, si el tratamiento funcionase como debía funcionar […] volvería a aquella plaza con Anatol cuando estuviese recuperado. Se lo propuso allí mismo, en aquel momento. Si Anatol se recuperaba, lo traería a aquella ciudad y lo llevaría a aquella plaza de Santa Ana, a jugar con los perros de bronce y a molestar a las palomas (Ravelo 2008: 182-183).
También en TFEM, LTD y en MD la ciudad parece estar en calma una vez ha terminado toda la vorágine del crimen y Eladio ha resuelto la incógnita que rodeaba a García Medina y Ana Mari, a Melania Escudero y Suárez Smith, y por último, a Víctor Barroso. No obstante, en LTD la descripción de la vuelta a la calma no nos presenta una ciudad totalmente tranquila, sino una ciudad que se ha quedado con mal sabor de boca tras todo lo ocurrido, pues en realidad no había cambiado desde sus últimos crímenes:
Monroy comenzó a andar lentamente por la plaza de Santa Isabel en dirección a la calle Dolores de la Rocha. Los coches pasaban sin cesar, en ambos sentidos, por los carriles de la autovía. Los mismos padres y abuelos que hacía unas semanas buscaban como locos libros y material escolar, comenzarían, dentro de poco, a desarrollar un frenesí similar para encontrar los caprichos navideños de hijos y nietos. La ciudad. Siempre la misma. Mes a mes. Temporada a temporada. Año tras año.
Antes de cruzar […] paró un momento y miró a su derecha, más allá de la autovía al mar que comenzaba a encabritarse con el viento africano que había llegado a media mañana. El cielo había vuelto a nublarse, pero el calor húmedo, pegajoso, no se iba. El verano continuaba empecinándose en permanecer. Para cuando decidiera irse, ya le habría llegado el momento de volver de nuevo. Eso es lo que pasa por no saber retirarse a tiempo, pensó Monroy (Ravelo 2011: 275-276).
Los alisios habían llegado con su fresca humedad para empujar la calima hacia el mar. Los autos aún recorrían la ciudad cubiertos por una generosa capa de polvo y muchos de ellos permanecerían así hasta el sábado, cuando sus propietarios cumplieran con el ritual semanal del lavado. Puede que antes volviera de nuevo el polvo sahariano y la gente comenzara a quejarse otra vez se habían puesto allá enfrente, en África, a sacudir las alfombras en la puerta de la jaima (Ravelo 2012: 349).
El siguiente espacio de búsqueda que veremos en TFEM estará vinculado con el segundo trabajo que acepta Eladio: de entregar un dinero al extorsionador de Ana Mari y García Medina; para ello, tendrá que dirigirse al club Cuarenta Grados, en el que un “termómetro amenazando a dos líneas curvas que representaban a unas nalgas” se convertían en un “símbolo fálico evidente” (Ravelo 2006: 157). En esta novela podemos ver como espacios de trabajo dos clubs nocturnos, y por tanto, espacios que podemos considerar fronterizos, abiertos solamente a un público específico: el Salón Isadora y el club Cuarenta Grados. Estos espacios se convierten en lugares idóneos para obtener confidencias y pistas, sobre todo porque acogen principalmente a personajes de la clase trabajadora y con los que se relaciona Eladio. No obstante, la diferencia entre el Salón Isadora y el club Cuarenta Grados es evidente: en el Salón Isadora, cuyo recibidor “estaba pensado para parecer cualquier cosa menos lo que realmente era. Situado en el último piso de un edificio de oficinas, hubiera aparentado ser un gabinete más, salvo por el subtítulo ‘Contactos’ que rezaba bajo la pequeña placa de metacrilato que había junto al timbre” (Ravelo 2006: 139), Eladio se encuentra con una vieja amiga que lo aconseja y le da información sobre Paco, el proxeneta del club Cuarenta Grados. En este último, sin embargo, se encuentra en la barra con Charo, a quien también conoce desde hace tiempo pero que, en lugar de ayudarlo, da su nombre a la policía cuando Paco aparece muerto.
