Tuve la oportunidad de leer esta novela unas semanas antes de que se publicara. Conocí al autor en uno de los talleres literarios que imparte en Gran Canaria. Había leído otras obras suyas, novelas situadas en la isla, en Londres, en Madrid o en París. Me llamaba la atención esa condición viajera, y la capacidad que tenía para conservar un habla y una voz reconocible en cada una de esas novelas. Claro que el escritor también fue viajero, y lo sigue siendo, y vivió en varias de esas ciudades. Sus narradores omniscientes, los que cuentan las historias, suenan como las voces de las calles de estas islas en las que vivo hace años.
En esta novela, Santiago Gil regresa a su pueblo, o más que a su pueblo a su comarca del norte de Gran Canaria. Guía, Gáldar o Agaete están presentes en Villa Melpómene. El autor se vuelve universal escribiendo sobre su propio pueblo, y en ese paisaje de infancia aparece la figura de Camille Saint-Saëns.
En el trabajo que preparé para la asignatura de Literatura Canaria en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria relacioné a Saint-Saëns, o mejor, al músico francés que Santiago cuenta en la obra, con Alonso Quesada, por cómo suena el mar, por la introspección y por el retrato del artista que queda solo ante su obra y el tiempo. Y con la viajera Olivia Stone, por esas búsquedas de paraísos lejanos. La novela juega con dos escenarios y dos protagonistas, por un lado un biógrafo francés de origen español que se mueve por el presente, y por otro el propio músico que se cuenta en unos diarios que aparecen en ese lugar mágico que es Villa Melpómene.
Hace unos días, en una entrevista en Canarias 7, Santiago Gil manifestaba que Saint-Saëns era él, y lo hacía como Flaubert dijo en su día que él era Madame Bovary, para que no quedaran dudas del carácter literario de la obra y para testimoniar, como siempre repetía en sus clases, que cuando uno escribe es siempre el otro o la otra que cuenta en la historia. Yo también llegué a Canarias como llegó el músico francés hace dos siglos. Buscaba un paraíso y un lugar en el mundo. Quizá por eso me marcó tanto esta novela.
Detrás de todo lo que lees en Villa Melpómene hay algo mágico, tal vez por el rastro poético que dejan las palabras cuando se convierte en Camille, y puede que también por lo que se cuenta, por la derrota, la pérdida y el dolor del alma que solo cura el arte y un paisaje en el que sentir que renacemos.
Santiago Gil tiene veintidós libros publicados, diecinueve de ellos en papel y dos en edición digital. Esta novela está en edición digital, o como él mismo dice abierta por completo al mundo. La ha editado ATTK Editores, una editorial que cuenta en su catálogo con novelas de escritores canarios como Rafael-José Díaz, Juan Ramón Tramunt o José Luis Correa.
Al final lo que cuenta es la historia y la emoción de lo que se narre, la lectura como salvación ante un mundo cada vez más desorientado. Villa Melpómene o la conciencia ficcionada de Camille Saint-Saëns en su paso por Canarias nos ayuda a entendernos como humanos y como seres desorientados que buscamos paraísos literarios para poder salvarnos.
Santiago Gil: Villa Melpómene, ATTK Editores, 2015
La vida es una novela y la novela son muchas vidas. Y, buena parte, delimitadas por la vulnerable línea Maginot que separa realidad y ficción. Beligerante frontera entre los fantasmas propios y lo tangible. Y, en Todas las personas que mueren de amor de Víctor Álamo de la Rosa, lo ficticio y lo real se tocan, se abrazan, enlazan y penetran fundiéndose en un todo. Y es el lector y sus variables —personales y literarias—, el que debe navegar por cada opción o por ambas a la vez. Esos sí, arrastrado por las sinuosas y solapadas corrientes que el escritor agita —estratégica y sabiamente— desde el fondo submarino de sus páginas.
Después de poner fin a su ciclo de novelas en el universo literario de Isla Menor, Víctor Álamo, en su nueva y reciente Premio Benito Pérez Armas, no se va al continente o se traslada a otra isla para contarnos su historia. Esta vez el escenario que tejen personajes y trama, se ubica en el interior de una gran metáfora. Más allá de las estancias de una casa, la autopista y carreteras secundarias, el hospital, las pinceladas de paisaje rural, los hoteles o las terrazas, los personajes habitan, desde la solitud enamorada y el amor desvanecido, en una burbuja.
