Situación de la poesía en Madeira

Coordinación de Leonor Martins Coelho

Textos poéticos

Irene Lucília Andrade

FUE así que hoy comencé a escribir
un poema incesante
como quien teje una malla
con aguja e hilo
y con ella viste una idea que no acaba.
Agrandaré el hilo
cubriré y volveré a cubrir el mundo
el cuerpo y los caminos
que la poesía inventa
urdiré la trama con un
infinito árbol azul
un pájaro ceniciento
una mano plausible
sobre la cabeza blanca de Penélope

Ovillaré la madeja fiel fruto
tomado de ciertos espacios interiores
y en las tardes de la más secreta sonrisa
abriré la casa de Pasagarda
aquella que he de habitar antes que septiembre comience.
De ella más tarde hablaré.

[A mão que amansa os frutos, edición de José António Gonçalves, Cadernos Ilha nº 4. Madeira, Eco do Funchal, 1990, p. 10]

(…)

SOBRE la memoria de estos días
revelo el corto espacio entre el cerebro
y los ojos el corto espacio donde ordeno
los vestigios deshechos de los pasos que
sobre la vida marcaban las sendas impensadamente
las siluetas corruptas que en la noche
dibuja el perfil de la ciudad sobre las aguas
a ras del muelle y del malestar
hablo de las notas estridentes de la sangre sobre la calzada
de los chapoteos de fuego que los navíos desesperados
desgranan durante los incendios
vuelta-viaje-sin retorno
flor de fuego estrella o dolor dispuesto
sobre los altos océanos del mar.

allí mismo servido el café sobre la mesa del tedio
al pie de la ola y del aburrimiento el bar forzoso
en la rutina de seguirnos unos a los otros
sin caminos
la improvisación de nuevas lenguas demasiado gastadas
en el modo de aplastar el cigarro entre los labios
y las manos afiladas el brillo superfluo de los dedos
todo allí en la bocacalle
el periódico bajo el gesto provisorio de los ojos
todo provisorio todo semejante a las historias
de todas las esquinas la ciudad derramada
bajo el abrazo infecundo de las estatuas
la pose impávida de los que llevan
prisa al volante y al sueño
y por eso llegan tarde o nunca
porque el mundo va lleno
y las puertas del mar están cerradas
y el verano se demora en la larga mutación
de un invierno insalubre y desagarrado

(…)

[Sobre a memória destos dias, coord. de José António Gonçalves, Ilha nº 3. Câmara Municipal do Funchal, 1991, p. 70]

TENÍAS allí un escenario fascinante. Una gigantesca viña cubría toda la ladera como un espléndido tapiz. Por entre el púrpura de las hojas que ganara el color del otoño, caprichosas casas surgían suspendidas, minúsculas, casi irreales.

Quién vio la tierra dijo que cada terrón era un mito y cada flor un triunfo o una fatuidad. Mas quien como tú vio este pueblo y estas casas sobre el abismo de las sierras atrapados en la niebla por una red de asombro, llegó hasta la embriaguez los tortuosos caminos, experimentó la locura absorta de la montaña o su ascesis, la áspera garra del viento en la garganta durante las tardes cargadas, el caer del tamujo como una despedida del otoño arañando la piel y observó las horas pesadas y cortas, lo difícil de ascender y descender barrancos con una dura carga a cuestas, sufrió un pavor antiguo, agudo y lacerante, una sofocante ternura, una precipitada nostalgia por ver a su gente, naciente de sus aguas, raíz de su tallo, equilibrando precariamente la vida, al borde de los precipicios entre el sueño y la muerte.

Diariamente el peso del paisaje te golpeaba en los ojos y desde dentro de la sangre. Semejantes a un órgano que cargabas en alguna parte, en algún lugar incierto del cuerpo te dolían el espacio y la tierra como si estuvieran vivos. Unas veces el espasmo molía cálido y estimulante como un dolor de gestación; otras perforaba los huesos o palpitaba como un nervio. Estos dolores te confirmaban la existencia, garantizaban y sellaban tu relación con el territorio de origen y sólo más tarde fue que pudiste hablar de otras vicisitudes.

En este lugar antiguo y secreto tenias tu cuna de palo de viñátigo y un baúl bajo el vano de la ventana donde, entre ropa blanquísima y olor a eucalipto, guardabas los gajos de la niñez: la fascinación de las hadas, el deslumbramiento de las princesas, la aventura de caballeros y las batallas, el misterio de los navíos y de las gaviotas, aves de todas las especies, sobre todo aves debido a las alas. Los navíos y las alas te agrandaban la distancia entre los ojos y los brazos y te procuraban un frágil relato sobre el mundo, aquel igualmente necesario para que comprendieras la utilidad del mar.

[“O moínho grande”, en Angélica e a sua espéciePonta Delgada/Açores. Eurosigno, 1993, pp. 11-12]

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