Otro espacio de búsqueda habitual en las novelas es la comisaría de policía o los bares y cafeterías cercanos a esta. Normalmente, Eladio cuenta con la ayuda del comisario Déniz para sus pesquisas, sobre todo a partir de la segunda novela, SLM, aunque en la primera pasa mucho tiempo en comisaría y se encuentra varias veces con él, quien lo trata como un amigo. En los bares o cafeterías, Eladio se citará tanto con Déniz como con Silva, aunque esto tendrá resultados bastante diferentes. En MD podemos ver cómo Monroy acude a Déniz para pedirle ayuda por fin, y así intentar no encontrarse solo ante el peligro, mientras que con Silva, en TFEM, ocurre todo lo contrario, ya que irá a enfrentarse directamente con el problema. En estos personajes, Silva y Déniz, vemos también una crítica a la corrupción de algunas personas dentro del cuerpo policial, ya que Déniz es descrito en las obras como un hombre trabajador, serio e implicado con la sociedad y la justicia, mientras que Silva aparece como un hombre que se ha buscado la vida como ha podido para hacérsela más fácil a sí mismo y a su familia (de ahí que dejara el cuerpo para trabajar en Seguridad Ceys, una empresa bastante alejada de la idea de justicia o ética).
También podríamos considerar ambos espacios como lugares de conspiración o especulación, ya que en ellos Eladio toma decisiones importantes basándose en las conversaciones que tiene con los policías (en TFEM decide que Silva debe morir):
Aún no habían dado las once de la mañana del jueves y el bar apestaba ya a madero. Había policías de uniforme en la barra, tomando un café apresurado. Y los había de paisano, en las mesas, desayunando […]. Había también algunos funcionarios de la oficina del DNI, ubicada en los bajos de la Supercomisaría, alternándose en el comedor con los usuarios que se daban un respiro en medio de los trámites matinales.
[…] A esas alturas, Monroy ya había puesto a su amigo más o menos al día del asunto y habían ingresado en el terreno de la especulación […] (Ravelo 2012: 191-192).
Cuando Monroy entró en la cafetería, Silva ya lo esperaba, tomando café y fumando en la misma mesa que habían ocupado la última vez. Monroy lo contempló allí sentado ante la ventana que daba a toda la claridad de la calle Luis Doreste Silva, con su figura recortada contra aquel caudal de luz como un monstruo grande y maligno.
–Ya lo ves. No estoy muerto –dijo Silva cuando él se acercó a la mesa.
–Mejor vamos a dejarlo. Ya hemos dicho suficientes gilipolladas –contestó Monroy […]. Determinó apropiado posponer aquella parte para mejor ocasión (Ravelo 2008: 275-276).
Otro interesante espacio de búsqueda en la saga es la librería Ei2, donde o bien Eladio puede recurrir a la ayuda de Manolo y sus aliados de La Asamblea[9], o bien puede solicitar a Gloria que vigile a alguien por él y lo avise si encuentra algo sospechoso. Aquí Monroy no necesita actuar como investigador directamente, sino que se sirve de la ayuda de sus amigos. En este lugar se desarrolla sobre todo la búsqueda de Héctor Fuentes en SLM, pues allí lo envía Eladio al decirle, anónimamente a través de un foro, que podría encontrar la literatura de Agustín Espinosa. Gloria aprovechará ese momento para vigilarlo e intentar conseguir su correo. Por su parte, Manolo ayudará a Eladio cuando este tenga que examinar la información que contiene el pen drive de Héctor.
También la ciudad al completo se convierte en espacio de búsqueda, en este caso de persecución, cuando nos encontramos con que Eladio está siendo perseguido (lo más habitual) o es él mismo quien está siguiendo los pasos de alguien. Gracias al profundo conocimiento que nuestro protagonista tiene de la ciudad, este espacio se convertirá en su aliado para el escondite o la huida, y Eladio siempre saldrá (casi) ileso de estas situaciones:
Monroy volvió a casa a pie desde comisaría. Atardecía y él decidió cruzar hacia la avenida Marítima para, desde el lado del mar, tomar un poco el aire fresco de última hora del día, […].
Cruzándose o dejándose adelantar por gente que hacía footing, pedaleaba o paseaba, […], mantenía su vista orientada principalmente hacia la izquierda, donde los pilones eran golpeados suavemente por el mar. Dejo atrás el muelle deportivo y la sede de Cruz Roja. Paro unos minutos a observar como salía de la bahía un carguero que debía de ir hasta los topes. […] (Ravelo 2008: 159).
