Circunstancias afortunadas consiguieron que acabara en mis manos gran parte del archivo de la revista Planas de Poesía, la excelente y ya histórica publicación que, dirigida por personalidades de excepción, logró publicar dieciocho números entre 1949 y 1951, contra viento y marea de la censura y el desaliento (véase “Archipiélago de las Letras”).
Tal archivo había sido conservado por Rafael Roca, el cuidadoso y ordenadísimo “hombre para todo” de aquella publicación ‒administrativo, secretario, tesorero, mecenas, escritor‒ desde su tiple condición de intelectual vocacional, de declarado disidente ante la cerrazón político-cultural del momento, y de amigo hasta la médula de Agustín Millares Sall, uno de los principales nombres. «Rafael Roca ocupa un primerísimo lugar entre los que hacemos Planas de Poesía. Es el administrador, el que lleva el timón», declaró Pepe Luis Junco (otro nombre importante) en la presentación/entrevista que Martín Moreno dedicó a “Los forjadores de Planas de Poesía ante el séptimo número” (Semanario Triana, 7 de mayo de 1950, p. 1).
En un congreso-homenaje dedicado a Pedro García Cabrera (Gomera, octubre de 2005), di noticia de tal archivo y expuse el interés y la variedad de contenido. De aquella pesquisa quiero ahora rescatar unos datos relacionados con María Rosa Alonso, una de las mujeres más interesantes de nuestro pasado literato más inmediato, y una de las poquísimas –la única‒ que, siendo “sólo” profesora, filóloga y ensayista, ha tenido la honra de ser reconocida como tal en su tierra.
La presencia de Mª Rosa Alonso en el archivo de la revista es breve y tardía; pero muy significativa. Entre otros escritos, se conservan dos cartas dirigidas a Rafael Roca, ambas de 1951 y ambas mecanografiadas y con firma autógrafa.
La primera, que data de enero de ese año, es de una sencillez y cordialidad admirables.
Mi distinguido amigo: ¿Nos conocemos personalmente? Yo no lo recuerdo y me apresuro a decírselo porque, aunque soy despistada en grado sumo no presumo de ello, como le ocurre a tanto bicho idiota que presume de distraído porque lo tengan por sabio, o hace trofeo de su ordinariez para sentar plaza de modernos, ‒ comienza.
En el desarrollo de la carta, la escritora acusa la recepción de seis números de la revista, anuncia su suscripción al proyecto, y defiende la necesidad de cobrar los libros que se envían, ya que –explica–,
en general, las personas que nos dedicamos a estos menesteres solemos ser (salvo contados casos de mecenazgos) casi pobres de solemnidad (…) ¿por qué no se van a cobrar los ejemplares? Lo curioso es que los amigos, los únicos que pueden comprar los libros al autor, hasta se enfadan si éste no se los envía. Si un amigo tiene una tienda de calcetines, ¿habrá de regalarlos?
Concluye M. Rosa la carta regalando a Roca una frase redonda nacida de su admirable perspicacia: «Adivino en usted una persona activa y con la modestia característica de las personas eficaces».
La segunda y última carta de M. Rosa se envía un mes más tarde. La motiva el interés de su autora por disculparse ante el destinatario por el hecho de no escribir más cartas; la razón, el exceso de su trabajo que la ha alejado de ese placer, «en esta absurda y estúpida vida, encasquillada en el galope de la prisa, de la agonía, del agobio». María Rosa se explaya espiritualmente con Roca indicándole que ella «[cree] ya en muy poquitas cosas; (…) Sólo creo en el valor PERSONAL de unas cuantas almas y vidas, para ver y gustar a las cuales vale la pena vivir. En las IDEAS no creo ya sino en las PERSONAS». Y remata:
Como usted ve estoy hecha una repugnante carpeto vetónica o celtibérica o, si usted quiere, profunda maga de Tacoronte, que no es manca y fina cosa. Pero donde haya un valor humano, allí me tiene usted corriendo con el gesto cordial y hasta el alma en carne viva.
María Rosa Alonso; genio y figura.
Surge de nuevo el nombre de M. Rosa Alonso en el archivo de Planas, mezclado entre un total de ciento cincuenta y tres recortes de prensa que el cuidado meticuloso de Rafael Roca conservó recortados, ordenados y anotados. Aparecen amarilleados por el tiempo y deteriorados por la fragilidad del soporte, pero presentes y vivos como testigos de excepción del diálogo entre Planas de Poesía y la sociedad.
