El autor de este cuento, Aquiles García Brito (Las Palmas de Gran Canaria, 1959) es, fundamentalmente, poeta, aunque tiene varios cuentos publicados en antologías y en revistas tanto españolas como internacionales (Rumanía, Brasiel,…) y escribe, también, crítica literaria.
El cuento para niños La radio Caracola es una historia de superación de los propios miedos e inseguridades, al mismo tiempo que nos enseña a valorar las cosas sencillas que nos ofrece la vida, a través de sus protagonistas principales: Arsenio, su padre y su tío Pedro.
Contada en primera persona por el padre de Arsenio, los lugares en los que se desarrolla esta historia, una casa en la ciudad y un manicomio, son espacios que nos sirven para contrastar las distintas visiones del mundo y de sus habitantes, de forma atractiva y positiva.
Queridos amiguitos, soy un viejo escritor cuyo nombre poco importa, pues no soy famoso. Voy a contarles una historia que me pasó una vez, cuando me encargaron algo muy difícil, escribir un cuento para personillas muy inteligentes como ustedes, justo cuando había perdido mi imaginación, como le pasa a todos los mayores, y no se me ocurría nada que decir.
Mi hijo Arsenio, de nueve años, estaba intranquilo. Los tíos del campo venían por primera vez a casa, y también su prima Nilsita. Por eso, dejamos para otra oportunidad el viaje al manicomio que toda la familia hacía siempre los domingos últimos de mes. Llegaban al día siguiente y necesitábamos limpiar la casa y comprar algo de comida.
Sabía del miedo de mi hijo a esas visitas al manicomio, una casona antigua en las afueras donde vivían encerrados los locos. Sin embargo, a él le parecía que no nos dábamos cuenta de su pánico pues procurábamos no fallar nunca a la cita. Pero íbamos porque allí dentro estaba un familiar, el tío Pedro, y no podíamos abandonarlo. Se animaba con nuestra compañía.
No nos cansábamos de repetirle que debía ser obediente y estar atento a nuestras órdenes, aunque fuera acompañado por nosotros, sus padres; a pesar de estar enfermos, algunos eran peligrosos. Esos días, Arsenio empezaba a sentirse raro nada más montarnos en el coche y, al llegar ante la gran verja del edificio, se paralizaba quedándose plantado como una estatua y, si no fuera por mis empujones, no podía ni bajarse y, mucho menos, andar hacia adelante.
Entonces, yo le tiraba del brazo y atravesaba el jardín mal cuidado cogido de mi mano, desde cuyos árboles y plantas surgían enfermos vagando de un sitio para otro sin ton ni son, y entrábamos en el vestíbulo oscuro, del cual partían los pasillos. Y ese era el lugar donde peor lo pasaba; los pasillos eran interminables y muy estrechos y casi se rozaba con aquellos personajes, cruzándose a cada momento a grito pelado y haciendo toda clase de disparates. Él se colocaba detrás de mí, sin soltarse, procuraba mirar a mi espalda sin desviar la vista, y apretaba el paso hasta llegar a la celda donde estaba el tío Pedro. Una vez dentro, sentía un pequeño alivio, se lo notaba en su mirada, porque aquel hombre siempre estaba sentado en la cama y hablaba rara vez para responder a algunas de mis preguntas. Y tampoco eran muchas.
Además, durante un rato, nos acompañaba un médico cuchicheando conmigo, apartados hacia la ventana enrejada, para que ni el paciente ni mi hijo lo oyeran, a veces tan bajito, que ni yo mismo me enteraba.
Pero Arsenio no estaba preocupado por el manicomio. Para él aquellas personas no eran gente mala, a pesar del pánico que le daban, sino enfermos, y después de la visita ya no se acordaba de ellos. Yo conocía todo esto, pero sabía de su buen corazón y estaba seguro de que lo haría más fuerte y valiente.
Arsenio estaba preocupado por su prima. Y yo estaba preocupado por el cuento del que les hablé al principio. Tenía que entregarlo pronto y no había escrito una letra. No me venía ninguna idea.
La llegada de su prima Nilsita le incomodaba, a pesar de gustarle mucho, en secreto claro, porque cuando él veraneaba en el monte ella presumía de animales de todas las clases, algunos desconocidos para él, y se pasaba el día entero enseñándole todas las piruetas de las que eran capaces a una sola orden suya, y él no podía hacer lo mismo viviendo en la ciudad.
— Los únicos bichos vivientes aquí son las cucarachas —se decía triste Arsenio—. ¿De qué podré presumir yo? —pensaba, y se quedaba en las nubes.