Pero siguió caminando. Cruzó por el pasadizo que había bajo la avenida a la altura de la biblioteca pública. […] fue al pasar por el túnel, cuando se dio cuenta de la presencia a sus espaldas. A quince o veinte metros, pero siempre sin dejar de seguirlo. […] Se dejó pisar los talones mientras subía por la calle Bravo Murillo. También al doblar a la derecha en León y Castillo y mientras recorría, entre la gente que volvía a casa o salía a tomar algo. Cruzó a la altura del Club Prensa Canaria y comenzó a subir la calle Murga. Entonces te envío que el perseguidor se hubiese quedado atrás y se paró un instante, con la excusa de prender un cigarrillo. […] (Ravelo: 2008: 161)
Esto es algo que veremos también en LTD, cuando Eladio engaña al hombre grande que lo persigue para quitarle la caja de madera que quiere Melania Escudero. La ciudad sigue configurándose como aliada de Monroy, pues dificulta la persecución para el hombre grande pero sin embargo facilita la huida y el engaño para Eladio:
Eladio Monroy salió del zaguán y caminó hasta la esquina con León y Castillo. Lo hizo con paso tranquilo, para permitir al individuo apearse, cerrar el coche y seguirlo sin apuros. […] cruzó y continuó bajando la calle Murga hasta Venegas. […] Cruzó sin problemas hasta la plaza que circundaba el Edificio de Usos Múltiples y giró a su derecha. […]. Se detuvo un instante en la esquina con Cebrián […] cruzando por el paso de peatones hacia el edificio del Instituto Canario de Telecomunicaciones, que bordeó y dejó atrás, continuando por la explanada de adoquines, bancos y parterres con palmeras que llevaba a la Biblioteca Pública del Estado, erguida en lo alto de un promontorio que la elevaba a la altura de un segundo piso (Ravelo 2011: 203-204).
Esta misma dinámica se repetirá en MD cuando Eladio quiera dar esquinazo a los matones que lo persiguen por orden de Marcial Navarro, que intenta hablar con él para sobornarlo y que deje de indagar en sus “chanchullos”. La diferencia esta vez es que Monroy ya no se mueve a pie, sino en coche, pero igualmente conoce los caminos que ha de tomar para despistar o dirigir a sus enemigos a donde él quiera:
Atravesó el túnel de Julio Luengo, desembocó en León y Castillo y condujo por Ciudad Jardín. Cuando, más allá del Club Metropol divisó el alto e ilegal edificio de la Supercomisaría de Policía, decidió que no le vendría mal tomar una última cervecita. Al llegar a Juan XXIII giró a la izquierda y tomó Luis Doreste Silva. Desechó la idea de llamar a Déniz y, finalmente, tomó el desvío hacia el Muelle Deportivo. Sus amigos no dejaron de escoltarlo ni un instante (Ravelo 2012: 176-177).
Como habíamos comentado en el apartado anterior, la zona del polígono de El Sebadal en la ciudad de Las Palmas de G.C. había servido como lugar idóneo para cometer un crimen en MD, pero ya anteriormente había servido también como espacio de búsqueda. Eladio Monroy se acerca a las instalaciones de Canarias al Minuto para indagar sobre el suicidio de Víctor Barroso. De este modo, el recorrido que Eladio había hecho en el coche en que había sido secuestrado, convierte a la ciudad en cómplice del crimen (Eladio no puede reconocer exactamente dónde está), mientras que el recorrido que hace en su propio coche en busca de la verdad, la convierte en aliada de Monroy.
En esa mañana más caliginosa que la anterior, Monroy recorrió la Avenida Marítima hacia el Puerto. Pasada la playa de Las Alcaravaneras se introdujo en los túneles que daban a la rotonda que había frente a su odiado centro comercial […] y continuó conduciendo con los muelles a su derecha hasta la plaza de Belén María […]. Después emprendió el ascenso por Pintor Juan Domínguez Pérez, la larguísima calle que hacía las veces de espina doral del polígono. […]. A su derecha, ocultándole el mar, podía ver los enormes e innumerables depósitos de combustible. A su izquierda, las últimas viviendas antes del costado del Cuartel de Artillería, con una alta tapia de color marrón que llegaba hasta las naves industriales y se extendía más allá, en dirección oeste, hacia Las Coloradas. Siguió adelante por la calle que continuaba hacia el noreste bordeando la costa e introduciéndole en aquel universo de mayoristas de fontanería, concesionarios automovilísticos y almacenes de todo tipo. En torno al depósito municipal de vehículos comenzó a ver aquí y allá, sobre las azoteas, grandes antenas repetidoras de radio. Esta parte de la ciudad que jamás verá ningún turista, pensó; fea como el coño de su madre, imprescindible como el agua (Ravelo 2012: 89-90).