El primero de ellos en el orden cronológico, recupera para los lectores de hoy la voz de la María Rosa ciudadana, la que convive con su tiempo y se involucra en los temas pequeños de significado grande; y tiene el valor añadido de dar fe de la simpatía y de la generosidad de la gran profesora. Se trata de una carta-adhesión a favor de la «defensa del árbol bonito», una campaña de recogida de firmas y dinero que el periódico Falange había iniciado con el fin de evitar la tala del magnífico laurel de indias que aun adorna hoy la antigua salida de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria hacia el centro de la isla. En efecto, con el título de “En defensa del árbol bonito” y con una bella imagen del robusto y elegante protagonista, el diario venía publicando el resultado de la campaña: las adhesiones, los comentarios, etc. En el número del 14 de julio ese espacio presenta un aspecto especial para presentar una colaboración especial en esa campaña: la de María Rosa Alonso, que había llegado el rotativo en forma de “Carta al Director”.
Constituye el texto una carta deliciosa de la profesora lagunera explicando que había recortado la foto del árbol amenazado para sus alumnos, y había iniciado con ellos una campaña personal que logró reunir cincuenta pesetas, a pesar de que «los estudiantes y su profesora son gentes de muy poquito dinero».
Les hablé del árbol –explica en la carta- de la mejor manera que supe y de mi sentido íntegramente regional. Nadie mejor que gentes universitarias, es decir, universales, para sensibilizarse con la fortuna de ese árbol.
Regionalidad y universalidad de María Rosa. ¡Qué ejemplo! Sobran los comentarios.
El periódico se apresura a darle la publicidad que merece.
El segundo de los recortes de prensa lleva fecha de 25 de septiembre y es un alegato de la profesora sabia a favor de la reedición de las Crónicas de la ciudad y de la noche de Alonso Quesada que los “planistas” se proponían llevar a cabo. Defiende María Rosa Alonso la labor de los editores de la revista grancanaria como extraordinaria «en nuestro ambiente intelectual de «haigas», de naylon, de fútbol, etc», define al poeta Quesada como «broche de otra plata», y anima a la realidad de esa edición, «pero íntegra y sin gazmoñas mutilaciones». Y remata: «Alonso Quesada es uno de los máximos hijos de Gran Canaria y de todas las islas, y a veces me ha sorprendido que algunos canarios no hayan sabido verlo así».
No tiene desperdicio tal texto. Todo él. Porque también merecen ser releídos los párrafos primeros, antes de “entrar en cuestión”, pues son especialmente iluminadores respecto a la singular personalidad de nuestra admirada María Rosa Alonso.
A continuación, ofrecemos los textos aludidos. Son “menudencias” personales que sobreiluminan el carácter, la personalidad, el ser de María Rosa. Intentar que sean más conocidos ha sido un placer y un deber para esta filóloga a quien le hubiera gustado haberla tenido como maestra directa.
CARTA 1-
La Laguna, 3/1/1951
Sr. Don Rafael Roca Suárez
Las Palmas.
Mi distinguido amigo: ¿Nos conocemos personalmente? Yo no lo recuerdo, y me apresuro a decírselo, porque aunque soy despistada en grado sumo no presumo de ello, como le ocurre a tanto bicho idiota que presume de distraído para que lo tengan por sabio, o hace trofeo de su ordinariez para sentar plaza de moderno. Me presentaron muchas personas las varias veces que he estado en Las Palmas, y perdóneme si fue V. uno de ellos y no lo recuerdo.
De todas maneras, acabo de recibir dos paquetes certificados con las hermosas y delicadas PLANAS DE POESIA. Han venido éstas: De la ventana a la calle, Federico Chopin, Smoking-Room, Pasarse de bueno y Crucifixión.
Mil gracias por su carta, que me ha informado tan cumplidamente. Mil gracias por el generoso envío. No tome a mal que le haya dicho a nuestro común amigo Agustín Millares que deseaba recibir las obras a reembolso, porque yo tengo sobre este particular extremo de las ediciones mi composición de lugar, que voy a explicarle.
Cuando se reúnen un grupo de personas para editar algo, o cuando una persona edita una obra suya, tal edición o ediciones cuestan dinero; en general, las personas que nos dedicamos a estos menesteres solemos ser (salvo contados casos de mecenazgos) casi pobres de solemnidad. En estas y en todas las condiciones, ¿por qué no se van a cobrar los ejemplares? Lo curioso es que los amigos, los únicos que pueden comprar los libros al autor, hasta se enfadan si éste no se los envía. Si un amigo tiene una tienda de calcetines, ¿habrá de regalarlos?