Un hombre enamorado se enfrenta a la muerte del amor. Al mismo tiempo que lucha por vivir, después de sufrir una grave lesión cerebral y una delicada e incierta intervención quirúrgica que lo abisman a una de sus muertes. De las siete que cuenta el personaje, siete como los gatos pero al revés, siete como las siete islas Canarias (más La Graciosa), los bíblicos siete años de pobreza y de abundancia que José interpretó en los sueños del faraón o las siete novelas de Víctor Álamo. Su cerebro se anega de sangre y su amor, una hemorragia que lejos de coagular, fluye como río impetuoso que va a parar a su mar. A su mar de delirio, deseo, obsesión, tristeza, celos, frustración y traición ¿Por qué todos no amamos igual? De realidad, subconsciencia, levedad, sexo como vida y muerte, sexo como salvación, sexo como refugio, sexo como felicidad efímera, sexo que impregna sábanas y sueños. Arman la sólida metáfora desde donde el autor narra, con aparente sencillez, una compleja trama. Gladys, ensenada en la que, el enamorado errante de deseo en deseo, quiere anclar. Aunque el oleaje lo empuje, una y otra vez, contra los imperturbables farallones. Ella va y viene arrebolada, libre, indiferente, apasionada, lejana, ausente, dejándose querer, dejando de querer. Yo voy corriendo a donde tú estés, yo te busco, yo te quiero, yo te cuido, yo voy, mi cabeza va, mi corazón va, lo que quedó de mí después de este accidente va hacia ti, siempre: mi puerto, mi faro, mi isla.
Los capítulos borbotean sin numeración. Fluyen, desde el punto de vista narrativo, en la evanescencia, en el ánimo o desánimo, en la lucidez, en la ensoñación, en la soledad ruidosa o callada, en la escritura compulsiva, escribe y existimos; todo, en un perfecto y eficaz entramado. Sólo las tres partes que conforman la novela —primera, segunda y final— dejan al descubierto la estructura básica.
El amor, el desamor y las muertes, ingresan por urgencias en un hospital-laberinto. Una atmósfera borgiana de pasillos, puertas que se abren a otras puertas, ventanas por donde se cuela el mundo exterior de mar y montaña, de jardines y aves que llegan en la libertad de sus alas, de recovecos y ascensores. Y en ese infierno de días iguales —que suceden como los capítulos, sin nombres ni números—, de amor anhelado y ausente, el personaje, construye su Paraíso. Hasta en los lugares más inhóspitos hay oasis de felicidad. Y aunque la soledad del amor desenamorado lo sitien, no está solo. Le rodean la familia que lo protege, los amigos incondicionales, los compañeros-pacientes, los conocidos que lo visitan, los médicos y enfermeras que tratan de salvar una de sus vidas. Y, sobre todo, sus hijas gemelas, de siete años, que lo adoran. Corretean, juegan, van al colegio, reclaman su atención, se divierten y hacen malabarismos en el borde de las hojas de su cuaderno. Espejismo de una realidad que quiere construir con la mujer que ama y ama, mientras agonizan él y el amor de ella. Todo, al lado del pabellón psiquiátrico. La realidad y la locura, separadas por una puerta.
Pero a medida que el lector ocupa la habitación hospitalaria, avanzan por los pasillos, descubre rincones y nuevos espacios, sabe que Víctor Álamo, ha construido otra novela en la plata de abajo, la séptima y, otra más, en el sótano y, otra más, en el subsuelo y a la orilla de la mar y en la noche estrellada. El lector ávido, debe husmear en los flancos ocultos, lo que el autor no exhibe, pero que se amontona bajo la piel de la novela, al otro lado de las páginas. Justo, en esos recovecos subyacen, bajo palabras, frases, escenas, acciones, personajes e imágenes, las claves para comprender lo qué sucede arriba, a la que el escritor ha puesto foco, primeros planos y hasta música.