Había escuchado en alguna ocasión las historias de personas que amaestraban pulgas, pero claro, era imposible saber los años que tardaron en conseguirlo, y si él lo lograría también con estos animalejos.
— Las cucas no sirven. Le dan asco a todo el mundo.
Y estuvo todo el día y toda la noche dándole vueltas y vueltas a la cabeza.
Y como no consiguió dormirse hasta muy tarde, Arsenio se despertó después de lo normal. Yo ya me había ido a buscar a los tíos con el coche, hacía un rato grande, y la madre estaba preparándole el desayuno, cuando llamaron a la puerta. La madre se apresuró a abrirla, creyendo que ya volvían todos, y él se levantó rápidamente, quitándose el sueño de encima, como quien se destapa lanzando las mantas de una patada, y corrió hasta la puerta, pues el timbre de su casa lo alegraba mucho. Pero cuando su madre (la) abrió se encontraron con el tío Pedro, el que estaba encerrado en el manicomio.
La sorpresa fue grandísima. Se suponía que el tío Pedro no saldría nunca de allí, según nos dijo aquel médico que secreteaba conmigo en la celda, una de la ocasiones en que nos acompañó por los pasillos hasta la salida, cuando al revés de como lo hacía en la habitación, hablaba en voz muy alta, como si no tuviera importancia lo que decía.
Al contrario que su madre, quien rápidamente abrazó al tío Pedro y le dio dos besos, él se quedó mudo y firme, aunque le temblaban las rodillas y se sentía flojo, a punto de caerse. Se restregó los ojos, para comprobar si seguía dormido. No pudo decir ni «hola». Ella habló por los dos, y con mucha razón. Lo invitó a pasar y a quedarse, porque el resto de la familia llegaría pronto y seguro que se alegraría mucho de verlo.
Tío Pedro no quiso entrar. Tenía cosas que hacer. La madre le preguntó si tenía un teléfono donde llamarlo cuando llegara la gente.
—Sí —contestó tío Pedro.
—¡Ah! Espera. Voy a traer el móvil para anotarlo —dijo la madre y se fue a buscarlo a la cocina, mientras Arsenio se quedaba solo en la puerta con tío Pedro.
Tío Pedro, lo miró fijamente y, muy bajito, le preguntó:
—¿Tú tienes móvil?
Arsenio negó con la cabeza sin poder apartar sus ojos de los de él. Tío Pedro rebuscó en una bolsa de plástico que llevaba hasta sacar un objeto. ¿Qué sería?
—Toma —le dijo, dejándole un paquetito.
—¿Qué es? —preguntó Arsenio mirando aquello que tenía entre sus manos.
—Un regalo —respondió él.
Arsenio metió el regalo en su bolsillo, sin tiempo para preguntar nada más, porque su madre venía con el móvil y, antes de llegar, le pedía el número de teléfono al tío Pedro.
Ella tomó nota y los dos se despidieron cariñosamente. Arsenio se entristeció mucho cuando el médico dijo que el tío Pedro no podría salir nunca del manicomio, así que ahora también él se ponía muy contento de verlo en casa. Además, ya no tendría que volver a aquel sitio horrible.
Guardó el paquetito en la gaveta de su mesa de noche, sin abrirlo y se olvidó, porque seguía muy nervioso con la venida de su prima.
Todavía no había encontrado una solución al problema. Y yo tampoco al mío. Nada, ni una pista para el cuento.
—¿Con qué puedo presumir yo? —se repetía.
La prima Nilsita y sus tíos aparecieron un poco más tarde entre maletas, bolsos, otros bultos y los abrazos de su madre, que los tapaban totalmente. Primero los más grandes, sus tíos y, finalmente, detrás de todo, su prima Nilsita, muy guapa.
Cómo le gustaba, en secreto, por supuesto. ¿A qué jugaba con ella para no aburrirla?
— Pero, Arsenio, dale un beso a tu prima Nilsita. ¿Tienes vergüenza? Anda, no te quedes ahí como un pasmarote y llévala a jugar con el ordenador —le dijo su madre empujándolo hacia la prima, también quieta.
A pesar de haberle llamado pasmarote, que quiere decir «abobado», la madre le había dado una buena idea. No se le había ocurrido jugar con el ordenador. El tenía dos o tres juegos de los últimos que habían salido y seguro que le gustarían mucho a su prima. Así que le dio un beso grande en la mejilla y le dijo:
—¿Vamos a la habitación a jugar con el ordenador?
—Bueno —contestó ella encogiendo los hombros.
Yo entré detrás de ellos sin que se dieran cuenta. Quería copiarme de los juegos de Arsenio para escribir mi historia. No sé, algún hada, un monstruo…
Arsenio encendió el ordenador y puso su juego favorito.