Así que mi teoría es que somos los amigos los obligados a comprarles las ediciones a los amigos que editan. Si ustedes necesitan un determinado cupo de compradores cuente, pues, con mi modestísima aportación de aquí en adelante; si es que lo necesitan de verdad, no tengan reparo alguno en enviarme las Planas a reembolso.
Mil gracias por todo. Adivino en usted una persona activa y con la modestia característica de todos los seres eficaces.
Sabe dónde tiene a su amiga que lo saluda agradecida y con toda cordialidad,
María Rosa Alonso
CARTA 2-
La Laguna, 18/2/51
Sr. Don Rafael Roca
Las Palmas de Gran Canaria
Mi distinguido amigo Rafael Roca: Gracias mil por su carta cordial, generosa, emocional y emocionante que he recibido del 6 del pasado.
Desgraciadamente yo no puedo hacer lo que alma me pide: escribir cartas; uno de los encantos que nos ha vedado esta absurda y estúpida vida encasquillada en el galope de la prisa, de la agonía, del agobio. Me pasé mis años mozos vertiendo media alma en epístolas (que es lo que la verdad sabemos hacer las mujeres), pero ya no tengo tiempo, que me traga el vendaval del trabajo, que son trabajos, y he de ir haciendo esta vida mía, que no es otra cosa que deshacer y desvivir.
Por los días de la suya tuve carta de mi hermano y me cuenta sus viajes y emociones e impresiones. Yo estuve con él en París hace dos años y es uno de los sujetos más interesantes de las ínsulas (hermandad aparte y amistad primero); si pudiera volvería este verano a verlo, pero no tengo una perra y no sé si podré ir.
Yo, mi buen amigo, creo ya en muy poquitas cosas. Este vendaval me ha dejado sin nada. Sólo creo en el valor PERSONAL de unas cuantas almas y vidas para ver y gustar a las cuales vale la pena de vivir. En las IDEAS no creo ya sino en las PERSONAS. Como usted ve estoy hecha una repugnante carpeto vetónica o celtibérica o, si usted quiere, profunda maga de Tacoronte, que no es manca y fina cosa. Pero donde haya un valor humano, allí me tiene usted corriendo con el gesto cordial y hasta el alma en carne viva. Uno no es más que eso y lo demás Literatura para jovencitos y jovencitas.
He hablado con Juan Régulo de ustedes. Agustín Millares contestó a la mía con la suya del 29 de enero. Salúdelo cariñosamente de mi parte, pues es una de las personas en quienes creo. Juan Régulo dice que José María es una maravilla. Salude usted a esa maravilla de 24 años de mi parte. ME ENFADARÉ CON USTEDES como no me envíen a REEMBOLSO la próxima edición de Planas.
No puedo escribirle más, amigo Rafael Roca. Pero sepa que es su amiga y que los estima y quiere bastante esta alma solitaria, que a veces se muere de asco. Cordialmente,
María Rosa Alonso
RECORTE DE PRENSA 1-
En defensa de un “árbol bonito”
UNA CARTA DE MARÍA ROSA ALONSO
Nuestra colaboradora María Rosa Alonso, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna, nos remite la siguiente carta:
Sr. don Ignacio Quintana
Mi buen amigo: Desde los primeros números en los que FALANGE insertó la foto del árbol bonito, cuya suerte está amenazada y por el que tanto trabajan ustedes ahí, me conmovió el precario destino que pudiera caberle al hermoso ejemplar. Recorté la foto que del árbol insertó el periódico y, a modo de pasquín, mis alumnos universitarios y yo lo clavamos en nuestro Seminario de Filología. Le hablé del árbol de la mejor manera que supe y de mi sentido íntegramente regional. Nadie mejor que gentes universitarias, es decir, universales, para sensibilizarse por la fortuna de ese árbol. Pero el curso acaba de finalizar; los estudiantes y yo hemos estado sumidos en esa tarea del examinar que a ellos y a mí nos molesta mucho y la propaganda no me ha resultado lo eficaz, metálicamente, que hubiéramos deseado. Entre los alumnos de tercero y cuarto año de la Facultad y yo, hemos reunido cincuenta pesetas que le adjunto para la lista. Los estudiante y su profesora son gente de muy poquito dinero, pero sólo queremos expresar nuestro deseo de contribuir espiritual y materialmente ‒siquiera con modestia‒ a que ese árbol siga en pie, y abrigamos el deseo de que alguna de sus hojas nos dé alguna vez un poco de sombra. La “dulce y fresca sombra” de que hablaba Nicolás Estévanez, nacido ahí en Las Palmas y, por ironía del Destino, en la casa en que estuvo la Inquisición.
