Sheshia

Cuento de Daniel Martín Castellano

Presentación

Daniel Martín Castellano, escritor especializado en Literatura Infantil y Juvenil, nace en Las Palmas de Gran Canaria en 1970.

Estudió Magisterio y, más tarde, se licencia en Psicopedagogía por la Universidad de las Palmas de Gran Canaria. El escritor Joaquín Nieto Reguera, conocedor de su trabajo de animador sociocultural y su contacto con el alumnado, lo anima a escribir.

Ha trabajado en escuelas rurales, en centros ordinarios, como asesor de Animación a la Lectura y Bibliotecas Escolares y fue director del CEIP Los Caserones. Después de dirigir la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Telde entre el periodo 2011-2015, se incorpora al mundo de la educación.

Ha publicado numerosas obras de literatura infantil, entre las que destacan: Dos cuentos de Luna y arena, El susurro de Tara, La cazadora de silbos, Un abrazo de cuentos, El Elixir curalotodo e Isla a isla, cuento a cuento. Estos dos último en colaboración con Sandra Franco.

Creó la página de animación a la lectura y reseñas de literatura infantil juvenil, www.animalec.com, que actualmente sigue produciendo y, junto a la también escritora Sandra Franco Álvarez, el sello editorial «Alargalavida».

Ha recibido galardones como el premio Especial de Autores Canarios, Concurso Internacional del Álbum Ilustrado, con la obra La Gota, o junto con la escritora Sandra Franco Álvarez y la ilustradora María Arencibia Pérez, gana el V Concurso Solidario, organizado por la Fundación Mapfre Guanarteme y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, con la obra titulada «Wi», el 23 de abril de 2016.

Actualmente sigue inmerso en nuevos proyectos literarios, participa como narrador oral e imparte cursos relacionados con la promoción lectora en el ámbito escolar, la narración, la dinamización de bibliotecas escolares y otros aspectos relacionados con la literatura infantil y juvenil.

Daniel Martín afirma: «No siento la Literatura Infantil como una carga. Cuando escribo y eres leído, cuando narro una historia y te sientes escuchado, recoges la emoción y los gestos del público o lector. Sabes que ya el texto ni la historia te pertenecen. Y eso, de alguna manera, me tranquiliza.»

Sheisa es el título de este cuento y además el nombre de su protagonista que recuerda cómo, en su niñez, compitió con su hermana a ver quién llevaba más trigo en su cesta hasta el molino. Ante su fracaso, Sheisha culpa primero al viento, luego a los pájaros y, finalmente, a su hermana, hasta que descubre su error.

El recuerdo de la niñez, al lado de su hermana Khali, pasados diez años de su muerte, hacen de Sheisha la portavoz de un mundo en el que la supervivencia condiciona la manera de pensar y sentir, pero en el que, también, el amor y el reconocimiento de las propias flaquezas lo convierten en un mundo mejor.

La incorporación de elementos como el viento y los pájaros como personajes de este pequeño pero atractivo cuento, le dan un toque de magia y comunión con la naturaleza, con un lenguaje que, a pesar de su sencillez, o tal vez por ella, tiene una gran carga poética y emotiva.

Sheisha

sheshia-portada

Me llamo Sheshia, la de la derecha. Guardo esta foto desde hace tiempo. Todas las mañanas la miro con la misma fuerza y con el recuerdo que da el calor de un abrazo.

La de la izquierda es mi amiga y hermana Khalí. No la he olvidado y nunca lo haré. La mató un golpe de fiebre y tos. Yo la sigo sintiendo cerca. En la foto está sonriendo. ¡La suya sí que era una sonrisa de verdad, una sonrisa desde el corazón!

Sólo han pasado 10 años desde esa foto y las cosas no han cambiado mucho. Yo sigo llevando el grano a un lado y la harina a otro, como siempre he hecho y como siempre haré. El hiyab blanco que tengo en la foto era de Khalí. Hemos compartido sudor, hambre, amistad y trabajo; a partir de esos días, también nuestros hiyab.

Un día me ocurrió algo. Aún vivía Khalí.

Nos gustaba comprobar quién era capaz de cargar con más trigo y aparecer en el pueblo sin perder ni un grano. Pero esa mañana, a pesar de que había llenado la cesta hasta los bordes, sólo logré llegar con la mitad. Había perdido muchos granos por el camino.

Así que me fui a hablar con el viento del norte y a pedirle explicaciones. Seguro que sopló más de la cuenta y el grano voló. Él me aseguraba que no, que había estado en calma; que estaba descansando para los alisios y la época de lluvia. Pero me enfadé con él jurándole que no le volvería a hablar; me había llevado mucho tiempo aprender a guardar el equilibrio con la cesta encima de la cabeza para que ahora el viento del norte intentara engañarme.

sheshia

Al día siguiente salí de casa desconfiada. Pero cuando llegué a la aldea, comprobé que otra vez faltaba más de la mitad. Había estado atenta: el viento del norte no había sido el culpable. Me volví, entonces, a los pájaros de las montañas. Les grité y me enojé como nunca lo había hecho y les aseguré que, para mí, habían dejado de existir.

Volví a la cosecha, ya por la mañana, vigilando al viento del norte y a los pájaros de la montaña. Iba con los ojos bien abiertos. Me volvió a faltar el grano y fue Khalí, esta vez, quien recibió mis iras e insultos. Mi hermana era más alta y siempre se colocaba detrás mía. Me repetía llorando una y otra vez que ella no había sido. Pero no la creí. A partir de ese día me levantaba más temprano e iba sola a recoger el millo sin el viento del norte, sin los pájaros de las montañas y sin Khalí. Pero las semillas seguían faltando y cada vez era menos el grano que llegaba al molino.

Fueron días tristes, cargados de amarguras y rencores. El camino nunca fue tan largo e insoportable, tan mezquino y amargo sin el viento sin los trinos y sin Khalí.

A las semanas me di cuenta que mi cesta estaba rota. Por ahí perdía todo el grano. Fueron momentos aún más difíciles porque tuve que enfrentarme al viento y a los pájaros y hablarle mirándole a los ojos a Khalí. Ella me ayudó a reparar mi cesta y yo le regalé un abrazo. Para no olvidarnos de lo que sentíamos la una por la otra, intercambiamos nuestros hiyab.

Ilustraciones de María Arencibia