Por último, incluimos espacios de huida como el coche o el puerto. El coche se convierte en espacio de huida para Monroy cuando, en TFEM, asesina a Silva, o cuando en SLM necesita huir de su casa y esconderse en Teror; por su parte, el puerto es un espacio de búsqueda en cuanto se convierte en la puerta de entrada a la ciudad para los mexicanos en LTD, que buscan recuperar su dinero tras el lío que había montado Melania Escudero, así como se convierte en espacio de descubrimiento en el momento en que los policías consiguen detener a los tripulantes del barco en el Muelle Deportivo.
–Lo que no comprendo es por qué no han tomado un avión.
–Es fácil entenderlo. En avión no hay manera de pasar con artillería (Ravelo 2011: 101).
Los mexicanos […] habían logrado llegar al casco de Mogán, hacia las once de la noche. Pero al ver el movimiento de policías en toda la ladera del municipio en la que debía estar la casa que buscaban, se alegraron de su desconocimiento del territorio, que les había evitado caer en aquella encerrona. […] Llegaron a la dársena cerca de la una de la madrugada […]. No llegaron a entrar en el recinto. Y tampoco pudieron escapar de los viandantes, deportistas, mendigos y parejas dándose el lote que, de buenas a primeras, se convirtieron en agentes de Policía y los rodearon antes de que pudieran intentar huir o resistirse (Ravelo 2011: 268-269).
CONCLUSIONES
A través de estas novelas, Ravelo hace un recorrido por toda la ciudad de Las Palmas de G.C., desde sus espacios más emblemáticos hasta los más recónditos, y así, atrapa la verdadera esencia de este gran espacio urbano. La ciudad está constituida por los grandes caserones de los ricos, por los barrios bajos – que aquí son los altos –, las facultades universitarias, los colegios e institutos, las plazas, los hospitales, las casas terreras con enormes jardines y tapias, los pisos de protección oficial, y todos los habitantes que compartimos un mismo aire. Los paseos de Héctor Fuentes por Triana, las huidas de Eladio Monroy por León y Castillo, las búsquedas por Schamann, Escaleritas, Ciudad Jardín, La Minilla… nos llevan no solo por esta ciudad que el autor “am[a] y odi[a] a un tiempo” (Ravelo, 2008: 304), sino a través de la propia vida de la ciudad y sus personajes.
Tratábamos con este análisis de demostrar que en la novela negra de Alexis Ravelo existe un personaje más además de los humanos, y este era el paisaje de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Y aunque, si bien el propio Ravelo considera que los autores no hacen mapas, sino paisajes, disfrutamos con esta saga de ambas cosas: Ravelo nos lleva a través del paisaje de Las Palmas de G.C. gracias al mapa alternativo que nos crea con sus calles (podemos siempre seguir los recorridos de Eladio y los demás personajes y veremos que nos lleva, como un guía, por todos aquellos lugares que probablemente pasaríamos por alto de seguir solamente los mapas turísticos de la ciudad), y este paisaje se torna finalmente en un personaje que evoluciona a la vez que lo hace la trama.
Como hemos podido comprobar, algunas de las claves de este paisaje como personaje están en el propio hecho de la mutabilidad de la ciudad, y es que con los cambios en el clima y en el ambiente, la urbe se adapta a los ojos de quien la mira, a los pies de quien la recorre, a los oídos de quien la escucha y al pensamiento de quien se para, por un momento, a observarla. Vemos cómo es una aliada para Eladio Monroy y, sin embargo, un obstáculo para aquellos que lo persiguen; cómo puede convertirse en un espacio propicio para el crimen, invadiendo hasta las zonas que consideramos más seguras (como nuestras casas), y también servir a las fuerzas policiales para realizar su trabajo con astucia (recordemos el episodio en que la policía atrapaba a los mexicanos en el Muelle Deportivo).