— ¡Es la repera! —exclamó entusiasmado— Aparece Cambur, un titán que controla los elementos, el viento, el fuego, el agua y el bosque. Es indestructible ¿Quieres cogerlo tú? —siguió diciéndole a la prima Nilsta, mientras se apoderaba del mando y sus ojos se clavaban en la pantalla, sin enterarse de si su prima le había contestado o no. Estaba atento porque aparecería en un momento el Dr. Pool—. Es el jefe de Cambur. Tiene un collar mágico con la fuerza protectora. ¿Quieres manejar este?
Nilsita ya no estaba a su lado. Se cansó pronto de aquella máquina que, cuando la miraba mucho, le daba mareos, y se puso a rebuscar curiosa por toda la habitación buscando algo más divertido. Pero, al no encontrar nada, ni siquiera un balón —Arsenio no salía a jugar a la calle o al parque con los amigos desde hacía meses; gastaba el tiempo jugando solo en casa con el ordenador o las consolas— se sentó en la cama de su primo y cruzó los brazos con la cara arrugada. Nilsita empezaba a aburrirse y Arsenio no se daba cuenta, hipnotizado con el juego.
En eso, Nilsita se fijó en la mesa de noche y en su gaveta. Era el único rincón de aquella habitación sin registrar. Y la abrió.
— ¡Bah! No hay nada entretenido —pensó al echarle un primer vistazo.
Pero al meter la mano y remover las estampas, unos lápices de colores sin punta, una goma de borrar gastada y alguna bola de chicle descolorida, se encontró con un paquetito cerrado y envuelto en papel marrón de cartucho de las tiendas.
— ¡Caramba! Un paquete cerrado. ¡Esto si es interesante!
Pero no podía abrirlo sin el permiso de su dueño, su primo Arsenio. Sus padres le habían enseñado bien a respetar las cosas ajenas, las de los demás, a no cogerlas ni usarlas sin su permiso. Menos un paquete cerrado, un regalo a lo mejor. «¿Qué sería? ¿Y por qué no lo había abierto todavía? ¡Qué misterio!», siguió pensando Nilsita.
—Arsenio, ¿y este paquete?
Arsenio seguía sentado frente al ordenador, atontado con el juego de Cambur y oyó la voz de su prima muy lejana, lejana, entre los ruidos de las bombas que lanzaba su héroe al bandido.
-¿Arsenio?¡Arsenio! —volvió a llamarlo su prima, esta vez más alto.
—¿Sí? —preguntó Arsenio pareciendo despertar y sin saber bien quién lo llamaba, pues pensaba que su prima seguía con él y el juego, hasta verla recostada en la cama— ¿No te gusta el juego, verdad?
Nilsita se meneó negando y con el paquete en la mano, le preguntó:
—¿Qué es esto?
—¿Eso? No sé…Déjame ver —Y se acercó—. ¡Ah! Sí. Es un regalo.
—¿Un regalo?¿De cumpleaños? —quiso saber su prima.
—No, me lo regalaron esta mañana. Un poco antes de que llegaras.
—¿Y todavía no lo has abierto? —siguió preguntando Nilsita.
—Se me había olvidado. Como llegabas tú…Me lo regaló tío Pedro, que salió hoy del manicomio. Pero podemos abrirlo ahora…
—¡No!¡No! Si te lo regaló un loco puede ser algo malo. Una bomba a lo mejor —Y puso su oído en el paquete, por si se oía un tictac, tictac.
—¡Que va! Los locos son personas que se enferman de la cabeza y no saben lo que hacen. Por eso hay que tener cuidado mientras están malitos, pero cuando se curan vuelven a ser normales. Así le pasó a mi tío Pedro. Ábrelo tú a ver qué es…
Pero Nilsita prefirió que lo abriera él. Extendió atemorizada los brazos y se lo dio.
— A lo mejor es un móvil. Me preguntó si tenía… —murmuró mi hijo.
Arsenio rompió el papel fácilmente, dentro había una cajita de cartón cerrada, la abrió y se encontró con una bolsa plástica de burbujas. «¡Caramba!», la abrió también y ¿qué vieron?
—¡Un caracol!— gritó Arsenio.
Nilsita volvió a coger el objeto y, tras mirarlo bien, dijo:
—No es un caracol. ¿No ves que está vacío? —y continuó diciendo sin parar de mirarlo —Parece una concha, que es la casa del caracol, eso sí, pero más grande. En casa hay muchos caracoles, pero nunca he visto una concha de esta clase.
—¿No? Yo tampoco; aquí, en la ciudad, no hay caracoles de ninguna especie. Los he visto en los libros y las estampas pero, de verdad, nunca. Y si no es un caracol, ¿qué será?¿Para qué servirá?
