Rafael Arozarena nace en Santa Cruz de Tenerife en el año 1923. En su memoria ha fijado la figura de un niño que tuvo la suerte -según cuenta- de aprovechar las horas y vivirlas en dos ambientes bien distintos: en la gran biblioteca de su abuelo y en una huerta rebosante de hierbas. Sin saber leer, ojeaba revistas, libros con ilustraciones, láminas a punta de pluma, reproducciones de acuarelas. Se sumía en aquellos paisajes con entusiasmo igual a como entraba en la huerta, con el pensamiento de salir a descubrir selvas. Naturaleza y literatura se daban la mano. Vio que más allá de los dibujos, los libros también tenían letras, que había texto. Le llegó a extrañar que los renglones de algunas páginas fueran más cortos de lo normal. Fue entonces cuando la abuela le explicó que a “eso” la gente lo llama poema. A partir de ahí comenzó a garabatear renglones parecidos. Así -dice- pudo sentirse poeta.
Pero el poema no es un mero suceder de versos.
La poesía -lo declara este poeta- se encuentra fuera de nosotros. No la podrá atrapar la mera red de palabras versales. Es algo distinto… y más. Se ha de dar una condición para que pueda conseguirse el prodigio de la creación poética: el hombre ha de ponerse fuera del hombre y disponer su mente en ese otro lugar en el que la poesía lo espera. El poeta se obliga, así, a ser un enajenado. Será una conciencia perturbada o fuera de sitio. Una conciencia que se empeña en ocupar el centro causante de su estado de alarma. Ese núcleo que se insinúa al poeta bien pudiera corresponder a una emoción, o nacer de la contemplación de un paisaje, o de la percepción de una menuda cosa, o provenir de situaciones que pertenecen al tiempo corriente, o que han quedado enredadas en los avatares de la Historia; o bien, se produce fuera del tiempo profano con el fin de que se proyecte la imagen de un ser humano que pertenece ya al territorio del mito. El rechazo del tiempo de la historia se revela como el síntoma de una cierta filosofía de cariz existencial. En cualquier caso, el poeta siente que su función es “poner un grito en el cielo”. Aceptemos la expresión con todos sus recovecos, uno de los cuales esconde la idea de que la poesía se ocupa de realidades que no ocurren en el entorno de lo cotidianamente visible. Es un trasmundo lo que se ha de manifestar. Pero ¿cómo? Rafael Arozarena ha declarado en más de una ocasión que la poesía es “una dama sin pies ni cabeza”. La parte racional nunca podrá abrazar el inaudito fenómeno poético. Surge más del azar que del comedimiento. Y en esta tesitura, la poesía se entiende como un hallazgo. No depende, en principio, de la dirección que el poeta le imponga a su voluntad. “los caballos de la poesía van delante de nosotros”, desbocados, en una carrera que invita al poeta a dejar sueltas las riendas de la mente. Que la imaginación y el sentimiento recorran el paisaje con el inocente propósito de vivir la sorpresa. De esta actitud solo puede nacer lo sorprendente. Por esta razón, en un punto de su larga trayectoria poética elegirá el surrealismo como la más conveniente modalidad expresiva.
Llega la década de los cincuenta. Un grupo de escritores y artistas tinerfeños, cuyos comienzos creativos se localizan en los años de medio siglo, padece una deprimente situación sociocultural. Rafael Arozarena e Isaac de Vega, quienes compartieron el Premio Canarias de Literatura en 1988, quedan incluidos en el conjunto. También conforman, junto a Francisco Pimentel, Antonio Bermejo y José Antonio Padrón, el nunca bien definido Grupo Fetasiano.
Probablemente, Fetasa sea una creencia y, en este sentido, cada quien del grupo, libérrimamente, intuye un mundo dinámico y propio. Pudiera ser Fetasa un grito, un salvoconducto con el que sobrepasar unas realidades ya impuestas, cotidianas, las cuales en nada consuenan con la existencia formidable e irrepetible del ser humano.
En todo caso, en el conjunto de la obra de Rafael Arozarena, se establecen dos etapas marcadamente diferenciadas: una etapa inicial de relativa claridad, frente a una segunda en donde la lectura de los poemas no permite un entendimiento inmediato. En todo caso, una y otra fase definen un mismo universo poético, pese a las diferentes caras que se manifiestan en la escritura.
Bien sea por los caminos de la novela o del poema, bien sea considerando los espacios literarios del mar o de tierra adentro, bien desde los paisajes concretos o bien desde los de la imaginación, con todo ello ha intentado dibujar un declaratorio en torno a los ejes que fundamentan su escritura.
El poema, en efecto, es una realidad, pero la realidad del poema solo puede concebirla y organizarla el poeta. El autor pretende levantar el poema, y no tiene otra materia que la verbal; dispone de un muestrario de imágenes un tanto insólitas que no se rinden a la mecánica rutinaria de la expresión. El uso de las formas en total libertad le sirve como energía y le confiere el impulso necesario para poner en movimiento el proceso de la creación poética. El poeta, aunque no se proponga sorprender, llegará al encuentro con lo sorprendente.