Literatura y su territorialidad

Por Nicolás Melini

Uno escribe acotando, sí –me refiero al territorio propio, el país, la región, la isla—, y también y sobre todo, uno escribe desacotando.

Acotar edifica, construye, erige, pero también puede limitar, impedir. Y desacotar licúa lo edificado, deshace lo construido, demuele lo erigido y nos presenta ante lo no acotado aún, lo ignoto, lo no claro.

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Con nuestra escritura solemos atacar lo construido para juntar las piezas de lo por descubrir.

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Por medio de la literatura construimos y deshacemos (o deconstruimos) cualquier idea de territorialidad. Y ambos movimientos son absolutamente indispensables. Construir y deshacer.

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Mientras “atacamos” lo construido, los más conservadores lo defienden, tal vez.

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Acción de construir y deshacer conviven en el tiempo. Pero hay un momento en el que sentimos que es tiempo de acción para construir y otro en el que sentimos que es tiempo de acción contra lo construido. Hay un momento en el que tomamos la responsabilidad de construir y otro en el que tomamos la responsabilidad de atacar lo construido para poder construir de nuevo, otra cosa.

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También concursa quien “ataca” a lo que se está construyendo mientras se está construyendo, sembrando una duda indispensable.

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Todas las ideas mueren de éxito. Se diría que el éxito es el principio del fin de cualquier construcción ideológica.

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La demolición comienza en el momento que se vislumbra que una idea toma forma en el territorio, mucho antes de que esta se imponga, cuando es solo el augurio positivo de lo que será; la demolición continúa durante el tiempo que la idea requiere para tomar cada vez más y más cuerpo en la realidad, extendiéndose poco a poco por las mentes de los distintos ámbitos; y la demolición se produce, definitivamente, cuando la idea es un cuerpo exitoso, porque es entonces cuando asisten todos los argumentos que la ponen en cuestión –y porque la idea, desde el éxito, toca su techo: no puede llevarnos a otro sitio –y porque en el tiempo de su éxito nos resulta sencillo encontrar el hueco del vacío que la ha ido carcomiendo mientras se hacía cuerpo y se extendía por todos los ámbitos –y porque todos los excesos del tiempo de su construcción exitosa, finalmente se ponderan.

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Es necesario que nos cuidemos de atacar a la idea exitosa, por muy antipática que esta nos resulte, aportando tan solo su opuesto, su negativo. La negatividad es el instrumento adecuado para deslegitimarla durante apenas un instante. Lo que nos erige es la positividad.

La idea nueva, para que cabalgue, ha de convertir en negatividad (por su mera existencia) a la idea dominante establecida. La idea nueva ha de ser positividad, no negatividad, y desde su positividad de futuro ha de convertir en negatividad de pasado a la idea exitosa dominante establecida.

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Si hablamos de literatura, la idea exitosa, dominante, establecida, tiene un continente literario, que es la obra literaria culturalmente prestigiosa. Para pasar página sobre las obras literarias culturalmente prestigiosas (convertirlas en pasado, en Historia, en clásico) es necesario oponer positivamente una obra nueva cuyo prestigio sea cultural, es decir, de su misma naturaleza.

Si la nueva obra literaria es de un prestigio de otra naturaleza –por ejemplo, de mercado—, lo nuevo que aporta esa obra nueva no se opone a lo anterior culturalmente prestigioso, sino, si acaso, a lo anterior que vendía. Podría ser, pues, historia del mercado, y, posiblemente, no intervenga en la historia de lo culturalmente prestigioso.

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Tengo un amigo, canario como yo, que sostiene que los canarios vamos a todos sitios arrastrando una “bola de presidiario”; según él, nuestra territorialidad ha tomado la forma de “cadena y bola”. No seríamos conscientes, pero arrastramos esa bola a todos sitios. Es una bola mental: la llevamos, mentalmente, incorporada. Da igual lo lejos que nos encontremos de Canarias. Cuando nos sentamos a una mesa, necesitamos otra silla, junto a nosotros, para la bola. Y aún hay quien, no contento con arrastrarla y sentarla a su lado, necesita tomarla, subirla a la mesa, frotarla bien, lustrarla y adorarla: ¡La bola, la bola…!

Por esto hablaríamos tanto acerca de Canarias. Vamos a cualquier sitio y decimos: Canarias Canarias Canarias Canarias… Canarias Canarias Canarias. Canarias Canarias…

Imaginemos que Paul Auster venga a decirnos: New Yersey New Yersey. New Yersey New Yersey New Yersey. New Yersey New Yersey New Yersey.

—¿Algo más, Paul?

—Sí, New Yersey New Yersey… New Yersey New Yersey New Yersey.

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La sátira resulta de lo más indispensable para abordar y atacar las malas ideas establecidas.

Hay que mearse en la bola. Hay que pulverizar la bola.

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La bola y Canarias son cosas distintas.

Leído en el acto “Canarias, tierra de novela. Narrativa canaria contemporánea”,
Feria del Libro de Madrid, 8 de junio de 2015

Foto de portada: Nicolás Melini: Mama en La Palma (La Palma, 2004).

Escritor