A la memoria de Juan José Delgado, que fue atento lector de poesía y poeta él mismo.

El poema del grancanario Manuel González Sosa (1921-2011) pertenece a Contraluz italiana, libro que, publicado en 1988, recoge la última etapa de su escritura, es decir, el tratamiento de motivos suscitados por periódicos viajes del poeta, especialmente a Italia (es la experiencia que aquí interesa) y a Hispanoamérica.

Dado que el sentido de un poema puede ser iluminado por su ubicación intertextual, conviene recordar que «Exilio» fue posteriormente ordenado por su autor en el volumen Laberinto de espejos, divulgado en 1994 con el carácter de una antología personal, encabezada por un epígrafe de Antonio Machado: «Y allí te vi vagando en un borroso / laberinto de espejos», localizable en el poema XXXVII, subsección Del camino, de Soledades. Intuimos que con tal epígrafe González Sosa quiso aludir a que en aquellas páginas afrontaba el determinante problema de la identidad.

He aquí «Exilio»:

Hiende tu cuerpo ahora el aire de un espejo.
Pisas tiempos secretos para tu espacio. Palpas
sus posos vivos: aras, fustes ilesos, vasos,
páginas irisadas, fuentes, árboles
alimentados por cenizas áureas.
Pero te sabes hondo,
caído desde el vértice donde las horas tienden
lavas del mediodía bajo los pies desnudos.

En sus ocho líneas, el poema ofrece una condensación extrema, que «ata» lo que desunido, como trataré de explicar a continuación. La palabra EXILIO no tiene aquí el significado de ´abandono del lugar en que se vive´, sino —todo lo contrario— el sentido del ´negado disfrute de un lugar ajeno´; no es el sentimiento de desarraigo del lugar en que ha acaecido una existencia, sino el sentimiento de ésta por no ha arraigado en otro espacio. Es la verdad escindida, instantáneamente revelada ante el resplandor (la contraluz) que está al fin de un laberinto; así parece anunciarlo el primer verso, «Hiende tu cuerpo ahora el aire de un espejo», que funciona, respecto a los demás, como una sinécdoque. Sabemos que la experiencia de aquel vislumbramiento ocurre en Italia; y puedo, por otra parte, entender que el término espejo es la metáfora de las aguas de un río, el Arno, por ejemplo; determinar el lugar exacto del suceso es difícil, y seguramente inoperante: Florencia, Pisa, Siena o cualquier otra ciudad (con riqueza histórica) atravesada por aquella larga corriente, en la que el poeta vio tal vez reflejada su figura un instante. Él usa el verbo «hender» para expresar, más que un efecto de visión corporal, que el difuso contorno penetra en las aguas y de ellas se embebe, funde y navega con ellas en la temporalidad de un ahora cuyo sinuoso fluir parece descrito por el encabalgamiento de los versos.

El posesivo «tu» procede aquí del yo objetivado de la poesía moderna; hay, por tanto, el desdoblamiento de un yo implícito que, pura conciencia crítica, dialoga con el de un consigo mismo: «Pisas tiempos secretos para tu espacio». El yo advierte al tú que está hollando vestigios secretos por desconocidos, hasta entonces no contemplados, ajenos, por distantes, al lugar de origen del sujeto que medita ante las «cenizas áureas» del esplendor cultural renacentista. Y es que el poeta es sorprendido entre las polaridades de dos grados de civilización diferentes; veamos si no los tres últimos versos:

Pero te sabes hondo,
caído desde el vértice donde las horas tienden
lavas del mediodía bajo los pies desnudos.

En el momento que leo estas líneas, el poema me dice: ´sin embargo, puedes recorrer tu ser de arriba abajo, y no te hallas vacío de intimidad e identidad´; acabas de alcanzar noticia de las cimas de lo sublime del espíritu humano, y resultas igualmente cegado por el recuerdo del que es tu lugar originario, en el que los «pies» (el caminar, la existencia) no se han nutrido de cenizas de gloria sino de las heridas de la piedra volcánica.

Ya se habrá adivinado que las razones de este exilio son de orden histórico-cultural y no político. En la «Poética», datada en 2001, que González Sosa redactó para la Antología de la poesía canaria contemporánea (1940-2000), de Miguel Martinón, tras afirmar que no escribía «poemas al buen tuntún, sino obedeciendo a una necesidad íntima irresistible, que en bastantes casos responde a incitaciones de fuera»; y al abordar el signo de la contemporaneidad de la poesía canaria, González Sosa aseguró que «no le ha preocupado críticamente el hecho de escribir en un determinado rincón del planeta»; y añade que, desde el principio, la literatura le hizo sentir «habitante simultáneo de otro espacio no limitado por litorales ni fronteras», para distinguir finalmente entre insularidad, concepto que para él ha dejado de significar «pesadumbre de soledad terrestre o privación de posibilidades», e isla, inmutable circunstancia de un «ambiente concreto» que, por distinta influencia puede tener o no reflejo en la obra de cada cual.

De estos asuntos dialogué y aun debatí frecuentemente con el poeta si que nuestra amistad sufriera menoscabo, al menos por mi parte. A mi juicio, tiene un profundo anclaje localista; inteligible para cualquier ser humano, posee precisamente la «soledad terrestre» de insulano atlántico, y que no poco debió preocuparle, por sus inconsecuencias, el lugar desde el que escribió. Me parece que el título A pesar de los vientos, por él elegido para rotular su poesía completa, es dramáticamente significativo. Lo indiscutible es la excelencia de su obra lírica, insustituible en el presente de la poesía hispánica.