Miraron con sus ojos grandes bien abiertos, dentro del agujero negro de la caracola, la acariciaron con sus manos, la olieron con sus narices, sin adivinar para qué serviría aquello.
—Es una radio llamada Caracola —les dije, sobresaltándolos un poco. Aún no se habían dado cuenta de que yo estaba allí, ocupados en su misterio. Para mi continuaba el misterio del dichoso cuento. Los videojuegos no me dieron ninguna ocurrencia.
—¿Una radio? —preguntaron extrañados los niños poniendo la cara como sí les picara la nariz—. ¿Cómo lo sabes?
—Lo dice en este papel que hay dentro de la caja y que ustedes no vieron al abrirla —y mientras lo sacaba y se los enseñaba añadí— Es una nota del tío Pedro, Arsenio. Dice que es la radio mejor del mundo.
—¿Y cómo va a ser esta caracola una radio? —preguntó Arsenio.
No acababa de creérselo del todo, así que cogiendo las manos de Nilsita que sostenían la caracola, se la acerqué al oído. Nilsita, emocionada, contestó inmediatamente:
— ¡Es verdad! ¡Se oye una música!
A continuación, le pasé la caracola a mi hijo Arsenio e hice lo mismo, pegársela a la oreja.
En su cara fue dibujándose el asombro, uno muy grande. Los ojos y la boca se le abrieron a la vez.
—¡Sí! ¡Una música muy bonita! —consiguió decir— pero papá, ¿por qué me regaló a mi la radio el tío Pedro? —siguió preguntándome mi hijo Arsenio.
—El tío Pedro nació en un lugar de costa, a orillas del mar, y allí vivió hasta ponerse malo. Cuando los médicos lo internaron, que quiere decir que no podía salir de aquella residencia llamada manicomio, como no tenía otro familiar cerca, me pidió a mi que le llevara a escondidas algún recuerdo de su pueblo, algo pequeñito, casi invisible para los enfermeros, porque no le permitían tener objetos personales; así pues, lo único que se me ocurrió fue esa caracola. Yo pensé que no le gustaría pero, al revés, le encantó. Todos los días la cogía con mucho cuidado, para evitar romperla, y la escuchaba durante horas, con enorme felicidad.
—¡Ah! Porque le recordaba…
—Sí, pero sobre todo por los mensajes de la radio Caracola.
—¿Qué clase de mensajes? —preguntaron los niños.
—Lo animaba a tener paciencia y a curarse bien para cuando saliera de allí, muy pronto. El mar, con el ruido de las olas, le prometía esperarlo junto a su familia, los amigos y la barca. Y todo se cumplió. Ahora te la regala a ti en premio por todos los domingos que lo visitaste.
—¡Bien, bien! —gritaron ambos con desorden y aplaudiendo.
—Y a ustedes también les enviará mensajes, si la escuchan con atención. A veces hay que descifrarlos… —les expliqué.
—¡Sí, es verdad! A mi ya me mandó uno —afirmó mi hijo Arsenio.
—¿Cuál? —le preguntó Nilsita muy interesada y curiosa.
—Que vayamos a la playa.
—Eso será porque nos va a enseñar un delfín —añadió la prima.
—O un tiburón —añadió Arsenio.
—O, quizá, nos dará pistas sobre un tesoro —añadió Nilsita.
—Y nos ayudará a rescatarlo, porque pesará mucho… —añadió mi hijo…
Y añadiendo, añadiendo, estuvieron la mañana y la tarde hasta la hora de dormir.
Mi hijo Arsenio saltaba contentísimo porque había descubierto algo para deslumbrar a su prima Nilsita, ella se divertía mucho escuchando la radio Caracola, los dos imaginaban aventuras y lugares preciosos y yo, aunque tendría que llevarlos a la playa y no podría escribir ni una letra, en un santiamén, ya tenía una historia que contar: la de la radio Caracola.
Juntos aprendimos a encontrar lo maravilloso en las personas y cosas sencillas que nos rodean diariamente, a respetarlas y cuidarlas; ellas guardan lo extraordinario.
Y ahora que he terminado de contarlo, me pregunto, ¿quién será el verdadero protagonista de este cuento? ¿Mi hijo Arsenio? ¿Su prima Nilsita? ¿La radio Caracola? ¿Yo, un escritor cuyo nombre no es importante? ¿El tío Pedro? ¿La imaginación?
A ustedes, personillas inteligentes, ¿qué les parece?
[Aquiles García Brito, Las Palmas de Gran Canaria, treinta de septiembre de dos mil catorce]