En definitiva, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria se presenta como un escenario negro del modo que lo haría cualquier otra ciudad del mundo, un espacio que en principio veíamos como potencialmente subjetivo y que hemos comprobado que puede configurarse, a la perfección, como un personaje de novela que vive, cambia y se mueve con sus habitantes, y es por esto que, para entender las ciudades, más que mirarlas, hemos de recorrerlas y vivirlas, tal como haría Monroy.
Alexis Ravelo, “en un pueblo inhibido y –por qué no decirlo– cuyos complejos continúan siendo notorios” (Llarena, 2006: 15), contribuye con sus obras a la “sensación de pertenencia y […] compromiso con la singularidad luminosa de nuestro archipiélago” (Llarena, 2006: 16), y consigue, a través del género negro, convertir nuestra ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad menos hardboiled del mundo, en un escenario verosímil para sus novelas. Superó, con creces, las propias expectativas de la ciudad.
BIBLIOGRAFÍA CITADA:
Jiménez García, Juan – Brox, Óscar (sin fecha) [en línea]: “El oficio del escritor de novela negra. Un encuentro con Alexis Ravelo”, Détour, Las penúltimas cosas, n.7, <http://detour.es/cosas/juan-jimenez-garcia-oscar-brox-alexis-ravelo.htm?platform=hootsuite> [Consulta: 13/04/16]
Jiménez-Landi Crick, Cristina (2015) [Tesis doctoral], [en línea]: “La metrópolis en la novela negra española actual: caras y voces de Madrid a Barcelona”, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Filología <http://eprints.ucm.es/35206/> [Consulta: 20/03/16]
Llarena, Alicia (2006): Memoria, identidad y espacio, Islas Canarias: Academia Canaria de la Lengua, Discursos de ingreso.
Nichols, William John (2010) [en línea]: “Siguiendo las pistas de la novela negra con Mempo Giardinelli”, Revista Iberoamericana, vol. LXXVI, nº 231, abril-junio 2010, pp. 495-503 < http://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/viewFile/6727/6903> [Última consulta: 20/04/16]
Ravelo Betancor, Alexis (2008 [2006]): Tres funerales para Eladio Monroy, España, Anroart Ediciones S.L.
—- (2008): Sólo los muertos, España, Anroart Ediciones S.L.
—- (2011): Los tipos duros no leen poesía, España, Anroart Ediciones S.L.
—- (2012): Morir despacio, España, Mercurio Editorial
Transborde 8 (2010): Trans/citar la urbe: representaciones simbólicas de la metrópolis, México D.F, Herder, cop.
NOTAS
[1] Nichols, William John (2010) [en línea]: “Siguiendo las pistas de la novela negra con Mempo Giardinelli”, Revista Iberoamericana, vol. LXXVI, nº 231, abril-junio 2010, p. 501.
[2] A partir de ahora TFEM.
[3] A partir de ahora MD.
[4] A partir de ahora LTD.
[5] Jiménez-Landi Crick (2015: 71).
[6] Según Cristina Jiménez-Landi Crick (2015: 66-67), un lugar de memoria, siguiendo el concepto ideado por el historiador Pierre Nora, se refiere a “aquellos puntos donde cristaliza la identidad colectiva de una nación y que pueden ser desde acontecimientos a monumentos o incluso objetos materiales”.
[7] A partir de ahora SLM.
[8] Las Islas Canarias han sido consideradas desde hace siglos como un lugar de recuperación para muchos enfermos, sobre todo a partir del siglo XIX, porque gracias a su clima era más fácil sanarse de afecciones como la tuberculosis u otras enfermedades respiratorias. A este respecto, en Canarias contamos con obras como Las inquietudes del Hall, del modernista Alonso Quesada, una novela en la que el autor nos habla de los ingleses que venían a curarse a las islas por nuestro clima, más bondadoso.
[9] “Manolo, el socio de Gloria en la librería, y los anónimos y ubicuos miembros de La Asamblea, esa especie de logia digital antisistema cuyos miembros estaban distribuidos por todo el mundo e infiltrados en todo tipo de organizaciones privadas o públicas, eran una fuente constante y eficiente de información. Ya habían colaborado con Monroy en otros asuntos: se tratara de los manejos de una multinacional farmacéutica o de redes de blanqueo de dinero proveniente del narcotráfico, siempre habían demostrado ser la mejor opción a la hora de recabar datos útiles en poco tiempo” (Ravelo, 2012: 110).