La novela se yergue como un drago que hunde sus raíces en la literatura canaria. Raíces regadas por galerías, manantiales y pozos isleños, sabores dulces como miel de palma, salobres como la maresía y amargos como la retama, agreste, de laurisiva y de isla-burbuja. Isaac de Vega, Rafael Arozarena, Luis Feria… Pero también por aguas canalizadas desde otras literaturas como la estadounidense y ese especial homenaje a La carretera de Cormac McCarthy. De las ramas desciende el rocío fresco de la poesía, que resuena desde del Siglo de Oro hasta los poetas canarios, pasando por los foráneos como Rimbaud, Baudelaire o Wallace Steven. Y un tronco robusto que encierra un mundo mágico, y por el que corre su savia roja como la sangre que se escapa de las arterias rotas del personaje.
Todas las personas que mueren de amor es un importante giro en la novelística de Víctor Álamo. Tanto, desde el punto de vista del narrador, con un inteligente y sorprendente prisma, como por la temática. Después de cerrar el ciclo de novelas en la Isla del Meridiano con Isla nada. De sepultar bajo las cenizas del volcán, el mundo telúrico y de historias que navegaban por el Mar de las Calmas, serpenteaba por cuevas, corrían por barrancos y bullían por las esquinas, bancales y estancias de Isla Menor. En esta séptima novela, con pinceladas autobiográficas, el autor indaga en el hombre del siglo XXI. Coloca, bajo la lámpara del lector, el mundo que nos rodea, con sus sus trampas, fealdades y su “gran belleza”, su tecnología y nanotecnologías, sus redes y telecomunicaciones, sus avances científicos y espaciales. El ser humano, desde su interior, enfrentado a sus necesidades y carencias emocionales, a la búsqueda irresistible de la felicidad, a la poesía descarnada y ácida de un mundo mejor en la ciencia y en la técnica, pero no, en las consecuencias, a veces catastróficas, ni en los valores. Y la verdad es amar porque amar es darle sentido a la vida.
Esa ruptura que acomete Víctor Álamo con su novelística anterior, no significa, en modo alguno, la renuncia a su estilo como escritor. El sonido, la musicalidad de su narrativa— armoniosa siempre–, se escucha con nitidez. Los elementos que caracterizan lo canario en su literatura aparecen de manera explícita, sutil o encubierta: mar, flora, fauna —el lagarto que un coágulo dibuja en su cerebro— paisaje, las burbujas como islas, o la insularidad como emoción. Tampoco falta la ironía ni el humor cuando el drama se tensa y la tragedia revolotea. Y esa deliciosa habilidad literaria que posee el autor de escribir, en medio de la narración, versos y también poemas, que se leen como prosa. La madrugada caracolea cielo arriba.
Todas las personas que mueren de amor, una novela que atrapa desde la primera línea y continúa después del punto final, es la primera de una trilogía, que singla la rigurosa e invariable ruta de navegación trazada por Víctor Álamo de la Rosa: dirigir sus naves-libros a puertos-lectores donde sólo atraca la buena literatura: profunda, creativa y de calidad.
Víctor Álamo de la Rosa: Todas las personas que mueren de amor, Salto de página, 2015
No es habitual que un autor publique simultáneamente dos novelas. Aunque, ciertamente, la trayectoria literaria de Sabas Martín (Santa Cruz de Tenerife, 1954) constata que no es un escritor al uso. Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista, crítico y periodista en prensa y radio, con el añadido de incursiones como letrista de canciones y creador de textos para espectáculos musicales -alguno de ellos interpretado por la Orquesta Sinfónica de Tenerife-, su obra ha recibido diversos premios, ha sido traducida a diferentes idiomas, y, en su conjunto, nos revela a un escritor integral. Un escritor poseedor de un mundo propio en el que se configura una peculiar visión de la realidad y en donde destacan varios elementos identificatorios.