Un saludo de los alumnos y mío. Cordialmente
María Rosa Alonso
Falange, 14 de julio de 1951
RECORTE DE PRENSA 2-
PLANAS DE POESÍA Y “ALONSO QUESADA”
MARÍA ROSA ALONSO
He recibido no hace mucho un formulario de tres preguntas para contestar a una encuesta. No sabría yo explicar por qué razón las encuestas no me gustan, ni tampoco firmar álbumes, aunque a veces una tiene que apechugar con todo. De miles de modos he dicho que me sulfura recomendar niños y niñas para el examen de reválida, pero la gente impertérrita sigue friéndome la sangre todos los junios y los septiembres. Ya no digo nada y lo sufro todo.
Lo que ahora se me pregunta es lo que me parece el gesto de Planas de Poesía al querer publicar en breve Las crónicas de la ciudad y de la noche de “Alonso Quesada”, lo que pienso del autor, de su obra y de la citada “Planas”.
Yo no sé si acabo de descubrir la razón de mi repulsa por las encuestas, los álbumes y las recomendaciones; debe ser por ese anarquista chiquito que llevamos los españoles dentro. Yo quisiera contestar a la encuesta que no me han hecho, firmar un álbum que no me han presentado y recomendar a un niño o niña de los que nadie se ocupa. Me atraganta hacer una nota del libro que me envían para que se la haga, y disfruto haciendo la nota al libro que yo compro o que entra en mi santa libertad hacer su recensión. Sin darme cuenta me irrita la imposición, por indirecta que sea, porque uno tiene su tiempo (¡su tiempo contado!) para gastarlo en lo que le gusta y no para invertirlo en lo que a los demás les viene bien.
Claro que eso está feísimo y que uno publica también sus libritos y le gusta que le hagan sus notitas. Así que lo mejor y correcto es ahogar a nuestro anarquista íntimo y aplicarle la ley de fugas. ¿Por qué no ser buena persona y contestar a esa encuesta de “Falstaff”?
La mejor prueba de lo bien que me parecen las Planas de Poesía es que soy puntual suscriptora de todas ellas; uno, que tiene los dedos cansados de corregir pruebas de imprenta este año (en obra amiga y propia), sabe como el que más lo que significa en nuestras islas una empresa como la de “Planas”. Intentar una revistita o unas ediciones que no pasen del tercer número es empresa alegre; lo tremendo consiste en sostener una publicación largo periodo de tiempo, o haber lanzado ya unas dieciséis ediciones como lo ha hecho “Planas” en nuestro ambiente actual de “haigas”, de naylon, de fútbol, etc. Ni que decir tiene que es obra cuya excelencia ella misma pregona sin que nadie le haga el artículo.
“Alonso Quesada” es boche de otra plata. Yo creo que su ciudad sabe lo que ha tenido y hubiera tenido más en él. Treinta y dos años hace que se publicaron las “Crónicas de la Ciudad y de la Noche”, un volumen de doscientas páginas que entonces valía dos pesetas. Tengo entendido que se hizo a base de una sección que el poeta publicó en el viejo “Diario Las Palmas”. Las Crónicas están en la línea del mejor humorismo, del mejor Fernández Flórez, y preludian en ocasiones la decantada y espumosa gracia de “La Codorniz”. Algunas veces una delicadísima nota de elegante melancolía (sobre todo en las crónicas de la noche) une al cronista de la aguda prosa con el poeta de “El Lino de los sueños”; nos traspasa de emoción la breve estampa de la mínima y gris muchacha que quiso “Un entierro en la madrugada” o la fina crónica de “Beethoven en la noche”.
Cierto es que la tartana, el paseo de la Alameda, los entierros nocturnos, las inexpresivas sirvientas de Vegueta, y otras cosas, han desaparecido en estos treinta años en que el mundo ha vivido tan vertiginosamente y las ciudades de provincia son cada vez menos provincianas, pero todavía un agudo espíritu podrá advertir en el Casino o en Triana la inconfundible fisonomía de Robayna, de Fabelo o de Pinito. No hay más que mirar con atención y reconocerlo. Sí; amigos de Planas de Poesía, feliz acierto el de publicar las “Crónicas” de “Alonso Quesada”, pero íntegras y sin gazmoñas mutilaciones. Así podré tener yo mi ejemplar; y si se deciden a reeditar “El Lino de los Sueños”, doblemente feliz el propósito y también podría tener un ejemplar, que en vano he buscado con afán. “Alonso Quesada” es uno de los máximos hijos de Gran Canaria y de las Islas todas, y a veces me ha sorprendido que algunos canarios no hayan sabido verlo así.
Falange, “Plumas de las islas”, 25 de septiembre de 1951