El volumen “Teatro 5” recoge dos nuevas piezas teatrales de Sabas Martín: La extrañeza, corta y suculenta tanto para el lector como para el espectador, y El crucero, una maravilla de ingenio, con una carpintería teatral bien ordenada y organizada. Ambas son un verdadero prodigio de conocimiento escénico y de vitalidad prosística. En ellas estamos ante interesantes análisis psicológicos donde los conflictos de los personajes se resuelven de una manera casi gloriosa. A veces nos vemos al borde la felicidad y otras, cerca la locura La extrañeza es una pieza corta, lírica, fácil de representar, con pocos personajes y muy manejables por un buen director. En el prólogo, Sabas Martín dice que “se desarrolla una reflexión sobre el desconcierto, sobre la incertidumbre y la perplejidad del existir contemporáneos, y sobre la no aceptación de las circunstancias que degradan y parecen regir nuestro tiempo más inmediato”.
Estamos cerca del universo del absurdo de algunas obras de Ionesco, de la fatalidad del Gregorio Samsa kafkiano o del universo de imposibles de Buero Vallejo. Pero, además, en La extrañeza llegamos a admitir como dicen sus protagonistas, Uno y Otro, que “El mundo es una isla” y que ambos se encuentran aislados en ella, en esa “isla que es el mundo”. Así que aislados de todo, sin embargo, están cerca de los oprimidos, de los desheredados, de quienes sufren o mueren esperando encontrar la paz o el espacio en que el consumismo, el confort y la libertad sean parte de su propia biografía. Así es como Uno y Otro penetran en los espacios de la soledad, allí donde el miedo reina y donde, se dice: “Nada espera en la nada”. Un Magistrado, convertido en su momento en Escribano y en Relator van tejiendo los mimbres necesarios para que esa extrañeza sea más completa, más justificable, más real pues ambos protagonistas pasan a ser cómplices de tanta desolación, dejando a los poderes públicos exentos de toda culpa mientras el Magistrado dicta una ejemplar conclusión: “…es por ello que, por la autoridad que me inviste, dicto sentencia y fallo: que Uno y Otro sean aislados”. Así, por fin, se consigue que el Coro de los Vencidos Ahogados y los, digamos, ciudadanos decentes, dejan de ser algo y se convierten en nada. Reflexionemos ante esa extrañeza, ante ese mundo encorsetado donde la soledad acecha y la felicidad es incapaz de asentarse en ese “mundo que es la isla”.
Para quien se haya enrolado en un crucero la siguiente pieza de Sabas Martín le traerá muchos y encontrados recuerdos. No en vano la obra se denomina El crucero. Sucede que Él y Ella se ven dentro de un montaje muy bien y muy económicamente ideado y, con las controversias propias de un matrimonio casi bien consolidado y además de una inesperada sorpresa, andan por la cubierta del barco, los comedores y lo que venga después. Los camareros les atosigan con su propaganda permanente de productos que harán su felicidad: alimentos, bebidas, postres, etc. Entre pequeñas discusiones, alegría y cierta preocupación por los hijos, ya mayores, que han dejado en tierra, va sucediendo una navegación irónicamente llena de imprevistos, de circunstancias incómodas y, también, de cuestiones maravillosas, entre el amor y la incomprensión hasta que sucede algo. Y ahí está otra vez la garra dramática, la historia caricaturesca de unos personajes al borde de la desgracia. Si es cierto que el humor forma, a veces, parte del montaje, en otras ocasiones, como sería el propio final, queda una sensación agridulce de incomprensión, de falsa solución a los dilemas humanos. Como advierte el autor en el prólogo, estamos ante “diversas formas y grados de incomunicación, el consumismo desaforado, el azar que da un vuelco imprevisto a la estabilidad de la vida conocida…” y ahí está la clave de todo el desarrollo dramático de una función que, seguramente y bien montada, dejará un excelso recuerdo, tanto por los diálogos chispeantes, corrosivos, llenos de sentimentalidad y de intención, como por las variantes humanas del texto. Los personajes que aparecen a partir de la entrada de los piratas, efectiva repetición de aquel chusco intento del bigotazos Tejero, convierten el escenario en un interesante circo, muy propio de otras instancias de nuestra sociedad. Preciosos diálogos, adecuada inserción de tramoya y suntuosa relación de cuestiones actuales hacen de El crucero una pieza teatro repleta de armonía y de vitalidad.
Como podía suponerse, alrededor de esas escenas de la mejor literatura teatral, subyace un espectáculo poético, literario, plástico, en el cual no hay más alternativa que la de integrarse y admitir que todo ello forma parte de nuestro mundo cotidiano donde siempre hay alguien que busca algo o algún escaparate en el que, de una manera u otra, poder exhibirse. De ahí a perder la libertad sólo hay un paso.
Sabas Martín: Teatro 5: La extrañeza y El crucero, Colección TSM, Ediciones Idea, 2014