Por un lado, la recreación mítica y legendaria de la Historia y el presente de su Canarias natal. Junto a las propuestas poéticas, teatrales y cuentísticas, centrándonos solo en su tarea de novelista, ahí están para corroborarlo de manera evidente sus novelas del ciclo de Isla Nacaria: Nacaria, La heredad, Pleamar –traducidas y editadas en Alemania, Italia y Francia-; o aquellas otras que indagan en aspectos más inmediatos como los frustrados atentados contra Franco en Canarias, caso de La noche enterrada; o la proclama narrativo-poética de trasfondo ecologista de El farallón, en la que el territorio mítico de Nacaria se vincula a la amenaza del petróleo y la explotación salvaje de la Naturaleza. Igualmente, entre las notas que singularizan su literatura habría que señalar el meticuloso y elaborado empleo del lenguaje, lleno de matices, sugerencias y evocaciones, muchas de ellas de acento lírico. Y, además, una permanente voluntad de huir de clichés y fórmulas que redundan en la repetición monótona de lo ya conocido. La suya es una escritura de riesgo y originalidad, con planteamientos inéditos, tanto en lo estructural como en la solidez conceptual en que se establece.
Ahora, Sabas Martín nos entrega a la vez La isla anterior y Absurdos mueren los ángeles (Ediciones Idea, Canarias, 2015) que, según se nos advierte, forman parte de un divertimento literario que aborda la novela “de género”, pero con “una vuelta de tuerca”. Es decir, aportando elementos distintivos y novedosos a lo que se considera tradicional en esa clase de narrativa.
En la nota explicativa final de cada una de las dos novelas se da cuenta del origen y el propósito que las inspiró. En resumen: un desafío formulado entre amigos escritores, un plazo de redacción y una extensión determinada, que Canarias fuera su escenario, y que ofrecieran algo más que la reiteración de los modelos al uso.
Con esos supuestos han nacido La isla anterior y Absurdos mueren los ángeles. La una adscrita a la ciencia-ficción, y, la otra, partícipe de las novelas de indagación detectivesca, hibridada con los ecos de la crónica de la corrupción política y económica del tiempo presente de la sociedad española. Dos novelas diferentes de tono, estilo y lenguaje, muestra de la capacidad versátil de la escritura del autor. Dos novelas independientes entre sí y como tales pueden leerse, pero que adquieren un valor añadido atendiendo a la intención común con que han sido escritas.
LA ISLA ANTERIOR: CIENCIA-FICCIÓN RETROSPECTIVA
En La isla anterior el autor nos sitúa en un tiempo ucrónico, anterior al que registran las primeras Historias de Canarias. Guanches y visitantes del espacio confluyen en una sociedad gobernada por mujeres, donde es posible la poliandria, y donde una avanzada alienígena recopila datos sobre la forma de vida aborigen. Y, detrás de las peripecias que configuran el desarrollo de la acción, ¿qué encontramos en ella?
Lo primero: la intención paradójica. Esto es, la utilización de un género que habitualmente se proyecta hacia el futuro para abordar el pasado aborigen guanche. Se trata, pues, de ciencia-ficción “retrospectiva”. Ese pasado isleño de la novela se asienta en un tiempo imaginario, ficticio, pero rigurosamente documentado en lo que se refiere a los usos, costumbres y forma de vida de los guanches. Sabas Martín recrea el Guativoa o banquete celebratorio, el Beñesmen o recogida de los frutos y cosechas, la reunión en torno al Tagóror o consejo de notables, los rituales ceremoniales en los que se incluyen los conjuros para convocar la lluvia, el proceso de momificación de cadáveres, el rudimentario sistema de comunicación de las hogueras de las Tegalas que se divisan en la distancia… En suma, un complejo repertorio que recupera motivos de la tradición primitiva isleña, situándolos en esa ucronía que se justifica en el mismo título del relato. No es difícil entrever en la mirada conocedora del universo aborigen al Sabas Martín autor de Ritos y Leyendas Guanches, uno de sus libros más celebrados.
Si en la voluntad paradójica del tratamiento de tiempo se asienta esa “vuelta de tuerca” al género escogido, algunos otros factores inciden en lo novedoso de lo narrado. Así, el autor nos plantea una sociedad matriarcal donde las mujeres rigen los destinos de la isla y en la que la poliandria es práctica común. Mujeres que gobiernan, que deciden, que pueden tener hasta tres maridos a la vez, que participan en las acciones bélicas… Subyace en ello una sutil reivindicación del protagonismo femenino en el devenir de la Historia. Un protagonismo generalmente silenciado, olvidado o postergado por una parcial e incompleta visión del acontecer histórico formulada desde valores masculinos.
En La isla anterior cabe señalar igualmente el uso de la ironía, a veces paródica, de ciertos episodios que forman parte del acervo cultural y legendario isleño. Me refiero, por ejemplo, a la escena del encuentro de la Virgen de Candelaria con el pastor que la amenaza y agrede que, en la novela, se convierte en el enfrentamiento entre el pastor y el alienígena protagonista. O las referencias a las pirámides truncadas de Güímar, polémicas en cuanto a su origen cierto. O la reinterpretación de la leyenda de la Niña de las Peras, perdida durante años en el interior de una gruta y para la que se detiene el transcurrir del tiempo. O la intervención extraterrestre en la aparición, grabadas en las rocas, de las espirales, enigmáticos símbolos identitarios guanches… Juego y remedo irónico se dan la mano en una escritura donde confluyen distintos planos interpretativos, con guiños cómplices que trascienden lo aparente a ulteriores niveles de significación.
Una escritura, como se señalaba al principio, llena de matices y gradaciones, cuajada de calidades de lenguaje, impregnada de intensidad lírica y atmósferas envolventes. No solo en lo que atañe al universo guanche, sino que se aventura asimismo a la creación verosímil del ámbito alienígena. Junto a terminología de ecos futuristas y resonancias de raíz latina –nexodatarma, exocronolecta, transverba, cubierta cromatófora…- hallamos sugestivas descripciones de viajes siderales y paisajes planetarios, así como de sistemas de interconexión y comunicación extraterrestre, además, entre otros elementos, del detalle del proceso para adquirir fisonomía antropomorfa, o las pautas -¿un tributo a Asimov y sus Tres Leyes de la Robótica?- que configuran las Tres Directrices, los principios de actuación en los universos estelares a donde llegan las misiones exploratorias de los Viajeros de Luz. Todo ello redunda eficazmente en la plasmación de un mundo plausible y coherente, abierto hacia imaginarios del futuro.
Y si en la caracterización de la sociedad matriarcal guanche se daba una reivindicación del papel femenino en la Historia, en la vertiente alienígena está latente una parábola solidaria de lectura actual. Frente a la desconfianza y el recelo que suscita “el otro”, el “diferente”, aquel que procede de fronteras exteriores, en La isla anterior es la actuación de los visitantes la que procura auxilio y rescate ante la catástrofe que se cierne sobre los lugareños. La interpretación es clara. Todos participamos de la misma condición, por más que remotos sean los lugares de origen. Y, a veces, es precisamente en ese otro que es diferente donde encontramos la salvación.
La isla anterior se perfila, pues, como una novela peculiar y novedosa. Por los supuestos inéditos que plantea al género de referencia. Por el rigor documental en que se asienta. Por las calidades de su lenguaje. Por lo que propone y se deriva de las ideas que contiene.
ABSURDOS MUEREN LOS ÁNGELES: CORRUPCIÓN E INOCENCIA
Lo primero y evidente que sorprende en Absurdos mueren los ángeles es que se trata de una novela dialogada en su totalidad. No hay aquí intervención de un narrador tradicional ni párrafos descriptivos. El acontecer de los hechos, el transcurso del tiempo y los cambios de escenarios, se desprende de lo que hablan, callan o insinúan sus dos principales protagonistas. Es un diálogo a dos voces: las de la pareja que forman sor Emérita –una monja conservadora de la que se dice que es una mezcla del cardenal Rouco Varela y Sherlock Holmes- y su hermano, un solterón liberal que ejerce de secretario judicial. Y aquí está ya la primera “vuelta de tuerca”, la de ofrecer un relato que bien puede asumirse como una pieza teatral. Evidentemente, el Sabas Martín dramaturgo está presente en la concepción dialógica del texto. Un texto directo, funcional, explicativo, despojado de retórica –muy diferente a las resonancias líricas del lenguaje de La isla anterior– para dar paso a la reflexión y las contraposiciones conceptuales.
He dicho “la primera vuelta de tuerca”, pero hay otra igualmente significativa. Y es que el autor nos sitúa ante una pareja muy alejada de la caracterización de esos detectives que pululan por las páginas del género detectivesco. Y aquí debo subrayar la calificación de “detectivesco” porque la novela de Sabas Martín no es una novela “negra”, con su clásica carga de argumentos violentos, ambientes oscuros y personajes derrotados y en decadencia, sino que se aproxima más a los procedimientos de Conan Doyle o Ágatha Christie, con enigmas y misterios a dilucidar. Una monja ultracatólica y su hermano agnóstico, ejerciendo de detectives “amateurs” mientras comentan los casos del Juzgado, ciertamente aparecen como una insólita novedad. Ello, además, permite establecer el juego dialéctico de pensamientos y actitudes encontradas. A través de él, por vía indirecta, se traza un retrato de una sociedad marcada por la corrupción política y económica de la España de los últimos tiempos.
El misterio a resolver en Absurdos mueren los ángeles es un suicidio que resulta ser un asesinato. Pero hay más cuestiones a considerar. Sobre todo porque Sabas Martín se mueve en una suerte de hibridación narrativa. De una parte, sí, el caso que comentan los dos hermanos, pero, por otra, en esos comentarios resuenan los ecos de la crónica periodística referidos a la presente situación sociopolítica española. Nombres y sucesos como Bárcenas, la Gürtel, “el pequeño Nicolás”, Ana Mato, Rato, Blesa, las tarjetas black, Pujol, Urdangarín, los ERE andaluces, los cursos fraudulentos de la UGT…, surcan el relato. Y el panorama se amplía con variadas alusiones a la realidad canaria. Para un lector extranjero que no esté al tanto de la reciente actualidad española, habrá matices y acontecimientos que se le escapen. Pese a ello, el resultado final es la plasmación de una sociedad dominada por la corrupción de sus dirigentes. Hibridación, pues, entre la indagación detectivesca y la información mediática cotidiana. Ambos procedimientos narrativos se yuxtaponen y se mezclan con solvencia.
En ese escenario marco, junto al caso del falso suicida hallamos otra historia paralela: la del trágico final de una adolescente embarazada. Son dos muertes igualmente absurdas, injustificadas, que nunca debieron producirse. El uno –el suicida que resulta ser asesinado- encuentra la muerte por ser honrado, por no querer asumir un comportamiento delictivo. La otra –la adolescente-, por mantener en el anonimato a quien la embarazó. Son muertes en donde la honestidad y la inocencia aparecen como contrapunto al deterioro de una sociedad degradada ética y moralmente. Si la novela parte aparentemente de supuestos detectivescos, es en esa mirada crítica transversal al entorno donde se encuentra otro punto de inflexión que tiene su apoyatura en una última derivación.
Y es que una vez resuelto el misterio detectivesco –dilucidado a la manera de Holmes o Poirot: esto es, “contando”, “explicando” a diversos interlocutores los pormenores de la resolución del caso en una escena final-, a partir de ahí el autor intensifica su foco narrativo en la historia paralela de la adolescente. Así, deja atrás la trama investigadora y prolonga el relato abriéndolo a las circunstancias que desembocan en la muerte de la joven, víctima de una violencia cercana, doméstica, pero no por ello menos absurdamente fatal.
A señalar, asimismo, en el desarrollo de la historia las sutiles alusiones al Poirot de Christie, al Watson compañero de Holmes, al Biscuter de Vázquez Montalbán, además de un lúdico repertorio gastronómico que constituye un catálogo múltiple de la cocina insular. Son algunas pequeñas complicidades, señales lanzadas al encuentro de los lectores avisados. Son el complemento añadido de una novela que parte de supuestos detectivescos, pero como he dicho, solo “aparentemente”, porque Absurdos mueren los ángeles, siendo una novela de género, no lo es, pero sin dejar de serlo. He aquí la singular propuesta de nuestro escritor. Una propuesta en donde se arriesga y se apuesta por lo diferente en cierto modelo de literatura. El resultado es una innovadora visión, tanto es su atípica pareja de detectives como en su formulación formal y de contenido.
Sabas Martín: La isla anterior y Absurdos mueren los ángeles, Ediciones Idea, 2015